Capítulo 5

Sabin había asesinado a un hombre en frente de ella.

Habían pasado varias horas desde entonces y habían, incluso, cambiado de locaciones, pero la imagen sangrienta de ese humano cayendo sobre sus rodillas, luego sobre su cara, gorgoteando luego silencioso, tan silencioso, se rehusó a dejar su mente.

Gwen sabía que esa clase de ferocidad se agitaba dentro de Sabin, la misma clase de ferocidad que la había llevado a ella al asesinato. Sabía que él era duro, cruel e intocable por las emociones más suaves. Sus ojos lo habían revelado. Oscuridad y frío, totalmente calculador. En el momento que la había dejado salir de su celda esos dos días atrás, había empezado a notar la manera en que él inspeccionaba la escena a su alrededor y decidió a quién y qué podía usar para su conveniencia. Todo lo demás era descartado.

Debería haber sido descartada. En cambio. Ahora él quería su ayuda.

Pero no podía olvidar que la había apartado en un primer encuentro. Oh, eso la había avergonzado. Un simple roce de la yema de sus callosos dedos y se había pegado al lado de un hombre que no quería tener nada que ver con ella. Pero había sido tan cálido, su piel había zumbado con energía, y había estado sin contacto por tanto tiempo que no había sido capaz de ayudarse a sí misma.

Nada de tocar, había dicho, y se lo veía capaz de matarla si se atrevía a alcanzarlo de nuevo.

Su cruel tratamiento le había recordado que sus rescatadores eran extraños para ella, que sus intenciones podían ser tanto más infames como las de sus captores. Por lo tanto, mantuvo su distancia, usando los pasados dos días para estudiarlos y escuchar disimuladamente sus conversaciones más privadas. Los bloqueos mentales de sus oídos estaban de nuevo en su lugar, los niveles de ruido a un nivel soportable, permitiéndole escuchar a los hombres que no querían ser escuchados sin hacer muecas y delatarse.

Una de esas conversaciones, que había tenido lugar esa misma mañana, se reproducía constantemente a través de su mente.

—Hemos estado aquí cerca de un mes sin ninguna señal de un artefacto. ¿Cuántas pirámides tenemos que revisar antes de que lo encontremos? Pensé nos que habíamos sacado el premio mayor con la ultima pirámide, ya que los Cazadores estaban allí, pero...

De nuevo los hombres habían hecho referencia a un Cazador. Era la manera en que llamaban a Chris. ¿Por qué?

—Ya lo sé, ya lo sé. Todo ese trabajo; y no estamos cerca de encontrar la caja.

¿Artefacto? ¿Caja?

—¿Deberíamos hacer las maletas?

—Deberíamos. Hasta que nuestro Ojo nos de otra pista, estamos sin dirección.

Extraña frase. ¿Su ojo podía ofrecerles pistas? ¿A qué? ¿Y al ojo de quién se estaban refiriendo? Tal vez al del llamado Lucien; había notado que tenía un ojo azul y otro marrón.

—Afortunadamente Galen tampoco ha encontrado nada. Bien, no más que una estaca en el corazón. Eso es lo que me gustaría ayudarle a encontrar.

¿Quién era Galen? ¿Importaba? Esos guerreros eran... raros. La mitad de ellos hablaban como si hubieran salido de la revista Medieval Times. La otra mitad podían haber sido miembros de una pandilla callejera. Se querían entre sí, al menos, eso estaba claro. Estaban atentos a las necesidades de cada uno, ya sea bromeando y riendo juntos o protegiendo ferozmente sus espaldas mutuamente.

Los tres hombres y la mujer guerrera, Cameo, habían entrado a hurtadillas en la tienda de Sabin, mientras estaba fuera hablando con Lucien. Cada uno de ellos le había entregado a ella el mismo mensaje: Lastima al guerrero y sufrirás. No esperaron su respuesta, sino que se marcharon. La voz de la mujer... Gwen se estremeció. Había sufrido tan sólo escuchándola.

