Capítulo 7

Paris se sentó con los hombros caídos en el asiento trasero de la Escalade, Strider tras el volante y sin importarle los límites de velocidad. No se podía decir donde estaba sentado Paris, aunque el sol brillara sobre el centro de Budapest. Las ventanas estaban teñidas tan densamente que el interior estaba totalmente a oscuras. Anya, la amante de Lucien y la diosa menor de la Anarquía, había robado el vehículo, con otro a juego y un Bentley para ella (solo los dioses sabían de dónde), justo antes de abandonar Egipto.

—No tenéis que darme las gracias, —les había dicho ella sonriendo beatíficamente—. Vuestras expresiones horrorizadas son el mejor regalo. Los coches son de un gánster, es lo que me digo a mi misma. Afrontémoslo. Necesitabais seriamente un transporte y estas ruedas sirven para el trabajo.

Lamentablemente, Paris tenía que compartir el coche con Amun, quien sentía la cabeza a punto de explotar, Aeron, que no paraba de fruncir el ceño, (el tipo necesitaba a su pequeña amiga demonio, Legión, con él), así como Sabin y su Arpía.

Sabin no podía mantener los ojos lejos de la peligrosa mujer, y no es que hubiera perdido su dureza desde que la había besado en el avión. Completamente seguro. Ella era increíblemente encantadora, con sus ojos dorados muy parecidos a un diamante en su pureza, labios tan rojos como probablemente había sido la manzana de Eva y un cuerpo que definía la palabra tentación. Y aquel pelo rubio rojizo era un milagro por sí solo. Pero era una Arpía que había sido encontrada en campo enemigo y por lo tanto no podía confiar en ella por ninguna razón.

Tal vez habían abusado de ella como con los otros prisioneros. Tal vez despreciaba a los Cazadores como lo hacía él. Tal vez...

Pero tal vez no era lo suficientemente buena para merecer su confianza. No más. Podría ser un cebo, una bonita trampa que los Cazadores habían puesto y los Señores le habían dado la bienvenida con los brazos abiertos.

Paris no quería que Sabin terminara como él: ansiando a un enemigo con cada fibra de su ser pero incapaz de tenerla.

Un minuto, una hora, un mes, un año antes, no lo sabía, el tiempo no importaba, había sido emboscado por los Cazadores y lo habían encerrado. Él estaba poseído por el demonio de la Promiscuidad, así que necesitaba sexo para sobrevivir. Sexo cada día, al menos una vez, pero nunca con la misma mujer. En aquella celda, atado a una camilla con correas, sus ojos recorrían la estancia mientras se sentía cada vez más débil. No querían matarlo antes de encontrar la caja de Pandora, con la muerte de su cuerpo, el demonio sería liberado, permitiéndole vagar por la tierra, enloquecido y sin freno. Los cazadores utilizaron a Sienna en su plan, con sus elegantes manos y una sensualidad sin explotar.

Ella lo había seducido, haciéndole recuperar las fuerzas. Y por primera vez desde su posesión, Paris deseaba con toda su fuerza a la misma mujer por segunda vez. En aquel momento supo que ella le pertenecía. Supo que ella era su razón para respirar. La razón por la que había esquivado a la muerte en todos esos miles de años. Pero su propia gente le había disparado cuando ella se fugó con Paris.

Había muerto en sus brazos.

Ahora Paris estaba forzado a ir a la cama de una nueva mujer cada día y si no podía encontrar a una mujer, tenía que encontrar a un hombre, aunque nunca se hubiera sentido atraído hacia su propio sexo. Joder era joder para el demonio de la Promiscuidad. Un hecho que desde hace mucho lo había sumergido bajo una espiral de vergüenza.

Aún ahora, no importaba quien fuera su compañero de cama, tenía que imaginar la cara de Sienna para que no fuera tan difícil. Imaginar su cara para terminar el trabajo, porque cada célula de su cuerpo sabía que la persona debajo de él no era la indicada. Olor incorrecto, curvas incorrectas, voz incorrecta, textura incorrecta. Todo era incorrecto.

