Capítulo 9

Sabin acechó a través de la fortaleza, gemidos de dolor aumentaban desde los calabozos y se hacían eco en las paredes. Alguien estaba interrogando a los prisioneros. Él debería estar allí, ayudando, pero tenía que hablar primero con Anya.

Sí, se daba cuenta de que estaba colocando a una mujer antes que al deber, pero esto era una cosa pequeña, asegurar la comodidad de Gwen, y no debía de llevarle mucho tiempo. Nunca más, sin embargo, se aseguró a sí mismo. La próxima vez que hubiera alguien a quien torturar, él estaría en primera línea, Gwen podría irse al infierno.

Todavía. Extrañamente, el dejar a Gwen se sentía... mal. Una parte de él, una gran parte—de—mierda, una muy grande — pensaba que debía estar con ella, aliviándole sus temores, asegurándole que todo estaría bien.

No podía asegurarle a una mujer otra cosa que miseria, pensó sombríamente. Especialmente a una mujer a la que estaba desesperado por volver a besar.

Ese beso en el avión casi había acabado con él. Nunca nada había sido más dulce o había tenido el potencial para ser tan increíblemente explosivo. Pero permitirse participar habría significado aflojar su dominio de hierro sobre Duda, y si lo hubiera hecho, el demonio hubiera derramado sangre mentalmente; y habría un resultado del que no tendía duda. Ella ya había estado en un estado de fragilidad, asustada por quién y qué era él. Otro beso sería el epítome de la estupidez.

¿Y por qué había empeorado las cosas contaminando sus recuerdos con los de su ex? ¿Cuán rastrero era, diciéndole a ella que no había manera que el hombre en el que había confiado le hubiera sido fiel, sin importar lo que le hubiera llevado a su demonio a decirlo? Peor aún, a cada momento que pasaba, la determinación de Duda por destruir la poca confianza de Gwen se había fortalecido. Quizá porque Sabin la había convertido en el fruto prohibido, mandando constantemente al demonio que se mantuviera alejado de ella.

No había ayuda para esto, sin embargo. Si dejaba de retener al demonio, la ya inestable autoestima de Gwen se desvanecería. Su confianza sería eliminada. Y él no podía dejar que ocurriera. Tenía que proteger su arma. Seguramente esa era la única razón por la que él se preocupaba por el estado de ánimo de ella.

Sólo tenía que averiguar la mejor manera de utilizarla. Tal vez debía convencerla de que se uniera a los Cazadores y que destrozara desde dentro. Eso ciertamente tenía posibilidades.

Los Cazadores había intentado esta estrategia durante miles de años, Baden había sido su mayor éxito. Había llegado la hora de que él usara su propia astucia en su contra.

¿Aunque sería capaz de convencer a Gwen de hacerlo?

La cuestión lo molestó mientras se movía por la fortaleza. Las vidrieras de emitían prismas llenos de colores por el pasillo e iluminaba el polvo que bailaba en el aire.

Sabin no había vivido aquí mucho tiempo, pero incluso él podía decir que las nuevas residentes femeninas habían insuflado vida al lugar. Su decoración, de alguna manera, había logrado expulsar la oscuridad que había visto la primera vez que había estado allí. Ashlyn había elegido los muebles. Sabin no sabía mucho acerca de ese tipo de cosas, pero sospechaba que las piezas eran caras, ya que le recordaban a los años que había pasado en la Inglaterra Victoriana.

No había ya más piezas rojas para ocultar las salpicaduras de sangre que Reyes había derramado cuando se veía forzado a cortarse a sí mismo. Ahora había un salón grisáceo, una silla de terciopelo rosado, un carrusel de caballos, y un escritorio de nogal y mármol. Incluso había un cuarto de niños al lado de la habitación de Maddox y Ashlyn.

Anya había suministrado los... extras. La máquina de chicles que había en una de las esquinas de allá, la barra de stripper que tuvo que esquivar y el juego del Pacman al lado de las escaleras.