Todo el tiempo que había pasado sola dentro de la tienda, podía haber escapado. Probablemente debería haberlo intentado. Pero milla tras milla de desierto, sol deslumbrante y quién sabe qué otra cosa había alrededor, y el miedo la mantuvo en el lugar.

Aunque creció en las montañas nevadas de Alaska, podía haberse encargado de la arena y el sol. Esperaba. Era lo desconocido lo que la intimidaba. ¿Si tropezaba con una tribu salvaje? ¿O con una manada de animales hambrientos? ¿O con otro grupo de peligrosos hombres?

Además, ponerse en marcha por su cuenta para seguir a su entonces novio Tyson a otro estado, había sido el catalizador para terminar siendo un huésped no deseado de esa jaula de vidrio. Sin embargo. Si los guerreros le hubiesen hecho daño, se habría arriesgado a ello. De nuevo, lo esperaba. Pero no la habían tocado, de ninguna forma. Y estaba feliz por eso. Realmente. El hecho de que Sabin hubiese mantenido su palabra, nada de tocar, era como un regalo de los cielos. Realmente.

—¿Estás bien? —El guerrero llamado Strider se desplomó en el lujoso asiento de cuero contiguo al suyo.

Estaban dentro de un jet privado, alto en el cielo, y había una pequeña turbulencia.

Sorprendentemente, eso no la perturbó.

Gwen contuvo una risa amarga. Una sombra podía hacer que se escondiera, estremecerse hasta los huesos, caer desde la inestabilidad del cielo la hacía bostezar. Tal vez porque ella misma podía volar, un poco, aunque no había puesto siempre en práctica su habilidad. Tal vez porque después de todo lo que había pasado ese último año, estrellarse parecía un juego de niños.

—Estás pálida —agregó cuando ella permaneció en silencio. Sacó un paquete de Red Hots5 de su bolsillo, se llenó la boca y luego le ofreció algunos a ella. Ella olió la canela y la boca se le hizo agua—. Necesitas comer.

Al menos no se encogió de miedo ante él. ¿Qué había con esos hombres y sus necesidades para que no les tirara su comida basura en su cara?

—No, gracias. Estoy bien. —Todavía no se había repuesto de los Twinkies.

Oh, no se arrepentía de haberlos comido. El sabor azucarado... la saciedad de su estómago... había sido el cielo. Durante esos pocos segundos, de todas formas. Pero sabía que era mejor que comer la comida que le era daba libremente. Maldecida por los dioses, como todas las Arpías, sólo podía comer alimentos que hubiera robado o ganado. Era una pena por los crímenes que habían cometido sus ancestros y era completamente injusta, pero no había nada que pudiera hacer al respecto.

Bueno, podía morirse de hambre.

Estaba muy asustada de las consecuencias de robarles a esos hombres, así como también, estaba muy asustada de lo que le harían hacer para ganarse esos preciosos bocados.

—¿Estás segura? —Preguntó, luego se echó algunos caramelos más a la boca—. Son pequeños, pero traen un relleno del demonio.

De todos los hombres, él había sido el más gentil con ella. El más preocupado por su cuidado. Esos brillantes ojos azules nunca la habían mirado con desdén. O furia, como era, a veces, el caso de Sabin.

Sabin. Su mente siempre volvía a él.

Su mirada lo buscó. Él se reclinó en el sofá en diagonal a ella, sus ojos se cerraron, puntiagudas pestañas proyectaban sombras sobre las curvas de sus angulosas mejillas. Vestía ropa de combate, una cadena de plata y un brazalete de cuero para hombre. Estaba bastante segura de que le gustarían las distinciones de “hombre”. Sus rasgos estaban relajados en el sueño. ¿Cómo podía alguien verse cruel y juvenil al mismo tiempo?