Hoy sería lo mismo. Mañana también. Y al siguiente día y al siguiente. Por toda la eternidad. No había ningún final a la vista para él. Excepto la muerte, pero no merecía la muerte todavía. No mientras Sienna no fuera vengada. ¿Alguna vez lo sería?

Nunca la amaste. Esto es una locura.

Palabras sabias. ¿De su demonio? ¿De él mismo? No lo sabía. Ya no podía distinguir una voz de la otra. Eran el mismo, dos mitades de un todo. Y ambos estaban en el límite, listos para romperse en cualquier momento.

Hasta entonces...

Paris acarició el bolso de ambrosía seca y soltó un suspiro de alivio. Todavía estaba allí. Ahora cargaba con la potente sustancia a cualquier parte donde fuera. Por si acaso lo necesitaba. Algo que cada vez era más frecuente.

Solo cuando mezclaba la ambrosía con el vino hacía lo que se suponía haría el alcohol para entumecerlo. Aunque fuera un rato. Cada día, parecía que tenía que añadir más para alejar el zumbido.

Solo tenía que pedirle a su amigo que robara más. Solo los dioses sabían que merecía unas horas de paz, una oportunidad para perderse. Después se refrescaría, fuerte, listo para luchar con el enemigo.

No pienses en eso ahora. Pronto alcanzaría la fortaleza, y tenía un trabajo que hacer. Eso era lo primero; tenía que serlo. Forzó a sus ojos a centrarse en su entorno, su mente estaba en blanco. Se habían ido los palacios multicolores, la gente que caminaba de un lado a otro de las calles. En su lugar había colinas densamente arboladas, abandonadas y olvidadas.

El SUV hizo caer las rocas de una de las laderas al ascender una de aquellas colinas, esquivando árboles y pequeños regalitos que había en él y los otros iban dejando a cualquier Cazador que fuera lo bastante estúpido para ir tras ellos. Otra vez.

Hace aproximadamente un mes, los Cazadores habían entrado y arruinado como el infierno, la casa en la que habían vivido durante siglos, forzando a los Guerreros a encontrar un escondite antes de salir a otro viaje, a otra batalla. Habían sido necesarios muebles nuevos. Nuevas aplicaciones. Eso no le gustaba. Últimamente habían habido demasiados cambios en su vida, mujeres que vivían en la residencia, el regreso de viejos enemigos, el estallido de la guerra, no podría soportarlo mucho más.

Su vista alcanzó la fortaleza, una monstruosa sombría torre de piedra. La hiedra subía por las paredes dentadas, mezclando la casa con el suelo y haciendo casi imposible diferenciar entre los dos. La puerta de hierro era la única cosa a parte que rodeaba la estructura. Otro añadido.

La repentina impaciencia saturó el aire fresco. Cuerpos tensos, aire contenido. Tan cerca...

Torin, que los observaba desde el interior de la fortaleza por los monitores y censores, abrió aquella puerta. Ellos serpentearon hacia lo alto, al arco de la puerta principal, Aeron apretó con tanta fuerza el apoyabrazos que se rompió.

—Un tanto excitante, ¿Verdad? —Preguntó Strider, mirando por el espejo retrovisor.

Aeron no contestó. Existía una buena posibilidad de que no hubiera escuchado la pregunta. Los tatuajes de su cara registraban determinación y cólera. No la expresión indulgente que ponía al ver a Legión.

Cuando el vehículo se detuvo, todo el grupo se bajó. Fulminó con su mirada a la luz del sol azotaba su cuerpo, haciéndolo sudar bajo la camiseta y vaqueros. ¿Dioses, aun estaban calientes como el infierno?

Tan pronto como emergió del coche, la pequeña Arpía dio un paso a un lado, sus delicados brazos rodeándose a sí misma, ojos grandes, la cara pálida. Sabin observó cada movimiento, aun no había apartado la mirada cuando cogió una bolsa y la otra cayó a sus pies.

