Capítulo 14
La cocina se veía como si hubiera sido bombardeada. Los guerreros hambrientos eran salvajes, pensó Sabin. Antes de bajar, le había mandado un mensaje de texto a todos ellos, dioses, amaba la tecnología; incluso había traído al tecno fóbico Maddox al siglo veintiuno; llamando a una reunión para discutir lo que los Cazadores le habían contado sobre Desconfianza y el internado para los niños mitad-humanos, mitad-inmortales, así como también de la inminente llegada de las hermanas de Gwen.
Las hermanas. Las lágrimas habían llenado los ojos de Gwen en el momento que una de las Harpías había contestado el teléfono, tornando el oro brillante en lingotes derretidos. Alivio, esperanza y tristeza habían pasado por su cara, y Sabin había tenido que pelear contra el impulso de ir a ella, envolverla en sus brazos, ofreciéndole cualquier confort que pudiera darle. Todo instinto guerrero que poseía había sido necesario para mantenerse en el lugar.
Esperaba que lo que restara del día fuera más fácil. Con un golpe de su muñeca, cerró la puerta de la nevera. El aire caliente instantáneamente lo cubrió. Observó a Gwen que estaba mirando fijamente la encimera de mármol. O quizás al fregadero de acero inoxidable, tal vez preguntándose por qué un hogar tan antiguo había sido modernizado en algunos lugares y dejado que otros se deterioraran.
Él había tenido el mismo pensamiento cuando había llegado a Budapest unos meses atrás. Había hecho algunas mejoras desde que se había mudado, y planeado tener la entera monstruosidad renovada para el final del año. Era gracioso. Había viajado por todo el mundo, tenido una base de operaciones en varios lugares, pero esta fortaleza rápidamente se había convertido en su hogar.
—Vacío —anunció él.
La mirada de ella chocó con la de él y pasó un momento hasta que ella se pudo centrar. Cuando lo hizo, pasó una mano por su todavía húmedo cabello como si estuviera avergonzada.
—Estaré bien sin comida.
—No. —No había forma de que le permitiera estar sin ella. Durante un año, había aguantado los horrores del morirse de hambre. No lo haría ni un solo día más mientras estuviera bajo su cuidado. Todas sus necesidades eran ahora suyas para satisfacerlas. Porque él deseaba su ayuda y cooperación.
Él estaba de mejor humor que antes, así que supuso que podía apaciguarla con mercancías “robadas”, después de todo.
—Iremos al pueblo —agregó. Paris, cuyo trabajo era hacer las compras, estaba probablemente todavía fuera de su juicio—. Después de cubrirte de la cabeza a los pies. —De ninguna manera quería a la gente mirando esa piel de gema-preciosa.
—El maquillaje se hará cargo de mi cara —dijo ella, adivinando sus intenciones—. Y de todas formas, Anya te trajo una bandeja... uh, lo que quiero decir es que he comido más temprano.
Así que esa era la manera en que Anya había hecho que ella comiera. Afirmando que la comida era para él, se aseguraba que se la robara para comérsela. Por una vez, Sabin aplaudió los engaños de la diosa.
—Una comida no te satisfará para siempre. Además, podemos comprarte algo de ropa que te quede bien mientras estamos fuera.
El placer tomó su expresión y esa sorprendente piel pareció destellar con todos los colores del arco iris. Su polla se endureció dolorosamente, su sangre se calentó peligrosamente e imágenes de su cuerpo desnudo, mojado y resplandeciente, se reflejaron en su mente. Repentinamente podía saborear su decadencia en la boca, oír sus gemidos en sus oídos.
—¿Ropa? —dijo—. ¿De mi propiedad?
Su felicidad fue demasiado para Duda, quién decidió atacar, usando la distracción de Sabin para su ventaja y liberándose de su control. “Nueva ropa no mejorará tu situación. Incluso la harán empeorar. ¿Cómo se supone que las pagarás? ¿Con tu cuerpo? O tal vez tus hermanas serán las que paguen. ¿Qué tal si Sabin las desea? Él no te penetró, aunque estaba listo. ¿Qué si lleva a tus hermanas a su cama en tu lugar?”
