Capítulo 28

Aunque Sabin y Gwen no habían sido descubiertos por ninguno de los Cazadores o registrados por Seguridad—Duda era el responsable de ello, habiendo mantenido a todo el mundo a su alrededor dudando de todo lo que veían—el vuelo a los Estados Unidos había sido duro, en cada sentido de la palabra. Gwen se había acurrucado al lado de Sabin, hora tras hora, y él no había sido capaz de tocarla del modo en que ansiaba. Y no lo haría, no delante de testigos y no hasta que confiara en él. Ganarse su corazón y confianza era la batalla más importante de su vida, y por una vez había decidido no precipitarse en ello.

La tendré.

Cuando habían bajado del avión, Sabin, quien estaba acostumbrado a estar alrededor de los humanos, teniéndolos contemplando su altura y fuerte musculatura, no le había gustado la manera en que los hombres habían observado a su mujer. El deseo había sido obvio.

Volviéndolo loco. Lo cual era el por qué le había permitido a Duda bajar en picada a la mente de aquellos humanos y llenarlos de inseguridades sobre su aspecto, su valor en la cama—y por qué había estado tentado de estallar en uno de los famosos ataques violentos de Maddox. Se las había arreglado para controlarse, manteniendo la concentración en la meta: la segura vuelta de sus amigos. Pero sólo porque Gwen no parecía haber notado los jadeos, las babeantes bocas abiertas, y las paradas en seco en su camino.

Se habían dirigido inmediatamente a la casa en la que habían estado quedándose los guerreros, una casa a millas de todo y todos. Habían echado un vistazo, averiguando dos cosas: una, los guerreros no estaban allí y dos, los Cazadores no habían estado allí y plantado pequeños regalos. Una pena que no hubiese Cazadores, en opinión de Sabin. Estaba listo para la acción.

Él y Gwen se habían cargado con armas, cada uno agarró una gorra para ocultar el pelo y escudar los rostros y dirigirse al único otro lugar al que sabía que habrían ido sus amigos. Ahora caminaban por la calle por delante de una fila de edificios, y sabía que estaban cerca de las instalaciones de formación, pero... no podía encontrarlo. Cada edificio se mezclaba con el siguiente.

Y cada vez que los contaba, perdía la cuenta de los números.

Gwen se detuvo y se frotó la parte de atrás del cuello, mirando hacia el cielo.

—Esto es desesperante. Estamos en el lugar correcto. ¿Por qué no podemos encontrarlo?

Él suspiró. Quizás era hora de sacar las armas pesadas.

Si el rey dios le respondiera por una vez.

—Cronos —murmuró—. Una pequeña ayuda sería encantadora. Quieres que tengamos éxito, ¿no?

Pasó un momento, entonces otro. No sucedió nada.

Estaba a punto de darse por vencido cuando de repente Gwen jadeó.

—Mira.

Sabin siguió la mirada, experimentando una sacudida de sorpresa. Allí, en la azotea del edificio a la derecha, un edificio que Sabin había pasado por alto una y otra vez, estaba el rey de los dioses. Parecía que el edificio temblaba bajo él. El traje blanco volando alrededor de los tobillos. Después de ser ignorado durante tanto tiempo, ¿Sabin tenía ayuda? ¿Y así de fácil?

—Ahora me debes una, Duda y yo siempre las cobro. —Cronos desapareció un segundo después.

Debía beneficiar a Cronos el que Sabin ganase este día. El dios debería de haberse contentado con ayudar a la causa, sin exigir favores a cambio.

—¿Quién era ese? —Preguntó Gwen—. ¿Cómo lo ha hecho? ¿Y crees que mi... que Galen estará ahí dentro?

Sabin le explicó sobre Cronos.

—Galen... no lo sé. ¿Y qué si está? ¿Todavía quieres hacerlo?

—Sí. —Esta vez no hubo vacilación, aunque había un borde en su tono.

¿Le estaba pidiendo mucho? Sabin no tenía padres. Los griegos lo habían creado ya completamente formado. Como no había amor entre él y los antiguos dioses, no podía siquiera empezar a comprender como se sentía Gwen.

—Estaré bien —añadió, como si le leyera los pensamientos—. Después de todo lo que ha hecho, tiene que ser detenido.