Era un misterio que quería resolver. Tal vez cuando lo hiciera, dejaría de buscarlo. No habían pasado ni cinco minutos y ya se estaba preguntando dónde estaba, qué estaba haciendo. Esa mañana él había estado empacando sus cosas, preparándose para ese viaje y ella se había imaginado sus uñas hundiéndose en su espalda, sus dientes penetrando en su cuello. No para lastimarlo, sino para ¡el placer de ella!

Había tenido algunos amantes a lo largo de los años, pero esa clase de pensamientos nunca los había tenido. Era una criatura gentil, maldición, incluso en la cama. Era él, su actitud de No-me-importa-nada-salvo-ganar-mi-guerra lo que estaba causando esa... oscuridad dentro de ella. Tenía que serlo.

Debía de estar disgustada con lo que él había hecho, rebanando el cuello del humano como lo hizo. Como mínimo, debería haberle gritado que parara, protestado, pero parte de ella, esa parte oscura, el monstruo del que no podía escapar, sabía lo que había estado a punto de pasar y había estado contenta. Había querido que el humano muriera. Incluso ahora, había una chispa de gratitud dentro de su pecho. Por Sabin. Por la forma maravillosamente cruel en la que había dispensado justicia.

Esa era la única razón de que se hubiera subido gustosamente a ese avión. Un avión dirigido no a Alaska sino a Budapest. Eso, y la respetuosa distancia que los guerreros habían mantenido con ella. Oh, y los Twinkies. No es como si pudiera entregarse a su dulce tentación de nuevo.

Sin embargo. Tal vez debiera. Tal vez debía ponerse sus bragas de adulta y robar uno, arriesgándose al castigo. Sus habilidades estaban desentrenadas, pero ahora que estaba fuera de la celda, sus punzadas de hambre eran muy fuertes, su cuerpo se estaba volviendo más débil. Además, si los guerreros la herían por eso, finalmente, la incentivaría a ponerse en acción. Yendo a casa.

No la habían maldecido a quedarse despierta por siempre o algo parecido, pero dormir enfrente de alguien estaba en contra del código de conducta de las Arpías. ¡Y por una buena razón! El dormir te dejaba vulnerable, abierta al ataque. O, digamos, a la abducción. Sus hermanas no vivían bajo muchas reglas, pero nunca se desviaron de esa. Ella tampoco lo haría. Otra vez no. Ya las había avergonzado lo suficiente.

Pero sin comida y sin dormir, su salud continuaría declinando. Pronto la Arpía tomaría el control, determinada a obligarla por su bienestar.

La Arpía. Mientras eran una y la misma, las consideraba entidades separadas. A la Arpía le gustaba matar; a ella no. La Arpía prefería la oscuridad; ella prefería la luz. La Arpía disfrutaba el caos; ella disfrutaba la tranquilidad. No podía dejarla salir.

Gwen miró alrededor del avión, buscando esos Twinkies. Sus ojos, de cualquier forma, se detuvieron en Amun. Él era el más oscuro de los guerreros, y alguien al que nunca había oído decir ni una palabra. Se encorvó en el asiento más alejado del de ella, las manos sobre las sienes, gimiendo como si estuviera bajo un gran dolor. Paris, el de pelo castaño y negro, el seductor, como había comenzado a pensar en él, con sus ojos azules y su piel pálida, estaba a su lado mirando pensativamente por la ventana.

En diagonal a ellos estaba Aeron, el que estaba cubierto de la cabeza a los pies de tatuajes. Él, también, estaba silencioso, estoico. Los tres podían haber sido portavoces de la miseria. Y pensaba que lo había pasado mal. ¿Qué estaba mal con esos hombres?, se preguntaba. ¿Y sabían dónde estarían esos Twinkies?

—¿Gwendolyn?

La voz de Strider la sacó de sus pensamientos con un sobresalto.

—¿Si?

—Estás perdida de nuevo.

—Oh, lo siento. —¿Le había preguntado algo?

