Capítulo 18
La mente de Gwen era un torbellino de actividad. La mayor parte era turbulenta y oscura. La noche anterior había intentado ignorar el atractivo de Sabin porque parecía no desearla. Había dormido junto a ella, su aroma a limón y menta en su nariz, su calor viajaba hacia ella, su áspera respiración sonando en sus oídos, su cuerpo se adaptaba al suyo en cada movimiento, piel desesperada por un toque, un simple toque, su corazón corriendo, pero él no había realizado ni un movimiento. Ignorarlo no era ya una opción.
Se estaba volviendo obsesiva con él. Quería aprender más sobre él. Quería pasar cada minuto con él. Quería poseerlo.
Lo poseerás, chilló una voz en su mente.
La Harpía. La que ahora movía sus hilos, urgiéndola a hacer todas las cosas sucias con las que siempre había fantaseado. Y qué si Sabin no era lo que siempre había querido para ella. Y qué si la traicionaba en un instante si eso significara ganar su guerra. No había nada de malo disfrutar con él aquí y ahora. Con él. Si él había pensado en tomar a sus hermanas...
Sabía que el demonio de la Duda le había susurrado esas cosas. Había reconocido su envenenado murmurar, pero había sido incapaz de detener el torrente de violencia que se había propagado a través de ella. Sabin y Kaia, infiernos, no. Nadie lo tocaba, incluidos sus personas queridas. Podía ser irracional por parte de ella, pero no le importaba.
Varias veces había afirmado desear sólo a Gwen. Bien, iba a probarlo malditamente bien.
Lo tenía sujeto a un árbol, y no había nada que pudiera hacer para escapar. Era suyo. Suyo, suyo, suyo para hacer lo que le placiera. Y ahora mismo, lo quería desnudo. Ya le había quitado la camiseta en el campo, así que todo lo que le quedaba eran sus pantalones. Trabajó con los botones, luego el cierre. En segundos, el pantalón vaquero no era más que jirones en la cálida brisa.
No usaba ropa interior.
—Creo que me robaron los calzoncillos. —dijo tímidamente, siguiendo su mirada.
Su erección brotó libre, larga, gruesa, orgullosa y ella jadeó de placer. Sus testículos eran pesados y estaban levantados y tensos. La luz del sol se derramaba sobre él, transformando el bronce de su piel en un delicioso dorado. Hoy la había estado presionando y ella se lo había tomado sin demasiada queja. En el fondo, sabía que necesitaba su tipo de entrenamiento. Nunca más quería ser disparada como un pavo en Navidad. Además, parte de ella realmente quería derrotar a los hombres que abusaron de ella. Por otra parte, quería impresionar a Sabin. Él valoraba la fuerza.
—Mío —dijo ella, envolviendo sus dedos alrededor de su polla.
No reconocía su propia voz. Era más aguda, más áspera. Una gota de humedad bañó su mano.
Él arqueó sus caderas hacia adelante, forzando su mano a deslizarse hasta la base de su asta.
—Sí —gritó él.
Su agarre se tensó. Su visión estaba un poco distorsionada, de borroso a infrarrojo, así que podía ver el calor pulsando desde él.
—Dile a tu demonio que mantenga su boca cerrada o le disparo.
—Ha estado tranquilo desde que me atacaste violentamente.
Bien. También debía haber asustado a los animales e insectos del bosque, ya que no había ni un chirrido o ruido de caminar como para ser oído. Ella y Sabin estaban completamente solos, cerca de a una milla de donde habían estado entrenando.
—Quítame la ropa. Ahora.
Desacostumbrado a seguir órdenes, reaccionó lentamente a la suya. Lo soltó para hacerlo ella misma.
—Pon tu mano donde estaba.
En el momento en que lo hizo, estaba tirando de su ropa, haciendo lo que fuera necesario para quitarlas sin interrumpir la conexión entre ellos. Finalmente, estaba desnuda, sus cálidas pieles se estaban tocando, él estaba gimiendo.
—Hermosa. —Posó sus manos en su espalda—. ¿Alas?
—¿Algún problema?—El cálido aire la acarició, endureciendo sus pezones, avivando el húmedo anhelo entre sus piernas.
Un anhelo constante. Uno que no la había dejado desde aquella vez en la ducha.
—Déjame ver. —La giró en redondo. Por un momento, no había nada, ninguna reacción, ningún comentario; ni siquiera respiró. Luego puso un suave beso en una de las pequeñas y temblorosas protuberancias—. Son asombrosas.