Usualmente el demonio era más circunspecto, un suspiro gentil, una callada suposición, cada una diseñada para destruir la confianza del oyente. Ahora estaba usando lo que había pasado entre ellos en la ducha para encender los celos en la psique femenina. A Gwen no tenía que agradarle o incluso desear más de él para que funcionara. Nadie disfrutaba del pensamiento de su supuesto amante en la cama con alguien más. Sabin estaba más que preparado para sacarle los ojos a cualquiera que admirara a Gwen.
Sabías que esto pasaría. Sabías que Duda continuaría yendo tras ella.
—Gwen —dijo, su mandíbula se apretó—. Esos pensamientos... Lo siento—. “Te voy a lastimar por esto, tú, jodido enfermo”—. No deberás nada por las ropas. Nadie lo hará.
Sus pupilas se dilataron, el negro consumiendo el dorado... blanco... Pronto sería la Harpía. Sin saber que otra cosa hacer, le ahuecó la nuca y la lanzó contra su cuerpo. Había funcionado en el avión. Tal vez...
Su mano serpenteó alrededor de su cintura, ajustándola a su todavía-dura polla.
—¿Sientes eso? Es por ti. Por nadie más. No puedo detener mi reacción hacia ti, te ansío sólo a ti. —Hociqueó un lado de su cuello—. Es estúpido, no podemos estar juntos, pero no puedo hacer que eso importe. Solo te deseo a ti. —Lo diría mil veces si fuera necesario. Sólo desearía que las palabras fueran mentira.
Nada. Ninguna respuesta.
Presionó un suave beso sobre sus labios, persistente, saboreando. Incluso casto como fue el beso, lo endureció. El sentirla... conociendo la piel escondida debajo de sus abultadas ropas, los pequeños pezones rosados que les gustaba ser lamidos.
Ella succionó un aliento... su aliento. Siempre tan delicadamente, se arqueó bajo su toque, y sus brazos se cerraron alrededor de él, sosteniéndolo fuerte, arrastrándolo más cerca. Así no más, sus pupilas comenzaron a achicarse. Su respiración se volvió menos cortante, sus músculos menos tensos.
Sus palabras no la habían alcanzado; su toque sí. La Harpía debía calmarse cuando le daban contacto físico. Debería recordarlo.
Pero junto con el descubrimiento vino una furia tan caliente que sus órganos se ampollaron. Un año, todo un año, sin contacto debe haber sido el infierno para esta chica que odiaba tanto su lado oscuro. La Harpía debe haber estado gritando dentro de su cabeza, una constante odiada compañera.
Había otro vínculo entre ellos. Aunque Sabin no odiaba a su demonio. No todo el tiempo. Él ciertamente disfrutaba del tormento que podía traerle a los Cazadores. Ahora mismo, si fuera honesto (y debía serlo), el odio no podía ser negado. El bastardo se negaba a dejar en paz a Gwen, provocándola cuando ella se merecía paz.
—¿Mejor? —preguntó él.
Un estremecido aliento escapó de ella. Abruptamente lo soltó, sus mejillas ardiendo.
—Eso depende. ¿Has puesto un bozal a tu amigo?
—Estoy trabajando en ello. Y como te he dicho, el demonio no es mi amigo.
—Entonces ya estoy mejor, sí.
Había habido resentimiento en su tono.
—¿Seguro? —Desplazó el pulgar por la línea del comienzo de su cabello.
—Seguro. Ya puedes soltarme.
No quería hacerlo; él quería sostenerla por siempre. Y eso es exactamente por lo que la soltó, alejándose. Él la había marcado ya. Todo lo demás eran medidas excesivas. Innecesarias y peligrosas para su meta ultima.
Duda lloriqueó decepcionado, alejándose a la parte posterior de su mente para decidir su próximo punto de ataque.
Después de aplicarse una capa de maquillaje para cubrir su piel, maquillaje que Sabin tomó prestado de una de las hembras residentes, Gwen y Sabin dejaron la fortaleza. Él la tocaba constantemente. Un roce de su brazo aquí. Una caricia con los dedos allá. Ella nunca quisiera que parara. Sabía la magia que él podía hacer, después de todo.