El avión tuvo otra turbulencia. Un mechón de cabello color arena cayó sobre la frente de Strider, y él lo apartó a un lado. Otra brisa con aroma a canela siguió al movimiento. Su estomago gruñó.

—Sé que no comerás —dijo—, pero, ¿estás sedienta? ¿Te gustaría beber algo?

Sí. Por favor, sí. Su boca se hizo agua aún más, pero dijo:

—No, gracias.

—Al menos acepta una botella de agua. Está cerrada, así que no deberías preocuparte que le hayamos puesto algo dentro. —Agarró una resplandeciente y helada botella de la nevera junto a él y se la pasó por delante de su cara.

¿Había estado allí todo el tiempo?

Por dentro, ella lloró. Se veía tan bien...

—Tal vez después. —Las palabras salieron con un graznido.

Él se encogió de hombros como si no le importara, pero había decepción en sus ojos.

—Tú te lo pierdes.

Seguramente había algo cerca que ella pudiera robar. De nuevo, registró el avión. Su mirada se fijó en la botella de agua, con sabor a cereza, que estaba por la mitad junto a Sabin. Se lamió los labios. No, sería la perdida de Sabin. Tan pronto como Strider la dejara, iría tras ella y al demonio con las consecuencias.

Tal vez. No, debería. Pero él ahora estaba aquí y también, debía obtener algunas respuestas de él. Así mismo podía utilizar ese intervalo de tiempo para ganar confianza.

—¿Por qué estamos volando? —preguntó—. Vi al que se llama Lucien desaparecer con la otra mujer. Podríamos haber llegado a Budapest en segundos.

—Algunos de nosotros no manejamos el traslado demasiado bien.

Sus ojos apuntaron a Sabin.

—Entonces, ¿Algunos sois bebés? —Las palabras salieron antes de que pudiera detenerlas.

Era algo que le hubiera dicho a sus hermanas, las únicas personas en el mundo con las cuales podía ser ella misma sin miedo a la recriminación. Bianka, Taliyah y Kaia la entendían, la amaban y harían cualquier cosa para protegerla.

Más que ofender a Strider, sin embargo, lo divirtió. Soltó una carcajada.

—Algo así, aunque Sabin, Reyes y Paris, prefieren pensar que pescan algún virus cada vez que son trasladados a algún lugar.

Las gemelas, Bianka y Kaia, eran de la misma manera. Preferían creer que se habían cogido alguna enfermedad que enfrentarse a una limitación. Taliyah, fría como el hielo y el doble de dura, simplemente no reaccionaba ante nada.

Lentamente la alegría de Strider se apagó y estudió a Gwen detenidamente de la cabeza a los pies.

—Sabes, eres diferente de lo que esperaba.

Mantente firme. No retrocedas.

—¿Qué quieres decir?

—Bien... espera ¿lo que te diga te ofenderá?

Y causar que estallara violentamente, qué era lo que estaba realmente preguntando. Parecía que él también estaba asustado de su parte oscura, como ella.

—No. —Tal vez.

Su intensa mirada fija sondeó lo más profundo al mismo tiempo que pesaba la legitimidad de su afirmación. Debía haber visto la determinación en sus rasgos ya que asintió.

—Creo que ya lo dije antes, pero por lo poco que sé, las Arpías son criaturas espantosas con rostros deformados, con picos puntiagudos y la mitad inferior de un pájaro. Son rencorosas y despiadadas. Tú... tú no eres ninguna de esas cosas.

¿Había olvidado tan fácilmente lo que ella le había hecho a Chris?

Le echó un vistazo a Sabin, quien no se había movido. Su respiración era profunda, incluso, su aroma a limón y menta flotaba por el aire hacia ella. ¿No le había recordado a Strider que no todas las legendas eran completamente verdad?

—Tenemos una mala reputación, eso es todo.

—No, es más que eso.