¿Cómo podía algo tan vicioso como una Arpía ser tan tímida? Simplemente no era posible; no encajaba. Ella parecía dos piezas de dos rompecabezas diferentes y ahora Paris pensaba que deberían haberle vendado los ojos durante el camino a la fortaleza.

Pensando retrospectivamente, siempre podrían cortarle la lengua para impedir que hablara, supuso él. Tal vez cortarle las manos para impedirle escribir o firmar.

—¿Quién eres?

Antes de Sienna, él habría sido el primero en luchar por una hembra. Cosa que no haría ahora, en realidad quería herirla, debería sentirse culpable. En cambio, estaba enfadado por no haber hecho un mejor trabajo protegiendo a sus amigos de ella. Todas las amenazas posibles tenían que ser eliminadas. A lo largo de los años, otros guerreros habían tratado de convencerlo de ello pero él siempre se oponía. Ahora, lo entendía.

Era demasiado tarde para hacer algo con ella, aunque Sabin no lo permitiría. El tipo estaba atrapado. Incluso antes de que las diferencias separaran el grupo de Lucien del de Sabin, Paris no recordaba haber visto a Sabin intentándolo con una mujer. Que no era necesariamente algo bueno. Si la timidez de la muchacha no fuera una actuación, entonces Sabin la destruiría, junto con parte de su autoestima.

Maddox surgió del segundo Escalade, una línea oscura en la periferia de Paris. El guardián de Violencia no se molestó en coger su bolsa, sus pasos se encaminaron rápidamente hacia el pórtico. Las puertas se abrieron de golpe y una hembra embarazada voló hacia fuera, riendo y gritando. Ashlyn salto a sus brazos, flotando como el oro, la balanceo alrededor. Y sus labios se encontraron en un acalorado beso segundos después.

Era increíble imaginarse al salvaje Maddox como padre, incluso si el bebé nacía mitad demonio como los Señores.

Después salió Danika, que se paró en la entrada explorando a la multitud para encontrar a Reyes. Descubrió al encantador rubio y gritó. Como si aquel grito fuera una llamada de acoplamiento de alguna clase, Reyes palmeó su daga y fue hacia ella.

Poseído por el demonio de Dolor, Reyes no podía sentir placer sin sufrimiento físico. Antes de Danika, el guerrero había tenido que cortarse las veinticuatro horas, siete días a la semana para poder funcionar bien. Durante su estancia en El Cairo, no tuvo que lastimarse ni una sola vez. El estar lejos de Danika había sido suficiente dolor, había dicho una vez. Ahora que se habían reunido, tendría que cortarse otra vez, pero Paris no pensó que eso les importaría.

Con un gruñido, Reyes la tomó en brazos y los dos desaparecieron dentro de la fortaleza, Danika reía tontamente, lo que mostraba lo unidos que estaban.

Paris sintió un dolor repentino en el pecho, y rezó por que se marchara. Él sabía que no se marcharía. No antes de tener su ambrosía. Cada vez que estaba alrededor de las parejas obviamente enamoradas, el dolor brotaba y se quedaba, como un parásito que succionaba su vida directamente, hasta que bebiera y se sumergiera en el estupor.

No había ninguna señal de Lucien, que había destellado hacia la casa porque no era de los que aguantara el largo viaje. Él y Anya probablemente se habían encerrado en su cuarto. Un pequeño favor, al menos.

Notó que la Arpía estaba mirando atentamente a las parejas tal y como lo hacía él. ¿Estaba fascinada o quería usar esa información contra ellos?

No había más hembras en la residencia, gracias a los dioses. Nadie que Paris pudiera seducir y eventualmente lastimar cuando lo arruinara con alguien más. Gilly, la amiga de Danika, vivía en un apartamento en la ciudad. La chica había querido su propio espacio. Y ellos habían pretendido dárselo, sin decirle que su casa estaba protegida con los sistemas de vigilancia de Torin. La abuela, la madre y la hermana de Danika se habían marchado también, de vuelta a los Estados Unidos.