Danika había pintado los retratos de las paredes. Algunos eran de ángeles, volando por el cielo, algunos eran de demonios merodeando por el infierno, pero cada uno representaba una visión que ella, como el Ojo que Todo lo Ve, había tenido una vez. A través de esas pinturas, ellos estaban aprendiendo más de los espíritus que llevaban dentro, así como de los dioses que ahora los controlaban.

Por supuesto, intercaladas entre de las visiones del cielo y del infierno estaban más de los “extras” de Anya. Y estos eran retratos de hombres desnudos. Para consternación de todos, había logrado salvarlos de la explosión de una bomba de los Cazadores. Sabin había intentado bajar uno una vez. Al día siguiente, se había encontrado un retrato de él desnudo en su lugar. Cómo la diosa lo había pintado con tanta rapidez y precisión — Nunca lo sabría. Nunca había vuelto a coger otra de sus pinturas.

Sabin dobló la esquina y pasó al lado de la puerta abierta de la sala de entretenimiento, con la intención de coger el segundo tramo de escaleras que lo llevaría al dormitorio de Lucien y Anya. Por el rabillo del ojo vio a alguien alta y delgada y retrocedió. Se detuvo en la entrada, fijó su atención en Anya. Vestida con un traje de cuero ultracorto, con botas puntiagudas, era tan perfecta como podía ser una mujer. No había ni un solo defecto en ella. A excepción de su retorcido sentido del humor.

En ese momento estaba jugando al Guitar Hero con su amigo William. Su cabeza se movía al ritmo errático de la música, con zarcillos de pelo bailando a su alrededor. William era inmortal y hacía tiempo que había sido expulsado de los cielos al igual que lo habían sido los Señores. Mientras que ellos casi habían destruido el mundo con sus fechorías, él sólo había seducido a la mujer equivocada. O dos. O tres mil. No muy diferente a Paris, que se acosaba con cualquier mujer que se le pusiera por delante, casada o no. Incluso con la Reina de los Dioses. El Rey Zeus los había encontrado juntos y, como a William le gustaba decir, “perdió los papeles”.

Ahora su suerte estaba ligada a un libro, el libro que Anya le había robado y del cual le gustaba arrancar un puñado de páginas cada vez. Un libro que supuestamente predijo una maldición —que involucraba a una mujer —que mandaría sobre él.

Fiel a su estilo, mientras aporreaba los tambores, el guerrero estaba mirando el culo de Anya como si fuera un dulce y él tuviera una vena golosa que hubiera sido reprimida durante mucho tiempo.

—Podría hacer esto todo el día. —dijo él, moviendo las cejas.

—Presta atención a las notas. —Le advirtió Anya—. Las estás perdiendo y se están arrastrando hacia abajo.

Hubo una pausa, y entonces ambos se sonrieron.

—¡No lo alabes, Gilly! No lo hizo lo mejor posible. Solo una chica con cu..., no importa. ¡Justo acabo de decirle lo horrible que es! —Anya giró, los dedos nunca dejaron de moverse rápido sobre la guitarra.

¿Gilly estaba aquí? Sabin miró a su alrededor pero no vio ningún signo de ella. Entonces se dio cuenta de los auriculares que Anya y William llevaban y cayó en que estaban jugando online con Gilly.

Sabin inclinó su hombro contra el marco de la puerta, cruzando los brazos sobre el pecho y esperando impacientemente hasta el final de la canción.

—¿Dónde está Lucien?

Ni William ni Anya se dieron la vuelta o jadearon o actuaron como si estuvieran sorprendidos por su presencia de alguna forma.

—Está escoltando almas, —dijo Anya, tirando la guitarra al sofá—. ¡Sí!, He golpeado un noventa y cinco por ciento, Gilly, tú un noventa y ocho y el pobre William solo un cincuenta y seis. —Hubo una pausa—. ¿Qué te había dicho? No alabes al hombre que criticaba nuestra ternura. Sí, tú también. Hasta la próxima, chica. —se quitó el auricular y lo dejó al lado de la guitarra. Luego levantó el cartón de cheese tots7 de la mesa del café y empezó a comerlos lentamente, cerrando los ojos en éxtasis.