Para ella, sip. No era como si lo pudiera contar. Sus hermanas, afortunadas como eran, tenían padres cambiantes. El de Taliyah era una serpiente, el de las mellizas un fénix. El suyo, por otro lado, era un ángel, un hecho del cual tenía prohibido hablar. Jamás. Los ángeles eran demasiado puros, demasiado buenos para que su clase los respetara y Gwen tenía demasiadas debilidades. Como siempre, los pensamientos sobre su padre le encogían el corazón.

Mientras las Arpías eran mayormente una sociedad matriarcal, a los padres se les permitía ver a sus hijos, si ellos querían. Los dos padres de sus hermanas habían elegido ser parte de la vida de sus hijas. Gwen no había tenido esa oportunidad. Su madre lo había prohibido. Le había dado, simplemente, un retrato de él, para advertirle en lo que se convertiría, demasiado moralmente superior incluso para robar su propia comida, incapaz de mentir, preocupada más por los demás que por ella, si no era cuidadosa. Y después de que Tabitha se lavara las manos con respecto a Gwen, tachándola como una causa perdida, el padre de Gwen no había intentado contactarla. ¿Sabía él, si quiera, que ella existía? Una corriente de anhelo la recorrió.

Toda su vida había tenido sueños de su padre peleando contra todo y todos para alcanzarla, atrapándola en sus brazos y volando con ella lejos. Sueños de su amor y devoción. Sueños de vivir en los cielos con él, protegida para siempre jamás de la maldad del mundo y de su propio lado oscuro.

Suspiró. Sólo había un nombre que se nombraba cuando se hablaba de su linaje y era Lucifer. Él era fuerte, astuto, vengativo, violento, en resumen, un pobre enemigo a tener. Las gente estaba menos inclinada a meterse con ella, con cualquiera de ellas, si pensaban que el príncipe de la oscuridad los perseguiría.

Y, para ser honestos, reclamarlo como familia no era técnicamente una mentira. Lucifer era su bisabuelo. El abuelo de su madre. Gwen no lo había conocido nunca, sus años sobre la tierra habían terminado mucho antes de que naciera y esperaba que nunca se cruzaran sus caminos. Incluso el pensarlo la hacía estremecerse.

Considerando prudentemente sus siguientes palabras, tomó un profundo aliento, oliendo el aroma de Strider a humo de madera y a toda esa deliciosa canela. Tristemente, incluso a eso le hacía falta a la esencia decadente de Sabin.

—Los humanos le ponen una connotación negativa a todo lo que no entienden —dijo—. En sus mentes, el bien siempre vence al mal, entonces todo lo que sea más fuerte que ellos es el mal. Y el mal es, por supuesto, feo.

—Ciertamente.

Había una riqueza de entendimiento en su tono. Suponía, que ahora era tan buen momento como cualquier otro para determinar qué era lo que él entendía.

—Sé que sois inmortales, como yo —empezó—, pero no he descubierto que sois exactamente.

Se movió incómodamente, mirando a sus amigos en busca de apoyo. Todos los que estaban escuchando, rápidamente apartaron la mirada. Strider suspiró, un eco del que había soltado antes.

—Una vez fuimos soldados para los dioses.

Una vez, pero ya no.

—Pero ¿qué...?

—¿Qué edad tienes? —le preguntó cortando lo que iba a decir.

Gwen quería protestar sobre el abrupto cambio de tema. En vez de eso, menudo cobarde, sopesó los pros y los contras de admitir la verdad, haciéndose las tres preguntas que cada madre Arpía le enseñaba a sus hijas: ¿Era esa una información que podía ser usada en su contra? ¿Mantenerla en secreto le daría alguna ventaja? ¿Serviría alguna mentira igual de bien, si es que no mejor?

Ningún daño, decidió. Tampoco ninguna ventaja, pero no le importó.

—Veintisiete.

Su ceño se frunció y parpadeó.

—Ciento veintisiete años ¿correcto?

Si estuviera hablando de Taliyah, sí.

—No. Sólo veintisiete sin rodeos y ordinarios años.

