Capítulo 22
La primera mujer que Aeron había encontrado para Paris, ya había dormido previamente con ella. No era que Paris lo hubiera sabido mirándola. La falta de respuesta de su cuerpo lo había revelado. Así que la había enviado de vuelta al pueblo. Desde que había acogido a su demonio, Paris se había endurecido dos veces en una sola oportunidad por la misma mujer. Y eso fue por la mujer que había muerto y que no podía ser renacida. Por mi causa.
La segunda mujer que Aeron había encontrado para su amigo tampoco había funcionado. Por la misma razón. La tercera había sido una turista, nueva en el pueblo, y afortunadamente nunca se había cruzado en el camino del guerrero. Aeron la había secuestrado de la habitación del hotel mientras ella dormía de modo que su rostro tatuado y sus inhumanas alas no la asustaran. Ella se despertó junto a Paris y cuando había vislumbrado su hermosa cara, había subido a bordo para la cabalgata de su vida.
Hoy, Aeron estaba llevando por el aire a su amigo al pueblo. Se acabó el llevar hembras de un lado a otro. Era una pérdida de tiempo. De esta manera, Paris podía elegir a quien quisiera y Aeron podía rápida y eficientemente procurársela. Los dos podrían divertirse en el apartamento de Gilly, el lugar más seguro que Aeron conocía, desde que Torin tenía todo el edificio monitorizado como una prisión de máxima seguridad para mantener a la joven amiga de Danika segura. A Aeron no le había gustado que ella se hubiese mudado fuera de la fortaleza, ella era demasiado frágil, demasiado asustadiza, pero los guerreros la habían asustado y no habían tenido tiempo de calmarla. Aeron la habría llevado a la cafetería cruzando la calle, si ella le hubiera dejado, y se habría quedado en su compañía mientras esperaban.
Un plan perfecto. Bien, tan perfecto como se podía idear.
Si sólo Paris y las Arpías se hubieran llevado bien. Pero Promiscuidad había echado una mirada a las hermosas mujeres y las consideró “demasiado esfuerzo”. Aeron suponía que conocía el sentimiento. Él mismo no había disfrutado de una mujer en más de cien años, y no disfrutaría de otra en cien años más. Si lo hacía alguna vez. Como le había dicho a su dulce Legión, ellas eran simplemente demasiado débiles, demasiado fáciles de destruir, mientras él viviría probablemente para siempre.
No estaba seguro de que pudiera sobrevivir teniendo que observar a otra persona amada morir.
Hablando de personas amadas, ¿Legión había vuelto al infierno? ¿Estaba en peligro? Ella no era feliz a menos que estuviera con Aeron y él no estaba completo a menos que ella estuviera posada sobre sus hombros.
La así llamada ángel no lo había visitado en días. Con suerte, se habría marchado para siempre y Legión volvería.
Se inclinó hacia la izquierda, girando fluidamente. Rosas y púrpuras rayaban el cielo, en una perfecta puesta de sol. El viento azotaba su cuero cabelludo, su cabello era demasiado corto para agitarse. El de Paris, sin embargo, golpeaba continuamente sus mejillas. El guerrero se sostenía contra su pecho, los brazos alrededor de su espalda, debajo de sus alas.
Él se mantenía bajo y en las sombras, fuera de la vista.
—No quiero hacerlo —dijo Paris llanamente.
—Estás mal. Lo necesitas.
—¿Qué eres ahora? ¿Mi proxeneta?
—Sí, tengo que serlo. Mira, encontraste a una mujer con quien podías irte a la cama más de una vez. Seguramente podrás encontrar otra. Sólo tenemos que buscarla.
—¡Maldito seas! Eso es como decirle a un hombre al que le cortaron los brazos que le coserás los de otro. No va a ser lo mismo. No serán del mismo color, del mismo tamaño. Nada será tan perfecto como lo otro.
—Entonces le rogaré a Cronos por el retorno de Sienna. Dijiste que su alma está en los cielos, ¿no?
—Sí —fue la escueta respuesta—. Te dirá que no. Dijo que tenía una oportunidad y si no la elegía a ella, se aseguraría que ella nunca volviese a la tierra. Probablemente ya la haya matado. Otra vez.
—Puedo entrar furtivamente a los cielos. Puedo buscarla.
Hubo una larga pausa, como si Paris estuviera considerando sus palabras.
—Podrías ser capturado, encerrado. Entonces mi sacrificio sería en vano. Sólo... olvídate de Sienna.