Hacia el final, la voz había temblado. Sabin decidió entonces en el momento para intervenir si Galen optaba por unirse a la lucha—lo cual probablemente no sucedería ya que el bastardo siempre se detenía y huía, dejando que sus lacayos hicieran el trabajo sucio.

Esperanza se ponía a sí mismo por encima de otros, y siempre lo haría. Pero Sabin no quería que Gwen se lamentara de nada; no quería que le culpara más adelante por sus acciones—o las de él, pensó con un nudo en el estómago.

Se lo había preguntado antes, pero esta vez no podía hacer nada por ayudar: ¿Le odiaría si fuera él el único que derrotara y retuviese a su padre?

A Sabin solo le preocupaban dos cosas ahora mismo: Gwen y la seguridad de sus amigos. En ese orden.

Ella sería lo primero, ahora y siempre. Nada cambiaría eso.

—Vamos a hacerlo. —Dijo suavemente, y se avanzó hacia delante.

—Antes de que entremos ahí —dijo, manteniendo el paso a su lado—. Quiero decirte otra vez que te quiero. Te quiero tanto que me duele. Yo solo... quería que lo supieras por si pasa algo.

—No va a pasar nada. —Tropezó, deteniéndose—. Pero también te amo. Lo hago. No lo negaré más. Sin embargo, todavía no estoy segura de ti. Yo solo, no lo sé. Duda ahora parece mi mascota, y me gusta así. De veras. Yo solo...

—Está bien. —Lo amaba. Gracias a los dioses, lo amaba. La hizo detenerse y tiró de ella hacia sus brazos, odiando las palabras, pero entendiéndolas sin embargo. Debería haber confiado en ella. Desde el principio, debería haberla colocado primero—. Nos encargaremos de eso más tarde. Lo prometo. No quiero que haya ninguna preocupación ahora mismo en tu mente. Las distracciones pueden hacer...

—Que te maten —terminó por él, sonriendo—. Presté atención a tus lecciones. —Envolvió dudosamente los brazos alrededor de su cintura, descansando la cabeza en el hueco del cuello. El pelo era suave contra la piel.

—Ten cuidado ahí.

Dioses, adoraba esta mujer. Su fuerza, su coraje, su ingenio.

—Tú también. Hagas lo que hagas, mantente a salvo. ¿Me entiendes? —Dijo con fiereza—. Estaré perdido sin ti.

—Lo haré. —Le dedicó una medio estirada y divertida sonrisa—. Ése es después de todo, el código de la Arpía.

Le besó la coronilla. Se alzó entonces hacia él, los labios hinchados y rojos y no pudo resistirse. Unió las bocas, la lengua barriendo dentro de la de ella con un posesivo empuje. Las manos levantándose, enredándose en el pelo, y ella gimió.

Él tragó el sonido, saboreándolo, dejando que lo llenara. Aquí estaba su vida, en sus brazos, todo lo que necesitaba. Pero se obligó a separarse.

—Vamos. Quiero terminar con esto de modo que tú y yo podamos hablar. Por qué no vas por la puerta principal, y yo tomaré la de atrás. Cubriremos cada entrada, y nos encontraremos en el centro.

Con otro rápido beso a su boca, Sabin continuó hacia delante. El sol ardía brillante, cayendo fulminante sobre él. Mantuvo el rostro hacia abajo, esperando no ser reconocido si las cámaras estuviesen escaneando el área.

“¿Puedes hacerlo?”

Sí.

“¿Y si fallas?”

No lo haré.

“¿Y si Gwen resulta herida?”

No lo sería. Se aseguraría de ello.

—Apura el paso, perezoso. —Una ligera brisa acarició el rostro cuando Gwen pasó a su modo de súper velocidad y lo sobrepasó, las alas dándole una velocidad que nunca podría igualar.

Sin embargo, eso no le detuvo de intentarlo. No quería que entrara sola en aquel edificio. Aceleró los pasos y corrió hacia la parte de atrás. Allí encontró una verja con las puntas estirándose hacia el cielo y alambres electrificados rodeando cada listón. Por lo general se tomaba su tiempo y deshabilitaba tales alambres. Hoy, no tenía aquel lujo. Así que simplemente subió. Las sacudidas que lo atravesaron hubiesen matado a un humano. Eran dolorosos, deteniéndosele dos veces el corazón, quitándole constantemente la respiración, pero con todo no fue más despacio. Arriba, arriba, canturreó hasta que cayó al suelo. Las botas golpearon el hormigón, sacudiéndole y entonces echó a correr, preparando ya las armas.