—No te refieres a años humanos ¿o sí?

—No. Me refiero a años perrunos —dijo secamente, después apretujó los labios. ¿Dónde estaba el filtro que usaba generalmente en sus labios? A Strider parecía no importarle, sin embargo. Más bien, parecía estupefacto. ¿Sabin hubiera tenido la misma reacción de haber estado despierto?—. ¿Qué es lo difícil de creer con respecto a mi edad? —La pregunta hizo eco entre ellos, un pensamiento se le ocurrió y se lo expresó—. ¿Me veo vieja?

—No, no. Por supuesto que no. Pero eres inmortal. Poderosa.

¿Y las inmortales poderosas no podían ser jóvenes? Espera. ¿Pensaba que era poderosa? El placer floreció dentro de su pecho. En el pasado, esa palabra había sido sólo usada para describir a sus hermanas.

—Sip, pero sólo tengo veintisiete.

Él se extendió; para hacer qué, Gwen no lo sabía y no le importaba, y se echó atrás en su asiento. Mientras ansiaba el toque de Sabin desde el principio, ¿por qué, por qué, por qué?, y se había imaginado a ella haciendo esas malvadas cosas con él esa mañana, el pensamiento de otro poniéndole las manos encima no tenía atracción para ella.

El brazo de Strider cayó de nuevo a su lado.

Ella se relajó, sus ojos otra vez buscando a Sabin. Ahora, tenía el rostro rojo y la mandíbula apretada. ¿Pesadillas? ¿Estaban todos los hombres que había matado clamando dentro de su cabeza, atormentándolo? Quizá, era una bendición que no se permitiera dormir. Había experimentado ese tipo de pesadillas ella misma y había odiado cada segundo de ellas.

—¿Son todas las Arpías tan jóvenes como tú? —le preguntó Strider, reclamando su atención.

¿Era información que podía usar en su contra? ¿Guardarla en secreto le daría alguna ventaja? ¿Serviría una mentira igual de bien, si no mejor?

—No —respondió con la verdad—. Mis tres hermanas son un poco mayores. Más hermosas y fuertes, también. —Las amaba demasiado para estar celosa. Mucho—. No habrían sido capturadas. Nadie puede obligarlas a hacer algo que no quieran. Nada las asusta.

Está bien, ya era hora de cerrar el pico. Cuanto más hablaba, más de sus errores y limitaciones salían a la luz. Estaría mejor si esos hombres asumían que ella tenía cojones6.

Pero ¿por qué no puedo ser más como mis hermanas? ¿Por qué corro alejándome del peligro mientras ellas corren hacia él?

Si alguna de ellas se hubiese sentido atraída por Sabin, hubieran visto su distancia como un desafío y lo habrían seducido.

Espera. Detente. Eso era una locura. No se sentía atraída por Sabin. Era atractivo, sí, e incluso se había imaginado haciendo el amor con él. Pero eso era el resultado de un sentido de gratitud. La había liberado y asesinado a uno de sus enemigos. Y sip, estaba desconcertada por él. Era todo violento y duro, sin embargo no la había lastimado ni una vez. Pero ¿admitir una atracción al guerrero inmortal? Nunca.

Cuando Gwen comenzara a citarse de nuevo, elegiría a un cortés y considerado humano que no despertara su lado oscuro de ninguna forma. Un cortés y considerado humano que prefiera encuentros honestos, en vez de jugar a las escapadas. Un cortés y considerado humano que la hiciera sentir estimada y aceptada, a pesar de sus faltas. Alguien que la hiciera sentir normal.

Eso es lo que siempre había querido.

La atención de Sabin estaba centrada en Gwen. Había sido así desde que abordaron el avión. Bueno, está bien. Desde el momento en que la conoció. Había pensado que ella se negaría a relajarse ya que él la intimidaba, así que había fingido que estaba dormido. Debía haber estado en lo cierto porque ella había bajado la guardia y se había abierto. A Strider.

