Capítulo 23

Un calabozo. Sabin la había encerrado en un maldito calabozo. Peor aún, la había encerrado en un calabozo contiguo al de los Cazadores, quienes gemían, lloraban y rogaban ser liberados. Y lo había hecho después de atarle las alas. Después que ella le había confiado sus secretos.

—Lo siento —había dicho, con verdadero remordimiento en su voz—. Pero esto es lo mejor.

Como si eso importara ahora.

Gwen sabía que él sería capaz de cualquier cosa con tal de ganar su guerra. Lo había sabido, lo había odiado, pero aún así había comenzado a creer, tontamente, que sus sentimientos cambiaron desde que la había conocido. Se había quedado con ella, en vez de ir con sus amigos a Chicago. Le había enseñado a patear culos, en grande. Le había preguntado acerca de los consortes de las Arpías, por dios santo. Y entonces había decidido dejarla atrás, y no sabía si fue porque se preocupaba por ella o porque no confiaba en sus habilidades.

Ahora lo sabía. No le importaba. Él creía que su padre era su enemigo, por lo tanto ella era su enemigo.

¿Lo era?

Si Sabin estaba en lo cierto y el hombre en el retrato era Galen, líder de los Cazadores, entonces Galen era ciertamente su padre. Ella había pasado días, meses, años, mirando fijamente ese mismo retrato: los mismos cabellos pálidos y ojos color cielo, los mismos hombros fuertes y alas blancas. La misma espalda ancha y barbilla cincelada, por los que ella pasaba sus dedos imaginando que sentía una piel verdadera. ¿Cuántas veces había soñado que él venía a buscarla, tomándola en sus brazos, rogando que lo perdonara por haberse tardado tanto tiempo en encontrarla, y volando entonces a los cielos con ella? Incontables. Ahora él estaba cerca... podrían encontrarse...

No. No habría una reunión feliz. Saber que él era en realidad un demonio... que había lastimado a personas... que quería matar a Sabin... Sabin, a quien ella ansiaba constantemente, pero que la había encerrado en la miseria como si ella no significara nada para él.

Gwen giraba en círculos, riendo amargamente. El suelo era de tierra y tres de las paredes estaban hechas de piedra. Nada de mezcla resquebrajable, solo lisa piedra.

La pared restante estaba hecha de gruesas barras de metal. Ni siquiera había un catre para acostarse o una silla en la que sentarse.

¿Qué fue lo último que dijo antes de dejarla en este agujero de porquería? “Lo discutiremos cuando vuelva”

Mierda que lo harían.

Uno: ella no estaría aquí. Dos: Iba a romperle la mandíbula con un puñetazo, así que le sería imposible volver a hablar jamás. Y tres: iba a matarlo. Y su cabreo no era nada comparado con el de la Arpía. Graznaba dentro de su cabeza, exigiendo represalia. ¿Cómo pudo Sabin hacerle esto? ¿Cómo pudo haberle quitado su recién descubierta necesidad de venganza? ¿Cómo pudo haberla dejado aquí, después de la forma en que habían hecho el amor?

La traición de Sabin era un golpe más duro que el reciente descubrimiento de la maldad de su padre.

—¡Hijo de puta! —gruñó Bianka, caminando con pasos fuertes de un rincón al otro. Granos de arena oscura volaban alrededor de sus botas—. Tenía todas nuestras alas sujetas antes de me diera cuenta que estaba pasando. No debió haber sido capaz de hacerlo. Nadie debe ser capaz de hacer eso.

—Lo voy a colgar con sus propios intestinos. —Kaia golpeó el puño contra una de las barras, la cual se mantuvo imperturbable pues su fuerza era básicamente la de un humano, en estos momentos—. Voy a arrancarle los miembros, uno por uno. Voy a alimentar a mi serpiente con él y dejar que se pudra en su estómago.