No le llevó mucho tiempo alcanzar el primer objetivo. Había tres Cazadores sentados alrededor de una mesa, a la sombra de un parasol. ¿No habían sentido la sacudida del edificio? Peor para ellos. Finalmente. La fiesta podría empezar.

—...Meado los pantalones —rió uno.

—Deberías haber visto su rostro cuando empujé los clavos bajo las uñas. Y cuando le amputé las manos... —Más risas—. Espero que continúe en silencio. Nunca me he divertido tanto en mi vida.

—Demonios. Se merecen eso y más.

El corazón de Sabin se hundió incluso cuando el demonio ronroneaba. “Quiero jugar”, dijo alegremente duda.

Diviértete.

Sin necesitar más estímulo, el demonio salió de su mente y entró en la de ellos.

“Los otros Señores van a enfadarse. Vendrán a por ti, harán que lo pagues. Todo lo que les has hecho a sus hermanos te lo harán a ti”—magnificado por mil, estoy seguro.

Uno de los hombres se estremeció.

—Sabemos que los otros demonios vendrán por sus amigos cuando se hayan curado de la última batalla. Quizás debiéramos, no sé, hacer pronto las maletas.

—Yo no soy un cobarde. Me quedaré aquí y haré lo que sea necesario para extraer información de nuestros prisioneros.

“Apuesto, a que entonces serás destripado como un pez.”

Ahora el segundo conversador se estremeció.

—Uh, tíos. Se acabó. Mi busca acaba de vibrar. Han tropezado con una alarma. Alguien ha escapado o estamos bajo un ataque.

Saltaron poniéndose de pie. Ninguno había notado todavía a Sabin.

Silenciador. Listo.

Recámara cargada. Listo.

En otro momento, llamaría la atención para burlarse de ellos por su próxima muerte y el disfrute de verlos palidecer. Ahora, simplemente le disparó a uno tras otro en la nuca. Se derrumbaron en las sillas, lo que dejó las frentes cayendo contra el cristal de la mesa de un golpe.

Siguió moviéndose, girando en la esquina. Un grupo de niños estaban chapoteando alrededor de una piscina. Uno de los niños extendió una mano, haciendo que el agua se elevara y se balanceara encima de ella.

—Lánzamelo a mí —imploró una niña—. A ver si puede pasar mí escudo protector.

Con una carcajada, el niño le lanzó el agua. No la tocó ni una sola gota.

Sabin había sospechado que ellos estarían aquí, pero todavía le sorprendía verlos. A pesar de sus extrañas capacidades, eran solo niños. ¿Cómo podían utilizarlos para esto los Cazadores? ¿Situarlos en tal peligro?

Sabin reemplazó una de las semiautomáticas con una pistola de dardos tranquilizantes. No quería hacerlo, pero era la mejor—y más segura—solución para todos los envueltos. ¿Qué estaba haciendo Gwen? ¿Estaba en el interior? ¿Herida? Sin detenerse, empezó a lanzar los dardos a los niños. Uno por uno, se hundieron en la inconsciencia. Los sacó rápidamente fuera del agua y los tendió a la sombra, sin liberar ni una sola vez las armas.

Finalmente, estaba listo para entrar en la casa. Para ayudar a Gwen.

—¡Tú asqueroso animal! ¿Qué has hecho?

Sabin giró. Un Cazador acababa de apuntarle, disparando. Una bala le impactó en el hombro derecho. Estremeciéndose, dejó salir una ronda de su Sig. Una bala impactó en el cuello del cazador, la otra en el pecho. Este cayó, jadeando. Cuando el cráneo impactó contra el suelo, dejó de jadear. Sangrando, indiferente al dolor, Sabin se precipitó al interior del edificio, enfundando la de tranquilizantes a favor de la segunda semiautomática. Los Cazadores ya ensuciaban el suelo, inmóviles.

Gwen.

El corazón de Sabin se hinchó con el orgullo. Tal vez estuviese loco, pero realmente amaba su lado oscuro. Era mágica en un campo de batalla.

