Capítulo 27
Gwen estaba sorprendida de ver a sus hermanas en la sala de audiovisuales.
—Grrr, la sala de entretenimiento, lo cual era lo mismo, la verdad—cuando entró. Se quedó igualmente sorprendida de que no saltaran desde el sofá y la acuchillaran.
Su mirada fue a la deriva sobre el resto de los asistentes. ¿Quién la apoyaría, y quién no? Ashlyn, Danika y Cameo estaban sentadas en la mesa más alejada, dos cabezas inclinadas sobre rollos de papel amarillo chismorreando, mientras una escribía en el portátil. La preciosa cara de Ashlyn estaba arrugada de concentración. Danika estaba pálida y se veía enferma. Cameo estaba frunciendo el ceño.
William, Kane y Maddox estaban desaparecidos y sospechaba que estarían en la ciudad, buscando algún Cazador rezagado. En diagonal a las mujeres, Aeron y Paris estaban jugando al billar en el fondo mientras hablaban de estrategias, la mayoría de las heridas ya se desvanecieron. Bueno, en Paris estaban más desaparecidas. Era difícil decirlo en Aeron, desde que todo el cuerpo estaba cubierto de tatuajes.
—Te lo he dicho, la vi. —dijo Paris.
—Anhelos o alucinaciones inducidas por la ambrosía, —replicó Aeron—. Cuando caímos, estabas inconsciente. ¿La viste de nuevo?
—No. Probablemente se escondió.
Aeron fue despiadado.
—He sido amable contigo en este asunto, Paris, y eso parece no haber hecho ningún bien. Tienes que dejarlo ir. Esta mañana interrogamos a algunos de los cazadores recién llegados. No saben nada sobre ella. Después de eso convocaste a Cronos, preguntándole si la había traído de vuelta. ¿Y qué te dijo?
Colocando el bastón, Paris centró el golpe en una de las bolas.
—Sin un cuerpo, el alma se marchita. Muere.
Una delgada, escamosa... cosa se estaba deslizando alrededor de los hombros de Aeron, deteniéndose en la parte de arriba de la cabeza y le besó la mejilla.
—¿Te habría mentido el buen rey?
—¡Sí!
—¿Por qué? Quiere nuestra ayuda.
—No lo sé. —gruñó Paris.
—¿Qué es esa cosa? —Preguntó Gwen, todavía mirando fijamente a la criatura que se enroscaba alrededor de Aeron.
Sabin, quien se había quedado tras ella en el umbral, haciendo arder la piel expuesta con su presencia, tentándola a perdonar y olvidar y enfocarse solo en el futuro, un futuro con él, sonrió.
—Esa es Legión. Es un demonio y una amiga. Aeron moriría antes de verla herida, así que por favor no lo intentes y no la cojas.
¿Esa... cosa era una niña? No importa. Tienes cosas que hacer. Los ojos de Gwen se ampliaron cuando acabó de estudiar a los ocupantes de la habitación. Torin apoyó un hombro contra la pared, tan lejos de todo el mundo como podía. Agarró un monitor portátil en las enguantadas manos, la atención puesta en la pequeña pantalla.
La había apoyado, lo sabía. Una cosa que había advertido, es que colocaba a los amigos por encima de su propia seguridad.
—¿Vas a pretender que no estamos aquí? —Kaia estiró los brazos por encima de la cabeza, desperezándose igual que un gatito sin que le importara.
Sí. No.
—Hey. —Finalmente encontrando las miradas de sus hermanas, les ofreció una media sonrisa y un hola con la mano. Se había pasado la última hora pensando en qué decirle, si es que estaban interesadas en escucharla. No se le había ocurrido nada. Una disculpa no funcionaría por qué no lamentaba exactamente lo que había hecho.
Taliyah se levantó, la expresión tan indescifrable como de costumbre. Erizándose, Sabin caminó poniéndose delante de Gwen.
—Bien —dijo Taliyah, ignorándole—. Ya que no vas a decir nada de lo que sucedió. Empezaré yo. Una pausa. Entonces...—Estoy orgullosa de ti.
—¿Q-qué? —Preguntó Gwen, con voz rota. Eso no era lo que había esperado oír.
Echó un vistazo alrededor del enorme cuerpo de su guerrero, su hermana mayor salió una vez más a la vista. ¿Taliyah orgullosa de ella? Nada podría haberla sorprendido más.