El problema era que Aeron no podía olvidarla hasta que Paris lo hiciera. Tendría que sopesarlo, decidir cómo proceder. Todo lo que sabía era que quería a su amigo de vuelta. El sonriente y despreocupado guerrero que tenía una sonrisa para todos.
—La ciudad está llena esta noche —dijo, esperando traerlos a un tópico más seguro.
—Sí.
—Me pregunto que estará sucediendo —justo en ese momento, al hablar, experimentó una punzada de temor. La última vez que había habido tanta multitud, los habían invadido los Cazadores. Estudió la gente de abajo más detenidamente, buscando el característico signo de los Cazadores. Un tatuaje del infinito. Pero estas personas llevaban relojes, mangas largas, y no podía ver sus muñecas. Además, aunque sabía que los Cazadores estaban orgullosos de sus marcas, también sabía que podían haber empezado a esconderlos, marcándose en lugares discretos. Hubiera sido lo más inteligente.
—Lo siento pero necesitamos volver a la fortaleza.
—Bien.
Aeron estaba fuertemente armado, y no le importaba pelear por su cuenta, pero tenía a Paris con él. Paris, quien todavía estaba ido por todas esas masivas cantidades de ambrosía y sería más un impedimento que una ayuda.
—Espera. ¡Detente! —Paris se había tensado contra él, y su tono había sido de incredulidad, esperanza, salpicado de maravilla.
—¿Qué?
—Creo que vi... creo... a Sienna —dijo su nombre como si fuera una plegaria.
—¿Cómo es eso posible? —Aeron escudriñó el suelo. Había tantos rostros y se estaba moviendo tan rápido, que no podía distinguir realmente a uno de otro. Pero si Paris había visto a Sienna, si ella estaba, de alguna manera, otra vez viva, entonces los Cazadores estaban definitivamente aquí—. ¿Dónde?
—Atrás. Vuelve atrás. Se estaba dirigiendo al sur —Había tanta excitación en la voz de Paris que Aeron no pudo resistirse.
A pesar del peligro, giró. Quería lanzar una advertencia, no eleves tus esperanzas, pero no podía. Cosas más extrañas habían pasado.
Repentinamente, Paris se sacudió, gruñó.
—¡Encuentra un refugio! ¡Ahora!
Aeron sintió algo cálido y mojado deslizarse por sus brazos donde agarraba la cintura de Paris. Luego un bombardeo de flechas perforaron las alas de Aeron, desgarrando la membrana. Siguieron los brazos y las piernas, los músculos desgarrados abiertos, los huesos mellados. Al estremecerse de dolor, apareció la comprensión. Los Cazadores estaban efectivamente allí, y lo habían detectado. Probablemente habían estado observando y esperando por una oportunidad como esa.
Mi culpa, pensó. De nuevo. Empezó a caer... caer... dando vueltas y girando. Estrellándose.
Torin se reclinó en su silla, las manos enlazadas detrás de la cabeza, los pies posados sobre el escritorio. Había estado rondando por allí durante meses, apenas saliendo para comer, ducharse o, infiernos, vivir. Cameo no había venido a verlo desde la noche de su regreso, y quizás era lo mejor. No podía concentrarse cuando estaba cerca y él tenía más trabajo sobre la bandeja de lo que nunca lo había tenido.
Mantenía a los guerreros bien surtidos, jugando con acciones y bonos. Monitoreaba el área circundante por intrusos. Había hecho todos los arreglos de los viajes. Buscaba todas las pistas que podía sobre la caja de Pandora, los artefactos o los Cazadores. Estaba buscando entre las noticias por si aparecía cualquier señal de avistamiento de un hombre con alas. También conocido como Galen. Como bien sabía Torin, Galen y Aeron eran los únicos guerreros que poseían los medios para volar.
A Torin no le importaba mucho su trabajo, porque tenía tiempo para hacerlos todos; él nunca dejaba la fortaleza. De hacerlo posiblemente podría acabar con toda la humanidad. Tan dramático, pensó secamente. Pero cierto. Un toque de su piel contra la de otro era todo lo que se necesitaba para desencadenar una plaga. La última que había comenzado, gracias a los Cazadores, había sido aquí en Buda. Al menos había sido contenida por los médicos antes de que pudiera hacer demasiado daño.
