Capítulo 19
No dejes que vean... ¿qué? Se preguntaba Sabin mientras tomaba a la durmiente Gwen entre sus brazos. Un sonido parecido a un gemido salió de sus labios, suave y curiosamente erótico. Apretó su abrazo, sintiéndose extrañamente protector.
¿No dejar que los Señores vieran su cuerpo desnudo? Hecho. Preferiría morir antes que permitir que otro hombre eche un vistazo a su belleza.
¿No dejar que sus hermanas la vean así? De nuevo, hecho. Harían preguntas que no estaba listo para responder. Más que eso, parecían reaccionar de forma negativa ante la idea de Gwen descansando. ¿Por qué? Era algo que aún no tenía sentido para él.
Otro gemido, este más bajo, callado. El estómago de Sabin se apretó por el deseo, porque era un sonido que ella había hecho mientras sostenía su erección. El sol la acarició, resaltando el brillo de su piel, sus pezones rosados. Sus manos estaban recogidas sobre su abdomen, su cuerpo laxo, la cabeza descansaba confiadamente en la base del cuello de Sabin. Rizos de un rubio rojizo se desparramaban sobre su brazo, su estómago y sentía como si estuviera envuelto en seda.
¿Debería vestirla? No, pensó un momento después. No quería moverla y despertarla accidentalmente. Ella al fin estaba descansando. Verdaderamente descansando. Y todo lo que tuvo que hacer fue darle placer hasta dejarla sin sentido, pensó fríamente. Entonces sonrió. Si tenía que hacerlo, le daría placer hasta dejarla sin sentido todas las noches. Una chica necesitaba descansar, después de todo. Y (ejem, ejem) él estaba acostumbrado a hacer sacrificios.
Ni siquiera consideró vestirse él mismo. Tendría que haberla puesto en el suelo y cubrirse no era razón suficiente para arriesgar que una ramita la pinchara o le trepara algún bicho.
Incapaz de resistirse le besó la frente y se puso en marcha. Manteniéndose entre las sombras se dirigió de regreso a la fortaleza, siempre cuidadoso de las cámaras, pozos y cables trampa que él y los otros guerreros habían dispuesto para mantener a los Cazadores fuera.
Lo que acababa de pasar entre Gwen y él... Nunca había experimentado nada igual con anterioridad. Ni siquiera con Darla, a quien había amado.
Y, a diferencia de Darla, Gwen podría ser lo suficientemente fuerte para arreglárselas con su demonio a largo plazo. Había sido una revelación sorprendente y bienvenida.
“¿De verdad crees que puedes quedarte con ella? ¿Cuánto tiempo te amará, si es que resulta lo suficientemente estúpida como para amarte? Podrías traicionarla. Y siempre estás a la carrera hacia otra batalla. Peor, planeas llevar a sus hermanas contigo. ¿Qué pasará si son asesinadas? Gwen te culpará y con razón”.
Las dudas no flotaron hacia él. Gritaron, haciendo latir sus sienes y golpeando su cráneo. La agudeza del dolor lo hizo encogerse. Ahora que Gwen estaba dormida, su Harpía bajo control, el demonio de Sabin salió de su escondite, molesto y desesperado por alimentarse.
¿Qué mejor alimento que los miedos secretos que Sabin acababa de darse cuenta que albergaba? Y ahora que habían sido traídos por la fuerza a la superficie de su mente, no había forma de bloquearlos; casi lo tragaron por completo.
¿Quería que Gwen lo amara?
Tener esos ojos ámbar mirándolo suavemente, hoy, mañana, siempre... tener ese cuerpo seductor en su cama cada noche... oír esa risa burbujeante... cuidarla... ayudarla a descubrir la fuerza de su verdadera naturaleza...
Sí, quería que ella lo amara. Ella podía manejar a su demonio en un combate mental, como acababa de descubrir. Diablos, había doblegado a la bestia con un susto.
Se dio cuenta que una parte de él la había amado desde el primer momento en que la vio. Cuando estuvo cautiva, indefensa, todos sus instintos habían clamado que la salvara. Luego, mientras ella luchaba para mantener a su Harpía bajo un rígido control y para seguir las reglas de su gente, se había descubierto fascinado por ella. Pero nunca la había entendido realmente, la había creído, erróneamente, débil. Ahora la veía por lo que era en realidad: más fuerte que sus hermanas, más fuerte que él.