Siguió el rastro de los cuerpos adultos tirados en los tortuosos corredores. Algunas de las habitaciones eran dormitorios con múltiples literas, algunas eran aulas de estudio. Había diminutos escritorios y manualidades en las paredes; cada pieza mostraba un demonio siendo torturado. Incluso había señas. Un mundo perfecto es un mundo sin demonios. Cuando los demonios se vayan, no habrá enfermedad, no habrá muerte. No habrá maldad. ¿Perdiste a alguien a quien amabas? Ya sabes a quién culpar.

Oh, sí. Los niños estaban siendo entrenados para odiar a los Señores desde el nacimiento. Fabulosos. Sabin había hecho alguna mala mierda en su vida, pero nunca enseñó a odiar a un inocente.

—¡Bastardo! —Oyó gritar a Gwen, seguido por un aullido de dolor.

Incrementando la velocidad, Sabin siguió el sonido, vio a un hombre encorvado y agarrándose la entrepierna. No sabía que había sucedido y no se molestó en detenerse a preguntar. Simplemente apuntó su Sig y disparó tres rondas. Ni una hirió a Gwen.

Gwen se volvió, las garras desnudas. Aquellas diminutas alas revolotearon como locas bajo la camiseta. La mirada mortal se desvaneció cuando se dio cuenta quien permanecía ante ella.

—Gracias.

—No hay de qué.

—Encontré a tus amigos. Están heridos, pero vivos. Los liberé, pero dos están desaparecidos. Gideon y Anya.

Primero: ¿Ya los había encontrado y liberado? Sagrado Infierno. Era más rápida y mejor de lo que incluso había pensado. Segundo: ¿Dónde diablos estaban los otros? ¿Encerrados?

—¿Anya? —gritó—. ¿Gideon?

—¿Sabin? ¿Sabin, eres tú? —Preguntó una mujer desde la parte baja del corredor. Anya—. Ya era malditamente hora. Estoy aquí atrás. Con un guardián.

Sabin miró a Gwen justo cuando tres hombres entraron en sala, las expresiones salvajes.

—¿Los tienes? —preguntó.

—Sigue adelante. —Se enfrentó al nuevo desafío—. Ve por Anya.

Echó a correr. Habría dejado a cualquiera de sus hombres, y Gwen era mejor luchadora que todos ellos juntos, así que no dudó de su éxito. Ni Duda. El pensamiento lo hizo sonreír.

Cuando se movió, intercambió una pistola por una hoja. Casi estaba sin balas. Afortunadamente, un cuchillo no necesitaba recargarse. ¿Dónde estás, Anya? Pateó una puerta. Vacía. Los hombros se abrieron camino a través de otra, derribando los goznes. Nada. Tres habitaciones más, y allí estaba, mirando a un niño pequeño, los hombros manchados de carmesí.

El niño se volvió, con expresión decidida. Había algo... raro en él, como si no fuera tridimensional.

—¡Sabin! —Cuando Anya se lanzó a un lado, el niño la siguió rápidamente, extendiendo un brazo.

—Tengo que mantenerla aquí —dijo, pero no sonaba feliz por ello.

Sabin envainó lentamente el cuchillo y se llevó la mano atrás, curvando los dedos alrededor de la pistola de tranquilizantes.

—No lo toques —le gritó Anya— y no dejes que te toque a ti. Caerás sin advertencia.

—¡Anya!

Sabin reconoció la voz como la de Muerte, así que no se volvió cuando se aproximaron los pasos. Mantuvo la mirada sobre el chico, listo para saltar sobre él pese a la advertencia de Anya si iba nuevamente tras la diosa.

—¡Lucien! Quédate atrás, bebé, pero dime, ¿Estás bien? —El rostro de Anya se iluminó en una mezcla de placer y preocupación—. Tengo que saber que estás bien.

—Estoy bien. ¿Tú? Oh, dioses. —Lucien llegó detrás de él y jadeó. Sabin podía sentir las olas de furia palpitando de él—. Tus hombros.

—Es solo un pequeño rasguño. —Había fuego en las palabras, una promesa de retribución.

Manteniendo la mano tras la espalda, Sabin sacó la pistola de tranquilizantes para Lucien—. No estoy seguro si funcionará, pero voy a dejar que lo hagas tú. Gideon está todavía desaparecido. —El guerrero tomó el arma sin una palabra, y Sabin giró sobre los talones.