—Es mío. Yo me ocuparé de él. —Lo triste del asunto era que no quería que sus hermanas lo castigaran. Quería hacerlo ella misma. Sí, eso era, en parte. Además, a pesar de todo, incluso de su propio deseo de mutilar y asesinarlo, no quería verlo herido. ¿Había algo más estúpido que eso? Mientras él la encerraba, en sus ojos había brillado, mezclado con el arrepentimiento, el alivio, así que se merecía cualquier cosa que ella le hiciera. Se merecía todo, menos debilidad de parte de ella.

Le había tomado un tiempo unir las piezas de las razones para que él sintiera alivio. Pero finalmente lo había hecho. Sabin había logrado lo que deseaba: Gwen no podía abandonar la fortaleza y no lucharía contra los Cazadores. Consideraba su deseo más importante que la libertad de Gwen, incluso si tenía que hacerla pasar por lo mismo que sus enemigos habían hecho.

Ella también golpeó su puño contra la barra. El metal gimió, al tiempo que se retorcía hacia atrás.

—Bueno, yo voy a... hey, ¿visteis eso? —Asombrada, miró su puño. Había una marca roja por el impacto, pero los huesos estaban intactos. Tentativamente, golpeó la barra otra vez. Otra vez se dobló—. Oh, voy a salir de aquí.

Kaia la miró con la boca abierta.

—¿Cómo es posible? Yo también la golpeé, pero no cedió.

—Él dañó nuestras alas, drenando nuestra fuerza —dijo Taliyah. Lo que debió haber dolido como el infierno—. Las de Gwen solo las apretó hasta que la soltó en esta jaula. Ella está tan fuerte como siempre. Sin embargo, me pregunto cómo supo que tenía que ir por nuestras alas y por qué fue tan gentil con las de Gwen.

La primera parte del comentario de su hermana apagó un poco de su euforia.

—Lo siento. Es culpa mía. No fue mi intención... yo creí... Lo siento tanto. Yo se lo dije. Creí que podría ayudarme a entrenar ese punto débil.

—Él es tu primer amor —dijo Bianka sorprendiéndola—. Es comprensible.

Agradecida como estaba por la comprensión de su hermana, Gwen se erizó ante sus palabras. “Primer” implicaba que habrían muchos más. No le gustaba la idea de estar con otro hombre. No le gustaba la idea de besar y tocar a alguien más. Especialmente, puesto que no había tenido, ni de cerca, suficiente de Sabin. Pero, ¿lo amaba?

No podía. No después de esto.

—¿No me culpáis?

Sus hermanas se juntaron a su alrededor y la abrazaron, y el amor que sentía por ellas se inflamó. Sin dudas, era el mejor momento familiar que habían tenido jamás. Ellas la apoyaban, sin importar que hubiera roto las reglas y arruinado todo a lo bestia.

Cuando terminaron de abrazarse entre ellas, Taliyah le dio un empujón en la baja espalda y señaló las barras con la barbilla.

—Hazlo de nuevo. Más fuerte que antes.

—Es hora de hacer temblar este antro —dijo Kaia, aplaudiendo.

El corazón de Gwen latía a toda velocidad mientras obedecía, tirando su puño contra el metal una y otra vez. La barra se torció y gimió y se torció un poco más.

—Continúa así —Kaia y Bianka la alentaron al unísono—. ¡Ya casi lo tienes!

Poniendo cada onza de su furia y frustración en los golpes, aumentó la velocidad, observando cómo sus puños martillaban, moviéndose tan rápidamente que veía solo un borrón. Sabin habría supuesto que era tan completamente falta de fuerza como de sesos que no había dejado ningún guardia. O quizás todos los guerreros estaban fuera, luchando; solo las mujeres y Torin quedaron en la casa. Gwen no había visto mucho del Señor recluso durante su estadía aquí, pero Sabin había mencionado que nunca salía de la fortaleza, los monitores en su recámara eran su conexión con el mundo exterior

¿Había alguna cámara por aquí? Probablemente.

Gwen no permitió que eso la detuviera. ¡Bum. Bum. Bum!