Un hecho que lo irritaba como el infierno.

No se atrevió a “despertarse”, sin embargo. Ni siquiera cuando había escuchado a Strider tratando de tocarla, Sabin quería dirigir su puño a la nariz de su amigo, estrellando el cartílago en el tejido cerebral.

La muchacha, eso era lo que era, una muchacha, sólo veintisiete malditos años, que lo hacía sentir como el maldito Padre del Tiempo. Se consideraba un fracaso en todas las formas y en comparación con sus hermanas. ¿Más hermosas? Poco probable. ¿Más fuertes? Se estremeció. ¿No habrían sido capturadas? Cualquiera podía haber sido tomado desprevenido. Incluido él. ¿Nada las asustaba? Todos tenían un profundo y oscuro miedo. De nuevo, incluso él. Temía el fracaso tanto como Gideon temía a las arañas.

Temerosa como era Gwen y tan sacudida como había estado ese día en la caverna, sabía que ella había tenido dudas de su propia fuerza y de sus salvajes habilidades, pero no tenía idea de cuán profundas eran. El modo en que se había comparado con sus hermanas probaba que tenía dudas sobre dudas. La muchacha era un enigma para ellas. Y estar a su alrededor solo lo empeoraba.

Todas sus anteriores amantes habían sido seguras y mujeres con auto confianza. Edad de treinta y cinco para arriba, maldición. Las había elegido por esa misma razón, su seguridad. Pero cambiaron rápidamente, su demonio clavó las afiladas garras de incertidumbre a través de ellas, cortando profundamente. Algunas, como Darla, habían incluso cometido suicidio, incapaz de enfrentar el constante escrutinio sobre su apariencia, sobre su juicio, sobre las personas alrededor de ellas. Después de Darla, había renunciado a las hembras y a las relaciones de una vez por todas.

Entonces había visto a Gwen. La deseó. Oh, sí la deseó. Podía, quizá, permitirse una noche con ella y ser capaz de justificarlo de alguna manera, pensó. Pero dudaba que una noche fueras suficiente. No con ella. Habían demasiadas maneras de tomarla, demasiadas cosas que le gustaría hacer con ese pequeño y curvilíneo cuerpo.

Su exuberante belleza encendía su sangre cada vez que la miraba, se le hacía agua la boca y le dolía el cuerpo. Su inseguridad despertaba tanto sus instintos protectores como las ansias destructivas de su demonio. Su esencia de luz de sol, que enterraba bajo tierra la mugre que incluso limpiaba, continuamente flotaba en el aire, llamándolo más cerca... todavía más cerca...

Rendirse era destruirla. No lo olvides.

“Quizás sea bueno, quizás la deje en paz”.

Ah, que dulce y engatusante. Sabin se mordió la lengua y extrajo sangre. El demonio quería que dudara de su malicioso intento. Caí una vez. No volveré a hacerlo.

—Haces eso a menudo — le dijo Strider a Gwendolyn, sacando a Sabin de sus contemplaciones.

—¿Qué? —Su voz sonaba sin aire, áspera.

Al principio, Sabin había pensado que su fatiga era la responsable de ese timbre. Pero no, esa ronquedad era toda ella. Y puro sexo.

—Mirar a Sabin. ¿Estás interesada en él?

Ella jadeó, obviamente indignada.

—¡Por supuesto que no!

Sabin trató de no fruncir el seño. Un pequeño titubeo hubiera sido agradable.

Strider se río entre dientes.

—Creo que lo estás. ¿Y sabes qué? Lo he conocido por miles de años, conozco sus trapos sucios.

—¿Y? —farfulló ella.

—Entonces. No me importaría revelarlos. Quiero decir, estaría actuando como amigo de ambos, si cambio tu idea sobre él.

“Tu amigo te está arruinando”, dijo Duda, “quizá la quiere para él. Confiar en él después de esto no sería inteligente”.