Pero, oh, cómo deseaba tocar a Cameo. Hubiera dado cualquier cosa por esa oportunidad. Se la imaginaba en su mente. Pequeña, esbelta, ese largo cabello oscuro, esos tristes ojos grises.
¿Aún la desearía si pudiera elegir a una mujer?, se encontró preguntándose por milésima vez hoy. ¿Aún la desearía si pudiera tocar a cualquiera que quisiera? ¿Iría al pueblo en cualquier momento? Como hombre, sí, la deseaba. Era guapa, inteligente, divertida si dejabas de lado su voz suicida. ¿Pero algo permanente? Simplemente no lo sabía. Porque... su mirada se movió hacia el monitor de la izquierda.
Alguna que otra vez vislumbraría a una hermosa mujer caminando por el pueblo. Largo cabello negro, ojos exóticos que eran brillantes en un momento y nublados al siguiente. Ella se detenía en su caminar, sonreía, fruncía el ceño, luego entraría en funcionamiento. Cuando el viento la acariciaba, agitando su cabello, Torin captaba la mínima insinuación de... ¿orejas puntiagudas? No sabía si estaba teniendo alucinaciones o no, la visión de esas orejas lo puso duro como una roca. Tenía la extraña urgencia de lamerlas.
Ella vestía una camiseta que decía Nixie´s IAD House O´Fun9, y llevaba auriculares en sus oídos. ¿Qué era Nixie? Una búsqueda rápida en Google y supuso que, ¿ella?, era alguna clase de Inmortal Después de la Oscuridad. Interesante. Porque a él no le gustaría nada más que explorarla después de la oscuridad.
¿Qué tipo de música estaría escuchando? A juzgar por el enérgico balanceo de su cabeza, era algo rápido y duro. ¿De dónde había salido? ¿Qué era ella? Deliciosa, apostaría...
Deseando a la extraña mujer que lo había sacudido, volvió a las preguntas que lo recorrían sobre Cameo. Si podía desear a otra, no estaba enamorado de Cameo. Y si no estaba enamorado de ella, ¿Era cruel estar entreteniéndose con ella? ¿Acabaría haciéndole daño? ¿Lo lastimaría a él?
Nunca sería capaz de tocarla, y tan apasionada como era, alguna vez necesitaría a un hombre que pudiera hacerlo. Nunca antes había tenido que preocuparse por estas cosas, porque nunca había estado con una mujer. Ni siquiera antes de su posesión. Entonces había estado demasiado ocupado, demasiado involucrado en su trabajo. Tal vez necesitara unirse a “Trabajólicos Anónimos”, pensó secamente. Debía ser el único milenario de edad, virgen en la historia.
Uno de sus monitores centelló, y le dio un vistazo detallado. Nada fuera de lo ordinario. Tampoco había ninguna señal de su morena de orejas puntiagudas. Otra pregunta se disparó en su cabeza: Si Cameo no estuviera preocupada acerca de su demonio infligiera una incalculable miseria sobre un humano, ¿habría elegido a otro hombre con quien coquetear?
Ante el pensamiento de ella con otro hombre, no hubo una intensa oleada de celos, como debería sentir un hombre enamorado. Está bien, entonces había más confirmación. Tanto como le gustaba, tanto como la ansiaba sexualmente, tanto como no se podía resistir a ella cuando entraba a esta habitación, no la habría elegido si las circunstancias hubieran sido diferentes.
Maldición. ¿Qué clase de idiota era?
A su derecha, hubo un flash de luz azul. Torin giró para mirarlo, con el temor arremolinándose en su estomago. Cronos.
Absolutamente seguro, cuando la luz se desvaneció, el rey de los dioses apareció de pie en el medio de la habitación de Torin.
—Hola nuevamente, Enfermedad —dijo esa voz imparcial. Una toga blanca colgaba de uno de los engañosos hombros de frágil apariencia, y se derramaba hasta sus tobillos. En sus pies había sandalias de cuero. Lo que siempre le chocaba a Torin era las uñas curvas, con apariencia de garras, de los pies del inmortal. Simplemente no encajaban con el antiguo mundo de nobleza del hombre.
—Mi señor —Torin no se levantó, como sabía que esperaba Cronos. Este dios ya tenía demasiado poder sobre él y sus amigos. Así que conservaría el que pudiera. Incluso esto, algo tan pequeño como este.
—¿Has estado buscando a los prisioneros poseídos como ordené?