Continuó irrumpiendo en las habitaciones. Varias estaban acolchadas. Una estaba llena con ordenadores y otra tecnología. Una estaba llena con suficiente comida para toda una vida. Bajando otro corredor se volvió, gritando el nombre de Gideon. Esas habitaciones tenían cerraduras electrónicas e identificaciones dactilares. Con el corazón latiéndole acelerado, presionó el oído a cada puerta hasta que finalmente, bendito fuera oyó un susurro.

Gideon.

La urgencia lo inundó, hurgó en la rendija del centro. Los músculos se tensaron, los huesos casi reventaron en la unión y la herida se le abrió de nuevo, pero trabajó en la orilla hasta que el metal estuvo lo bastante abierto para deslizarse a través de él. Lo primero que advirtió fue la rota y sangrante forma atada con correas a una camilla. Una enfermiza sensación de déjà vu lo golpeó.

Cruzó la distancia, la bilis elevándose en la garganta. Los párpados de Gideon estaban hinchados, parecía como si tuviese rocas enterradas bajo ellos. Las heridas coloreaban cada parte del desnudo cuerpo. Muchos de los huesos estaban rotos y se elevaban a través de la piel. Las manos habían sido ambas amputadas.

—Volverán a crecer, juro a los dioses que volverán a crecer —susurró Sabin cuando tiró de las correas. Eran fuertes. Demasiado fuertes, realizadas en alguna clase de extraño metal. Ni siquiera podía cortarlas con un cuchillo.

—La llave. No está aquí. —La voz de Gideon era tan débil, Sabin apenas la oía. Pero el guerrero señaló hacia un gabinete con un gesto de la barbilla. Con seguridad, había una llave colgando por ahí.

—No me insultes...con ello.

—Conserva la fuerza, amigo mío. —Le habló gentilmente, pero la rabia manaba a través de él, consumiéndole, convirtiéndose en la única cosa que conocía. Esos bastardos iban a pagar por esto. Cada uno de ellos y mil veces más. También tenía que ser castigado, pensó. Había jurado que nunca dejaría que este tipo de cosas le sucedieran a sus camaradas otra vez, sin embargo ahí estaban, prácticamente reviviendo el pasado.

Cuando Gideon estuvo libre, Sabin lo cogió gentilmente en los brazos y lo llevó al corredor. Strider estaba en proceso de doblar la esquina, pálido, tembloroso y tambaleante. Cuando el guerrero echó un vistazo al bulto que cargaba Sabin, dejó escapar un salvaje gemido.

—Está...

—Está vivo. —Apenas.

—Gracias a los dioses. Lucien tiene a Anya. Se las arregló para dispararle un tranquilizante al chico que la guardaba. Reyes está en algún lugar en la parte de atrás. Stefano ha pedido refuerzos, pero nunca creerás quién se ha quedado.

En ese momento, no le importaba.

—¿Has visto a Gwen?

—Sí. Bajando el corredor a la derecha. —Strider tragó—. He estado buscándote. Me ocuparé de Gideon. Ve a ayudar a tu mujer.

El alivio se mezcló instantáneamente con la rabia cuando Sabin entregó cuidadosamente a Gideon.

—¿Le ha ocurrido algo a ella?

—Solo ve.

Corrió, los brazos bombeando, las piernas temblándole, hasta que alcanzó la cámara donde la había dejado. Todavía estaba allí, pero ya no estaba luchando con los Cazadores humanos. Estaba luchando con su padre.

Y estaba perdiendo.

Adivina quién se ha quedado, había dicho Strider. El bastardo había tenido tiempo de que le crecieran las pelotas. Gwen estaba doblada, jadeando, sangrando, tambaleándose cada vez que repartía golpes a diestro y siniestro mientras las piernas ya no podían sostener su peso. Galen tenía un largo látigo parecido a una serpiente. No, no igual que una serpiente. Era una serpiente. Siseando, los dientes brillando con veneno. Y cada vez que Gwen se las arreglaba para cortar la cabeza de la serpiente, crecía otra en su lugar.

—Los grandes y fuertes Señores del Inframundo, confiando en una mujer. Y ellos me llaman cobarde. —Se mofó Galen.

—No soy sólo una mujer —gritó Gwen—. Soy una Arpía.

—Como si eso supusiera una diferencia.

—Debería. También soy medio demonio. ¿No me reconoces? —Se acercó a pesar de que la serpiente se le abalanzó y fue a por el corazón del guerrero.