Finalmente, la barra cedió del todo, dejando un pequeño espacio a través del cual escurrirse. Éxito, y se sentía condenadamente bien. Salieron una a la vez. Cuando los Cazadores las vieron fuera de la celda, se aferraron a sus propios barrotes, desesperados.

—Sacadnos de aquí.

—Por favor. Mostradnos más piedad de la que os mostraron a vosotras.

—No somos malvados. Lo son ellos. ¡Ayudadnos!

Las voces le resultaban familiares. Las había oído durante un año de su vida, el peor año de su vida. Cazadores. Cerca. Lastimar. Gwen sintió a su Arpía apoderándose de ella, todo desapareció de su vista menos los colores rojo y negro. Herir. Destruir. Sus alas, bajo la camiseta, revoloteaban salvajemente.

Estos hombres le habían robado doce meses. Habían violados a otras mujeres frente a ella. Ellos eran los malvados. Eran sus enemigos. Los enemigos de Sabin. Liderados por su padre. Un hombre que no era el ángel benevolente que ella siempre creyó. Debería matarlo a él también. Había destruido todos sus sueños. Pero al momento de imaginarse yendo por su garganta, incluso la Arpía retrocedía. ¿Asesinar a su propio padre? No...no.

Con razón Sabin la había encerrado

—¡Ayuda!

El grito la trajo de nuevo al presente, a su furia. ¿Por qué Sabin no había matado aún a estos bastardos? Tenían que ser asesinados. Tenía que matarlos. Sí, matar... matar...

En el fondo de su mente, era consciente que sus hermanas la tomaban por los brazos pero estaban muy débiles para detenerla. Generalmente, intentaba detenerse a sí misma. Esta vez no. No más. Estaba aprendiendo a aceptar a su Arpía, ¿verdad?

Comenzó a golpear el segundo juego de barras, puños martillando otra vez, haciéndosele agua la boca. Dientes afilados. Uñas extendidas. La visión de ella debió haberlos asustado, porque los hombres retrocedieron, alejándose de las barras.

Enemigo... enemigo...

Al final, las barras cayeron gracias a sus atenciones y ella saltó dentro de la celda con un chillido. Un instante los hombres estaban de pie, retrocediendo lejos de ella, al siguiente estaban en el suelo, inmóviles. Más... quería más...

Su Arpía cantaba feliz mientras Gwen jadeaba tratando de recuperar el aliento, cuando una grave voz masculina atrapó su atención.

—...Aeron y Paris están desaparecidos. Sabin, Cameo y Kane están en la ciudad, William y Maddox tienen a las mujeres ocultas, protegiéndolas con sus vidas, así que soy el único por aquí y no puedo tocarla porque soy Enfermedad. Así que, hacedme el favor y calmarla o tendré que hacerlo yo y no os gustarán mis métodos.

La voz profunda no le resultaba conocida. Bien. Alguien más para destruir. Donde estaba...su mirada dio vueltas por la habitación. O mejor dicho, corredor. Oh, mira allí. Tres cuerpos en pie. Parecían ser femeninos, en vez de masculinos. Eso significaba que sabrían más dulces.

Más. Salió de la celda al acecho, decidida a hacerlas caer al igual que los Cazadores.

—Gwen.

Esa voz le resultaba conocida. No provenía de sus pesadillas, pero igual no la detuvo. Dio un puñetazo a la mujer en la sien, oyó un jadeo, vio la silueta volar hacia atrás y golpear contra una pared rocosa. Alrededor de la mujer debió haberse levantado una nube de polvo, porque este lleno la nariz de Gwen

—Gwen, cariño, tienes que detenerte —dijo otra voz—. Has hecho lo mismo en otra ocasión. ¿Recuerdas?

—Bueno, lo hiciste dos veces, pero la vez a la que nos referimos, estuviste muy cerca de matarnos y tuvimos que arrancarte las alas de la espalda. —Una tercera voz familiar—. Te hipnotizamos para ocultar el recuerdo, pero está allí. Trata de recordar Gwennie. Bianka, ¿cuál era la condenada frase clave para hacerla recordar?