—Hiciste lo que tenías que hacer. —Taliyah acortó la distancia entre ellas e intentó apartar a Sabin del camino—. Eres una Arpía en todos los sentidos de la palabra.
Sabin no se movió.
Los helados ojos de Taliyah deberían haber congelado a cualquiera.
—Déjame abrazar a mi hermana.
—No.
Gwen podía ver la tensión de los hombros, en la espalda.
—Sabin.
—No —dijo él, sabiendo lo que quería—. Esto podría ser un truco —entonces, añadió hacia Taliyah—. No vas a hacerle daño.
Bianka y Kaia se unieron a Taliyah, formando un semicírculo alrededor del guerrero. Podían haberlo atacado, pero para sorpresa de Gwen, no lo hicieron.
—En serio, déjanos abrazar a nuestra hermana. —dijo Kaia rígidamente. El que no se atreviese a causarle daño corporal era... Un milagro—. Por favor. La última palabra fue ofrecida a regañadientes.
—Por favor, Sabin —dijo Gwen posando las palmas abiertas contra sus omoplatos.
Él respiró profundamente, dejando escapar el aliento, como si intentara captar el olor de la verdad.
—Nada de trucos. O sino. —Se hizo a un lado y ellas lo sobrepasaron inmediatamente.
Tres pares de brazos rodeando a Gwen.
—Como ya dije, estoy increíblemente orgullosa de ti.
—Nunca he visto a nadie tan fiero.
—El color me sorprendió. ¡Me pateaste el culo totalmente!
Gwen estaba congelada, el corazón aturdido.
—¿No estáis enfadadas?
—Diablos, no. —dijo Kaia, entonces rectificó.
—Bueno, quizás al principio. Pero esta mañana, cuando sopesábamos maneras de secuestrarte y vengarnos de Sabin, te vimos alimentándote de él. Nos hizo darnos cuenta que ahora también es tu familia, y nosotras nos hemos pasado de la raya. Nunca amenazas a la familia de una Arpía, nunca, y nosotras lo sabemos mejor que nadie.
De acuerdo. Wow. La mirada de Gwen fue a Sabin, quién estaba mirándola con fuego en los oscuros ojos. Quería estar con ella, había dicho. Dejaría la guerra por ella. Quería ponerla primera, hacerla la cima de las prioridades en su vida. Confiaba que no lo traicionaría. La amaba.
Ella quería creerle, quería creerle con tal desesperación, pero no podía arriesgarse. No sólo por que la había encerrado, si no por qué, cuando estaba tendida en la cama, recuperándose, se había dado cuenta que ahora era un arma, el arma que siempre había querido que fuera. Se había probado a sí misma en la batalla. Nunca más volvería a dejarla atrás, no tendría que preocuparse de ella. ¿Qué mejor que conseguir lo que quería seduciéndola, en cuerpo y alma?
¿La amaba realmente? Eso es lo que quería saber.
Clamó que no le importaría si la cogía abrazando a su padre. Quizás esa fuera la verdad. Pero, si ahora la amaba, ¿Crecería en él un día el resentimiento por quién y qué era? ¿Extendería a ella su odio por los Cazadores y su líder? ¿Se volverían sus amigos sobre él por traer un enemigo a su casa? ¿Sospecharían de cada una de sus palabras y acciones?
Esas dudas no nadaban en el interior de su cabeza a causa del demonio. Eran suyas.
Todas suyas. Y no sabía cómo lidiar con ellas, incluso aunque quería desesperadamente estar con Sabin.
Cuando había estado en la ciudad, sangrienta y letal, el corazón se había detenido realmente, probando absolutamente que le pertenecía. Que cuadro tan feroz había presentado. Cualquier mujer debería estar orgullosa de tener a un hombre tan competente y fuerte a su lado. Quería ser esa mujer. Entonces y siempre. Sin embargo, carecía de la confianza para agarrarlo en los sueños. Lo cual era divertido si pensabas en ello. Físicamente, nunca había sido tan fuerte.
—Voy a odiar dejarte. —dijo Bianca, liberándola, y dando un paso atrás.
—Bueno... —Ahora la parte difícil—. ¿Entonces por qué intentarlo? Os necesito aquí, en la fortaleza, y ayudando a Torin a proteger esto y los humanos.
—¿Y tú dónde vas a estar? —Taliyah también la liberó, los ojos pálidos estudiando la cara de Gwen. Al menos no habían rechazado la petición. Cuadró los hombros, la determinación corriendo a través suyo.