A Sabin se le hizo la boca agua. Los cheese tots eran sus favoritos. De alguna manera, ella sabía que vendría aquí, a buscarla; y había decidido torturarlo, tomarle el pelo.

—Dame un mordisco. —dijo él.

—Búscate unos para tú. —respondió ella.

William tiró los palos al aire, los atrapó, y luego los puso encima de la batería.

—No importa cuántas notas haya hecho de menos, aún consigo hacer una hermosa música.

—¡Ja! Te he ganado completamente. —Anya acabó con el resto de los tots, con su mirada divertida sobre Sabin. Se tiró al sofá con las piernas colgando por el borde—. Pues, Sabie, te he estado buscando. ¡Lucien dice que tenemos una arpía en la casa! —Aplaudió con entusiasmo—. Adoro a las arpías. Son tan maravillosamente traviesas.

Él no le indicó que había estado jugando y no buscándolo.

—¿Maravillosamente traviesas? No las has visto desgarrar la garganta de un cazador.

—No, no lo hice. —Sus labios se redujeron al familiar mohín—. Echo de menos la diversión más allá de ser la canguro de Willy.

William puso los ojos en blanco.

—Muchas gracias, Annie. Me quedé aquí, haciéndote compañía, ayudándote a proteger a las mujeres, y deseas que hubiera estado fuera de combate. Dioses, vaya sablazo me has dado. Incluso me has arrancado algo.

Anya se acercó y le acarició la cabeza.

—Tómate un momento, busca en ti mismo. Mientras tanto, mami va a hablar con papá—dudita.

La boca de William arqueó una esquina.

—¿Eso me hace el papi?

—Solo si quieres morir. — dijo Sabin.

Con la risa en pleno auge, William caminó hacia la televisión de pantalla plana de sesenta y tres pulgadas y se dejó caer en el sillón de felpa frente a ella. Tres segundos más tarde, un festín de carne apareció en pleno apogeo, con abundantes gemidos. Una vez, Paris había amado esas películas. Pero en las semanas anteriores a la excursión a Egipto, solo William las había estado viendo.

—Cuéntame todo acerca de esa arpía. —Dijo Anya, inclinándose hacia Sabin, su rostro iluminado con interés—. Me muero por saberlo.

—La arpía tiene nombre. —¿Eso era... irritación en su voz? Seguramente no. ¿Qué le importaba si todo el mundo se refería a ella como arpía? Es como él se refería a ella—. Es Gwendolyn. O Gwen.

—Gwendolyn, Gwendolyn, Gwen. —Anya se tocó la barbilla con una uña larga y afilada—. Lo siento. No me suena.

—Ojos dorados, cabello rojo. Bueno, pelo rubio—fresa.

Sus brillantes ojos azules de repente fulguraban.

—Esto es interesante.

—¿El qué? ¿El color de su pelo? —¡Ya lo sabía! Él quería abrirse camino con sus dedos, cogerlo a puñados, extenderlo sobre la almohada, sobre sus muslos.

—No, que lo llamaras rubio—fresa. —el tintineo de una risa brotó de ella—. ¿El pequeño Sabin ha tenido un flechazo?

Él apretó los dientes con irritación mientras un calor inundaba sus mejillas. ¿Un rubor? ¿Un jodido rubor?

—Aww. ¡Qué bonito! Mira quién se enamoró mientras buscaba en todas esas pirámides. ¿Qué más sabes de ella?

—Tiene tres hermanas, pero no conozco sus nombres. —las palabras fueron crudas, llenas de violenta advertencia. Él no estaba enamorado.

—Bueno, lo descubriré. —dijo ella con un tono tan claramente exasperado con el que no había hecho él ya.