Ningún hombre había visto alguna vez sus alas. Las había mantenido escondidas hasta de Tyson, nunca dejándolas asomarse desde las estrechas aberturas de su espalda. Ellas la habían apartado, probando cuán diferente era. Pero bajo la mirada atenta de Sabin, se sentía... orgullosa. Temblando, giró sobre su talón, volviendo a su primera posición.
—Empecemos.
—¿Segura qué quieres hacer esto, Gwendolyn? —Su voz era ronca y gruesa, casi drogada.
—No puedo detenerme. —Nada la detendría, realmente, ni siquiera una protesta de él.
Iba a tenerlo, conocer su sabor, sentirlo dentro de ella, hoy, ahora, ya, en ese momento. Parte de ella sabía que no era ella misma en ese momento, pero a la otra parte no le importaba. Una vez, Sabin había pensado en marcarla para mantener a sus amigos lejos de ella. Ahora ella iba a marcarlo.
—¿Segura que lo quieres tú y no sólo tu Harpía?
No la haría sentir culpable acerca de eso.
—Deja de hablar. Voy a tenerte. No me importa lo que digas.
—Muy bien. —Su mundo dio vueltas, y luego, una corteza afilada cortaba su espalda. Sabin corrió sus tobillos, apartando sus piernas. Rápidamente insertó un muslo, poniendo su clítoris justo encima de su rodilla—. Habrá consecuencias. Espero que lo sepas.
—¿Por qué estás hablando? —Su erección estaba tan gruesa, que no había sido capaz de cerrar sus dedos a su alrededor y fácilmente perdió su agarre. Eso la enfadó, y gruñó—. Devuélvemelo.
—No.
—¡Ahora!
—Pronto —prometió, mordiendo su lóbulo de la oreja.
¿Para distraerla, ese hombre diabólico? No importaba, estaba funcionando.
Al gritar por la exquisita sensación, él descendió, reclamando su boca con la suya. Su lengua se hundió profundamente, tomando, dando, demandando, buscando, rogando, enrollando, marcando cada pulgada de ella. El sabor a menta la golpeó primero, luego limones, después los sabores se convirtieron en parte de ella, su aliento de ella.
Sus dedos enredándose en su cabello y atrayéndolo más cerca. Sus dientes chocaron, él cambió de ángulo, hundiéndose más profundo. Su busto se frotó contra su pecho, una fricción tan decadente que sus piernas estaban temblando. Y luego sus piernas no la estaban sosteniendo más en pie, él lo hacía. Se sostenía completamente sobre las rodillas de él, deslizándose arriba y abajo, atrás y adelante, golpes de sensación subiendo rápidamente a través de ella.
—Ese es un agarre apretado —dijo roncamente.
Tomó toda pizca de humanidad dentro de ella, pero sea aflojó. La decepción la llenó, y la Harpía protestó, demandando que hiciera que a él le gustara.
Sabin le frunció el ceño.
—¿Qué estás haciendo? Es un agarre apretado, pero lo quiero más apretado. No vas a romperme, Gwen. —Le palmeó y apretó su culo, incitándola, agachó su cabeza y succionó fuertemente uno de sus pezones.
Ella gritó, su vientre se estremeció, sus manos fueron de vuelta a su pelo y tiró fuertemente. Sus palabras... maldición, fueron tan hermosas como una caricia, liberándola de una manera que nunca se hubiera imaginado.
—Amo lo fuerte que eres.
—Lo mismo digo. Quiero todo lo que tengas para dar. —La tiró por sus tobillos, y ella cayó al piso.
Sabin la siguió hacia abajo, sin disminuir la velocidad en la búsqueda de su centro. Cuando lo alcanzó, separó sus piernas tanto con esas podían y sólo la miró.
—Toca —ordenó ella.
—Tan linda. Tan rosada y mojada. —Sus párpados habían caído a la mitad, lamió sus labios como si pudiera imaginar su sabor. Esos ojos oscuros estaban luminosos—. ¿Has tenido un hombre?
Ninguna razón para mentir.
—Sabes que lo he tenido.
Un músculo vibró en su mandíbula.
—¿Ese jodido Tyson te trató apropiadamente?
—Sí. —Sin embargo, ¿cómo podía haber hecho algo, tan dóciles como habían sido mutuamente?
Pero aquí mismo, ahora mismo, no quería docilidad. Como Sabin había dicho, no podía romperlo. Cualquier cosa que diera, él la podía tomar... él lo quería. Aunque todavía no había entrado en ella, su placer se elevó a un nuevo nivel.
