Capítulo 3
Desde el primer momento en que Sabin vio a la preciosa pelirroja en la celda de cristal, había sido incapaz de quitarle la vista de encima. Incapaz de respirar, de pensar. De cabellos largos con voluptuosos rizos, rubio veteado con gruesos mechones de rubí. Sus cejas eran de un castaño más oscuro, pero igual de exquisito. La nariz era pequeña con la puntita redondeada y respingona, sus mejillas eran de querubín. Pero sus ojos... eran un festín sensual, ámbar con grietas de un gris brillante. Hipnóticos. Sus pestañas negras alrededor formaban un marco pecaminoso.
Lámparas halógenas colgaban de ganchos en las paredes y la bañaban en luz brillante. Mientras eso hubiera destacado los defectos en otra, aunque de hecho ponían a la vista la suciedad que la cubría, a ella le brindaban un saludable resplandor. Era pequeña, con senos también pequeños y redondeados, caderas angostas y piernas lo suficientemente largas como para enredarse en su cintura y sujetarlo durante las más turbulentas cabalgadas.
No pienses en eso. Tú lo sabes mejor que nadie. Sí, lo sabía. Su última amante, Darla, se había suicidado y él había jurado no volver a involucrarse jamás. Pero su atracción por la pelirroja había sido instantánea. También atrajo a su demonio, aunque Duda la quería por otros motivos. Este había sentido su turbación y había hecho blanco en ella, quiso entrar en su mente, aprovechándose de sus miedos más profundos y explotándolos.
Pero ella no era humana, ambos lo descubrieron enseguida, por eso Duda había sido incapaz de oír sus pensamientos, a menos que ella los expresara. Eso no quería decir que estaba a salvo de sus maldades. Oh, no. Duda sabía cómo evaluar una situación y desparramar su veneno acorde a ella. Más aún, el demonio encontraba placer en los retos y trabajaría más arduamente para evaluar las respuestas de la muchacha y arruinar cualquier esperanza que pudiera tener.
¿Qué era ella? Él se había encontrado con muchos inmortales en sus miles de años, aún así no podía ubicarla. Ciertamente parecía humana. Delicada, frágil. Vulnerable. Sin embargo, esos ojos ámbar-plateados la delataban. Y las garras. Podía imaginarlas hundiéndose en su espalda...
¿Por qué la habían secuestrado los Cazadores? Temía la respuesta. Tres de las seis mujeres recientemente liberadas estaban obviamente embarazadas, lo que traía a la mente solo una idea: la cría de Cazadores. Cazadores inmortales, al caso, pues reconocía a dos sirenas con cicatrices a lo largo de la columna de sus cuellos, donde sus cuerdas vocales habían sido claramente extraídas; una vampira de piel pálida, cuyos colmillos fueron arrancados; una Gorgona cuyo cabello serpentino había sido afeitado y una hija de Cupido, quien había sido cegada. Sabin suponía que para evitar que atrapara a alguno de sus enemigos en un hechizo de amor.
Cuán crueles habían sido los Cazadores con estas bellas criaturas. ¿Qué le habían hecho a la pelirroja, la más hermosa de todas? Aunque vistiera un diminuto top y una minifalda, no alcanzaba a ver ni una cicatriz o golpes que indicaran maltrato. Aunque eso no significaba nada. La mayoría de los inmortales sanaban rápidamente.
La quiero. Una fatiga profunda emanaba de ella, sin embargo cuando le sonrió en agradecimiento por haberla liberado... él pudo haber muerto por la pura gloria de su rostro.
"Yo también la quiero", señaló Duda.
"No puedes tenerla". Lo que significaba que él tampoco. "¿Recuerdas a Darla? Tan fuerte y confiada que era, aún así te las arreglaste para destruirla".
Una carcajada alegre.
"Lo sé. ¿No fue divertido?"