Sabin experimentó un momento de inquietud antes de sacudirse ese sentimiento fuera.

Él le advierte por su propio bien. Por mi propio bien. Tal como afirmó. Ahora cállate.

—No quiero tener nada que ver con él, te lo aseguro.

—Entonces no te importará si te dejo sin decirte lo que sé. —A través de sus ojos entrecerrados, Sabin observó a Strider levantarse sobre sus pies.

Gwen le agarró la muñeca y lo volvió a sentar de un tirón.

—Espera.

Sabin tuvo que apretar los apoyabrazos de su asiento para evitar de saltar y separarlos.

—Cuéntame —dijo, y liberó al guerrero de propia voluntad.

Lentamente, Strider se acomodó de nuevo en su silla. Estaba sonriendo. Incluso con la limitada línea de visión que Sabin tenía, podía ver el destellante brillo de los dientes de Strider. De pronto él también quería reír. Gwen tenía curiosidad sobre él.

“Probablemente quiera aprender la mejor manera de matarte”.

¡Cállate, maldición!

—¿Alguna cosa en particular qué quieras saber? —le preguntó Strider.

—¿Por qué es tan... distante? —Ella todavía lo estaba observando, su mirada fija lo quemaba, sondeando profundamente—. Quiero decir, ¿es así con todas o soy la chica afortunada?

—No te preocupes. No eres tú. Es así con todas las hembras. Tiene que serlo. Verás, su demonio es...

—¿Demonio? —Gwen jadeó. Su espalda se quedó rígida y derecha y a su rostro se le fue el color—. ¿Acabas de decir demonio?

—Oh, uh... ¿dije eso? —Strider volvió a echar una mirada alrededor indefensamente—. No, no. Creo que dije marinero.

—No, dijiste demonios. Demonios. Demonios y Cazadores y ese tatuaje de mariposa. Debería haberlo adivinado en el momento en que vi ese tatuaje, pero parecéis tan agradable. Quiero decir, no me lastimasteis, y miles de personas tienen tatuajes de mariposas. —Ella, también, echó un vistazo alrededor del avión, estudiando a los guerreros a través de nuevos y salvajes ojos. Un segundo después estaba sobre sus pies, saltando lejos de Strider y retrocediendo hacía el baño. Extendió sus brazos como si esa débil acción pudiera mantener a todos a raya—. Yo... Ahora lo entiendo. Vosotros sois los Señores, ¿no? Guerreros inmortales que los dioses exiliaron a la tierra. Mi... mis hermanas me contaron historias sobre vuestras maldades y conquistas.

—Gwen —dijo Strider—. Cálmate. Por favor.

—Matasteis a Pandora. Una mujer inocente. Quemasteis la Antigua Grecia hasta los cimientos, llenando las calles de sangre y gritos. Torturasteis hombres, le arrancasteis los miembros cuando todavía estaban vivos.

La expresión de Strider se endureció.

—Aquellos hombres se lo merecían. Habían matado a nuestro amigo. Trataron de matarnos a nosotros.

—Si ella grita, pasarán cosas maravillosas —dijo Gideon, imponente, yendo al lado de Strider—. No lo intentes y déjala sin sentido y no ayudaré ¿está bien?

—Espera. Antes de que hagamos algo por la fuerza y tal vez perdamos nuestras gargantas, intentemos otra cosa. ¡Paris! —Gritó Strider, su mirada fija en Gwen—. Te necesitamos.

Un decidido Paris se acercó al mismo tiempo que Sabin había renunciado a fingir que estaba dormido y saltó sobre sus pies.

—Gwen —dijo, esperando engatusarla y así calmarla antes de que Paris pusiera en funcionamiento sus ardides. Pero ella estaba teniendo problemas para respirar, la histeria cubría sus facciones—. Hablemos sobre...

—Demonios... todos a mi alrededor. —Abrió su boca y gritó.

Y gritó y gritó y gritó.