Torin lo estudió más intencionadamente. Había algo diferente en el dios. Se veía... más joven, tal vez. Su barba plateada no era tan gruesa como siempre, y había vetas de dorado mezclado con su cabello blanco. Si el celestial soberano se había puesto Botox y reflejos, debería haber tenido tiempo para una pedicura.
—¿Y bien?
Espera. ¿Qué quería saber Cronos? Oh, sip.
—Así es, algunos de los guerreros los han estado buscando.
Un músculo palpitó en la mandíbula del rey.
—No es suficiente. Quiero que encontréis a los otros hombres y mujeres poseídos lo antes posible.
Bien, Torin quería tocar piel con piel a una hembra sin matarla, o en el caso de una inmortal, arruinando el resto de su existencia sin fin. No todos conseguían lo que querían, ¿no?
—Tengo unas cuantas ocupaciones entre manos en este momento.
—Desocupadlas.
Como si fuera tan fácil.
—No importaría si tuviera todo el tiempo del mundo. Algunos de los nombres han sido borrados de la lista, así que no hay manera de que sea capaz de encontrarlos a todos.
Hubo una pausa. Luego,
—Los quité yo. No necesitas aquellos nombres.
Está bien.
—¿Por qué?
—Demasiadas preguntas, demonio. Para tan poca acción. Encuentra a los poseídos o sufre mi furia. Eso es todo lo que necesitas saber. No te estoy pidiendo un imposible. Te he dado los nombres que necesitas. Ahora lo que debéis hacer es encontrarlos. Podéis identificarlos por los tatuajes de mariposa en sus cuerpos —Al final, el tono del dios había sido seco. Casi... divertido.
De nuevo, como si fuera tan fácil.
—¿Por qué mariposas, de todas formas? —gruñó, sabiendo que no haría nada bueno en discutir. Nadie era más testarudo que Cronos. Pero también sabía que Cronos lo necesitaba para encontrar y contener a Galen. Lo que no sabía, nadie, era por qué el rey de los dioses no podía hacerlo por él mismo. Cronos no era exactamente sociable.
—Por varias razones.
—Estoy desocupando mi tiempo, como ordenasteis, así tendré el suficiente para dedicarlo a escuchar cada una de las razones.
La mandíbula de Cronos se apretó.
—Alguien se considera a sí mismo más útil de lo que realmente es, por lo que veo.
—Mis disculpas —Dijo entre dientes—. Soy más bajo que bajo, un don nadie, innecesario, inútil.
Cronos inclinó la cabeza en reconocimiento.
—Como mi mascota ha aprendido tan rápidamente su lugar, le daré una recompensa. Deseas saber de las mariposas. Fueron los griegos quien os otorgaron las mariposas, hijo mío.
Torin asintió rígidamente, sin atreverse a hablar para no disuadir al dios de este beneficio.
—Antes de vuestra posesión, estabais limitados en lo qué podíais hacer, a dónde podíais ir. Atrapados en un capullo, podríamos decir. Ahora mírate —Agitó su mano a lo largo del cuerpo de Torin—. Emergiste como algo oscuro pero hermoso. Eso es el por qué habría elegido ese engaño, al final hijos míos. Bien... —Abrió la boca para decir algo más, se detuvo, y luego su cabeza se inclinó hacia un lado—. Tienes otro visitante. La próxima vez que te visite, Enfermedad, espero resultados. O no me encontraras tan indulgente —Y entonces el dios se marchó y alguien llamó a la puerta.
Torin echo un rápido vistazo al monitor a su izquierda. Cameo lo saludó, como si sus previos pensamientos la hubieran convocado. Empujó a Cronos y las advertencias del dios a la parte posterior de su mente. Planeaba ayudar al rey, pero no saltaría cuando el bastardo dijera “salta”. Mascota, ciertamente.
Con el cuerpo aún preparado y listo debido a la visión que había tenido de la “Orejas Lamibles”, presionó el botón que abría la puerta. Cameo entró, cerrando la puerta de madera detrás de ella con un determinante chasquido. Él giró en su silla, estudiándola con una nueva perspectiva. Su aspecto era bonito, y la tensión zumbaba de ella. Pero eso era todo. Tensión. La necesidad de liberación.
No, ella tampoco lo hubiese elegido a él, tampoco.
—Déjame hacerte una pregunta —dijo, ciñendo los dedos a su cintura.
Sus labios oscilaron al aproximarse a él, y se curvaron en una lenta sonrisa.