—¿Debería? Todas las mujeres me parecen lo mismo. Putas asquerosas. —La esquivó expertamente, retirando el látigo de ella y haciéndola gritar antes de rajarla otra vez. Esta vez, ésta se enrolló alrededor de la muñeca. Dio otro tirón. Ella gritó una vez más. Cayó a los pies, todo el cuerpo sacudiéndose.

Sabin no podía soportarlo. No podía dejar que el bastardo destruyera a Gwen, sin importar lo mucho que quizás se resintiera Gwen con él por interferir.

—Déjala en paz. Yo soy al que quieres. —Apretando los dientes, sacó varias dagas y las lanzó todas excepto una, que fue al látigo, cortando el agarre en Gwen. Lanzó la última a Galen, dándole en el estómago. El guerrero rugió, cayó y Gwen se tambaleó poniéndose en pie.

Sabin saltó enfrente, bloqueándola cuando Galen se acuclilló.

—¿Al fin estás listo para hacerlo? ¿Para admitir la derrota?

Frunciendo el ceño, Galen sacó el cuchillo de su estómago.

—¿Crees realmente que eres lo bastante fuerte para ser mejor que yo?

—Ya lo he sido. Nos hemos abierto camino a través de la mayor parte de tus fuerzas. —Estaba sonriendo cuando escamoteó y le apuntó con su Sig—. Todo lo que queda es tu encarcelamiento. Y eso no parece ser muy difícil de conseguir.

—Détente. Solo detente. —Gwen se tambaleó parándose delante de él, enderezando los hombros. Se tambaleó, pero no se cayó, la mirada fija sobre Galen—. No quiero que te derroten hasta que oigas lo que tengo que decir. He esperado por este día toda mi vida, soñando con decirte que yo soy la hija de Tabitha Skyhawk. Tengo veintisiete años, y creo haber sido engendrada por un ángel.

Galen se rió cuando se levantó, pero esa risa no pudo ocultar el estremecimiento. Ahora estaba sangrando profusamente.

—¿Se supone que eso debe significar algo para mí?

—Dímelo tú. Hace unos veintiocho años, dormiste con una Arpía. —Dijo Gwen—. Tenía el cabello rojo y ojos marrones. Estaba herida. La curaste. Entonces te marchaste pero dijiste que volverías.

La persistente sonrisa satisfecha se desvaneció mientras la estudiaba.

—¿Y? —No sonaba como si le importara, pero tampoco intentó escapar cuando había claramente perdido la batalla.

Todo el cuerpo de Gwen tembló, y la rabia de Sabin se oscureció.

—Y el pasado tiene modos de alcanzar a la gente, ¿verdad? Así que, sorpresa. Aquí estoy yo. —Extendió los brazos—. Tú hija perdida.

—No. —Galen sacudió la cabeza. Al menos la diversión no volvió—. Estás mintiendo. Lo habría sabido.

—¿Por qué no has tenido quién te anuncie el nacimiento? —Ahora fue Gwen quien rió, el sonido teñido con oscuridad.

—No —repitió—. Eso es imposible. No soy padre.

Detrás de ellos, la batalla estaba terminada. Los gritos se estaban deteniendo, los gruñidos se desvanecieron.

No más disparos. No más sonido de pisadas. Entonces el resto de los Señores llenaron el umbral de la puerta, cada uno llevando expresiones de odio y furia. Cada uno goteando sangre. Strider todavía llevaba a Gideon, como si temiese dejarlo en el suelo.

—Bueno, bueno, bueno. Mira a quién tenemos aquí. —Gruñó Lucien.

—¿No eres tan resistente sin un niño alrededor escudándote, Esperanza?—Rió Anya.

—Esta noche cenaré tu negro corazón. —Gruñó Reyes.

Sabin estudió el severo conjunto de las caras de sus amigos. Esos guerreros habían sido torturados, y no iban a dejar ir su venganza. Tanto como simpatizaba con esa idea, no les dejaría tenerlo todavía.

—Galen es nuestro. —Les dijo Sabin—. Quedaos al margen. ¿Gwen?

Gwen sabía lo que le estaba preguntando Sabin. Permitirle aprisionar a su padre, o dejarle ir. Le estaba dejando elegir para probarle su amor como ninguna otra cosa podría haberlo hecho. Si solo pudiera darle lo que quería.