—Creo que lo voy a matar —murmuró, rodando sus pezones entre sus dedos—. ¿Todavía piensas en él?
—No. —Y no quería hablar sobre él, tampoco—. ¿Has tenido una mujer?
—No muchas, considerando lo viejo que soy. Pero quizás más de las que un humano jamás tendrá.
Al menos era honesto sobre ello.
—Creo que las voy a matar.
Tristemente, ese no era un alarde vacío. Gwen había siempre aborrecido la violencia, había siempre huido de una pelea, pero ahora mismo felizmente podría haber hundido una daga en el corazón de cada mujer que había probado a ese hombre. Le pertenecía.
—No hay necesidad —dijo Sabin, fantasmas aparecieron en sus ojos.
Luego se sumergió en ella, lamiendo su centro, haciéndola gemir, su expresión estaba inundada por el placer.
La espalda de ella se arqueó, su mirada se disparó directo a los cielos. Dulce fuego, eso se sentía bien. Buscó tras suyo y se aferró a la base de un árbol, sabiendo instintivamente que necesitaba sostenerse para el paseo de su vida.
—¿Más? —preguntó él roncamente.
—¡Más!
Una y otra vez la lamió, y luego sus dedos se unieron al juego, separándola, hundiéndose profundamente. Ni necesitaba preguntarle si le gustaba; la estaba lengüeteando como si fuera un caramelo y ella se estaba arqueando en una sensual curva.
—Está bien —la alabó—. Esa es la forma. Tengo mi polla en mi mano, no puedo evitarlo, imaginando que es tu mano, mientras tengo el cielo en mi boca.
Sus gritos hicieron eco a través del bosque, cada uno más ronco que los otros. Casi allí... tan cerca...
—Sabin, por favor. —Sus dientes rozaron su clítoris, y eso era todo lo que faltaba.
Llegó al clímax, la piel se tensó, los músculos saltaron de júbilo, huesos agarrotándose juntos.
Él bebió hasta que succionó cada gota.
Cuando ella jadeó, Sabin la volteó y la hizo sostenerse sobre sus manos y rodillas. La tentó con punta de su asta, pasándolo a lo largo de sus pliegues, pero aún no entrando.
—Quiero verte.
—No quiero lastimar tus alas.
Hombre dulce.
—Déjame probarte —dijo, y él gimió.
Quería lamer su tatuaje, también. Le atraía, era un afrodisíaco por sí sólo, aún no había tenido la oportunidad de estudiarlo de la forma que ansiaba.
—Si me pruebas no voy a poder hacerte el amor. Realmente quiero hacerte el amor. Pero la decisión es tuya. —Presionó su pecho en su espalda, su cara sólo a una pulgada de la de ella.
Su asta es su boca o entre sus piernas. Difícil decisión, literalmente. Al final, sin embargo, había optado sobre lo que había pasado fantaseando la noche anterior. Tenía que saber cómo era ser su mujer. Completamente. De lo contrario, lo lamentaría por el resto de su vida. Cuan larga o corta fuera. Haber sido disparada y darse cuenta que, en efecto, querer ayudar a derribar a esos Cazadores le había enseñado una cosa: el tiempo no era una garantía, incluso para los inmortales.
—La próxima vez, entonces. —Manoteó, tirando hacía abajo su mano llena con el cabello de él y uniendo su boca a la de ella.
Su lengua hundiéndose profundamente de nuevo, y esa vez sabía a ella.
Él se posicionó en su entrada, pero antes de deslizarse a su hogar, se puso rígido. Maldijo.
—No tengo un preservativo.
—Las Harpías sólo son fértiles una vez al año, y ésta no es esa ocasión. —Otra razón por la que Chris había querido retenerla por tanto tiempo—. Adentro. Ahora.
Al siguiente instante, el asta de Sabin estaba enterrada totalmente. El beso se detuvo al lanzar otro grito de placer. La tumbó, la llenó, tocó cada parte de ella, y fue todavía mejor de lo que ella había soñado.
Mordió el lóbulo de su oreja.
Todavía manoteando, enterró sus uñas en su hombro, sintió la cálida sangre gotear y él siseó en un aliento. Hmm, el aroma dulce de ésta vagó hasta ella y su boca se hizo agua.
—Quiero... necesito...
—Cualquier cosa que quieras es tuya. —Una y otra vez bombeaba dentro de ella, adelante y atrás, rápido, duro, sus testículos golpeándola.