—Vamos. —dijo Sabin a la Arpía. Cuando ella no obedeció, le hizo señas para que fuera a su lado.

—Aquellas mujeres... —Susurró ella.

—Son felices —había confianza en cada silaba—. Estaban impacientes por reunirse con sus hombres, si no te habrían saludado personalmente.

—¿Ellas saben...? —Otra vez tuvo problemas para terminar la oración.

—Oh, sí. Ellas saben que sus hombres están poseídos por demonios. Ahora vamos. —Agitó sus dedos.

Ella vaciló.

—¿Dónde me llevarás?

Sabin se pellizcó el puente de la nariz con la mano libre. Parecía que lo hacía mucho últimamente.

—Entra o no, pero no voy a esperar aquí a tomes una decisión. —Con paso malhumorado, dio un portazo.

Algún otro la habría levantado y tirado sobre el hombro, pensó Paris. Él permitió que escogiera. Inteligente de su parte.

La Arpía echó un vistazo a izquierda y derecha, Paris estaba preparado para una persecución. No porque pensara cogerla si ella comenzaba a dar puntapiés como había hecho en el interior de la caverna. Pero estaba preparado para luchar contra ella si fuera necesario.

Otra alarma saltó en su mente. Ella podría escaparse, aquí y ahora. Incluso antes, cuando abordaron el avión. Diablos, pudo haberse escapado mientras acamparon en el desierto. ¿Por qué no lo hizo? A no ser que fuera un cebo como había sospechado, y estuviera allí para aprender todo sobre ellos.

Aunque lo había negado, Sienna había sido el Cebo. Lo había besado incluso cuando lo había envenenado, y ella era simplemente una humana. ¿Qué clase de daño podría hacer esta Arpía?

Deja que se preocupe Sabin ahora. Ya tienes bastante mierda en tu plato.

Finalmente, ella decidió seguir a Sabin y dirigirse al interior, con pasos inseguros.

—Los prisioneros necesitan ser interrogados. —Paris no se lo dijo a nadie en particular.

Cameo echó su cabello negro hacia atrás y se agachó para coger su maleta. Nadie intentó ayudarla. La trataban como a uno más porque así lo prefería. Al menos, eso es lo que siempre se decía él. Nunca había intentado tratarla como algo más porque no quería dormir con ella. Quizás a ella le gustaría ser mimada en alguna ocasión.

—Tal vez mañana. —Dijo ella, casi haciéndole sangrar los tímpanos con su trágica voz—. Necesito descansar. —Sin otra palabra más, gracias a los dioses, ella se marchó dentro.

Tan bien como Paris conocía a las mujeres, sabía sin lugar a dudas que mentía. Había un brillo en sus ojos y un rubor en sus mejillas. Tenía una mirada ansiosa, no cansada. ¿Con quién planeaba encontrarse?

Ella había estado muy pegada a Torin últimamente y... Paris parpadeó. No, seguramente no. Torin no podía tocar a otro ser sin infectarlo con la peste, así como haría esta con cada persona que se encontrara, causando una plaga por toda la tierra. Ni siquiera un inmortal estaba a salvo del daño. Aquel inmortal no moriría, pero se volvería como Torin, incapaz de conocer las caricias de otro sin las severas consecuencias que eso significaría.

No le importaba que se trajeran realmente entre manos. Tenía trabajo que hacer.

—¿Alguien? —Dijo Paris a los restantes.

Necesitaba algo como esa mierda ahora. Cuanto antes terminara de conseguir la información de los Cazadores, mas pronto podría encerrarse en su cuarto y olvidar que estaba vivo.

Strider silbó por lo bajo, pretendiendo no oírlo mientras se encaminaba hacia la puerta de la entrada.