La mayor parte de su vida, había reprimido una bestia casi incontenible. Sabin tenía problemas enjaulando a su demonio durante más de un día. Ella había dejado a su familia en pos de un sueño propio. No había huido de él, ni siquiera cuando descubrió sus orígenes, a pesar de que estaba aterrada.
Oh, sí. Había más coraje en esta pequeña mujer de lo que nadie imaginaba. Ni siquiera Gwen. Ahora, por culpa de él, quería atacar a los Cazadores. Quería ponerse en peligro, todos y cada día.
Si llegaran a herirla, ella sanaría. Eso, lo sabía. Racionalmente al menos. La idea de Gwen herida, ensangrentada, rota, sin embargo, casi lo hacía rugir, en tanto se colaba por una de las entradas traseras de la fortaleza. ¡Soy un maldito idiota!
Nadie lo contradijo.
Frunciendo el ceño, se abrió paso por un pasaje secreto, un pasaje que Torin monitoreaba.
Mirando fijamente hacia arriba, a una de las cámaras escondidas, sacudió la cabeza, una orden para silenciar a su amigo. Sin embargo, nunca disminuyó el paso. Cuando alcanzó su habitación puso una barricada tras la puerta. ¿Gwen lo amaba? Se sentía atraída por él, de lo contrario no se hubiera entregado. Y tan apasionadamente, si vamos al caso, brindándole el mejor orgasmo de su larga, larga vida. Confiaba en él, sino, no hubiera admitido su mayor debilidad. Pero, ¿amor?
Si ella lo amaba, ¿podría ese amor resistir las pruebas que seguramente enfrentarían? Ya sea sí o no, se dio cuenta que no la dejaría ir. Ahora Gwen le pertenecía y él le pertenecía a ella. Le había advertido que habría consecuencias si se entregaba a él.
Quería saber todo de ella. Quería ocuparse de todas sus necesidades. Mimarla. Matar a todo aquel que la lastimara, incluso a sus hermanas.
En una ocasión le había dicho que podría, y lo haría, dormir con una mujer aparte de la que amaba si eso significaba ayudar a su causa. Que tonto había sido. Que ingenuo. La idea de acostarse con otra mujer lo dejaba frío. Enfermo, incluso. Nadie se sentiría, sonaría o sabría como su Gwen. Lo peor de todo es que eso la lastimaría y él sería incapaz de lastimarla. Y la idea de Gwen acostándose con otro hombre... tocándolo, besándolo, disfrutando con él, solo para ganar una batalla, dejaba a Sabin con una furia homicida.
“¿Qué tal si ella quiere a otro hombre? ¿Si desea a otro? ¿Si ansía...?”
“Una palabra más y juro por los dioses que hallaré la caja de Pandora y sacaré tu alma afuera, por las pelotas”.
“Morirías”. Había un temblor en la palabra.
“Tú sufrirías. Y ambos sabemos que me fastidiaría a mí mismo con tal de destruir a mi enemigo”.
“¿Quién cuidaría a tu preciosa Gwen?”
“Sus hermanas. ¿Voy a buscarlas? ¿Te dejo hablar con ellas?”
Silencio. Dulce silencio.
Suavemente, posó a Gwen sobre la cama y acomodó las mantas a su alrededor. Un fuerte golpe resonó en la puerta y puso mala cara. Ella no se movió, no gimió o actuó como si estuviera de alguna manera al tanto de la interrupción. Eso salvó la vida del intruso.
Tres largos pasos y estaba frente a la puerta, removiendo la barricada la abrió de un tirón.
Kaia trató de entrar a la fuerza.
—¿Dónde está? Más te vale no haberla lastimado señor “golpea a Gwen por diversión”.
—No fue por diversión. Fue para fortalecerla y lo sabes. Deberías agradecérmelo, pues fallaste en cumplir tu deber. Ahora vete.
Ella le lanzó una mirada desafiante.
—No me iré hasta que la vea.
—Estamos ocupados.
Ojos dorados, tan inquietantemente parecidos a los de Gwen, recorrieron su cuerpo desnudo.
—Puedo verlo. Pero todavía quiero hablar con ella.
No dejes que vean, le había suplicado Gwen.
—Está desnuda. —Cierto—. Y me gustaría volver junto a ella. —De nuevo cierto—. Vuestra conversación puede esperar.