—Quiero... todo. Cada cosa. —Con la sensación de él, se volvió loca, perdida, no era más Gwen o la Harpía sino una extensión de Sabin—. Quiero tu sangre —añadió.
Sólo la suya. El pensamiento de la de alguien más la dejó vacía, insatisfecha.
Sabin se apartó de ella completamente.
Un quejido escapó de ella.
—Sabin...
Él estaba yaciendo en el suelo y un segundo después, acomodándola sobre él, profundo dentro de ella, bombeando, resbalando, deslizándose suavemente. Una de las rodillas de ellas se clavó en una ramita y se cortó, pero incluso eso pareció relajarla en un estado de absoluta sensación. Placer, dolor, no importaba. Cada una se alimentaba de la otra y la arrastraba más y más lejos en un mar negro de dicha.
—Bebe —le ordenó, agarrando su cabeza y forzando su boca hacia su cuello.
Sus dientes ya se habían afilado. Sin vacilación, lo mordió. Él rugió, alto y duradero, y ella succionó el cálido líquido profundo a través de su garganta, su lengua bailando sobre su piel. Como una droga, se extendió a través de ella, la calidez convirtiéndose en hervor, abrasando, quemando sus venas. Pronto estaba temblando, retorciéndose contra él.
—Más —dijo ella. Quería todo lo que él tenía, cada gota. Tenía que tenerlo. Lo mataría, se dio cuenta, forzándose a levantarse. Su polla se deslizó incluso más profunda, y ella se estremeció—. Casi he bebido demasiado.
—De ninguna manera.
—Podrías...
—No lo haré. Ahora dame más. Todo, como tú dijiste.
Arriba y abajo lo cabalgó, las yemas de sus dedos asiéndose tan tensamente que casi rompieron su piel. El miedo de lastimarlo se desvaneció, dejando sólo un consumido sentido de necesidad.
—Esa es la forma. Tan bueno... tan realmente bueno... —Estaba jadeando, oprimiéndose contra ella, su pulgar acariciando su clítoris—. No quiero que... termine.
Tampoco ella. Nada la había consumido de esa forma. Nada había tomado control de su mente y cuerpo tan fervientemente, hasta el punto de que nada más importaba. Sus hermanas podían encontrarlos, podían estar buscándolos incluso ahora. Rápido como se movían, ya podían estar allí. No podía detenerse. Necesitaba más.
Su cabeza cayó hacia atrás, la terminación de su cabello rozaba su pecho. Alzando sus manos, ahuecó y amasó sus pechos, aplicando una pequeña presión para arquearla hacia atrás. Ella obedeció, sujetándose a sus muslos.
—Date la vuelta —ordenó él roncamente—. Quiero tu sangre.
Quizás vaciló demasiado. ¿Qué quería exactamente? ¿Lo había oído correctamente? Él palmeó sus rodillas, levantándola y girándola. Su polla permaneció dentro de ella. Cuando ella estaba mirando hacia la otra dirección, contraria a él, los dedos de él se curvaron alrededor de su cuello y tiraron de ella hacia abajo. Su espalda contra su pecho. Sus dientes estaban en su cuello, y ella estaba temblando, gritando ante la felicidad.
No la succionó por mucho tiempo, sólo lo suficiente para experimentar su propio orgasmo, las caderas martilleaban hacia arriba y dentro de ella, posó una mano sobre su estómago para apretarla contra él. Nada se comparaba. Nada era tan salvaje, tan necesario, tan liberador. Ella y la Harpía se elevaron hacia los cielos, perdidas en el placer de otro clímax.
Una eternidad pasó antes de que colapsara, total y completamente agotada, incapaz de respirar. Su pecho estaba demasiado comprimido. Las inhalaciones de Sabin eran agitadas, también, su agarre en ella era débil ahora.
La Harpía estaba tranquila, se había casi posiblemente desmayado. Gwen no se bajó rodando de él, incluso aunque quería desmayarse también. Había estado combatiendo contra el sueño por tanto tiempo, un sueño reparador no contaminado por el dolor o heridas, pero ahora se estaba acercando sigilosamente, determinado a consumirla.
Yació como estaba, su cabeza amortiguada por el cuello de Sabin, sus brazos envolviéndose alrededor de ella, su hasta dentro de ella. Las estrellas parpadeaban frente a sus ojos, o tal vez fuera el sol bailando entre las nubes.
Lo que habían recién hecho... las cosas que habían hecho...
—No te violé, ¿o sí? —le preguntó suavemente ella.