Ella se estremeció. La estimulación y los recuerdos eran casi, casi, suficiente para distraerla de la belleza de Budapest. Había casas estilo-castillo, edificios modernos, árboles verdes, calles empedradas y pájaros comiendo migas de ellas. Había un lóbrego río, un puente de hierro-cubierto y una capilla que rasgaba el cielo con sus puntas. Había columnas, estatuas y luces multicolores.
Sabin casi se las arregló para distraerla también de la gente del pueblo. Ellos lo observaban con temor, alejándose de su camino pero igualmente tratando de conectarse con él, cualquier parte de él.
Algunos incluso jadearon: “Ángel”, cuando él pasaba.
Hicieron compras durante horas, y ni una vez él pareció irritado con su necesidad de probarse todo, de atraer cada pieza de material hacia su cuello y girarse en frente a los espejos de cuerpo completo. Frecuentemente lo encontraba sonriendo.
Después de decidirse por varios pares de vaqueros, un puñado de camisetas de gran colorido y unas centelleantes sandalias rosas, así como también por su propio set de maquillaje, se encaminaron hacia la comida. ¿Pero a quién le importaba comer de nuevo? ¡Ella estaba usando ropas! Un ajustado vaquero y una amorosa camiseta rosa.
Nunca había sido más feliz con cómo se veía que ahora. Luego de un año con ese pequeño top blanco y esa falda, se sentía hermosa y cómoda y, bien, normal. Humana. Al dejar el almacén con sus compras, Sabin la miró como si fuera su cucurucho de helado favorito.
Por supuesto, entonces los susurros comenzaron.
“¿Estás segura de que te ves bien? Me pregunto si te huele mal el aliente. ¿Con cuántas mujeres ha estado Sabin? ¿Cuántas fueron más hermosas, más inteligentes y más valientes que tú?”
El buen humor de Gwen se desvaneció, el nerviosismo tomó su lugar. Los susurros continuaron, y pronto hasta las plumas de la Harpía se agitaron. Si ocurría el desastre, el caos invadiría este precioso pueblo y Sabin resultaría herido. Tanto como Sabin la irritaba, Gwen no quería que una sola gota de su sangre se derramara.
Ahora mismo estaba cargando los comestibles en la parte de atrás del coche, sus músculos se tensaban con cada movimiento. Panes, carnes, frutas y vegetales en abundancia. Los aromas eran divinos. Varias veces en la tienda la tentación había probado ser tan magnífica, su boca se hizo agua y ella había robado. Pero sus habilidades estaban seriamente oxidadas, ya que Sabin la había descubierto cada vez. Sin embargo, él no había protestado. No, la había alentado con una sonrisa o un guiño, como si estuviera orgulloso de ella. Eso la había conmocionado, todavía lo hacía.
Gwen apoyó una cadera contra los faros traseros.
—Tu demonio está muy cerca de arruinarme todo el día.
—Lo sé. Lo siento. Para que conste, te ves sorprendente, tu aliento es fresco, no he estado con tantas y no hubo ninguna más hermosa y más inteligente que tú.
No mencionó más valiente, notó ella.
—Distráeme. Cuéntame más acerca de esos artefactos que estás buscando.
Él se detuvo, dejando una bolsa suspendida en medio del aire. La luz del sol caía en forma de cascada a su alrededor, cabello oscuro destellante, alzándose con la brisa. Sus ojos se estrecharon en ella, algo que estos hacían continuamente, meditó.
—Eso no es algo que pueda discutir aquí en el exterior.
¿Era una excusa para mantenerla en la oscuridad?
¿O era su demonio transmitiéndole a ella, y no debiera dudar de él porque sí?
¡Argh!
—Puedes decírmelo. Ahora estoy trabajando para tú. —¿No lo hacía? ¿No habían decidido que ella haría las tareas administrativas? Ella no había dicho su precio, eso había sido porque la primera cosa que se le había ocurrido fue pensión completa en su fortaleza. Como por... siempre. ¿Cuán tonto era eso?—. Estoy ayudándote a encontrarlos.