—Yo-yo no lo sé. —Dijo, la voz rota. Mirando detenidamente en aquellos ojos azul cielo, ojos con los que había soñado una vez, quedó nuevamente impactada con el conocimiento que su padre estaba allí, frente a ella, que representaba todo lo que había querido desde que era una niña pequeña y después de adulta, mientras había estado atrapada en esa celda en Egipto. ¿Cuán a menudo había anhelado ser abrazada y protegida?

No había sabido de ella. Ahora que lo sabía, ¿La querría? ¿La quería con él, como había anhelado todos esos años?

Galen observó airadamente a los guerreros que lo contemplaban con mirada amenazante.

—Quizás hablé demasiado pronto. Hablemos, tú y yo. En privado. —Dio un paso adelante y se estiró hacia ella.

Sabin gruñó, y ese era el tipo de sonido que hacía una bestia antes de atacar.

—Puedes irte sí, si ella te lo permite, pero no la tocarás. Jamás.

Durante varios segundos, pareció como si Galen fuese a discutir. Los Señores ciertamente lo estaban. Querían a ese hombre encadenado y no les gustaba que Sabin le hubiese ofrecido la libertad.

—Ningún hijo mío elegirá estar con los Señores del Inframundo —Galen tendió la mano e hizo un movimiento con los dedos hacia ella—. Ven conmigo. Vayámonos, llegaremos a conocernos el uno al otro.

¿Deseaba realmente aprender sobre ella o simplemente esperaba usarla como otra arma contra sus odiados enemigos? La sospecha hería, y Gwen se encontró a sí misma agarrando la pistola de Sabin, el cañón apuntando a la cabeza de Galen.

—No importa lo que suceda, no voy a ir a ningún lado contigo.

Sabin lo odiaba. Ese hombre había hecho cosas crueles. Continuaría haciendo cosas crueles.

—¿Matarías a tu propio padre? —Preguntó Galen, agarrándose el corazón como si realmente hubiese herido sus sentimientos.

En su mente, estaba de repente envolviendo los brazos a su alrededor, sosteniéndola cerca, diciéndole lo mucho que la quería. Esperanza. Eso es lo que era, en su pecho, floreciendo a través de todo el cuerpo. ¿Eso venía de él? ¿O de sí misma?

—Me descartaste muy rápido —le gritó ella—. Dijiste que no habías tenido hijos.

—Estaba simplemente en shock. —Le explicó pacientemente—. Absorbiendo las noticias. Después de todo, no es todos los días que a un hombre se le da el precioso regalo de la paternidad.

La mano temblaba.

—Tu madre... Tabitha. La recuerdo. Era la visión más hermosa que haya incluso visto o tenido nunca. La quise instantáneamente y quería mantenerla, pero me dejó. Nunca fui capaz de encontrarla. Si hubiese sabido de ti, habría deseado tener un lugar en tu vida.

¿Verdad o mentira? Elevó la mandíbula incluso cuando el brazo caía. Quizás había algo bueno en él. Quizás podría ser salvado. Quizás no. Pero...

—Vete.

Se estiró por ella.

—Vete. —Repitió, una lágrima caliente resbalando por la mejilla.

—Hija...

—¡He dicho que te vayas!

De repente las alas saltaron en movimiento, extendiéndose, rápido, demasiado rápido, aleteando, enviando ráfagas de viendo alrededor de ellos. Antes de que nadie pudiera parpadear, explotó, a través del techo y salió del edificio.

Incapaz de aguantarse más tiempo, los otros guerreros le dispararon, incluso sacaron las espadas. Alguien debió haberle dado, porque hubo un aullido. Aunque, no debió herirle demasiado, porque no cayó de regreso al interior. Se odió a si misma por el alivio que sintió.

El sonido de las fuertes respiraciones llenó la habitación, mezclado con murmullos de maldiciones, pasos apresurados.

—Otra vez no —gruñó Strider, dejando finalmente a Gideon en el suelo—. ¿Por qué has hecho eso, Sabin? ¿Por qué permitiste que hiciera eso? —Un segundo después, el enorme guerrero estaba al lado de su amigo, retorciéndose en agonía.

La vacilación de Sabin le había dado a Galen la oportunidad para escapar, y el escape de Galen había significado la derrota de los Señores. La derrota para Strider. Mi culpa, pensó. Sólo había probado que Sabin tenía razón. No podía confiar en su mayor enemigo. Había vacilado en hacer lo que era necesario.