Una sonrisa ancha se extendió por el rostro hermoso de la Arpía y sus hombros cayeron, aliviados. Gracias a los dioses el sexo no estaba en contra de esas malditas reglas de Arpía.
Gwen y él iban a tener una larga charla en cuanto ella despertara y le iba a esbozar exactamente qué estaba permitido y qué no. Y entonces, las reglas con las cuales él no estaba de acuerdo serían abolidas.
—¡Mamá estará tan orgullosa! La pequeña Gwennie atrapó a un demonio maldito.
—Piérdete —le dio un portazo en la cara. Luego hizo una mueca y giró. Afortunadamente Gwen siguió sin moverse.
En el transcurso del día, guerreros, mujeres y Arpías por igual vinieron a golpear a su puerta. Él no lograba relajarse porque no podía sacarse las palabras de Gwen de la cabeza. ¿No dejes a quién, que vea qué? maldición. Las hermanas ya la habían visto durmiendo con él, la noche en que llegaron, así que ahora no estaba seguro cual era el gran problema. No habían tratado de castigarla ni nada. ¿Estaba Gwen avergonzada de sus marcas en el cuello? Tal vez no debió haberla mordido.
Los primeros visitantes fueron Maddox y una sonriente Ashlyn, sujetando un plato de sándwiches.
—Después de una sesión de entrenamiento tan intensa, pensé que Gwen y tú podrían estar hambrientos.
Maddox no había estado sonriente, pero tampoco había insistido en que Gwen abandonase la casa.
—Gracias. —Sabin tomó el plato y cerró la puerta. Se había puesto una bata, para dar la apariencia de una maratón sexual (Kaia pareció feliz acerca de eso por lo que seguramente no era algo vergonzoso para las Arpías) tratando de mantener a la vez su dignidad.
A continuación aparecieron Anya y Lucien.
—Gwen y tú, ¿no querréis venir a ver una película de apuñalamientos con nosotros, mientras fingimos leer esos polvorientos manuscritos pero dejándoles en realidad a los demás hacer todo el trabajo? —Le preguntó Anya meneando las cejas—. Será divertido.
—No, gracias. —De nuevo, cerró la puerta.
Un poco más tarde apareció Bianka.
—Necesito hablar con mi hermana.
—Sigue ocupada. —Durmiendo. Le cerró la puerta en la cara ceñuda.
Al fin, las visitas disminuyeron. Entonces Sabin envió un mensaje a Torin para hacerle saber que se quedaba mientras los otros viajaban a Chicago.
Me lo imaginé, fue la respuesta. Por eso te busqué un reemplazo. Gideon se ocupará de la misión.
Su alivio fue casi palpable. Dejar a Gwen así no era siquiera una opción.
“Si alguno de los hombres resulta herido, te culparás a ti mismo”, dijo Duda.
Sabin no trató de negarlo. Con razón.
“¿Qué pasará si empiezas a guardarle rencor a Gwen?”
Ahora puso los ojos en blanco.
“No sucederá”.
“¿Cómo lo sabes?” Malhumorado. Llorón.
“Ella no tiene la culpa de nada. Yo sí. Si llego a sentir rencor, será hacia mí mismo”.
En verdad, ¿cómo podría sentir rencor por esta mujer tan bondadosa? Si ella hubiera sabido del viaje, el sospechaba que hubiera querido ir también.
Sabin observó el atardecer, vio la luna aparecer y el sol amanecer, incapaz de descansar o relajarse. ¿Por qué Gwen no despertaba? Nadie precisa tanto descanso. ¿Necesitaba sangre nuevamente? Él había pensado que había tenido suficiente en el calor del acto amoroso.
Se recostó hacia atrás en la silla de madera que arrastró hasta el lado de la cama. Las tiras de madera se clavaban en su espalda, pero no le importaba. Lo mantenían alerta, con la mente activa.
Mírate. Te has convertido en todo lo que siempre despreciaste, pensó. Débil, por una mujer. Preocupado, por una mujer. Vulnerable a un ataque, por una mujer.
—Sabin —un suspiro ahogado le llamó.
Sabin enderezó la silla con un sobresalto, los pies resonando en el suelo de un golpe. Su corazón se saltó un latido, sus pulmones casi colapsaron. ¡Por fin!