—Y voy a hablarte sobre ellos. Más tarde.
Está bien, tal vez era el demonio quien se lo transmitía.
Sabin volvió a las bolsas, la delicadeza se había ido al lanzarlas dentro con un giro rápido de su muñeca. Ella dio un respingo cuando sintió romperse los huevos.
—Por cierto, nunca llegamos a un acuerdo con respecto a tus deberes.
Gwen sostuvo el codo por encima de la cabeza, descansando la cabeza en la mano, las uñas clavándose en el cuero cabelludo.
—¿No crees que sea capaz de realizar trabajo administrativo o sólo no me respetas lo suficiente para dejarme probarme a mí misma de ese modo?
—Espera. ¿Acabas de tirar fuera la palabra “respeto” en una discusión sobre trabajo administrativo? —Su mandíbula trabajaba de izquierda a derecha, estallando—. ¿Qué pasa con las mujeres? Te relacionas sexualmente y de repente todo lo que haces significa que le faltas el respeto.
—Eso no es verdad. —Él tenía que ir allí, ¿no? Tan sólo hablando de ello, ya sentía las cálidas gotas de agua sobre la piel, sentía sus manos acariciándola, sus dientes mordiéndola. “Él no es la clase de hombre que quieres para ti”. Era triste el que necesitara recordarlo. Y probablemente lo necesitaría de nuevo. Y de nuevo—. Primero, he estado ofreciéndome para ayudar y tú afirmaste que querías que lo hiciera, pero nunca me dijiste cómo debería empezar a hacerlo. Segundo, la ducha no tiene nada que ver con nada. De hecho, pactemos que nunca volveremos a discutir sobre lo que sucedió allí.
Se giró hacia ella, las bolsas completamente olvidadas ahora.
—¿Por qué?
—Porque no quiero combatir físicamente a tu enemigo.
—No, no porque crees que no te respeto o porque te quiero haciendo trabajo administrativo, sino ¿por qué no quieres hablar de lo de la ducha?
Sus mejillas ardieron, ella fijamente miró hacia otro lado.
—Porque sí.
—¿Por qué? —insistió él.
Porque querré más.
—Mezclar negocios con placer es más peligroso que nosotros —dijo ella secamente.
Un músculo tembló bajo su ojo y la miró fijamente, midiéndola, estaba segura, esperando que se echara atrás. No lo hizo, y eso la sorprendió. Se dio cuenta que no estaba asustada de él. Ni siquiera un poco.
—Entra en el coche —le ordenó.
—Sabin.
—Al coche.
¡Malditos los hombres tiránicos!
Cuando estuvieron sentados en el interior, él encendió el motor pero no salió a la carretera. Se cubrió los ojos con las gafas de sol, le posó una mano en el muslo y la miró.
—Ahora que estamos solos, no me importa contarte sobre los artefactos. Pero en el momento en que lo sepas, significará que estarás atrapada conmigo. No te irás con tus hermanas, no te aventurarás fuera de la fortaleza tu sola. ¿Entendido?
Espera. ¿Qué?
—¿De cuánto tiempo estamos hablando?
—Hasta que sean encontrados.
Lo cual podrían ser unos cuantos días. O toda la eternidad. Lo cual deseaba ella secretamente, pero no porque no tuviera alternativa.
—No estoy de acuerdo con ninguna de esas cosas. Ya estuve prisionera por más de un año y no tengo deseos de vivir otra vez de esa manera. Tengo una vida a la que volver, sabes. —Bueno, más o menos. No era como si lo hubiera intentado. O querido—. Hay cosas que hacer, gente que ver.
Él se encogió de hombros.
—Entonces no obtendrás nada de mí. —Con eso, maniobró el vehículo saliendo hacia la carretera. Condujo despacio, incorporándose cuidadosamente al tráfico. Su precaución parecía... extraña. En contra de su personalidad de vivir-al-límite. ¿Era esto para beneficio de ella? ¿Para mantenerla segura? El pensamiento era un poco dulce.
¡No te atrevas a suavizarte con él!
—Te gusta quedarte en la fortaleza. Admítelo —dijo él.