¿Qué diablos? Nadie apreciaba la violencia mejor que Strider.

—Strider hombre. Sé que me has oído. Ayúdame con el interrogatorio, ¿sí?

—¡Oh, vamos! Al menos espera hasta mañana. No creo que vayan a ninguna parte. Necesito recuperarme un poco. Como Cameo, mañana temprano estaré listo y fresco. Lo juro por los Dioses.

Paris suspiro.

—Está bien. Vete. —¿Cameo y Strider eran pareja entonces?—. ¿Qué dices, Amun?

Amun asintió, pero el movimiento lo desequilibró y con un gemido se derrumbó en el centro del pórtico.

Un segundo más tarde, Strider estaba a su lado envolviendo con un brazo alrededor de su cintura.

—El tío Stridey está aquí, no te preocupes —Levantó al estoico guerrero. Lo habría llevado a cuestas si hubiera sido necesario, pero con Strider como muleta Amun fue capaz de poner un pie delante de otro, solo tropezaba de vez en cuando.

—Te ayudare con los Cazadores. —dijo Aeron, acercándose a Paris. La oferta lo sorprendió como el infierno, la verdad sea dicha.

—¿Qué pasará con Legión? Tal vez ella te eche de menos.

Aeron sacudió la cabeza. Llevaba el pelo rapado al cero y su calva brillaba a la luz del sol. —Si estuviera aquí, ya estaría ahora mismo sobre mis hombros.

—Lo siento. —Nadie sabía mejor que Paris como se sentía al echar de menos a una hembra. Aunque admitía que se había sorprendido al descubrir que el pequeño demonio nervudo era una hembra.

—Es lo mejor —una mano nervuda frotó la cansada cara de Aeron—. Algo... ha estado observándome. Una presencia. Poderosa. Comenzó una semana antes de que nos fuéramos al Cairo.

El estomago de Paris se encogió con temor.

—Primero, tienes un repugnante hábito de guardarte ese tipo de información. Deberías habernos dicho algo la primera vez que lo notaste, tal como deberías habernos dicho lo que pasó con los Titanes cuando volviste de tu cita divina hace unos meses. Quienquiera que te haya estado observando podría haber alertado a los Cazadores sobre nuestro viaje. Podríamos tener...

—Tienes razón y lo siento. Pero no creo que sea trabajo de los Cazadores.

—¿Por qué? —Exigió Paris, poco dispuesto a dejarlo pasar.

—Sé como es la sensación de aquellos ojos odiosos juzgándome y esto no se parece a eso. Este es... curioso.

Paris se relajó un poco.

—Tal vez sea un dios.

—No lo creo. Legión no le teme a los dioses pero le teme a esta maldita cosa quienquiera que sea. Ese fue uno de los motivos por el que aceptó tan dócilmente eso de ir al infierno por Sabin. Ella me dijo que volvería cuando la presencia se hubiera ido.

Había un tono de preocupación en su voz. Estaba preocupado, Paris no lo entendía. Legión podría ser un demonio diminuto con inclinación por las diademas, que habían descubierto no hace mucho, cuando le había robado una a Anya y había desfilado orgullosamente alrededor de la fortaleza con ella, pero podía cuidarse a sí misma.

Paris giró en redondo.

—¿Está tu sombra aquí? ¿Ahora? —Como si necesitaran otro enemigo—. Quizá puedo seducir a quienquiera que sea, aunque esté lejos de ti. Y matarlo. Que no cuente lo que ya haya aprendido.

La cabeza de Aeron dio una sacudida.

—Francamente no creo que quiera hacernos daño.

Hizo una pausa, y despacio soltó el aliento.

—Muy bien, entonces. Lo intentaremos más tarde. Solamente avísame si vuelve. Ahora mismo tenemos que encargarnos de los cabeza de mierda de la mazmorra.