—Lo siento. —Dijo Sabin a su amigo.

Lo haría por él. De algún modo, de alguna manea. Se volvió, queriendo agarrarle y hacerle escuchar la disculpa. En lugar de eso jadeó.

—Estás sangrando.

—Estoy bien. Me curaré. ¿Tú cómo estás?

Su mirada la recorrió, tomando nota de cada herida y corte. Un músculo pulsó bajo su ojo.

—Debería haberle derrotado cuando tuve la oportunidad. Te hizo daño.

—Me curaré —dijo, cogiéndole desprevenido cuando se lanzó a sus brazos—. Lo siento. Lo siento mucho. ¿Podrás perdonarme?

Gruñó, incluso cuando la besaba en la coronilla.

—Te quiero. No hay nada que perdonar, cariño.

—Soy débil. Dejé ir a tu mayor enemigo. Yo...

—No, no, no. No dejaré que te culpes por eso. Yo le dejé ir. —Le cogió la barbilla—. Ahora dime lo que quiero oír. Lo que necesito oír.

—Yo también te amo.

Cerró los ojos durante un momento, su alivio era palpable.

—Estaremos juntos para siempre.

—Sí. Si tú quieres.

—Sí. Si tú me aceptas.

—¿Qué quieres decir, si yo te acepto? Te lo dije, tú eres lo primero en mi vida.

—Lo sé. —Las pestañas se levantaron lentamente y entonces lo miró con detenimiento, las lágrimas corriendo ahora libremente por las mejillas—. Has entregado una victoria por mí. No puedo creer que lo hicieras.

—Yo lo daría todo, todo por ti.

—Realmente me amas. Lo has dicho. No dejaré que llegues a odiarme, no dejaré que la guerra se interponga entre nosotros.

—¿Eso es lo que te ha estado preocupando? —Bufó—. Cariño, podría haberte dicho esas cosas.

—Pero no te habría creído. Pensaba que ganar era la cosa más importante en tu vida.

—No. Ésa eres tú.

Le sonrió radiantemente. Pero aquella sonrisa se desvaneció cuando los murmullos de los otros Señores llenaron los oídos, recordándole lo que había hecho. O no había hecho.

—Debí haberte dicho que lo encerrases para siempre. Lo siento, lo siento mucho. Tiene que ser detenido, lo sé, pero al final, no podía entregarle yo misma... no podía dejarte... Lo siento tanto. Ahora va a causar incluso más problemas.

—Está bien. Está bien. Nos encargaremos de eso. Le hemos dado un buen golpe a su ejército.

—No estoy segura cuanto bien nos hará eso. Galen encontró a Desconfianza. —Dijo Anya—. Está intentando colocar el demonio en el interior del cuerpo de alguien, esperando crear un soldado inmortal que pueda controlar. Está demasiado seguro de su éxito.

Desconfianza, una vez el mejor amigo de Sabin, recordó Gwen. Si Desconfianza estaba al lado de su padre, ¿Sería Sabin capaz de hacer daño a cualquier cuerpo en el que residiera? Sin importar el tipo de destrucción que esa persona infligiera. No quería que su hombre se enfrentara con el mismo tipo de decisión que había tenido que tomar.

Sabin se pasó una mano a través del húmedo pelo.

—No sé lo que haría —dijo como si hubiese leído sus pensamientos—. Pero ahora entiendo cuán difícil debió haber sido tu decisión. Si necesitas que ese bastardo sea libre para ser feliz, entonces permanecerá libre.

—Hey —murmuraron varios de los guerreros detrás de él.

—Nosotros tenemos algo que decir sobre eso. —Gruñó Reyes, hurgando en los bolsillos de los Cazadores caídos.

Gwen suspiró.

—Aceptaré su captura, sé que lo haré. Verlo por primera vez fue demasiado sorprendente de digerir. Sin embargo, no te preocupes. La próxima vez lo haré mejor.

—Sí, pero preocuparme es lo que mejor hago.

—Ya no. Amarme es lo que mejor haces.

—Esa es la verdad.

—Vamos a casa —dijo apretando su abrazo—. Tenemos algunos niños que calmar, artefactos que encontrar, Cazadores que matar y una caja que destruir. Después de que me ames hasta dejarme sin aliento, por supuesto.