Sus mejillas ardieron. Sin la sombra de la lujuria, admitió que había estado celosa, lo había atacado, y había decidido tener sexo con él lo quisiera él o no.
Él se rió.
—¿Estás bromeando?
—Bien, fue algo más o menos forzado. —Sus pestañas estaban tan pesadas que parpadeó, cerradas, abiertas, cerradas, y luego se rehusaron a abrirse de nuevo, como si estuvieran pegadas entre sí.
Si sus hermanas la encontraran dormida, se volverían locas. Estarían decepcionadas con ella, y tendrían razón. ¿No había aprendido nada a partir de su captura?
—En realidad, estuviste perfecta.
Palabras para hacerla derretirse. En cambio, se puso rígida, todavía peleando con todas sus fuerzas para permanecer despierta un poco más. Cada vez que ella y Sabin se relajaban juntos, sin enfado entre ellos, Duda usualmente atacaba.
—¿Qué está mal? —preguntó, repentinamente preocupado.
—Estaba esperando que Duda me juzgara y me demoliera. —¿Fueron sus palabras verdaderamente tan desanimadas como le parecieron a ella?—. Tú dices algo agradable, y él aparece golpeando a mi puerta para señalar por qué estás equivocado.
Sabin presionó un suave beso en el costado de su cuello.
—Él está asustado de tu Harpía, creo. Ella sale y él se esconde dentro. —Diversión y admiración apareció en su tono al final, como si hubiera alcanzado alguna clase de decisión con esas palabras. ¿Pero cuál?
—Alguien temeroso de mí. —Sonrió lentamente—. Me gusta cómo suena eso.
—A mi también. —Acarició entre sus pechos, su dedo índice rozando un pezón—. ¿Tienen las Harpías algunas debilidades de las cuales deba saber?
Sí, pero admitirlas era ir en busca de castigo. Sus hermanas la apartarían como había hecho su madre; tendrían que hacerlo. Era una regla que no podía ser quebrada. El letargo fragmentó sus pensamientos antes de que pudiera resolver las cosas. Bostezó y se posicionó más acurrucada contra él, desvaneciéndose... todavía luchando...
—¿Gwen?
Una suave súplica penetró a través de su mente, y se agarró a ella como si fuera un preservador de la vida.
—¿Si?
—Te perdí ahí por un momento. Me estabas comentado sobre la más grande debilidad de la Harpía.
¿Lo estaba?
—¿Por qué lo quieres saber?
—Quiero asegurarme que estás protegida, así nadie pueda usarlo en tu contra.
Buena idea. No puedo creer que estés realmente considerando esto.
Pero ese era Sabin, el hombre que la había besado recién y tocado por todos lados. El hombre que la quería fuerte, invencible. Y a ella no le gustaba que tuviera tal debilidad, tampoco. Había sido así como los Cazadores la habían dominado, aunque nunca se hubieran dado cuenta de lo que habían hecho. Era lo que la inundaba de preocupación cada vez que sus hermanas decidían vender sus servicios.
—Me lo puedes decir —dijo—. No lo usaré para herirte. Lo juro.
Una vez él admitió que renunciaría a su honor si eso significaba ganar una batalla. ¿Renunciaría a su promesa? Suspiró, hundiéndose más bajo la negrura.
Permanece despierta. Debes mantenerte despierta.
Eso se reducía a una decisión: creer en él o no. Quería desesperadamente que ella lo ayudara a destruir a su enemigo. De ninguna manera arriesgaría eso traicionándola.
—Nuestras alas. Rómpelas, córtalas, átalas, y estamos indefensas. Así es cómo los Cazadores me capturaron. No lo sabían, pero me envolvieron en una manta para secuestrarme, paralizaron mis alas, debilitándome así.
La apretó fuerte. ¿En consuelo?
—Tal vez podamos diseñar algo para protegerlas, algo que aún les permitiera moverse libremente. Pero también vas a tener que entrenar con ellas atadas. Es la única manera de que...
Su voz se desvaneció completamente, la oscuridad más espesa que nunca. Señor, había hecho tantas, tantas cosas malas en la última hora. Le había dado su cuerpo y se había acurrucado como si fuera un cómodo sofá. Regla de la Harpía: siempre vete después.
Si se dormía, Sabin tendría que cargarla a través del bosque, cruzarse con sus hermanas, quienes la verían desmayada y vulnerable, tal como había temido.
Soy un fracaso en todos los sentidos.
—No... las dejes... verme —se las arregló para decir antes de hundirse en el olvido.