Los ojos de Gwen trataron de abrirse, pero sus pestañas estaban pegadas y tuvo que frotarlas. Entonces sus miradas se encontraron y a él se le olvidó respirar. Se había preguntado cómo reaccionaría Gwen al despertar en su cama; debió haberse preguntado cómo reaccionaría él. Se habría preparado para ese momento. Estaba temblando, su sangre calentándose ante la sensual vista de ella, recién salida de la cama y dispuesta.
Frunció el ceño, su atención abarcando toda la habitación.
—¿Cómo llegué aquí? Espera. Dímelo cuando regrese. —Sacó las piernas por un lado de la cama e intentó ponerse de pie con torpeza.
Sabin ya estaba parado y tomándola en sus brazos.
—Puedo caminar —protestó.
—Lo sé. —La depositó en el baño, volvió a la habitación y cerró la puerta tras él, permitiéndole una módica privacidad.
“¿Y si se cae y se lastima?”
“Cállate. No me afectarás en este momento”.
Un jadeo horrorizado atravesó la madera y Sabin rió. Debía acabar de darse cuenta que estaba desnuda. Sostenerla así lo había dejado como un loco. Estaba duro como un tubo de acero, su fragancia femenina le llenaba la nariz.
Cuando oyó que la ducha se abría, tomó ropa limpia y se dirigió a la habitación junto a la suya. La puerta estaba abierta, así que entró sin más preámbulos. Las tres Harpías estaban sentadas formando un círculo en el suelo, con una pila de comida en el centro. Reían acerca de algo, hasta que lo vieron.
Los ojos de Kaia comenzaron a volverse negros y el demonio de Sabin retrocedió rápidamente.
—Nuestra comida —graznó y él hizo una mueca. Qué curioso. No le molestaba cuando Gwen sonaba igual. Al contrario, solo quería complacerla—. Nosotros la robamos. Es nuestra.
—Cálmate. —Bianka la golpeó en el brazo, aunque su mirada nunca abandonó a Sabin—. Era hora de que aparecieras. ¿Dónde está Gwennie?
—Duchándose. Necesito usar la vuestra. —No esperó por su permiso, sino que se dirigió al baño y tomó una toalla.
—Después de horas y horas de sexo ininterrumpido, ¿no podéis compartir una ducha? —preguntó una de ellas. En ocasiones, cuando no podía ver a las gemelas, era difícil distinguir quien estaba hablando.
—Quizás comiencen otra maratón si intentan compartirla —bromeó otra.
Las tres rieron burlonamente.
—¿Te dejó en coma? ¿Te has estado escondiendo todo este tiempo, para evitar que pases vergüenza? —Taliyah fue quien habló en esta oportunidad; reconocía el tono frío, que nunca fallaba en dejarlo estremecido.
Ella sabía la verdad, se dio cuenta Sabin. Se preguntó una vez más, si dormir de esa manera iba en contra del protocolo Harpía.
—¿Y qué si fue así? —se encontró diciendo.
Bianka y Kaia rieron como cotorras.
—Bravo hermanita —dijo una de ellas.
Sabin cerró la puerta de una patada y saltó a la ducha, moviéndose rápidamente, temeroso de que las mujeres se echaran sobre Gwen y la interrogaran antes que él. Pero cuando salió ellas estaban exactamente como las había dejado, comiendo y riendo.
Taliyah, la única que no sonreía, asintió en su dirección. ¿En agradecimiento?
Tomó una pequeña desviación por la cocina, alguien había ido de compras, gracias a los dioses, y se llevó una bolsa de patatas fritas, un brownie, una barra de cereales, una manzana y una botella de agua. Bien cargado, entró en su habitación, cerró la puerta con una patada hacia atrás y encontró a Gwen sentada en el borde de la cama. Vestía pantalones cortos y una camiseta azul brillante, ambas prendas las había elegido ella misma en la ciudad el otro día, su cabello mojado goteaba desde un moño en la parte superior de su cabeza.
Duda espió desde el rincón más sombrío en la mente de Sabin, pero decidió no arriesgarse a incurrir en la ira de la Arpía y volvió a esconderse.
Forzando su expresión a permanecer neutral, se sentó en la silla que había ocupado por demasiado tiempo ya, balanceando la bandeja sobre su estómago.
—Tenemos que hablar —le dijo ella, mirando la comida con puro anhelo—. Acerca de lo que pasó en el bosque...