¿Podía esa información ser utilizada en su contra? Sí. ¿Mantenerla en secreto le daría algún tipo de ventaja? Sí. ¿Serviría una mentira igual de bien, sino mejor? Sí. Pero cuando abrió la boca, se le escapó la verdad.
—Bien. Lo admito. He estado sola y asustada durante un año. Tus amigos y tú llegasteis repentinamente y ya no estuve sola. Todavía estaba asustada, pero nadie me hizo daño o me amenazó y ese sentimiento de seguridad es tan magnífico que no puedo convencerme a irme.
—Podrías haber obtenido el mismo sentimiento con tus hermanas. —Su tono se había suavizado; sus dedos le masajeaban la pierna—. ¿Verdad?
—Verdad. —Más o menos—. Supongo que podría haber mentido sobre lo que ocurrió, así no habría tensión, pero ellas siempre fueron capaces de ver a través de mí. Puedo mentirle a cualquiera, salvo a ellas. —Y a Sabin, según parecía—. Vosotros, chicos, sois como unas vacaciones fuera de la vida. Sólo que tu quieres que trabaje en mis vacaciones. Y eso está bien —se apresuró ella en decir—, mientras sea trabajo de escritorio.
Él suspiró, alto y largo, el sonido haciendo eco a través del vehículo.
—Escucha, porque sólo ofreceré esta información una vez. Hay cuatro artefactos. La Jaula de Coacción, la Vara de Partir, la Capa de Invisibilidad y el Ojo que todo lo ve. De alguna forma, cuando los cuatro están juntos, señalan el camino hacia la caja de Pandora. Tenemos dos. La Jaula y el Ojo.
—¿Qué son exactamente? Nunca he escuchado sobre ellos.
—Quienquiera que este encerrado dentro de la jaula está obligado a hacer cualquier cosa que le sea ordenada. Cualquiera y todo, nada es demasiado sagrado, mientras no haga daño a Cronos. Desde que él la hizo construir de alguna forma se aseguró de que no se pudiera usar en su contra.
Wow. Gwen admiraba a cualquiera que tuviera ese nivel de poder. Ella ni siquiera podía controlar su lado oscuro.
—No estamos seguros de lo que hace la Vara. La Capa es bastante auto-explicatoria y el Ojo nos muestra qué es lo que está ocurriendo en el cielo. Y el infierno. —Él descansó la cabeza en la parte posterior de su asiento, los ojos aun estaban en la carretera—. Danika es el Ojo.
Está bien, doble wow. ¿La pequeña rubia que se veía tan normal podía ver las maravillas del cielo y los horrores del infierno? Pobrecita. Gwen sabía lo que era ser diferente, ser... más. Tal vez podrían ser amigas, podrían intercambiar algunos relatos y quejarse de sus problemas. ¿Cuán genial podría ser? Nunca antes había tenido eso.
—Entonces, ¿cómo encontrasteis la Jaula y el Ojo?
—Seguimos las pistas que había dejado Zeus para poder ser el mismo quien pudiera algún día reclamarlos.
Como una búsqueda del tesoro. Estupendo.
—¿Pudo ver la Jaula? —Ella no pudo distinguir la excitación que mostró su voz. Sus hermanas, eran mercenarias pagadas, a menudo la habían dejado en su casa, sola, mientas andaban por el mundo cazando por su cuenta. Ella siempre había querido ir. O, por lo menos, disfrutar los botines de sus victorias con ellas. Pero siempre habían pasado el objeto a su nuevo dueño antes de volver a casa, así que nunca había obtenido su deseo.
La atención de Sabin cambió hacia ella brevemente, y ella pudo sentir el calor de su mirada.
—No hay necesidad —dijo él severamente.
—Pero...
—No.
—¿Qué mal podría hacer?
—Muchísimo, en realidad.
—Bien. —Una vez más, se la dejaba fuera. Intentó esconder su desilusión—. ¿Qué vas a hacer con la caja de Pandora una vez que la encuentres?
Sus dedos palidecieron alrededor del volante.
—Romperla en pedazos.
La respuesta de un guerrero. Estaba contenta.