—¿Biscocho de ron y caramelo? ¿Buñuelos de manteca y rayuela? O algo así de estúpido.

Los recuerdos bullían... más... y más... presionando por surgir y pronto las sombras que los rodeaban se fueron diseminando y la luz lo lleno todo, brillante. Tenía ocho años. Algo la había molestado... una prima se había comido su pastel de cumpleaños. Sí. Eso mismo. Había reído mientras lo comía, burlándose de Gwen después de escapar al castigo por robarlo.

Las ataduras que mantenían a su Arpía a raya se habían roto en su interior y lo siguiente que supo, la prima y sus propias hermanas estaban a un paso de la muerte. La única razón por la cual sobrevivieron fue que Taliyah, de alguna manera, había logrado arrancarle las alas en la refriega.

Le había llevado semanas el que volvieran a crecer. Semanas que también le habían sido arrancadas de la memoria. Mi memoria, graznaba la Arpía. Mía.

Zorra posesiva. La pérdida de la memoria era mucho mejor que la alternativa, le decía una parte racional de su cerebro. La culpa me hubiera destruido.

Ellas están débiles. Esta vez no podrán hacerte daño. Puedes...

—Dioses, ¿quién hubiera dicho que yo iba a querer ese estúpido demonio de vuelta en su vida?

—Torin, tío, ¿puedes traer a Sabin? Él es el único que puede calmarla sin hacerle daño.

Sabin. Sabin. Retazos de su sed de sangre se desvanecieron, dejando espacio para que la conciencia de Gwen se hiciera notar. No quieres matar a tus hermanas. Las quieres. Adentro y afuera respiró, lento y acompasado. Lentamente, los colores comenzaron a volver, el negro y el rojo a dispersarse. Paredes grises, piso marrón. El pelo blanco de Taliyah, el pelirrojo de Kaia y el negro de Bianka. Estaban un poco maltratadas pero con vida, gracias al cielo.

La comprensión le cayó encima. Lo hiciste. Te calmaste a ti misma sin matar a todos los de la habitación. Sus ojos se agrandaron y, a pesar del caos a su alrededor, la alegría la invadió. Nunca antes le había pasado. Cada vez que había perdido el control aquí en la fortaleza, Sabin había estado para calmarla con sus palabras. Quizás ya no necesitaba temer a su Arpía. Quizás, por una vez, podrían vivir en armonía. Incluso sin Sabin.

Esa idea casi la puso de rodillas. No quería vivir sin Sabin. Había planeado irse, sí, pero si era honesta tendría que admitir que había esperado que él la fuera a buscar, o regresar por sus medios.

—¿Estás bien? —preguntó Bianka, tan sorprendida como ella.

—Sí. —Giró en redondo, evitando a propósito la celda de los Cazadores, y no encontró rastros del hombre que había estado hablando—. ¿Dónde está Torin?

—En realidad no está aquí —hizo notar Kaia—. Nos estaba hablando por un altavoz.

—Entonces sabe que escapamos —dijo, agarrándose el estómago y retrocediendo. ¿Qué sucedería si venía por ellas? ¿Qué sucedería si ella lo mataba para evitar que volviera a encerrarla? Sabin nunca se lo perdonaría. Creería sin ninguna duda, y eso era demasiado decir, que ella tenía intenciones de ayudar a los Cazadores. Espera, ya no le temes a tu Arpía, ¿recuerdas? Las viejas costumbres no eran fáciles de cambiar.

—Lo sabe —respondió Taliyah.

—Sí, lo sé —repitió Torin.

Kaia sujetó a Gwen por los hombros para obligarla a detenerse.

—No puede hacer nada porque no puede tocarnos.

—De hecho, puedo dispararos —les recordó la voz incorpórea.

Gwen tembló. Las balas no eran nada divertidas.

—Vamos por Ashlyn y Danika —dijo Kaia, sin importarle ni la audiencia ni las amenazas de Torin.

—Torin dijo que están resguardadas por Maddox y William —les recordó Bianka—. Iremos por ellos también.

La adrenalina aún latía a través de Gwen, pero esas palabras le helaron la sangre.