—Está bien —Ella probablemente tenía intención de sonar ronca, sexy, pero la voz trágica sólo alcanzó un “puede-que-no-me-suicide-después-de-todo”.
—¿Por qué yo? Podrías haber tenido a cualquier hombre.
Su contoneo siguió hasta detenerse. Luego su sonrisa cambió lentamente a un ceño fruncido cuando saltó sobre el borde de su escritorio, fuera de su alcance, con las piernas balanceándose.
—¿Realmente quieres hablar de esto?
—Sí.
—No será agradable.
—¿Qué lo es, en estos días?
—Está bien, entonces. Tú me entiendes, a mi demonio. A mi maldición.
—También lo hacen los otros.
Los dedos de ella giraron en su regazo.
—De nuevo, debo preguntarte si realmente quieres ir allí. Especialmente ya que podríamos estar haciendo alguna otra cosa...
¿Quería? Podría alterar las buenas cosas por las que habían pasado. Placer para ambos. Placer que él no conseguiría y no podría conseguir, en ningún otro lado.
—Sip. Quiero ir allí —Idiota. Pero cada vez que veía a Maddox y Ashlyn, Lucien y Anya, Reyes y Danika, y ahora Sabin y la Arpía, quería algo como eso para él.
No es que pudiera tenerlo alguna vez. Lo había intentado una vez, unos cuatrocientos años antes. Todo lo que había tenido que hacer para fastidiarlo era quitarse los guantes, acariciar el rostro de su amada, y luego observarla morir al día siguiente, su cuerpo destrozado por la enfermedad que él le había dado.
No podría pasar por eso otra vez.
Desde entonces, se había mantenido alejado apropósito de todas esas hembras. Hasta Cameo. Ella fue la primera mujer que había mirado, realmente mirado, en demasiados años como para contarlos.
Su mirada se aparto de él.
—Tú estás aquí. Nunca sales. No te matarán en una batalla. Me arrebataron al hombre que amaba, fue torturado por mis enemigos y enviado en pedazos. No tengo que preocuparme de eso contigo. Y me gustas. En verdad me gustas.
Pero no lo amaba, y el potencial de amor, el “para siempre”, la clase de amor de “morir sin ti”, de todas formas, no estaba.
¿Y no estaba eso a la par con el resto de su vida?
—Entonces... ¿quieres dejarlo? —Preguntó suavemente.
Él echó un vistazo el monitor de nuevo. Ninguna señal de su nena de orejas puntiagudas.
—¿Parezco estúpido?
Una carcajada escapó de ella, ahuyentando su tristeza.
—Bien. Continuaremos como hasta ahora. ¿Vale?
—Vale. ¿Pero qué sucederá cuando conozcas a un hombre al que puedas amar?
Ella mordió el labio inferior y se encogió de hombros.
—Lo dejaremos —a él no le hizo la misma pregunta. Excepto, por supuesto, intercambiando “hombre” por “mujer”. Ambos sabían que nunca conocería a una mujer que pudiera vivir con él en cualquier sentido.
Una de sus ordenadores sonó, captando su atención. Se enderezó, escudriñando hasta que encontró la pantalla correcta. El aliento escapó entre sus dientes.
—Santo infierno, ¡lo conseguí!
—¿Qué? —preguntó Cameo.
—Encontré a Galen. Y, mierda, no vas a creerte dónde está.
—No vas a dejarme. —le dijo Sabin a Gwen. Después a sus hermanas, les dijo—. No la vais a apartar de mí —Ellas habían pasado la última hora guardando sus cosas, y algunas de las de él, ahora estaban parados en la entrada de la fortaleza.
Estaban listas para marcharse, pero Gwen continuaba demorándose, “acordándose” de algo que había dejado en la habitación de él.
Él sabía que las Arpías tenían intención de llevársela ahora y para siempre. Justo delante de él, habían hablado acerca de cómo no lo querían nunca más alrededor de Gwen. Pensaban que Gwen estaba quebrantando demasiadas reglas, ablandándose demasiado por un hombre que nunca podría ponerla a ella la primera en su lista de prioridades. Aún más no les gustaba que le hiciera el amor fuera en el exterior, donde cualquiera, incluso un enemigo, podría llegar furtivamente.
Él les gustaba, apreciaban lo que había hecho para endurecer a Gwen, eso había sido admitido a regañadientes, pero todavía lo consideraban malo para ella. Y no la buena clase de malo.