—Anya mencionó que ésta podría extraer al demonio en tu interior, matándote y encerrándolo.
—Sí.
—¿Qué sucede si te matan sin la caja? ¿El demonio también muere?
—Demasiadas preguntas —dijo él.
—Lo siento. —Ella trazó un círculo sobre su rodilla—. Siempre he sido muy curiosa para mi propio bien. —Esa curiosidad había casi causado que la mataran unas cuantas veces. Una vez, cuando era niña, había estado explorando la montaña de su familia y se había tropezado hacía un calmado y sereno río. Si se hubiera sumergido, ¿habría sido capaz de ver los peces nadando a través de él? Se preguntaba. Y si así hubiera sido, ¿cuántos habría, de qué colores serían y habría sido capaz de atrapar alguno?
En el momento en que se zambulló, el agua helada había agotado completamente sus fuerzas. No había importado que no hubiera corriente. No había tenido la fuerza para mantenerse a flote. La Harpía se había hecho cargo, pero el agua había congelado sus alas a su espalda, impidiendo que pudiera salir volando.
Kaia había oído sus gritos de pánico y la había salvado, y ella había recibido las críticas de toda una vida. Pero eso no la había detenido de preguntarse acerca de esos tontos peces.
—¿...escuchándome? —dijo Sabin, su voz cortando sus pensamientos.
—No, lo siento.
Sus labios se crisparon. Lo amaba cuando hacia eso. Hacía al hombre más-largo-que-la-vida parecer, bueno, humano.
—Lo que te estoy contando es información privilegiada, Gwen. Lo entiendes, ¿no?
Oh, sí. Lo entendía. Podía ser usado contra él, dársela a los Cazadores para lastimarlo.
—Me salvaste. No voy a traicionarte, Sabin. Pero si piensas que soy capaz de ello, ¿por qué incluso me quieres en tu equipo? —El hecho de que no la creyera la hería más de lo que creería posible. Quizás no podía evitarlo. Quizás su demonio le impedía que confiara en alguien. Ella parpadeó ante eso. Tenía sentido, y no hería tanto.
—Yo sí confío en ti. Pero podrías ser capturada y torturada por esa información. Eres fuerte y rápida y no creo que se llegue a eso, pero si fueron capaces de llegar a ti antes, entonces...
Cada gota de humedad se secó en su boca.
—Yo... uh... —¿Tortura?
—Eso no quiere decir que permitiera que sucediera.
Lentamente ella se calmó. Por supuesto que no dejaría que sucediera. Ella tampoco. Era una cobarde, pero también era violenta cuando lo necesitaba, y había aprendido bien la lección de evasión.
—Todavía quiero esa información.
—Bien, porque te estaba probando y pasaste. Esto no se puede usar en mi contra ya que los Cazadores ya lo saben. Si soy asesinado y la caja no está alrededor, el demonio quedaría libre.
Sus ojos se abrieron de par en par.
—Eso es por lo cual te querían capturar más que matarte.
—¿Cómo lo sabes?
—Diferentes tropas siempre estaban yendo y viniendo de las catacumbas, pero cada vez que un regimiento salía a combatir, no sabía quién en ese momento, se recordaban mutuamente de no matar, solo herir y...
—Mierda —escupió repentinamente, cortándola—. Estamos siendo seguidos. Maldición. Golpeó con un puño en el volante—. Me dejé distraer o los habría descubierto antes de ahora.
Ignorando la acusación en su voz y la nueva oleada de dolor que vino con ella, Gwen se giró en su asiento, mirando atentamente fuera de la ventanilla oscurecida. Demasiado seguro que había tres coches siguiéndolos a la vuelta de la esquina. Todos tenían cristales polarizados, así que no podía ver dentro para contar el número de hombres que venían a por ellos.
—¿Cazadores?
—Absolutamente, ¡mierda! —gruñó Sabin de nuevo, y esa fue la única advertencia que tuvo antes de que un cuarto coche apareciera frente a ellos. Estruendo. Crujidos. Metal chocando contra metal.
Ella fue arrojada hacía adelante, evitando herirse gracias al cinturón de seguridad y el airbag.