—De hecho, estaba esperando que ya lo supieras. Necesito estar con ella. —protegerla. Una parte de él quería suplicar. Mantenerla a salvo. Espera. ¿Una parte de él quería suplicar? ¿En serio?—. Pero William está aquí. William no se acercará a ella.

El cuero se frotó contra el vaquero cuando William se giró en la silla. Sus ojos prácticamente brillaban con intriga.

—¿Por qué no puedo estar cerca de ella? Creo que es guapa.

Sabin lo ignoró. Era eso o matarlo. Y matarlo alteraría a Anya. Y molestar a Anya era el equivalente a colocar la cabeza en una guillotina.

En momentos como ese, Sabin sintió deseos de la aburrida rutina de la batalla y del entrenamiento que habían comprendido su vida antes de que se reunieran con los otros Señores. Entonces solo habían sido cinco compañeros y no había mujeres enfadadas —Cameo estaba más que molesta, pero ella no contaba— o sus calientes amiguitas para tratar con ellos—. También mira a ver si puedes conseguir que coma. Ha estado conmigo varios días y solo ha comido unos pocos Twinkies pero los vomitó inmediatamente después.

—En primer lugar, nunca dije que iba a cuidar de tu mujer. Y en segundo lugar, por supuesto que no va a comer. Es una arpía. —el tono de Anya sugirió que era un imbécil. Quizá lo fuera.

—¿De qué estás hablando?

—Ellas solo comen lo que roban o ganan. ¡No me lo puedo creer! Si le ofreces comida, ella tiene que rechazarlo. De lo contrario... redoble de tambores... vomitará.

Él hizo un gesto de rechazo con la mano.

—Eso es ridículo.

—No. Esa es su forma de vida.

Pero eso... seguramente no era... infiernos. ¿Quién iba a decir que algo era imposible? Durante años Reyes había tenido que apuñalar a Maddox en el estómago a medianoche y Lucien tenía que acompañar el alma del guerrero muerto al infierno, solo para regresar a la mañana siguiente a un cuerpo sano y a hacerlo todo de nuevo la noche siguiente.

—Ayúdala a robar algo, entonces. Por favor. ¿No es el pequeño robo tu fuerte? —Más tarde se aseguraría que los alimentos que estaban tirados en su habitación fueran fáciles de “robar”.

De repente, un agudo grito de dolor rasgó las paredes, un sonido que calmaba el alma de Sabin. El interrogatorio del cazador había alcanzado un nuevo nivel. Yo debería estar allí, ayudando. En cambio, se quedó clavado en el lugar, inquisitivo, desesperado por las respuestas.

—¿Qué más debo saber sobre ella?

Pensativa, Anya se levantó, se acercó a la mesa de billar y sacó una de las bolas del bolsillo. La lanzó al aire, la atrapó y la lanzó de nuevo.

—Vamos a ver, vamos a ver. Las arpías pueden moverse tan rápido que el ojo humano —en este caso, sería ojo inmortal— no sería capaz de registrar ni un solo movimiento. Les gusta torturar y castigar.

De ambos, él había sido testigo de primera plana. La velocidad con la que había matado al cazador... la brutal forma en que lo había atacado... que lo decía todo sobre la tortura y el castigo. Sin embargo, cada vez que Sabin mencionaba lo de atacar a los otros cazadores responsables de su tratamiento, ella palidecía, temblando de miedo.

—Como cualquier otra raza, las arpías pueden tener dones especiales. Algunas pueden predecir cuándo una persona en concreto va a morir. Otras pueden sacar el alma de un cuerpo y llevarla a la otra vida. Por desgracia, no muchas pueden hacer eso —eso haría el trabajo de mi cariñito mucho más fácil. Algunas pueden viajar.

¿Poseía Gwen alguna habilidad especial?

Cada vez que aprendía algo de ella o de sus orígenes, otras miles de preguntas se presentaban.