Apretó las manos en puños a sus costados. Maldito demonio. Al final, todos se derrumbaban ante las intensas dudas que su otra, más oscura mitad constantemente les dirigía: No eres lo suficientemente guapo. No eres lo suficientemente inteligente. ¿Cómo alguien podría amarte?
—Sabin —llamó la voz fría de Aeron—. Estamos listos
Extendiendo la mano, indicó a la muchacha que se adelantara, con un movimiento de sus dedos.
—Ven.
Pero su pelirroja retrocedió contra la pared, con el cuerpo temblando por el temor renovado. Él había esperado que saliera huyendo, desoyendo sus advertencias. No había esperado este...terror.
—Ya te lo he dicho —le recordó gentilmente—. No vamos a hacerte daño.
Ella abrió la boca, pero ningún sonido salió. Y mientras la miraba, el dorado de sus ojos se profundizó, se oscureció, el negro desbordando sobre el blanco.
—Qué diablos es...
Un momento estaba frente a él, al siguiente no, desapareció como si nunca hubiera estado allí. Giró, buscándola con la vista. No la vio. Pero el único Cazador que aún estaba en pie, de repente soltó un grito agónico, un grito que se detuvo abruptamente mientras su cuerpo caía, colapsando en el piso arenoso, con sangre derramándose a su alrededor.
—La chica —dijo Sabin, tomando un cuchillo, determinado a protegerla de cualquiera que fuera la fuerza que acababa de asesinar al Cazador que tenía planeado interrogar. Pero seguía sin verla. Si podía desaparecer con solo el pensamiento, como Lucien, estaría a salvo. Fuera de su alcance para siempre, pero a salvo. ¿Podía? ¿Lo había hecho?
—Detrás de ti —dijo Cameo, y por una vez sonó más horrorizada que miserable.
—Mis dioses —suspiró Paris—. No la vi moverse, y sin embargo...
—Ella no... ella... Cómo pudo... —Maddox se frotó la cara con una mano, no creyendo lo que había visto.
Una vez más Sabin giró. Y allí estaba ella, otra vez dentro de la celda, sentada, con las rodillas contra el pecho, la boca chorreando sangre, una... ¿tráquea? ...sujeta entre sus manos. Había arrancado, ¿o mordido? la garganta del hombre.
Sus ojos volvieron al color normal, dorado con estrías grises, pero estaban completamente vacíos de emoción y tan distantes, que sospechaba que el trauma de lo que acababa de hacer le había adormecido la mente. Su rostro también estaba vació de expresión. En estos momentos, su piel estaba tan pálida que se podían ver las venas azules por debajo. Y estaba temblando, meciéndose de adelante hacia atrás y murmurando incoherencias en voz baja. ¿Qué...diablos?
El Cazador la había llamado monstruo. Él no lo había creído. Antes.
Sabin entró en la celda, inseguro de cómo proceder pero sabiendo que no podía dejarla como estaba ni volver a encerrarla. Uno: no había atacado a sus amigos. Dos: rápida como era, podría escapar antes de que la puerta se cerrara y provocarle serios daños por haber roto su promesa.
—Sabin, amigo —dijo Gideon con seriedad—. Quizás no querrías replantearte el entrar allí. Por una vez, un Cazador estaba mintiendo.
Por una vez. Prueba decir una vez más.
—¿Sabes con qué estamos lidiando aquí?
—No. —Sí—. Ella no es una Arpía2, el engendro de Lucifer, que no pasa un año en libertad rondando por la tierra. No he lidiado con ellas antes y no sé que pueden matar un ejército de inmortales en apenas segundos.
Como Gideon no podía decir una simple verdad, sin desear al momento estar muerto pues todo su cuerpo acababa envuelto en agonía y plagado de sufrimiento, Sabin sabía que todo lo dicho era mentira. Por consiguiente, el guerrero se había encontrado con una Arpía antes, y evidentemente no se refería a la palabra en su sentido despectivo, y esas Arpías eran prole de Lucifer y podían destruir hasta a un bruto como él en un pestañeo.