—¿Estás bien? —preguntó Sabin.
—Sí —se las arregló para decir. Su corazón estaba golpeando incontrolablemente, su sangre era como hielo en sus venas.
Sabin ya estaba buscando las dagas pegadas a su cuerpo, las puntas de plata destellando bajo la luz del sol.
—Enciérrate adentro —le dijo. Dejó caer dos dagas en el tablero entre ellos—. ¿A no ser que quieras pelear? —No le dio tiempo a contestar, saltó desde el coche, cerrando de un portazo detrás de él.
La bilis subió por la garganta de Gwen al cerrarse la puerta. Bilis mezclada con vergüenza y miedo. ¿Cómo podía sentarse aquí, permitiendo que él peleara (escaneó los grupos emergentes de hombres de los ahora detenidos coches) contra catorce hombres por su cuenta? Querido Señor.
¡Catorce!
Ella no podría.
Estallido. Zumbido.
Soy una Harpía. Puedo pelear. Puedo ayudarlo.
Sus hermanas no hubieran vacilado. Ellas hubieran estado sobre los coches, desgarrando los techos en jirones antes de que las ruedas hubieran parado de girar. Puedo hacerlo. Con una mano temblorosa, levantó las armas. Eran más pesadas de lo que parecían, sus mangos eran como la lava en su demasiado-fría piel.
Sólo esta vez. Pelearía solo esta vez. Pero eso sería todo. Después de eso, haría trabajos administrativos a tiempo completo. Otro estallido. Otro zumbido. ¡Luego un alto estruendo! Ella respiró audiblemente. Sí, puedo hacerlo. Tal vez.
¿Dónde infiernos estaba la Harpía? Su visión era normal, no infrarroja y no había la necesidad de sangre dentro de su boca.
La perezosa perra estaba probablemente hastiada de comida y contacto, incluso durmiendo. Si Gwen no hubiera pasado tanto tiempo suprimiendo el lado oscuro de su naturaleza, podría haber sabido cómo convocarla. Ahora, parecía, que iba por su cuenta.
Estallido. Grito.
No puedo quedarme aquí por siempre. Tragando es seco, temblando, salió del coche. Una horrible visión la recibió instantáneamente. Sabin, encerrado en una danza letal, brazos heridos, cuchillos cortando, sangre esparcida. Cazadores, disparándole llenándolo de agujeros. Había que concederle mérito, él nunca bajó el ritmo.
—Estúpido, saliendo sólo, demonio —dijo uno de los extraños—. Devuélvenos a nuestra mujer y nos iremos.
Gwen debería haber sabido que los Cazadores tomarían represalias por lo que sucedió en esas catacumbas.
Sabin bufó.
—Tus mujeres se han ido.
—No la pelirroja. La vimos contigo. Esa puta ciertamente se arrima rápido.
—Vuelve a llamarla así. Atrévete. —Había tanta furia en su voz, que Gwen estaba sorprendida que los Cazadores no cayeran muertos allí mismo.
—Ella es una puta y tú eres un bastardo. Voy a llenarte de plomo, reanimarte y pasar el resto de mi vida haciéndote pagar por lo que hiciste en Egipto.
—Tú asesinaste a nuestros amigos, tu hijo de puta —prorrumpió alguien más.
Sabin no dijo otra palabra. Sólo continuó golpeando hacia adelante, los ojos encendiéndose de un rojo brillante, un destello de afilados y rugosos huesos repentinamente se hicieron visible bajo su piel. Los cuerpos caían a su alrededor, ¿pero por cuánto tiempo podía seguir? Allí había... ocho más. Ocho todavía disparándole. No para matarlo, sino para incapacitarlo, yendo tras sus rodillas y sus brazos.
Gwen casi podía oír a su demonio soltando peligrosas pequeñas inseguridades en sus oídos: “No puedes realmente vencerlo, lo sabes ¿no? Hay una buena oportunidad de que tu esposa tenga que identificar tu cuerpo esta noche”.