—Pero no te preocupes por tu mujer. —Añadió Anya como si le estuviera leyendo el pensamiento—. Ese tipo de poderes no se desarrollan hasta muy tarde en su vida. Al menos hasta que tenga unos pocos cientos de años— ¿o se trataban de un pocos miles? No me acuerdo— probablemente ella todavía no se ha aprovechado de sus capacidades.

Lo que le convenía saber.

—¿Son malvadas? ¿Se puede confiar en ellas?

—¿Malvadas? Depende de cómo lo definas tú. ¿De confianza? —Lentamente, sonrió, como si estuviera disfrutando de sus palabras—. Ni siquiera un poco.

Eso no era bueno para su principal objetivo. Pero, maldita sea, no podía imaginarse a la dulce e inocente Gwen jugando con él.

—Por lo que Lucien te ha dicho, ¿crees que Gwen pueda estar trabajando con los cazadores? —No tenía la intención de preguntar eso, verdaderamente, no la creía capaz de hacerlo. La única razón de ese pensamiento era que en su mente estaba Duda. Duda, para quien la confianza y la seguridad eran viles maldiciones.

—No, —dijo Anya—, quiero decir, se encontraba encerrada. Ninguna arpía viva estaría dispuesta a ser enjaulada. Ser capturado es ser ridiculizado, lo encuentran indigno.

¿Cómo la tratarían sus hermanas cuando llegaran, entonces? No les permitiría castigarla. Y una mierda. La había dejado encerrada en su dormitorio. Un amplio dormitorio pero una prisión, al fin y al cabo. ¿Lo veía ahora como había visto a los cazadores? Su estómago se revolvió.

—¿Te quedarás con ella, por favor?

—Odio tener que decírtelo, dulce chuletita, pero si ella no quiere estar aquí, ni siquiera yo puedo mantenerla aquí, nadie puede.

Otro grito humano atravesó la habitación, seguida de inmediato por una risa inmortal.

—Por favor —repitió—, está asustada y necesita una amiga.

—Asustada. —Anya se rió. Pero la expresión de él no vaciló, de modo que la risa de ella comenzó a desvanecerse—. Te estás quedando conmigo, ¿verdad? Las arpías nunca tienen miedo.

—¿Cuándo he demostrado tener sentido del humor?

Tan desdeñosa de los misterios como era, Anya sacudió la cabeza.

—Allí estaré. De acuerdo. Cuidaré de ella, pero solo porque siento curiosidad. Te diré algo, una arpía asustada es un imposible.

Ella pronto aprendería el error de eso.

—Gracias. Te debo una.

—Sí, lo haces. —Anya sonrió dulcemente. Demasiado dulcemente—. Oh, y si me pregunta acerca de ti, le contaré todo lo que sé. Todos los detalles. Y quiero decir todos.

Un temor instantáneo se clavó en él. Ya Gwen desconfiaba de él. Si ella supiera la mitad de las cosas que había hecho en el pasado, nunca le ayudaría, nunca confiaría en él, nunca más lo miraría con esa mezcla intoxicante de deseo y de incertidumbre.

—Hecho. —dijo Sabin oscuramente—. Pero tú necesitas desesperadamente una paliza.

—¿Otra? Lucian me dio una esta mañana.

En ese momento Sabin admitió para sí mismo que nunca sacaría ventaja verbalmente de Anya. Ni tampoco podría intimidarla. No había razón siquiera para intentarlo.

—Sólo... sé amable con ella. Y si tienes una pizca de piedad en ese cuerpo perfecto tuyo, no le digas que soy el Guardián de Duda. Ella ya tiene miedo de mí.

Suspirando, se giró y se dirigió a la mazmorra dando zancadas.

—¿Dónde están? —demandó Paris. Un gemido de dolor fue su única respuesta.