—¿Cuándo? —preguntó.
Gideon entendió a que se refería.
—¿Recuerdas cuando no estuve encarcelado?
Oh. Gideon, en una ocasión, había soportado tres meses de tortura a manos de los Cazadores.
—Una no destruyó medio campamento antes de que una sola alarma sonara. No se largó, por la razón que fuera, y los Cazadores restantes no pasaron los días siguientes maldiciendo a toda su raza.
—Un momento. ¿Una Arpía? No lo creo. No se ve horrorosa. —Ese pequeño bocado salió de Strider, el rey de declarar lo obvio—. ¿Cómo puede ser una Arpía?
—Sabes tan bien como nosotros que los mitos humanos, algunas veces, son distorsionados. Sólo porque la mayoría de las leyendas dicen que las Arpías son horrendas, no quiere decir que lo sean. Ahora, todos fuera. —Sabin comenzó a tirar sus armas al suelo tras él—. Yo me encargaré de ella.
Un mar de protestas se levantó.
—Estaré bien —eso esperaba.
"Puede que no..."
"Oh, cierra la maldita boca".
—Ella...
—Viene con nosotros —dijo, interrumpiendo a Maddox. No podía dejarla atrás, era un arma demasiado valiosa, un arma que podía ser usada en su contra, o usada por él. Sí, pensó abriendo más los ojos. Sí.
—Diablos, no —dijo Maddox—. No quiero una Arpía cerca de Ashlyn.
—Viste lo que hizo...
Ahora Maddox lo interrumpió.
—Sí, lo vi y exactamente por eso no la quiero cerca de mi humana embarazada. La Arpía se queda.
Otra razón para evitar el amor. Ablanda hasta al guerrero más implacable.
—Ella debe odiar a esos hombres tanto como nosotros. Puede ayudar a nuestra causa.
Maddox era inamovible.
—No.
—Será mi responsabilidad y me aseguraré que mantenga sus garras y dientes enfundados. —Eso esperaba, de nuevo.
—Si la quieres, es tuya —dijo Strider, siempre de su parte. Buen hombre—. Maddox va a estar de acuerdo porque tú nunca presionaste a Ashlyn para que fuera a la ciudad y escuchase conversaciones que los Cazadores hubiesen podido tener, sin importar cuánto lo hubieras deseado.
Maddox entrecerró los ojos y proyectó la mandíbula.
—Tendremos que someterla.
—No. Yo me encargaré de ella —A Sabin no le gustaba la idea de que alguien más la tocara. De ninguna manera. Se decía a sí mismo que seguramente era porque había sido torturada, usada de la forma más espantosa y podría reaccionar negativamente a cualquiera que lo intentara, pero...
Reconocía la excusa por lo que era. Ella lo atraía y un hombre atraído no podía deshacerse del sentimiento de posesión. Incluso cuando dicho hombre había renunciado a las mujeres.
Cameo se aproximó a su lado, con la atención centrada en la chica.
—Deja que Paris se ocupe. Él puede usar sus habilidades con la más cruel de las mujeres y dejarla del mejor humor. Tú, ni eso y evidentemente necesitamos a esta en un perpetuo buen humor.
¿Paris, quien puede seducir a cualquier mujer, en cualquier momento, inmortales y humanas por igual? ¿Paris, quien necesita sexo para sobrevivir? Sabin apretó los dientes, una imagen de la pareja le cruzó por la mente. Cuerpos desnudos enredados, los dedos del guerrero sujetando la melena salvaje de la Arpía, el éxtasis dándole color a su rostro.
Sería mejor para la chica de esa manera. Probablemente sería mejor para todos, como Cameo había dicho. La Arpía estaría más inclinada a ayudarlos a derrotar a los Cazadores si luchaba para el bando de su amante, y Sabin estaba empeñado en obtener su ayuda. Por supuesto, Paris no podía acostarse con ella más de una vez, terminaría engañándola porque necesitaba sexo de diferentes recipientes para sobrevivir, y eso seguramente la enfadaría. Entonces podría decidir ayudar a los Cazadores.