Oyéndolas hablar, pensando en estar sin ella, lo estaba volviendo loco. No podía estar sin ella. No estaría sin ella. No la perdería por sus hermanas y maldita sea, seguro que no la perdería por su guerra. La necesitaba.
—Haremos lo que nos plazca —dijo Bianka, desafiándolo con su tono a contradecirla de nuevo—. Tan pronto como Gwen encuentre sus... lo que sea que mencionó esta vez... nos iremos.
—Ya lo veremos—Su teléfono sonó, señalando un mensaje. Frunciendo el ceño, sacó el aparato de su bolsillo. Un texto de Torin.
Galen en Buda. Con un ejército. Prepárate.
Después Cameo apareció corriendo escaleras abajo.
—¿Lo has oído? —Preguntó.
—Sip.
—¿Qué? —preguntaron las Arpías. Incluso a pesar de que estaban planeando irse, todavía se sentían con derecho a saber sobre sus asuntos. Imagínate.
—Probablemente nunca se fue. —Cameo continuó como si no hubieran hablado. Se detuvo frente a él—. Probablemente ha estado aquí todo el tiempo, esperando, observando, aumentando sus tropas. Y ahora que somos la mitad de nuestro número...
—Mierda —Sabin restregó su cara con una mano dura—. Que mejor momento para castigarnos por lo que sucedió en Egipto. Y sin dejar que nos olvidemos de que quiere a esas mujeres de vuelta, Gwen incluida.
—Yep. Torin está alertando a los otros —dijo—. Aunque no se dirigen hacia aquí, pero se están atrincherando en el pueblo.
—¿Que infiernos está pasando? —Exigió Bianca.
—Los Cazadores están aquí y listos para batallar —le dijo Sabin—. Dijisteis que pelearíais para mí, ayudándome a derrotarlo. Bien, ahora es vuestra oportunidad —Primero, sin embargo, tenía que resolver que hacer con Gwen mientras él, ¿ellos?, estaban fuera. Si se atrevían a llevársela mientras no estuviera...
Un gruñido salió de su garganta, cosquillando sus cuerdas vocales.
Y sí, el pensamiento de dejar a un fuerte y capaz guerrero atrás era extraño en él. Incluso francamente ridículo. Especialmente ya que él había pensado en enviar a Gwen a la batalla desde el principio. Pero no iba a cambiar de parecer. De algún modo, de alguna manera, Gwen se había convertido en la cosa más importante en su vida.
La había dejado sola en los pasados días, tratando de disminuir su importancia para él, así como de enderezar sus prioridades. No había resultado. Se había vuelto más importante, y su prioridad número uno.
Justo entonces Kane se apresuró junto a ellos. Llevaba el retrato de Galen, aún roto, que Danika había pintado, una mitad en cada mano.
—¿Qué estás haciendo con eso? — le preguntó Sabin.
—Torin quiere que lo cierre bajo llave —fue la respuesta—. Por las dudas.
Abriéndose camino, Kaia agarró a Kane por el brazo, deteniéndolo.
—¿Cómo lo obtuviste? Espero que sepas que vas a pagar por romperlo, tú bast... —Lo liberó con un gruñido y frotó la palma—. ¿Cómo infiernos me diste un calambrazo como ese?
—No tengo...
—¡Oh, Dios Mio! —Gwen bajó rápidamente los escalones, su mirada fija en el retrato. Su piel empalideció, su boca colgando abierta—. ¿Cómo te hiciste con él?
—¿Qué ocurre? —Sabin cruzó el umbral para pararse junto a ella. Envolvió un brazo alrededor de su cintura. Estaba temblando.
La fría mirada de Taliyah pasó de Gwen al retrato, del retrato a Gwen. También, estaba palideciendo, su ya pálida piel revelaba profundas venas azules.
—Tenemos que irnos —dijo, y por la primera vez desde que Sabin la había conocido, había emoción en su tono. Terror. Preocupación.
Bianka fue hacia adelante y agarró la muñeca de Gwen.
—No digas una palabra. Vayámonos de aquí, vamos a casa.
—Gwen — dijo Sabin, sosteniéndola firmemente. ¿Qué infiernos estaba pasando?
Una lucha comenzó, pero Gwen apenas pareció notarlo.
—Mi padre — dijo ella finalmente, las palabras tan silenciosas que él tuvo que esforzarse para oír.
—¿Qué pasa con tu padre? —insistió. Nunca antes había hablado del hombre, así que había asumido sólo que quienquiera que fuera, no era parte de su vida.