Antes de que pudiera continuar por ese camino, él le dijo cuánto tiempo estuvo ida, como la había vigilado, que nadie había visto su cuello, nadie sabía lo que en realidad estaba haciendo y como todos asumieron que habían estado haciéndolo como animales.
—Hay un dios —dijo Gwen, suspirando aliviada.
O dioses. Pero no tenía importancia. Cualquier otra mujer hubiera estado horrorizada, pensó, luchando por no sonreír. Más pruebas aún de que ella era la única mujer para él.
—Ahora, vas a responder algunas preguntas para mí.
Ella tragó saliva, sus ojos luminosos en la luz del sol que se colaba por una abertura en las cortinas oscuras y pesadas.
—De acuerdo.
—¿Por qué sólo puedes comer comida robada?
Sus ojos se entrecerraron.
—Se supone que no puedo hablar de ello.
—Creo que estamos más allá de eso.
—Supongo que sí —dijo a regañadientes—. ¿Por qué quieres saberlo?
—Para poder entender. —Abriendo un brownie, lo mordió por un extremo—. Me confiaste tu cuerpo. Confiaste en mí para cuidarte mientras dormías. Incluso me confiaste tus debilidades. Ahora confíame tus secretos.
Arriba y abajo el pecho de Gwen se movía con respiraciones superficiales y roncas. Su estomago gruñó y ella lo frotó sin desviar la vista de él. O mejor dicho de la comida.
—Yo... yo...Está bien. Sí. —Se lamió los labios—. ¿Me pagarás?
—¿Pagarte? ¿Cuánto y por qué?
—¡Solo di que sí! —fue un gruñido.
—¿Sí?
Se lamió los labios de nuevo y las palabras salieron de ella, alborotadas.
—Los dioses desprecian a las Harpías y nos consideran abominaciones pues somos el engendro de un príncipe de la oscuridad. Hace mucho tiempo esperaron poder llevarnos a la ruina de una forma que no se reflejara pobremente en ellos. De una forma que pareciera como si nosotras mismas nos hubiéramos destruido. Así pues nos maldijeron en secreto, declarando que nunca más podríamos disfrutar de una comida dada libremente o una que hubiéramos preparado nosotras mismas. Nos enfermamos terriblemente si hacemos caso omiso a la maldición; algunos incluso mueren. Sólo nos lleva una vez aprender la lección. Como viste por ti mismo en el campamento en Egipto.
»De todas formas, los primeros de mi raza aprendieron por ensayo y error que aún podían comer, pero sólo lo que habían robado o lo que les era dado en pago. Los dioses no tuvieron éxito en destruirnos, sólo hicieron nuestras vidas muy difíciles. Así que págame. Te di las respuestas que buscabas, ahora me lo debes.
Su demanda de cobro de repente tuvo sentido. Y ¿no había mencionado Anya algo sobre comer lo que se ganaban? Dioses, tenía que espabilarse y escuchar mejor.
—Por el secreto. —Le lanzó el brownie y ella lo atrapó con un movimiento demasiado rápido de la muñeca. El postre fue consumido un segundo después. Esta era otra más de las similitudes que compartían, reflexionó. Sus vidas, ambas, habían sido afectadas por una maldición.
—Debiste decirme que podía pagarte con comida —la reprendió—. Pude haberte alimentado todo este tiempo.
—No te conocía lo suficiente para compartir los fundamentos de mi raza. Y como mis hermanas dicen, conocimiento es poder. No necesitas más poder sobre mí.
Él a menudo decía lo mismo, aunque pensaba que sí necesitaba más poder sobre ella.
—Pero, ¿y ahora lo haces? —preguntó con suavidad, tontamente complacido con ella—. Conocerme, quiero decir
Sus mejillas ardieron con color rojo brillante.
—Bien, ahora te conozco mejor.
Era suficiente. Sabin colgó la bolsa de patatas entre dos dedos.
—Dime quién no querías que te viera, qué no querías que vieran.
—Mis hermanas. No quiero que me vean durmiendo.
Entonces esa era la razón.
—Espera. Dime como dormías con tu gallina y luego tendrás estas.
—Sabin. ¡Patatas fritas!
—Tu respuesta no fue satisfactoria.
—Nunca dormí con una gall... Oh, te refieres a Tyson. Por mucho tiempo no lo hice. No dormí, quiero decir. ¿Esa cuenta? ¿Me gané las patatas? —Extendió la mano, moviendo los dedos ansiosamente.
