Capítulo 24

Gwen había encerrado a sus hermanas.

Soy tan mala como Sabin.

Ella estaba dentro de la habitación de Torin, de pie detrás de él, con los brazos cruzados sobre el pecho. Él le daba la espalda, como si no le preocupase su cercanía. No lo hacía. Pero al menos, debería haber temido una bala en el cerebro. Ella era una Harpía, después de todo.

—Creo que he cometido el mayor error de mi vida y es demasiado tarde para arreglarlo.

Si sus hermanas la perdonaban, y si ella perdonaba a Sabin, ellos todavía querrían castigarla por sus acciones. Oh, ¿A quién estaba engañando? Todos a los que amaba—bueno, algún tipo de atracción, algunas veces, en el caso de Sabin—eran obstinados hasta la médula. No habría ningún perdón.

Su mirada aterrizó sobre uno de los monitores, el que mostraba a sus hermanas. Ellas estaban paseándose, maldiciendo y golpeando los barrotes en vano. Estaban sanando rápidamente, así que tendría unos pocos días antes de que fueran capaces de romperlos. Y castigarla a ella por traicionarlas, por supuesto.

A Gwen se le encogió el pecho.

Taliyah había presentado una gran lucha y Gwen todavía llevaba las heridas. Tenía múltiples cuchilladas sobre las costillas y el cuello. No podía creer que realmente las hubiese golpeado, incluso tan débiles como habían estado. Toda su vida, ellas habían sido el pináculo que se había esforzado por alcanzar. Más fuertes, más bonitas, más elegantes. Mejores. Ella se había comparado a si misma constantemente con ellas y siempre salía perdiendo.

Ahora, aquí estaba ella, una guerrera hasta la médula. Si venciera a los Cazadores, ¿estarían orgullosas de ella?

Sobre uno de los monitores, Maddox y William se paseaban, ambos cargados con demasiadas armas como para contarlas. Ashlyn y Danika estaban detrás de ellos, retorciéndose las manos.

—Estoy preocupada —podía oírse decir a Danika—. El sueño que tuve la pasada noche... vi a Reyes atrapado en una caja oscura, su demonio gritaba, gritaba y gritaba por la liberación.

Ashlyn se frotó su redondeado vientre, sus facciones pálidas.

—Quizás deberíamos viajar a Chicago. Puedo escuchar, descubrir qué nos esconden y dónde.

—No —dijo Maddox.

—Buena idea —dijo Danika hablando por encima de él—. ¿Pero qué pasa con lo que nos dijo Torin? Los Cazadores están aquí en Budapest ahora.

—Mejor es dirigirse a la ciudad —dijo repentinamente Torin, atrayendo su atención desde los monitores, su voz ya no contenía esa seca diversión—. Acabo de recibir un mensaje de texto de Sabin. Aeron y Paris están heridos y están siendo trasladados en una furgoneta, los cazadores se están reuniendo y Sabin está a punto de iniciar una batalla.

A Gwen se le encogió dolorosamente el estómago.

—¿Dónde están?

—Tengo un localizador en las células de Sabin y este indica su posición a tres kilómetros al norte de aquí. Sal por la puerta de atrás y baja la colina. No tomes ningún desvío y correrás directamente hacia él.

—Gracias.

Ella necesitaba armas. Montones y montones de armas. Una imagen del mueble en el armario de Sabin inundó su mente. ¡Perfecto! Giró sobre sus talones, lista para abandonar la habitación de Torin.

—Oh, y Gwen.

Ella se volvió, mirándole.

Él abrió un mapa de los bosques circundantes sobre la pantalla del ordenador más alejado, una línea roja destacaba el camino.

—Hay trampas aquí, aquí y aquí. Así que ten cuidado cuando bajes o atacarán tus puntos débiles.

—Gracias.

Sin otra mirada, corrió hacia la habitación de Sabin. El mueble no estaba cerrado con llave, gracias a sus hermanas que casi lo habían limpiado. Sólo había una pistola y un cuchillo. Ella tomó ambas cosas. No habían tenido tiempo de entrenar con una semiautomática, pero el apuntar y disparar no sonaba tan difícil.

—Aquí vamos —murmuró, las alas aleteando frenéticamente.

Salió de la fortaleza y bajó corriendo, sin echarle siquiera un vistazo al SUV aparcado en la parte de atrás. En forma de Arpía, podría llegar allí más rápido.

El dificultoso viaje de tres kilómetros le llevó menos de un minuto. Y tardó tanto porque tuvo que esquivar las explosivas trampas de los Señores. La ciudad estaba a rebosar de peatones.

Afortunadamente, con el borrón que ella era, nadie la había descubierto todavía. Aunque, si alguien la sintió, miró confundido como ella pasaba como una acariciante brisa.

Una vez alcanzó su destino continuó moviéndose rápidamente, bebiéndose la escena con los ojos.

Un grupo de militares rodeaban una furgoneta abierta. Como Torin le había dicho, había dos tipos inconscientes tendidos en el interior. Tres guardias se acuclillaban a su lado, con las armas lista, el humo flotando desde sus cañones.