—A ellas no les gusta que hable sobre él. No es como nosotras. ¿Pero cómo lo obtuvisteis? Estaba colgado en mi habitación en Alaska.
—Espera —Él echó un vistazo al retrato—. Estás diciendo...
—Ese hombre es mi padre, sí.
No. No.
—Eso no es posible. Míralo más de cerca y verás que estás equivocada —Tienes que estar equivocada, Por favor tienes que estarlo. Apretó sus hombros y la forzó a mirar la pintura.
—No estoy equivocada. Es él. Nunca lo conocí, pero he estudiado esta pintura toda mi vida —Su tono era nostálgico—. Es el único enlace que tengo con mi lado bueno.
—Imposible.
—¡Gwen! —Las Arpías gritaron como si fueran una—. Suficiente.
Ella las ignoró.
—Te estoy diciendo que ese es mi padre. ¿Por qué? ¿Qué pasa contigo? ¿Y cómo obtuviste la pintura? ¿Por qué esta rota?
Otra ola de negación estalló a través de él, seguida rápidamente por un shock y más lentamente por la aceptación. Con la aceptación vino la furia. Tanta furia, mezclada con el verdadero terror y preocupación que Taliyah había expresado. Galen era el padre de Gwen. Galen, su mayor enemigo, el inmortal responsable por los peores días de su larga, larga vida, era el jodido padre de Gwen.
—Mierda — dijo Kane—. Mierda, mierda, mierda. Esto es malo. Muy malo.
Sabin apretó la mandíbula e hizo su mejor esfuerzo para mantener su serenidad.
—¿El retrato estaba colgado en tu habitación? ¿Este mismo retrato?
Ella asintió.
—Mi madre me lo dio. Lo pintó hace años, cuando se dio cuenta que me llevaba a mí. Quería que yo viera al ángel, que fuera diferente a él.
—Gwen —dijo Kaia bruscamente, tirando de su hermana con toda la fuerza—. Te dijimos que te detuvieras.
No lo hizo. Era como si las palabras estuvieran dejándola por su propia voluntad, reprimidas por demasiado tiempo y desbordándose. Y quizá, habiendo aprendido a luchar, ya no estaba asustada de pelear por lo que deseaba.
—Tenía un ala rota y se arrastró dentro de una cueva para sanar. Él estaba persiguiendo a un demonio disfrazado de humano, un demonio que entró corriendo en esa cueva e intentó usarla como escudo. Él la salvó, se deshizo del demonio. La atendió, y ella durmió con él, incluso aunque ella odiaba lo que él era. Dijo que no pudo evitarlo, que sintió esperanza de un futuro con él. Un futuro que de alguna manera se había convencido que quería. Después, la mujer de cabello oscuro que ves ahí llegó con un mensaje, algo sobre vislumbrar un espíritu, y tuvo que irse. Le dijo que esperara, que volvería por ella. Pero cuando se fue, mi madre recobró sus sentidos, se dio cuenta que no quería tener nada que ver con un ángel y se fue. Ella es un artista, y cuando yo nací pintó su retrato con la mujer. La última visión que tuvo de él, iba a ser la primera que yo tuviera, me dijo.
Queridos. Dioses.
—¿Sabes quién es tu padre, Gwen? —preguntó.
Finalmente sus ojos se apartaron del retrato y los depositó sobre él, la confusión nadando en sus profundidades.
—Sí. Un ángel, como dije. Un ángel que sedujo mi madre. Eso es por lo que soy de la forma que soy. Más débil, menos agresiva.
Ella ya no era así, pero ahora no era el momento para señalarlo.
—Galen no es un ángel —dijo Sabin, su disgusto era alto y claro—. El hombre al que estas mirando, llamándolo tu padre, es un demonio, el guardián de la Esperanza. Te garantizo que él es la razón por la que tu madre experimentó esa falsa sensación de esperanza de un futuro con él y tan pronto como se fue ella dejó de comportarse de esa manera.
Un fuerte jadeo escapó de ella, y sacudió su cabeza violentamente.
—No. No, eso no puede ser. Si yo poseyera sangre de demonio, hubiera sido fuerte como mis hermanas.
—Siempre lo fuiste, sólo te niegas a verlo. —Dijo Bianka—. Mamá derribó tu confianza, es mi suposición.
Sabin cerró sus ojos, después los abrió. ¿Por qué tenía que ocurrir esto ahora?