Él las sujetó con fuerza.
—¿Cuánto tiempo estuviste con él?
—Seis meses.
Seis meses. Apretó los dientes, no le gustaba la idea de ella con nadie durante todo ese tiempo.
—¿Permaneciste despierta todo ese tiempo?
—No. Al principio, le hice creer que tenía insomnio. Me quedaba despierta toda la noche. Pero cuando el cansancio llegaba a ser demasiado, llamaba al trabajo, informaba que estaba enferma y dormía en los árboles. Ese es el único lugar donde se supone que durmamos, ya que es casi imposible que nos vean o nos alcancen. Pero según pasaban los meses pensé, ¿por qué no descansar con este hombre en quien confío? Así que comencé a dormir en la cama con él. Y antes de que lo preguntes, no dormir con otras personas alrededor no es una orden o una maldición de los dioses, sino una medida de seguridad que cada Arpía aprende desde el nacimiento.
Sabin no recordaba a las hermanas saliendo por las noches para dirigirse al bosque, pero tan silenciosamente como se movían, muy bien pudieron hacerlo.
—¿Por qué?
Ella soltó un aliento frustrado.
—Nuestras alas pueden ser atadas mientras dormimos, como lo prueba mi tiempo en cautiverio. Ahora dame-las-patatas-fritas.
Sabin le lanzó la bolsa.
El plástico fue rasgado y patatitas teñidas de naranja se desparramaron. Gwen se metió una en la boca, cerró los ojos y gimió. Él tuvo que tragarse un gemido propio.
—¿Quieres ganarte la manzana?
La punta de su lengua salió, pasando sobre sus labios.
—Sí. Por favor.
—Dime lo que piensas de mí. Acerca de lo que hicimos en el bosque. Y no mientas. Solo pagaré por la verdad.
Ella vaciló.
¿Por qué no quería que él lo supiera? ¿Qué no quería que lo hiciera? Un minuto pasó en silencio y él temió que ella se contentaría simplemente con la comida que ya tenía. Entonces ella lo sorprendió.
—Me gustas. Más de lo que debería. Tú me atraes y quiero estar contigo. Cuando no estamos juntos, estoy pensando en ti. Es estúpido. Soy estúpida. Pero me encanta la manera de como que me siento cuando estoy contigo. Cuando tu demonio está callado, no me siento avergonzada ni olvidable o asustada. Me siento digna, deseada y protegida.
Sabin le tiró la manzana y ella la atrapó, evitando mirarlo.
—Siento lo mismo por ti. —Admitió, bruscamente.
—¿De verdad? —sus ojos saltaron hacia él, brillantes de esperanza.
—De verdad.
Lentamente, sonrió. Pero la sonrisa pronto se desvaneció y sus hombros cayeron. Mordió la manzana, la masticó y la tragó.
—Dime en qué estás pensando —le dijo Sabin.
—No sé si podremos hacer que algo de esto funcione. Una vez dijiste que podrías traicionar a la mujer que amabas si eso significaba ganar una batalla. No es que crea que me amas. Yo solo, bueno, si tú fueras a estar con otra, la mataré. Y luego a ti. —Allí, al final, hubo acero en su voz. Acero afilado como una navaja.
—No lo haré. No lo haría. No creo que pueda. —Se frotó la cara con una mano—. Eres lo único en que puedo pensar. Dudo que pueda fingir siquiera con otra mujer.
—Pero, ¿cuánto tiempo durará eso? —preguntó Gwen suavemente, haciendo rodar la manzana en sus palmas. Para siempre sospechaba él, con la culpa consumiéndolo. Ya le había dedicado más tiempo a ella del que debería. No había estudiado los nombres en el manuscrito de Cronos o hecho nada para encontrar los dos artefactos que restaban. Ni siquiera había buscado a Galen.
Por tantos años había puesto la guerra con los Cazadores sobre todo lo demás, y había exigido lo mismo de sus hombres. Las distracciones no eran toleradas. Ellos le habían dado todo lo que les pidió y más. ¿Cómo podía él, como su líder, darse ahora por entero a Gwen?
Así que, en lugar de responder, se puso de pie.
—He descuidado mis deberes por cuidarte y ahora tengo mucho que hacer —dijo. Y con eso la dejó. Si pretendía conservarla, tenía un montón de mierda que comprender primero.