—Esto es en realidad por qué os llamé a esta reunión. ¿Podría tener la atención de todo el mundo, por favor?
Chocó las manos, esperando que los ocupantes de la habitación se volvieran a mirarla.
—Sabin y yo vamos a ir a Chicago para buscar a sus desaparecidos amigos. Han estado en silencio, y creemos que algo va mal.
Ante eso, Sabin parpadeó. Esa fue la única reacción. Sabía que él había estado esperando por la información de Torin, pero se imaginó que era mejor estar en marcha que estar apalancados aquí, sin hacer nada.
—Me alegro que vayáis a ir. —Dijo Ashlyn—. No sé si alguien te lo dijo, pero Aeron, Cameo y sí, tu hermana Kaia me llevaron a la ciudad esta mañana. Oí algunas cosas.
Oh—oh. Iba a haber algunos problemas en la fortaleza.
—No deberías haber ido a la ciudad. Tu hombre se enfadará cuando lo descubra. —Había visto a Maddox con la mujer embarazada solo un par de veces, pero una vez había sido suficiente para asegurarle la fiera necesidad de protegerla.
Ashlyn ondeó una mano en el aire.
—Lo sabía. No podía llevarme porque no puedo oír conversaciones cuando está conmigo, así que el compromiso era dejarme ir con guardianes. Por otra parte, sabía que iría más tarde a sus espaldas. De todas maneras, algunos de los Cazadores también se estaban dirigiendo a Chicago. Te tienen miedo, no están seguros de lo que puedes hacerles.
Los cazadores, la temían. La habían atemorizado mientras había estado atrapada en esa pirámide, pero allí no había nada que pudiera hacer realmente por ellos. Ya no estaba indefensa. El pensamiento la hizo sonreír. Sabin, también, prácticamente brillando con orgullo.
Su estómago revoloteó ante la visión, y el aire se calentó en los pulmones. Cuando la miraba de esa manera, casi podía creer que realmente la amaba y que haría cualquier cosa por ella. Céntrate en lo que tienes entre manos.
—¿Qué hay de los prisioneros?
—Todavía encerrados. —Encarándola, Paris dejó el bastón sobre el suelo y se inclinó contra él. Estaba más pálido de lo normal, líneas de estrés rodeaban los ojos.
—Aeron y yo, con lo polifacéticos que somos, hemos asumido su...cuidado.
—Yo ayudé. —Saltó Legión, la hembra demonio.
—Cuidado. Igual. Tortura. ¿Sabin los había interrogado? Sabía que le gustaría hacerlo, con todo, apenas había dejado su lado desde la batalla—. Los niños...
—Al igual que mencioné antes, ya han sido separados y trasladados a habitaciones decentes. Están asustados y no han usado los poderes que quiera que tengan. Todavía. Así que no estamos seguros de a qué nos estamos enfrentando. Pero se lo sacaremos a los adultos, no te preocupes. —dijo Sabin.
Paris asintió con sombría determinación.
—Lo haré cuando volvamos. Voy a ir contigo.
Sabin y Aeron compartieron una intensa mirada.
—Vas a quedarte aquí. —Lo corrigió Sabin—. Todos vosotros. Necesitamos tantos guerreros aquí como podamos obtener. No sabemos cuántos Cazadores han quedado atrás.
—Más que eso, Torin vio a Galen en la ciudad. —Dijo Cameo—. Todavía no hemos visto rastro de él, lo cual podría significar que se está ocultando, planeando golpear otra vez.
Sabin se acercó al lado de Gwen y ancló un fuerte brazo alrededor de su cintura. Ella no protestó. Aunque en la mente estaba insegura, el cuerpo sabía que le pertenecía.
El aroma de limón llenó su nariz, una droga a la que se había hecho adicta.
—Pero tú, Paris... tú nueva cosa favorita nos pone a todos en riesgo. Te quedarás aquí y conseguirás limpiarte.
Paris abrió la boca para protestar.
—Torin puede encargarse de los arreglos de nuestro viaje —continuó Sabin, cortándole. Acarició el brazo de ella, de arriba hacia abajo, quizás incluso sin darse cuenta de lo que estaba haciendo.
—Tendrás que volar en clase turista. —Dijo Torin—, desde que los chicos tienen el jet nosotros siempre volamos en clase Charter en Estados Unidos, con ellos.