Habían estado lo que le habían parecido días, pero sin resultados reales. El demonio de Aeron, Ira, le estaba mandando todo tipo de imágenes a la cabeza de lo que quería hacerle a ese hombre por sus pecados. Pronto Aeron no sería capaz de detenerse. Si eso sucedía, no conseguiría respuestas. Estaba dispuesto a parar, reagruparse y volver a intentarlo mañana, permitiendo al resto de cazadores quedarse —ellos ya habían matado accidentalmente a dos— imaginando lo que pronto les harían. A veces, lo desconocido resultaba más intimidante que la realidad. A veces.

Paris, sin embargo, no lo veía de esa manera. El hombre estaba poseído. Por algo más que su demonio. Había hecho cosas a esos humanos que incluso Aeron, un guerrero frío como era, no hubiera tenido estómago. Pero entonces, Aeron no era el hombre que solía ser.

Hacía unos meses que los dioses le habían ordenado matar a Danika Ford y a su familia, y él había luchado diligentemente contra la sed de sangre que posteriormente le consumía. Luchó contra las imágenes de esas dulces muertes que le invadieron la cabeza, su mano cortándoles las gargantas, sus ojos viendo verter la sangre de ellas, sus oídos registrando su último y gorgoteante aliento. Dioses, había deseado esas cosas más que nada en el mundo.

Cuando el deseo por fin lo había abandonado —aunque todavía no sabía por qué lo había hecho— había sentido miedo de tomar otra vida, cualquier vida, por miedo a transformarse de nuevo en la bestia que había sido. Después, los otros guerreros y él habían viajado a Egipto y habían tenido una lucha encarnizada. Había sido incapaz de detener su mano, el deseo que había temido lo había alcanzado otra vez, guiándolo.

Afortunadamente, se había calmado sin hacer daño a sus amigos. ¿Pero qué hubiera ocurrido si no lo hubiera hecho? No hubiera sido capaz de vivir consigo mismo. Solo Legión era capaz de calmarlo completamente, y actualmente estaba sin su compañía.

Sus manos se apretaron en puños. Quienquiera, cualquier cosa, que le estuviera observando debía parar antes de que Legión pudiera regresar. De alguna manera. Tristemente, aquellos invisibles y penetrantes ojos no estaban sobre él ahora. Estaba cubierto de sangre y en el bolsillo tenía un trapo acochado, un trapo en el que guardaba los dedos de los cazadores muertos. Verlo podría impulsar a ese voyeur bien lejos.

Al principio había pensado que era Anya haciendo alguna de sus travesuras. Le había hecho algo similar a Lucien. Legión no temía a Anya, sin embargo. Lo que la convertía probablemente en la única residente de la fortaleza aparte de Lucien que podía hacer esa aseveración.

—Una última oportunidad para responder a mi pregunta. —Dijo Paris tranquilamente, apretando el puñal contra las pálidas mejillas del cazador—. ¿Dónde están los niños?

Greg, su actual víctima, gimió, un flujo de saliva brotó de entre sus labios.

Habían aislado a los cazadores, uno en cada celda. De esa manera, los gritos provocaban a los demás el volverse locos, haciéndoles preguntarse exactamente lo que les habían hecho a sus hermanos. Los olores a orina, sudor y sangre que ya saturaban el aire, eran otra ventaja añadida.

—No lo sé. —Sollozó Greg—. Ellos no me lo dijeron. Juro por Dios que no me los dijeron.

Un sonido de crujir de bisagras, el resueno de unos pasos. Luego Sabin vagó por la celda, con determinación en sus rasgos. Ahora las cosas serían realmente sangrientas. Nadie estaba más determinado que Sabin. Con un demonio como Duda, probablemente fuera esta determinación lo que lo mantenía cuerdo.

—¿Qué habéis averiguado? —preguntó el guerrero. Sacó una bolsa aterciopelada de la parte de atrás de la cintura y con cuidado la colocó sobre la mesa, lentamente desenredando el material para revelar el agudo destello de diferentes metales.

Greg sollozó.

—La única nueva información es que nuestro viejo amigo Galen —Aeron dijo el nombre con un tono de mofa— es ayudado por alguien a quien llama... no te vas a creer esto. Desconfianza.