—Suenas más humano con cada día que pasa, ¿lo sabías? —Aeron había dicho eso antes, pero solo una vez, no lo decía con desaprobación. Con un silbido desenvainó el machete que llevaba a su espalda. —Tal vez los Cazadores opondrán resistencia

—Solo si tenemos suerte.

Torin, el guardián de Enfermedad, estaba sentado en su escritorio con la cara hacia la puerta de su dormitorio o más bien hacia los monitores que lo unían con el mundo exterior. Observó cuando el SUV llegó a la entrada y al instante se había endurecido. Había visto a los guerreros surgir y con la palma de la mano había tenido que acomodarse para aliviar el repentino dolor. Los veía entrar a la fortaleza de uno en uno. En cualquier momento...

Cameo se deslizó silenciosamente dentro de su habitación y cerró la puerta suavemente. Tiró de la cerradura y tras varios tic tacs del reloj, se mantuvo a su espalda. Su largo pelo negro caía hasta su cintura y se rizaba en las puntas.

Una vez le había permitido enredar sus cabellos sobre sus dedos enguantados, siempre cuidadoso para no tocar su piel. Ese había sido su primer contacto verdadero con una mujer en cientos de años. Él casi se había corrido, con solo sentir aquellos hilos sedosos. Pero ese pequeño toque era todo lo que ella le había permitido, todo lo que podría permitirle alguna vez y todo a lo que él podría arriesgarse.

En realidad, estaba sorprendido de que hubieran arriesgado tanto. Con sus guantes, estaba seguro. La posibilidad de infectarla era nula. ¿Pero zarcillos contra piel, seda contra calor, hembra contra hombre? Aquella cantidad de valor y confianza por parte de ella y desesperación e insensatez por parte de él. ¿El pelo no era piel, pero si él lo deslizaba? ¿Y si ella se dejaba caer contra él? Por alguna razón, ninguno había sido capaz de enfrentar las consecuencias.

La última vez que había tocado a una mujer, desapareció un pueblo entero. La Plaga Negra, lo habían llamado. Eso era lo que él llevaba dentro, arremolinándose en sus venas, riéndose en su mente. Durante años, Torin había frotado su piel hasta sacarse sangre negra. Pese a todo, intentar limpiarse el virus era imposible.

Durante siglos, había aprendido a suprimir el constante sentimiento de estar sucio, corrompido, escondiéndolo con risas y humor sardónico, pero nunca pudo suprimir el deseo de tener compañerismo. Cameo, al menos lo entendía, sabía con lo que él trataba, lo que podía y no podía hacer y no pidió más.

Su deseo era que ella pidiera más, y se odiaba por ello.

Ella se giró despacio. Sus labios estaban rojos y mojados, como si los hubiera estado mordiendo y sus mejillas enrojecidas como una rosa polvorienta. Su pecho subía y bajaba con rapidez, sus pantalones eran cortos. Su propio aliento le quemaba la garganta.

—Debemos alejarnos. —dijo ella con un tenue susurro.

El permaneció sentado, arqueando las cejas como si le trajera sin cuidado.

—¿Estás desarmada?

—Sí.

—Bien. Quítate la ropa.

Desde que había acariciado su pelo, hacía pocos meses, se habían hecho los mejores amigos. Con beneficios. Darse placer ellos mismos a distancia observándose, beneficiándose con lo mismo. Eso lo complicaba todo como el infierno. El aquí y ahora... el futuro. Algún día ella querría un amante real que pudiera tocarla, hacerle el amor, estar con ella, besarla y probarla y sentir su calor alrededor de ella y Torin tendría que apartarse y no matar al bastardo.

Hasta entonces...

No le había obedecido.

—Tal vez no he sido claro —dijo él—. Quiero que te quites la ropa.

Después, ella le castigaría por darle órdenes. La conocía bien, y sabía que ella luchaba para demostrar que era tan poderosa como sus colegas masculinos. Ahora, lo necesitaba. Podía oler el dulzor de su excitación. No sería capaz de resistirse más tiempo.