—¿Qué pasa si están contaminados por los Cazadores? ¿Cómo conseguiremos que nuestras armas pasen los controles de seguridad? Si nos cogen con tan siquiera una cuchilla, seremos interrogados (una pérdida de tiempo) y arrestados.
—Tengo recursos. —Sabin le besó la sien—. Créeme. He estado haciendo esto por mucho tiempo. No nos descubrirán.
—Traed a Reyes y a los otros a casa a salvo. —Danika entrecruzó los dedos, como si estuviese diciendo una plegaria—. Por favor.
—Por favor —se le unió Ashlyn.
—Y no te olvides de Anya —dijo Kaia—. No me imagino qué tipo de problemas podría crear.
—Lo haré lo mejor que pueda —les dijo Gwen, y estaba convencida. ¿Pero sería lo mejor que pudiera hacer suficiente?
—Dime, ¿Qué hace una diosa con un demonio?
Anya miró al enemigo declarado de su amante: Galen, el guardián del demonio de la Esperanza. Ocupaba un lado de la nueva prisión y ella el otro. Las largas alas blancas estaban plegadas en la espalda, la parte superior de los arcos elevándose por encima de los hombros. Los ojos eran azules como el cielo, y cuanto más los miraba, más hubiese jurado que veía mullidas nubes blancas. Esos ojos estaban destinados a calmarla, a relajarla.
Lo único que conseguían era fastidiarla.
Chico Fantasma la había “escoltado”—maldito chico que había tomado el control de su cuerpo como si fuese el suyo propio—a ese pequeño, escaso infernal agujero y la dejó. Donde ella había esperado. Y esperado. Sola, enrabietada. Ahora sabía que los Cazadores la habían dejado para su líder—quién había permanecido en Budapest hasta que se le había hablado de la generosidad de aquí.
Mientras tanto, sin embargo, los gritos de Gideon habían hecho eco a través de las paredes—y con los gritos, las socarronas carcajadas de los captores. Pobre Mentiras. Se sintió un poco culpable por golpearle antes. ¿Habría cantado algunos secretos?
—¿No tienes respuesta, preciosa?
—Me estoy divirtiendo, esa es.
Habían cometido el error de dejarla sin trabas.
Aunque Chico Fantasma había acompañado a Galen, por supuesto. Aparentemente, era su póliza de seguros. Bueno, pronto aprenderían que deberían tener una policía mejor. Sin ese extraño metal enjaulándola, la fuerza estaba regresando. Pronto, sería una pesadilla viviente. Y ellos sufrirían.
¿Estaría Lucien recobrándose como ella? Anya odiaba ser apartada de él.
Lentamente los labios de Galen se curvaron con diversión.
—Eres luchadora. Me gusta. Lucien es un hombre afortunado. Que un hombre tan feo haya capturado el corazón de alguien como tú no es nada más y nada menos que un milagro.
Incluso la voz inducía a la calma. Realmente, todo en él parecía deliberadamente afilado para ofrecer esperanza, igual que una brillante luz en una habitación de oscuridad y temor. Lo que no sabía es que Anya prefería la oscuridad. Siempre lo había hecho.
—No es feo —dijo, paseándose de un lado de la pared a la otra. Cuanto más permaneciera en movimiento, menos serían observadas sus acciones, sospechó—. Es honorable, cariñoso y maravillosamente fiero.
Una tos.
—Pero es un demonio.
Se detuvo para arquear una ceja hacia él.
—Bueno, sí. Igual que tú.
—No. —Paciente, Galen sacudió la cabeza—. Yo soy un ángel, enviado desde los cielos para limpiar el mal de la tierra.
—¡Ha! —Volvió a ponerse en movimiento—. Esa sí que es buena. Te crees nuestra propia prensa, ¿verdad?—No discutiré mis orígenes con la puta de un demonio. —No se sabía si sonaba divertido o tolerante—. Ahora, dime que saben los Señores de los dos artefactos que permanecen desaparecidos.
—¿Quién dice que están desaparecidas? —tanteó.
Pasaron varios latido de silencio.
—Cierto. Por todo lo que sabes, tengo uno.
Bastardo. ¿Lo tenía?
—Si ellos tuviesen los cuatro, no estarían aquí, a mi merced. Estarían buscando la caja. O la habrían encontrado.
Puso los ojos en blanco, aunque temblaba interiormente.
—¿Estás seguro que tienes piedad, ángel?