Sabin se congeló en su lugar. Las palabras, obviamente, estaban jugando con su mente.

—Imposible. Encontramos la cabeza de Baden, aunque no su cuerpo.

—Sí. — Ningún inmortal podría haber sobrevivido esto. Una cabeza no era algo de lo que podrían renegar. Otras partes del cuerpo sí, pero esto no. — También sabemos que ahora su demonio vaga por la tierra, enloquecido por la pérdida de su anfitrión. No hay ningún modo de que pudiera ser encontrado sin la caja de Pandora.

—Me ofende que esas palabras hayan sido dichas. Castigaste al cazador por mentir, desde luego.

—Por supuesto. —dijo Paris con una sonrisa satisfecha—. Tuvo que comerse su propia lengua.

—Deberíamos poner a este en la jaula. —sugirió Aeron. La Jaula de la Compulsión. Un antiguo y poderoso artefacto—y uno que supuestamente podría ayudarlos en su búsqueda de la caja. Cualquier persona que se colocara dentro de ella, tenía que hacer lo que le mandaran los guerreros, sin excepción. Bueno, casi sin excepción. Cuando Aeron habías ido consumido por la sed de sangre, le había rogado a alguien del cielo que lo metieran dentro y le ordenaran alejarse de las mujeres Ford.

Sin embargo, Cronos se había presentado ante él y le dijo, ¿Piensas que crearía algo tan poderoso como esta jaula y permitiría que fuera utilizada contra mí? Cualquier cosa que yo ponga en movimiento no puede ser detenido. Incluso con la jaula. Esa es la única razón por la que estuve de acuerdo con dejarla aquí. Ahora. Basta de esto. Ahora es el momento de actuar.

Aeron había parpadeado y se había encontrado dentro de la habitación de Reyes, con un cuchillo en la mano, y el cuello de Danika maravillosamente cerca...

—Nope. —Dijo Sabin—. Lo acordamos.

No mostrarían la jaula a los cazadores, ni siquiera a los condenados por ninguna razón, de modo que los cazadores nunca vieran lo que podía hacer. Solo por si acaso.

—¿Habéis averiguado algo más? — preguntó Sabin cambiando de tema.

Pero Aeron vio el brillo en la mirada del guerrero. Debido a que la jaula había sido mencionada en compañía mixta, este cazador iba a morir después de sus sesiones. — Solo una confirmación de lo que las mujeres cautivas nos dijeron. Fueron violadas, preñadas y sus bebés destinados a ser usados un día para luchar contra nosotros. Ya hay niños medio inmortales por ahí como cazadores, pero Greg no quiere salvar los dedos de sus manos y sus pies, y no me dice dónde.

Los sollozos se convirtieron en silencio, el cazador tenía tanto miedo que su garganta estaba cerrada. En cualquier momento, se desmayaría.

Paris le agarró por el cuello y le metió la cabeza entre las piernas, la cuerda que le sujetaba se apretó en sus muñecas. — Respira, maldito seas. O te juro por los Dioses que te mantendré lúcido de otra manera.

—Por lo menos aún tiene su voz. —dijo Sabin secamente. Mantuvo la hoja curvada hacia la luz y pasó la punta. La sangre apareció instantáneamente en su dedo—. A diferencia de tu amigo de la celda de la izquierda.

—Muy mal, —dijo Paris, pero no sonó arrepentido. Había un brillo casi maniático en sus ojos azules.

—¿Cómo se supone que va a responder a nuestras preguntas, si no puede hablar?

—Danza interpretativa. — fue la irónica respuesta.

Sabin resopló.

—Podías haber utilizado tus poderes. —su facultad de seducción trabajaba incluso en hombres.

—Podía, pero no lo hice. —Paris frunció el ceño—. Y no voy a hacerlo ahora, así que no preguntes. Odio a estos hijos de puta demasiado como para ser encantador, incluso si es para conseguir información. Sigo en deuda con ellos por el tiempo que pasé como su prisionero.