Una mala idea por cualquier lado que la mirase, decidió, y no sólo porque él quería que fuera así.
—Sólo... dame cinco minutos con ella. Si me mata, puede intentarlo Paris. —Su tono cortante falló en provocar la risa de alguien.
—Al menos deja que la ponga a dormir, como a las otras —volvió a insistir Cameo.
Sabin negó con la cabeza.
—Si despierta antes, se asustaría y podría atacar. Tengo que llegar a ella primero. Ahora salid. Dejadme trabajar.
Una pausa. Ruidos de pies al caminar, más pesados de lo normal, pues los guerreros cargaban a las otras mujeres hacia afuera, y entonces se quedó solo con la pelirroja. O rubio rojizo, no estaba seguro como se llamaba ese color. Seguía acurrucada, seguía murmurando, seguía sosteniendo esa maldita tráquea.
"Eres una niñita mala, ¿verdad?" Dijo el demonio, arrojando las palabras directas a la mente de la Arpía. "Y tú sabes que les pasa a las niñas malas, ¿no?"
"Déjala en paz. Por favor", rogó al demonio. "Ella eliminó a nuestro enemigo, evitando que buscaran, y encontraran, la caja".
Al oír la palabra caja, Duda gritó. El demonio había pasado mil años dentro de la oscuridad y el caos de la caja de Pandora y no quería regresar. Haría cualquier cosa por evitar tal destino.
Sabin ya no podría existir sin Duda. Era una parte permanente en él y por más que algunas veces lo molestara, preferiría perder un pulmón que al demonio. Al primero lo podía regenerar.
Tan solo unos minutos de silencio, agregó.
"Por favor".
"Oh, de acuerdo".
Satisfecho con esto, Sabin se adentró del todo en la celda. Se agachó, ubicándose al nivel de los ojos de la muchacha.
—Lo siento, lo siento —repetía ella, como si sintiera su presencia. Sin embargo, no lo miró a la cara, sólo continuó mirando fijo hacia adelante, sin ver—. ¿Te maté?
—No, no. Estoy bien. —Pobre muchacha, no sabía lo que había hecho o lo que decía—. Hiciste una buena obra. Acabaste con un hombre muy malo.
—Mala. Sí, soy muy, muy mala. —Sus brazos se apretaron alrededor de sus rodillas.
—No, él era malo. —Lentamente se inclinó hacia adelante—. Deja que te ayude, ¿sí? —Sus dedos tomaron suavemente los de ella, abriéndolos. El resto sanguinolento se soltó de su agarre y él lo atrapó con la mano libre, arrojándolo por encima del hombro, lejos de ella—. Ahora, ¿no es mejor así?
Afortunadamente, la acción no le provocó otro ataque de ira. Simplemente soltó un profundo suspiro.
—¿Cuál es tu nombre? —preguntó.
—¿C-cómo?
Aún moviéndose lentamente, le apartó un mechón de pelo de la cara y se lo enganchó detrás de la oreja. Ella se arrimó a su mano, incluso apoyó la mejilla en su palma. Él permitió la caricia, saboreando la suavidad de su piel, mientras que en su interior sabía que caminaba sobre una línea muy fina frente al peligro. Fomentar esta atracción, desear más de ella, era condenarla a la miseria más profunda, como había sucedido con Darla. Pero no se alejó, ni siquiera cuando lo tomó de la muñeca y guió su mano a través de la seda de sus cabellos, claramente deseando ser mimada. Él le acarició la cabeza. Ella prácticamente ronroneó.
Sabin no podía recordar cuándo había sido tan... tierno con una mujer, ni siquiera con Darla. Por más que se preocupaba por ella, la victoria siempre fue más importante que su bienestar. Pero en estos momentos, algo acerca de la muchacha lo atraía. Estaba tan perdida y sola, sentimientos que él conocía bien. Quería abrazarla.