Los hombros se elevaron en un encogimiento.
—Estás viva, ¿no es verdad?
Los tacones resonaron contra el azulejo.
—Pero entonces, estoy segura que piensas que puedes usarme de alguna manera.
Cruzó los brazos sobre el macizo pecho, estirando la tela de la camiseta blanca. Los pantalones también eran blancos. Excesivo si le preguntabas a Anya, pero independientemente de ello, dudaba que quisiera indicaciones sobre moda de su parte.
—Me estoy cansando de ti, diosa. Quizás debería haber traído a Muerte.
¿Eso quería decir que prefería divertirse con la tortura de Lucien?
—Mira, te lo diré a ti, te diré todo lo que quieres saber, pero solo si te deshaces del niño. Me molesta. —No quería que alguien tan joven fuese herido por su mano.
—Me despido si te doy la impresión de que soy tonto. —La boca de Galen se curvó en una media sonrisa—. Se queda.
Había valido la pena intentarlo. Hora del Plan B. Distracción, después furia. Si no podía volar hacia él, haría que volara hacia ella. El muchacho no interferiría con el líder.
—De todas formas, ¿Por qué odias tanto a los Señores? ¿Qué te han hecho?
—La pregunta acertada sería esta: ¿Por qué no debería odiarlos? Me arruinaron. Por lo tanto, los arruinaré primero. —Extendió los brazos, en un gesto de “es así de simple”—. Todos estos años solo hemos sido capaces de herirles, demasiado temerosos de liberar a los demonios. Si eso pasara, los dioses me maldecirían de nuevo. Ya he sido advertido. —Sonrió ligeramente—. Pero estamos cerca, demasiado cerca de cambiar eso. Cualquier día sabré si el demonio de la Desconfianza será capaz de unirse a mi mujer. Si es así... Lideraré el ejército más poderoso que haya visto este mundo.
—Tu estúpido sirviente parece pensar que utilizarás a los más débiles y los encerrarás apartándolos del bien de este mundo.
Se encogió de hombros.
—¿De dónde habrá sacado esa idea?
De acuerdo. Hora de rebobinar. Ha dicho que sería maldecido de alguna manera si mataba a los Señores y liberaba los demonios. Pero no, obviamente, si tuviera algún lugar donde almacenar eses demonios. El arrebatárselos a los Señores, sin embargo, destruiría a los inmortales. Destruiría—mataría—a Lucien.
Se le encogió el estómago, y su sangre corrió fría.
—¿Cómo hiciste para encontrar a Desconfianza? ¿Cómo has capturado a un demonio enloquecido? —Stefano ya había afirmado que tuvieron éxito en unir el demonio a otro cuerpo. Claramente, había mentido. Otra vez. Pero el hecho de que intentaran hacer algo así era espantoso.
—A diferencia de Amun, no soy el que derrama todos mis secretos. —Dijo Galen.
—Bueno, hasta que lo hagas, me temo que no puedo creer en ti.
Le dio otra de esas medias sonrisas.
—Estoy devastado, por supuesto.
Dios, ¡Lo odio! Se dio golpecitos en la barbilla con una uña, como si estuviera profundamente pensativa. Se las había arreglado para distraerle, y ahora iba a cabrearlo.
—Veamos, veamos. Si fuese un cobarde y celoso demonio que pretende ser un ángel y quisiera encontrar y controlar un espíritu diabólico, debería... ¿Qué? Definitivamente, conseguir que otros me hicieran el trabajo sucio. Quizás incluso utilizar niños —dijo, echándole una mirada de pasada al Chico Fantasma. Los ojos se ensancharon mientras los de él se entrecerraban. Estaba consiguiendo enfurecerle con el insulto, pero había hecho más que eso, se dio cuenta. Había encontrado la respuesta. Como fuera, de alguna manera, uno o más de esos niños mestizos eran capaces de encontrar un espíritu de otro mundo. Quizás incluso el propio Niño Fantasma.
—Te los hemos arrebatado. —Dijo, encontrando una vez más la mira de Galen—. Evitando que los utilices. Hemos ganado cada batalla contra ti. Esta no será diferente. Hasta tenemos una Arpía de nuestro lado. ¿Has tenido oportunidad de oír lo que puede hacer una Arpía?
—Deberías callarte la boca —refunfuñó el “ángel”.
Lo tenía. Excelente. Un hombre emocional era un hombre que cometía errores.