Sus dedos, se enroscaron en el dobladillo de su camiseta y lo tiró hacia arriba por su cabeza. Un sostén negro de encaje. Su favorito.

—Eso es, eres una niña buena —elogio él.

Sus ojos se estrecharon, viendo la erección tensar sus pantalones.

—Te he dicho que te quiero desnudo cuando este aquí. No has sido un buen chico.

Su dramática voz, no le estremeció como siempre les pasaba a los demás. Interiormente o en apariencia. Esa voz era una parte de lo que ella era, un guerrero, un hermoso desastre... una pesadilla no intencional. Para él, era una emotiva melodía, que hacía eco en su propia alma.

Torin se levantó con toda su altura, sus músculos marcados, los huesos tensos.

—¿Cuándo he sido bueno?

Sus pupilas se dilataron totalmente, sus pezones se endurecieron. Le gustaba cuando la desafiaba. Tal vez porque sabía que el valor del premio aumentaba más cuanto más duramente tenía que trabajar por él.

Él solo deseaba tener la fortuna de ganar una batalla, una vez, solo una vez. Al final ella siempre ganaba. Él tenía poca experiencia con las mujeres, era demasiado desesperado. Pero siempre daba un buen espectáculo.

—Me desnudaré cuando estés desnuda —le dijo con voz ronca—. Ni un momento antes. —sus palabras sonaron graves, seguramente porque estaba nublado por el deseo.

—Ya veremos... —agitando su pelo negro se paseó por el vestidor. Alzó el pie a una silla, mientras lo devoraba con la mirada. Nunca había sido tan atractivo desatar unos zapatos. Él se apartó a un lado con una leve inclinación, cuando ella le lanzó la primera bota. La segunda le golpeó el pecho. La amenaza estaba en su mirada por haber evitado el impacto, así que con el segundo no había opción.

Ziiip. Se bajó los pantalones. Ella dio un paso para sacárselos completamente.

Bragas negras que combinaban con su sostén. Perfección. Armas, por todas partes. Encantador.

Sus pechos eran pequeños y él sabía que sus pezones parecían capullos de rosa. Tenía un ovalo sobre su cadera. Lo que daría por lamerla ahí... Pero su fascinación más ardiente era el dibujo de la brillante mariposa que se enredaba en sus caderas.

Observando un solo lado de ella, o de frente, era casi imposible decir que trémulo diseño incandescente era. Solo cuando le daba la espalda podía ver la forma. Oh, como ansiaba pasar su lengua sobre cada pico y hueco.

Él tenía un tatuaje a juego sobre su estomago, aunque fuera ónix estaba enmarcado en carmesí. En realidad, todos los guerreros tenían un tatuaje de mariposa, pero la marca del demonio nunca estaba en el mismo lugar. Y no es porque él quisiera tener sus manos, labios y cuerpo en las marcas de otra gente.

Cuando Cameo termino de quitarse las armas, un pequeño montón descansaba a su lado. Ella arqueó una ceja.

—Tu turno. —Había cierto temblor en sus palabras, como si fuera la más afectada por lo que estaba a punto de pasar y quisiera que él lo supiera.

Él se acomodó egoístamente.

—No estás desnudo.

—Podría estarlo.

Debería terminar con eso, enviarla a otro lado, hacer algo, porque ambos sabían que eso era lo más lejos que podrían llegar y que nunca sería bastante para ninguno de los dos, pero... se desnudó.

Cameo jadeó como siempre lo hacía en este punto, su mirada fija en su aumentada erección.

—Dime todo lo que quieres hacerme —ordenó ella, ahuecando sus pechos—. No me ocultes nada.

Él obedeció y sus dedos actuaban como lo haría él, moviéndose sobre su cuerpo. Solo cuando ella se vino dos veces se toco a sí mismo, sus dedos actuando como los de ella. Pero ni una sola vez olvidó que esto era todo lo que alguna vez podría tener, y que nunca sería suya.