¿Lo ves? Ya estás deseando más. Frunciendo el ceño, obligó a sus brazos a caer a los costados.
Un suave grito de desesperación escapó de ella y mantener la poca distancia que había entre los dos se volvió más difícil. ¿Cómo pudo, esta criatura tan necesitada, haber asesinado tan salvajemente al humano? No parecía posible y no lo hubiera creído si sólo le hubieran contado la historia. Tendría que haberlo visto. No es que hubiera mucho que ver, dada la rapidez con la que se movía.
Quizás, al igual que él y sus amigos, también era cautiva de una fuerza oscura en su interior. Quizás se le hacía imposible impedir que tratara a su cuerpo como una marioneta. En cuanto esos pensamientos le vinieron a la mente, supo que había adivinado correctamente. La forma en que sus ojos cambiaron el color... el horror que reflejó al darse cuenta de lo que había hecho...
Cuando Maddox caía dentro de uno de los ataques de violencia de su demonio, le ocurrían los mismos cambios.
No podía evitar ser lo que era y lo más probable es que se odiara a sí misma por ello, la pequeña encantadora.
—¿Cuál es tu nombre, pelirroja?
Ella frunció los labios, imitando el movimiento de los de Sabin.
—¿Nombre?
—Sí. Nombre. Como te llaman.
—Como me llaman. —Pestañeó. La aspereza ahogada en su voz se estaba desvaneciendo, dejando lugar a una creciente percepción—. Como me..., oh. Gwendolyn. Gwen. Sí, ese es mi nombre.
Gwendolyn. Gwen.
—Un nombre encantador, para una chica encantadora.
Vestigios de color retornaron a su rostro y volviendo a pestañear, esta vez dirigió la atención hacia él, brindándole una sonrisa vacilante, que hablaba de bienvenida, alivio y esperanza.
—Tú eres Sabin.
¿Exactamente cuán sensitivos eran sus oídos?
—Sí.
—No me hiciste daño. Ni siquiera cuando... —Había asombro en su voz, asombro teñido de arrepentimiento.
—No, no te hice daño. —Ni lo haré, quiso agregar, pero no estaba seguro de que fuera la verdad. En su resuelta búsqueda para derrotar a los Cazadores, había perdido a un buen hombre, un gran amigo. Había sanado de incontables heridas casi fatales y enterrado a varias amantes destrozadas. Si fuera necesario, sacrificaría a esta pequeña ave de igual forma por la causa, ya sea que lo quisiera o no.
"A menos que te ablandes", declaró Duda de improviso.
"No me ablandaré". Era una promesa, pues se rehusaba a creer de otra manera, y una afirmación de algo que ya sabía: no era un hombre honorable. La usaría.
La Mirada de Gwen pasó sobre él y su sonrisa se desvaneció.
—¿Dónde están tus hombres? Estaban justo ahí. ¿No los... yo... yo los...?
—No, no les hiciste daño. Sólo están fuera de esta cámara, lo juro.
Sus hombros temblaron al dejar escapar un suspiro de alivio.
—Gracias. —Parecía estar hablando consigo misma—. Yo... oh, cielos.
Sabin notó que acababa de visualizar al Cazador que había asesinado. Volvió a palidecer.
—Él... le falta... toda esa sangre... ¿cómo pude...?
Inclinándose, a propósito, hacia un lado, Sabin le bloqueó la vista y ocupó toda su línea de visión.
—¿Tienes sed? ¿Hambre?
Aquellos ojos fuera de lo común giraron hacia él, ahora iluminados por el interés.
—¿Tienes comida? ¿Comida de verdad?
Cada músculo en su cuerpo se tensó frente a la muestra de interés. Había incluso un deje de euforia en ella. Podía estar jugando con él, fingiendo estar emocionada por la oferta para hacerlo bajar la guardia y facilitar el escape. ¿Tienes que ser como tu demonio y dudar de todo y de todos?