—¿Y sabes qué es peor que una Arpía? Cronos, el nuevo rey de los dioses. Quiere tu muerte. ¿Lo sabías?
Galen se enderezó.
—Mientes.
—¿Lo hago? El Ojo que Todo lo Ve—el Ojo que perdiste —tuvo una visión. En esta, te vio intentando asesinar a Cronos. Ahora está tras de ti. No sé por qué no te ha matado él mismo. Estoy segura de que tiene sus razones. Pero créeme, he sido su objetivo. No te dejará en paz hasta que tenga lo que quiere.
Galen apretaba la mandíbula aún más con cada palabra que decía ella.
—Nunca haría daño a un Titán.
—¿No lo harías? Traicionaste a tus mejores amigos.
—No eran mis amigos —gritó, aplastando un puño en la pared y estremeciendo los cimientos.
Ése es el camino, chico grande.
—Qué pena que no se dieran cuenta antes de eso. Pero no importa. Todavía se las arreglarán para vencerte. Al igual que te han vencido cada vez que los has desafiado. Es ciencia, después de todo. Eres el más débil.
La furia chisporroteó desde él, disparándose bajo la piel.
—Tu precioso Lucien no era lo bastante fuerte para liderarnos, a nosotros, el ejército de élite de Zeus. Nunca debería haber estado al mando.
—Así que en vez de desafiarle como un honorable soldado, le convenciste de abrir la caja de Pandora después ¿Le contaste a los dioses su decisión de traicionarles? Formaste un ejército por ti mismo e intentaste detenerle. No, eso no es cobardía en absoluto.
Él dio dos pasos hacia delante antes de contenerse y detenerse. Las manos cerradas en puños.
—Hice lo que tenía que hacer. Un buen soldado gana por cualquier medio necesario. Solo pregúntale a tu amigo Sabin.
Empújalo más, casi lo tienes.
—Ah, pero como dije, no ganaste, ¿verdad? Incluso aunque supieras lo que Lucien y los demás iban a hacer, no fuiste capaz de detenerlos y probar su debilidad. Perdiste. Hiciste que parecieras débil. Fuiste condenado a hospedar a un demonio en tu interior al igual que hicieron los otros. Tú, tú, tú. —se rió—. Qué humillante.
—¡Basta!
—¿Quieres golpearme? —Se rió otra vez, con crueldad—. ¿Será que el pequeño dulce angelito quiere cortarle la lengua a Anya? Qué pensarían entonces tus seguidores, ¿hum? Pero estoy segura que te han visto mucho peor. ¿O siempre haces que Stefano dé las órdenes, de modo que puedas parecer piadoso?
Durante un largo momento, la miró, silencioso, sin lanzarse hacia ella como había esperado. Entonces, para su sorpresa, sonrió.
—Stefano no está aquí, y no me siento piadoso. Pero no te preocupes. Solo te dolerá un segundo. —Con eso, sacó una pequeña ballesta de entra las alas. Antes de que tuviera tiempo de esquivarla, disparó dos flechas, propulsándola hacia la pared tras ella.
Una le atravesó el hombro izquierdo, la otra el derecho, anclándola a la pared.
El dolor explotó a través de ella, enturbiando la visión. La sangre caía en cascada por los brazos, tan caliente que la quemaba. El sudor perlando la ceja y labio superior, pero eso no la enfrió.
El niño, notó distantemente, había palidecido. El labio inferior, temblaba.
—Creo que es hora de que Lucien se una a nuestra pequeña fiesta. —Dijo Galen—. Verá todo lo que te haremos. Desnudarte, tomarte, herirte. Veremos si es lo bastante fuerte para salvarte, ¿eh?
—Tócale —logró decir entre los apretados dientes—. Y me comeré tu corazón frente a ti.
Se rió, y oh, como despreciaba el sonido de su diversión. Pero la risa fue cortada en seco cuando hizo erupción una explosión y el edificio realmente se sacudió.
—Parece que la caballería está aquí —dijo Anya, sonriendo a pesar de la pulsación en los hombros—. Sabía que los otros vendrían por nosotros. Creo que mencioné a la Arpía, ¿verdad?
La miró, el primer inicio de pánico en los ojos, entonces volvió la mirada a la puerta.
Otra explosión. Otra sacudida.
—Esto no se ha acabado. Si lucha para soltarse, bien —le dijo al niño mientras se dirigía hacia la salida— pero no la dejes salir de esta habitación.