—¿Por qué a ellas? —Las chicas eran dulces y amables y no merecían salir lastimadas.

—Venganza. Ahora, vamos. —Bianka giró y subió con pasos pesados la escalera hacia la parte principal de la casa.

—No comprendo —llamó a gritos Gwen, con la voz temblorosa—. ¿Cómo venganza?

Kaia la soltó y giró también.

—Sabin dañó nuestras alas, así que ahora nosotras dañaremos su precioso ejército. Cuando los demás guerreros regresen y vean que las mujeres han desaparecido, como también sus amigos, se volverán locos.

No, pensó. No.

—Ya os lo dije. Sabin es mío. Yo me ocuparé de él.

Ambas, Kaia y Taliyah la ignoraron y siguieron los pasos de Bianka

—No tienes que preocuparte. Puede que estemos debilitadas, pero para eso son las armas —señaló Kaia, sonriendo sobre su hombro en dirección a una de las cámaras de Torin—. ¿No es verdad Tor — Tor?

—No os dejaré hacerlo —respondió, su voz tan dura como el acero.

—Míranos —la voz de Taliyah era más fría que el hielo. Que par hacían los dos en esos momentos. Ninguno dispuesto a doblegarse.

Gwen vio como sus hermanas desaparecían al subir por la escalera. En dirección a capturar a las mujeres inocentes, a lastimar a su hombre. Bueno, no su hombre. Ya no. Pero se dio cuenta que tenía que tomar una decisión. Permitir que las cosas continuaran como estaban o detener a sus hermanas, tal vez herirlas en el proceso, y tomar el asunto en sus propias manos.

—Gwen —llamó Torin, provocándole un sobresalto—. No puedes permitir que lo hagan.

—Pero las quiero. —Siempre han estado allí para mí. La habían perdonado tan fácilmente por revelar sus secretos. Incluso habían tratado de protegerla de sus propios recuerdos. Hacerles esto...

—Los hombres lucharán a muerte para proteger a esas mujeres. Y si tus hermanas logran derrotarlos, lo cual es un gran “si” dado que no están operando con todas sus capacidades, significará la guerra entre los Señores y las Arpías.

Sí, así sería.

—Dividirá a los guerreros, porque tengo la sospecha de que Sabin te elegirá a ti. Eso nos hará vulnerables a los Cazadores. Tendrán la ventaja. Si no la tienen ya. No he podido comunicarme con Lucien en todo el día. Tampoco con Strider, Anya, o ninguno de los otros que fueron a Chicago. No es así como actuamos y me temo que algo les haya pasado. Necesito que Sabin vaya a buscarlos, pero él está atrapado aquí, luchando.

¿Lo primero que le vino a la mente? Esperaba que los Señores en Chicago estuvieran bien. ¿Lo segundo? Sabin, ¿elegirla a ella? Ni hablar.

—Pudo haber tenido mi ayuda, pero no confía en mí.

—Confía en ti. Solo usó eso como pretexto para protegerte. Hasta yo lo sé y no soy tan cercano a él. —Una espesa pausa, la respiración resonando—. Bien, mejor que tomes rápidamente una decisión, porque tus hermanas están, de hecho, portando armas y se acercan a sus objetivos.

Sabin se agazapó en las sombras. Kane a su izquierda, Cameo a la derecha; estaban cargados con armas suficientes como para asaltar un pueblo pequeño. Tristemente, eso podía no ser suficiente para la batalla que se avecinaba.

Los Cazadores estaban por todos lados. Saliendo de las tiendas, caminando por las aceras, comiendo en los cafés al aire libre. Como moscas, pululaban y zumbaban y eran más molestos que la mierda.

Había mujeres de apariencia normal, el bulto de los cuchillos y pistolas las delataban. Hombres altos y musculosos que parecían recién salidos de una guerra y ansiosos por meterse en otra estaban posicionados en las azoteas de los edificios, observando el acontecer de la ciudad. A su lado, para consternación de Sabin, había niños, en edades que iban desde los ocho hasta los dieciocho años. Sabin ya había visto a uno de estos niños caminar a través de una pared. Caminar a través de ella, como si no hubiera estado allí.