Bloqueando el sonido, tirando de cada gramo de coraje que poseía, ella avanzó poco a poco hacia adelante. Distraería a los Cazadores, permitiéndole a Sabin atacar repentinamente. Sí, sí. Buen plan. Está bien. ¿Sería mejor distraerlos así Sabin podría abalanzarse y realizar su magia? Sin resultar muerto o joderlo en el proceso, consideraba ella.
Le llegó la respuesta, y casi vomita. “No, no, no. No hay otra salida”, dijo una parte de ella:
“Esto es estúpido y suicida”, replicó su otra parte. No importaba. Iba a hacer algo, actuar valientemente por primera vez en su vida, y se sentía... bien. Realmente bien, ciertamente. Todavía estaba asustada, todavía temblaba, pero no iba a detenerse. Esta vez no. Sabin la había salvado de los Cazadores, así que le debía una. Más que eso, así que cuando miró con atención al hombre en parte responsable por su confinamiento de un año, sintió el derecho mezclado con el ansía de herir.
Sabin había tenido razón. Se sentiría bien al destruir a su enemigo, de cerca y personal. El único problema: ella no era un soldado entrenado como sus hermanas. Sabía qué hacer, ¿pero podía realmente tener éxito?
Debo intentarlo. ¿Qué es lo peor que podría pasar? Bien, podría morir. Gwen tomó aliento, enderezó y ondeó sus brazos en el aire, dagas resplandecieron en la luz solar.
—¿Me queréis a mí? Venid y atraparme.
El baile de la muerte cesó. Cada mirada giró en su dirección, y ella lanzó un cuchillo. Se elevó a través del aire como si la intención fuera causar un daño mayor, luego aterrizó en el suelo ineficazmente. ¡Maldición!
Ella se agachó, pero uno de los Cazadores lanzó un disparo antes de que estuviera totalmente cubierta, su amigo gritando: “No la mates” y empujado sus armas para cambiar la dirección de su objetivo. Pero era demasiado tarde. La bala se alojó en su hombro y un agudo dolor la desgarró, tirándola hacia atrás.
Yació allí durante un momento, totalmente aturdida, jadeando, su brazo escociendo. Se dio cuenta, que ser disparado no era tan malo como se imaginaba. Sip, dolía como la mierda, pero el dolor era manejable. Especialmente cuando su visión comenzó a centellear adentro y afuera, el cielo azul y las nubes blancas allí durante unos pocos segundos, desaparecidos en los siguientes. Escuchó el sonido de pasos en la distancia, coches desviándose. Esperanzadamente, había distraído a los Cazadores lo suficiente para darle a Sabin su victoria.
—Mantenedlo atrás —gritó alguien—, yo iré a por la chica.
Sabin rugió, un sonido infernal hicieron que los oídos de ella explotaran. Luego una bala rebotó fuera de la llanta del neumático y siguió su camino penetrando en el pecho de ella. Otro agudo dolor la perforó atravesándola. Está bien, ese dolor no fue tan manejable. Todo su cuerpo estaba temblando, sus músculos se agarrotaron en duros nudos. Pero lo que más le molestaba era que la cálida sangre estaba empapando su preciosa camiseta nueva. Una camiseta que ella había elegido. Una camiseta que había estado tan orgullosa y feliz de usar. Una camiseta que Sabin había mirado atentamente con lujuria en sus ojos.
Está arruinada. Mi hermosa camiseta nueva está arruinada. Frente a ello, hasta la Harpía se agito con furia, despertándose finalmente.
Sin embargo, era demasiado tarde. Las fuerzas de Gwen se estaban drenando, junto con su parte vital. Su visión era completamente negra, no más atisbos de color. El sueño tiraba de ella, atrayéndola, calmándola, pero peleaba contra ello. No puedo dormirme. Aquí no, ahora no. Había demasiadas personas a su alrededor. Ella sería más vulnerable que nunca. Una desgracia para su familiar. De nuevo un objetivo.
—¡Gwen! —llamó Sabin. En la distancia, había un enfermizo desgarro, como si los miembros fueran arrancados de un cuerpo, seguido de un ominoso ruido sordo—. Gwen háblame.
—Estoy... bien. —La oscuridad finalmente se la tragó entera, y en esta ocasión no hubo lucha.