—Ese hombre es como yo, excepto por una importante distinción. Es el líder de los Cazadores. Es el responsable de la violación de aquellas mujeres. Es el comandante de los hombres que te capturaron. Está aquí, en Budapest, y está desesperado por pelear —Al hablar, se dio cuenta de su error. El deleite chispeando en sus ojos ante el conocimiento de que su padre estaba cerca.
No hacía mucho tiempo, Sabin había considerado que los Cazadores la habían plantado en esa celda para usarla como cebo para descubrir sus secretos y atraerlo a su muerte. Había descartado ese pensamiento inmediatamente. Aún lo descartaba, incluso aunque Duda estaba gritando en su cabeza, lanzando otras posibilidades.
Era más peligrosa que un Cebo. Galen podía jugar la carta del padre para conseguir que ella traicionara a Sabin.
¡Maldita sea esto!
—Eso no puede ser verdad — repitió Gwen, el deleite fue reemplazado por escepticismo al mirar a sus hermanas—. Nunca he sido como vosotras, a pesar de lo que diga Bianka. Siempre he sido demasiado suave. Como un ángel. ¿Cómo podría ser un demonio mi padre? ¡Hubiera sido peor que tú! ¿Verdad? Quiero decir... no puedo... ¿sabíais algo de esto?
Ignorándola, Kaia caminó hacia adelante, enfrentándose al rostro de Sabin, nariz con nariz.
—Estás mintiendo. Tanto como hemos deseado siempre lo contrario, su padre no es un demonio. Y ciertamente no está liderando a aquellos Cazadores. Si Gwen fuese mitad demonio, lo hubiéramos sabido. Ella no hubiera... tiene que haber alguna clase de error. El padre de Gwen no es el líder de tu enemigo, ¡Así que ni siquiera pienses en lastimarla!
El maldito padre de Gwen. Las palabras hicieron eco a través de su mente, aunque casi no podía procesarlas. Cualquier futuro que él había imaginado con Gwen estaba probablemente arruinado. Incluso si ella era completamente inocente y no había ayudado al bastardo de su padre, lo cual sabía, Sabin planeaba encerrarlo lejos por toda la eternidad. ¿Cómo podría vivir con el guerrero que encerró a su padre?
Además, la mayoría de las personas no se volvían contra su familia, sin importar las circunstancias. Él no lo haría. Sus amigos, su improvisada familia, lo era todo para él. Siempre lo había sido. Y tenía que quedarse de esa manera.
Sin importar lo que su mente gritara, que no hiciera lo que estaba planeando.
Gwen podría no haber ayudado a su padre, pero eso podía cambiar en cualquier momento, ahora que ella sabía quién era. ¡Jodido Destino!
—Quizás Kaia tiene razón y tú estás equivocado —dijo ella esperanzada, agarrándose a su camiseta—. Quizás...
—Pasé mil años con ese hombre, protegiendo al rey de los dioses en los cielos. Pasé unos cuantos miles más odiándolo con cada fibra de mi ser. Sé malditamente bien quién es.
—¿Por qué un demonio lidiaría a los Cazadores? ¿Por qué quiere encontrar la caja que os destruirá a todos si ésta lo destruiría a él también? ¿Huh? ¡Dime eso!
—No sé cómo se salvará. ¡Pero sé que él es la razón por la que abrimos esa maldita caja en primer lugar! Haría cualquier cosa, incluso enviar a su propia hija entre nosotros para jodernos. Y desde nuestra posesión, ha engañado a esos humanos haciéndolos pensar que es un ángel. Así es cómo fue capaz de dirigirlos.
Ella se pasó una mano por el rostro, una copia de él.
—Quizás tengas razón sobre él, quizás estés equivocado. De cualquier forma, yo no lo sabía —Sus ojos estaban brillantes, incluso rodeados como estaban por apagadas ojeras—. Y yo no conspiré en tu contra.
Él tomó una estremecedora bocanada de aire, entonces lo liberó.
—Sé que no lo hiciste.
—¿Qué es entonces? ¿Piensas que lo ayudaré algún día, ahora que sé quién es? No lo haré. Nunca te haría eso a ti. Sí, me iré como está planeado —su voz se quebró allí—, porque no confías en mí para pelear contigo. Pero pueden confiar en mí para mantener seguros tus secretos.
—Ahórratelo —dijo él—. No vas a ir a ningún sitio.
Y entonces fue tras sus alas.