¿Qué podrían hacer los otros?

Lo superaban en número y lo sabía. E incluso tan depravado como era, también sabía que no podría lastimar a los niños. Los Cazadores, muy probablemente, habían contado con eso. Una Arpía podría serle muy útil en estos momentos.

Sus dedos se apretaron alrededor del arma, sus huesos crispados. No pienses en eso. Había estado vigilando la escena durante un rato, tratando de decidir, de trazar un plan. En lugar de sentirse poderoso, más bien se sentía más impotente que nunca. Simplemente no sabía qué hacer.

Lo peor de todo era que había dejado a Gwen encerrada (al parecer sí iba a pensar en eso, después de todo) por consiguiente lo esperaba otra batalla en casa. Estúpido. Había dejado que su preocupación por ella superara a su sentido común. Ese era el peligro de ablandarse por una mujer. Las emociones jodían tus procesos mentales, te hacían hacer cosas estúpidas. Pero no podía regresar con ella, disculparse y pedirle ayuda. Había lastimado a sus hermanas. Leales y queridas como eran las unas con las otras, nunca se lo perdonaría.

Una y otra vez trató de convencerse a sí mismo que era mejor así. Que había luchado contra Cazadores y salido ganador antes de ella y que podría luchar contra ellos y ganar, después de ella. Y de todas maneras, estaba relacionada con Galen. No podía confiar en las motivaciones de Gwen ahora. No podía confiar en que ella lo ayudara a él y no a su familia.

Gwen podría ser tu familia. Frunció el ceño ante el pensamiento tan caprichoso, y frunció el ceño aún más aún cuando Duda le replicó.

“No la mereces. No ahora. Tal vez, antes tampoco. Pero ella no te querría de cualquier manera, así que eso es irrelevante”.

—Cállate —masculló.

Kane le dio una mirada de reojo.

—¿Tu demonio te está causando problemas?

—Siempre.

—Entonces, ¿qué vamos a hacer al respecto de la situación actual? Solo somos nosotros tres.

—Hemos luchado en peores condiciones —Cameo habló y Sabin se crispó. Su voz siempre tenía ese efecto sobre él. Aunque extrañamente, no lo afectó tanto como en otras ocasiones. Quizás porque ya se sentía miserable. ¿Cómo pudo hacerle eso a Gwen?

Yo solo quería protegerla.

Pues bien, fallaste.

—No, no lo hemos hecho —contestó—. Porque esta vez tenemos que asegurarnos que ningún niño salga lastimado en la pelea.

El dedo de Cameo se flexionó sobre su arma.

—Pues, tenemos que hacer algo. No podemos dejarlos allí afuera, sueltos.

Sabin volvió a estudiar la multitud. Igual de abarrotado, igual de peligroso. Esos niños... mierda. Lo complicaban todo. Hora de tomar una decisión.

—De acuerdo. Esto es lo que haremos. Nos separaremos, iremos en distintas direcciones, permaneciendo entre las sombras, maldita sea, y nos encargaremos de los adultos uno por uno. Matad sobre la marcha. Solo... no dejéis que os maten. Hacedme un favor y... —sus palabras se detuvieron abruptamente, su mirada había caído sobre unos Cazadores vestidos con ropa de camuflaje que metían a dos hombres inconscientes dentro de su furgoneta, al final de la calle. Varios niños los rodeaban, formando una muralla.

Cameo siguió la dirección de su mirada y jadeó.

—Esos son...

El suelo de tierra bajo Kane cedió y este cayó dentro del agujero que se iba ensanchando.

—¿Aeron y Paris? Mierda. Sí. Son ellos.

Sabin maldijo por lo bajo.

—Cambio de planes. Matad a tantos hombres de los que los rodean como os sea posible, yo me ocuparé de los niños. Si podéis, arrastrar a Aeron y a Paris de regreso a la fortaleza, yo os veré allí.