—Tengo barritas energéticas —dijo—. No estoy seguro que puedan clasificarse como comida, pero te mantendrán fuerte. —No es que necesitara algo más de fuerza.
Sus pestañas se cerraron y suspiró soñadoramente.
—Barritas energéticas suena divino. No he comido por casi un año, pero lo he imaginado. Una y otra vez. Chocolates y pasteles, helados y crema de cacahuete.
¿Un año entero sin un bocado?
—¿No te daban nada?
Aquellas pestañas oscuras se levantaron. No asintió ni respondió afirmativamente, pero no necesitaba hacerlo. La verdad estaba allí, en su, ahora, seria expresión.
En cuanto terminara de interrogar a los Cazadores, cada uno de los que había encontrado aquí en las catacumbas iba a morir. A sus manos. Se tomaría su tiempo con los asesinatos, además, disfrutando cada tajo, cada gota de sangre derramada. La chica era una Arpía, un engendro de Lucifer, como había dicho Gideon, pero incluso ella no se merecía la tortura lacerante de la inanición.
—¿Cómo sobreviviste? Sé que eres inmortal, pero incluso los inmortales necesitan sustento para permanecer fuertes.
—Ponían algo en el sistema de ventilación, un químico especial para mantenernos con vida y dóciles.
—No funcionaron del todo contigo, deduzco.
—No. —Su pequeña lengua rosada pasó sobre sus labios, hambrienta—. ¿Dijiste barritas energéticas?
—Tendremos que salir de esta cámara para conseguirlas. ¿Puedes hacerlo? —¿O mejor dicho quería? Dudaba que pudiera forzarla a hacer cualquier cosa que ella no quisiera, si terminar cortado y roto, quizás muerto. Se preguntaba cómo la habían atrapado los Cazadores. Cómo la habían traído aquí y sobrevivido para contar la historia.
Una pequeña vacilación. Luego:
—Sí, puedo.
Una vez más moviéndose lentamente, Sabin la tomó del brazo y la ayudó a ponerse de pie. Ella se tambaleó.
No, comprendió, ella se acurrucó contra él, buscando un contacto más cercano con su cuerpo. Él se puso rígido, listo para alejarse (mantenerla a distancia, tenía que mantenerla a distancia) cuando ella suspiró, su aliento colándose a través de los tajos en su camisa hasta su pecho. Ahora sus ojos se cerraban en éxtasis. Incluso rodeó con un brazo su cintura, urgiéndola a acercarse más.
Ella, totalmente confiada, dejó descansar la cabeza en el hueco de su cuello.
—También he soñado con esto —suspiró—. Tan cálido. Tan fuerte.
Tragándose el nudo que tenía en la garganta, Sabin sintió a Duda rondar por los corredores de su mente, sacudiendo las barras, desesperado por escapar, por destruir la confianza que Gwen sentía con él.
"Demasiada fe", dijo el demonio, como si fuera alguna clase de enfermedad.
La cantidad justa, si Sabin era honesto consigo mismo. Le gustaba que una mujer lo estuviera mirando como si fuera un príncipe de luz, en vez de un rey de oscuridad, alguien de quien ella debería huir gritando. Le gustaba que ella le hubiera permitido aliviar su sufrimiento.
Una tontería de parte de Gwen, tenía que admitir. Sabin no era héroe de nadie. Era su peor enemigo.
"¡Déjame hablar con ella!" reclamaba el demonio, un niño al que se le había negado su dulce favorito.
"Silencio". Hacer que Gwen dudara de él, podría bien provocar a la salvaje Arpía, poniendo a sus hombres en peligro. Eso, Sabin no lo permitiría. Eran demasiado importantes para él, demasiado necesarios. Era necesario, como había asegurado con anterioridad, poner distancia. Dejó caer los brazos y se alejó.
—Nada de tocarme. —Las palabras fueron un graznido, más severas de lo que había sido su intención y ella palideció—. Ahora vamos. Salgamos de aquí.