Sabin miró a Aeron, un tácito por qué no lo había detenido flotó entre ellos. Aeron se encogió de hombros. No tenía ni idea de cómo hacer frente al feroz y violento soldado en el que Paris se había convertido. ¿Era así como los otros se habían sentido por él

—¿Así que ahora estamos determinados a averiguar la localización de esos chicos? —Preguntó Sabin—. ¿Eso es todo?

—Sí. —Replicó Aeron—. Uno de los cazadores admitió que oscilaban entre las edades que comprendían entre la infancia y la adolescencia. Y sí, han estado violando a inmortales durante ese tiempo. Eran capaces de hacerlo sin ser atrapados por su ubicación. Esa caverna en Egipto había sido alguna vez un templo para los Dioses. Está protegida, no se sabe por quién ni cómo se omite esa protección.

—Se supone que los niños son más fuertes y rápidos que cualquier cazador que haya llegado antes. Ah, y fíjate en esto. La mayoría de las incubadoras, son así como las han llamado esos hijos de puta..., son las inmortales que Ashlyn encontró.

Ashlyn tenía la capacidad única de estar en un lugar y escuchar todas las conversaciones que allí habían tenido lugar. Antes de llegar a Budapest, ella había trabajado para — infiernos, dedicado su vida para — el Instituto Mundial de Parapsicología, una agencia que había utilizado sus habilidades paranormales para encontrar inmortales. Para “investigarlos”, le dijeron.

—No podemos decírselo. —Agregó Aeron—. Se quedaría devastada. —Saber que sin darse cuenta había estado trabajando para los cazadores había sido bastante malo; si descubría que sus habilidades se habían estado usando para ayudar a los cazadores a crear una nueva generación podría ser demasiado para la amable mujer embarazada.

—Se lo diremos a Maddox y dejaremos que él le filtre la noticia.

—Por favor, dejadme ir. —Suplicó Greg en tono desesperado—. Llevaré un mensaje a los otros. Cualquier mensaje que queráis. Una advertencia, incluso. Dejadme en paz.

Sabin levantó el frasco con un líquido de aspecto sucio de esa bolsa de terciopelo.

—Ahora, ¿por qué debería dejarte dar una advertencia cuando puedo hacerlo yo mismo? —abrió la tapa con el pulgar y vertió el contenido sobre su hoja. Hubo un siseo y un chisporroteo.

Greg trató de deslizarse de su silla hacia atrás pero estaba clavado en su lugar.

—¿Qu—qué es eso?

—Un tipo especial de ácido que me gusta mezclar por mí mismo. Se va a comer tu sangre, te quemará de dentro afuera. Las venas, los músculos, los huesos, no importa. Lo único que no se puede comer es este metal porque está traído directamente de los cielos. Así que, ¿vas a decirnos lo que queremos saber? ¿O voy a meter la hoja en la parte inferior de tu pie y dejar que el trabajo sea a mi manera?

Las lágrimas rodaban sobre el rostro del hombre tembloroso, aterrizaban en la camisa y se mezclaban con la sangre que ya lo cubría allí.

—Están dentro de un centro de entrenamiento. Todos lo llaman Hunter High. Es una filial de Instituto Mundial de Parapsicología. Un internado en el que los niños se mantienen apartados de sus madres en la medida de lo posible. Allí se les enseña a pelear, a rastrear. Se les enseña a odiaros por los millones de asesinatos que habéis cometido con vuestras enfermedades y mentiras. Los millones que se han suicidado por la miseria que extendéis.

Excelente. Ahora sonaba como los cazadores que Aeron detestaba.

—¿Y dónde se encuentra localizada la instalación? — preguntó Sabin rotundamente.

—No lo sé. Sinceramente, no lo sé. Tienes que creerme.

—Lo siento, pero no. —Sabin se aproximó lentamente a él—. Así que vamos a ver si puedo ayudarte a refrescar la memoria. ¿De acuerdo?