No había un conductor al frente. Extraño, pensó ella, hasta que se dio cuenta de que Kane estaba detrás de un edificio y mataba a cualquiera que se acercara al volante. El cristal frontal ya estaba roto, la sangre goteando del volante. Cuatro cuerpos estaban tendidos fuera de la puerta abierta. Cuando un Cazador se acercó a él, Kane simplemente cambió de localización y se ocultó, manteniendo su arma apuntando a la furgoneta.

¿Dónde estaba Sabin?

¿Por qué no estaban gritando los humanos?

Incluso mientras se lo preguntaba a sí misma, su mirada cayó en una niña pequeña que tenía los brazos extendidos. Una suave voz susurró a través de la mente de Gwen: Calma. Iros a casa. Olvidaos de que vinisteis al pueblo. Olvidaos de lo que veis.

Esa seductora voz hacía que Gwen quisiera hacer como le sugería, los recuerdos desvaneciéndose, su cuerpo volviéndose ya hacia la fortaleza. Quizás la hubiese obedecido completamente si no fuese por su Arpía. El lado oscuro de su naturaleza graznó y se ancló dentro de su mente, ahogando la voz, recordándole su objetivo.

¿Qué debería hacer? ¿Y qué pasaba con todos los niños que estaba viendo de repente? Uno de ellos, un niño pequeño, se estaba moviendo a través del pueblo más rápido de lo que lo hacía Gwen. La única razón de que lo viese era que dejaba un luminoso rastro de luz en su estela. Obviamente estaba buscando a los Señores, y cuando se topó con uno—Cameo, en esta ocasión—se detuvo y empezó a gritar.

Frunciendo el ceño, claramente reacia a hacerle daño, Cameo agarró al niño y le pellizcó la carótida. Él cayó igual que un ladrillo. El sudor goteaba por su cara, bajando por su pecho, empapando la camiseta y pegándola a su cuerpo. Gwen nunca había visto a la mujer guerrera tan molesta y cansada.

Pero al menos una pregunta había quedado respondida. Los niños estaban obviamente ayudando a los Cazadores. Hubo un furioso gruñido detrás de ella.

—Salid, salid de dónde estáis. No podéis pegarnos y no podéis pedir refuerzos. Tenemos a vuestros amigos. Nunca habéis estado más maduros para la recolecta.

Gwen se giró, otra voz gritaba:

—¿Por qué no os entregáis? Salvaos a vosotros mismos de la humillación de fracasar.

—Clamáis que no sois demonios, bien, ¡ahora es el momento de probarlo! Entregaos a nosotros y dadnos a la chica. Permitidnos que encontremos una manera de quitar los demonios de vuestros cuerpos. Ayudadnos a devolver el mundo a lo que fue una vez, bueno, correcto y puro.

—Quizás suplicadnos también el perdón —se mofó un hombre—, si hubieseis estado encerrados como debíais, la enfermedad nunca se había introducido en el mundo y mi hijo todavía estaría vivo.

Wow, reflexionó Gwen. Los Cazadores eran realmente fanáticos. Como si los Señores fueran responsables de todos los males del mundo. Los humanos tenían libre albedrío. Los Cazadores también. Ellos habían elegido encerrar a Gwen. Habían elegido violar a las mujeres de otros mundos. Eso convertía a los Cazadores en demonios y no merecían piedad.

Alguien gritó, atrayendo la atención de Gwen. Sus ojos se abrieron desmesuradamente cuando vio a Sabin bailar a través de un grupo de hombres con dos dagas agarradas en las manos. Sus brazos se movían con gracia, deslizándose a través de los humanos con letal precisión. Uno por uno cayeron a su alrededor. Casi cada centímetro de su ropa estaba de un brillante carmesí, como si tuviese cortes por todo el cuerpo. Esperaba, que ese no fuese el caso. Esperaba que la que llevaba fuera la sangre de sus enemigos.

Gwen sintió ahora la familiar oleada de su Arpía tomando su mente y cuerpo, sin nada que la retuviese. Al principio, experimentó su instintivo miedo. Entonces el miedo se desvaneció. Puedo hacerlo. Lo haré. Su visión cambió a rojo y negro, y la boca se le hizo agua por probar ese dulce néctar rojo. Sus manos se dolían por herir... principalmente.

Justo antes de convertirse completamente, ella pensó: Por favor, no hagas daño a Sabin o a sus amigos. Por favor, no hagas daño a los niños. Por favor, lleva a tantos como puedas a la fortaleza y enciérralos. Eso es lo que Sabin querría.

Las alas aletearon más frenéticamente que antes, Gwen salió disparada hacia la durmiente niña que Cameo había derribado—no la lastimes, no la lastimes, no la lastimes—y transportó su inmóvil cuerpo con ella cuando bajó en picado sobre las masas y bloqueó a los Cazadores, fracturándoles las rótulas de modo que no podrían quedar en pie y les golpeó con el puño en las sienes.

Después de todo, debería haber traído el SUV pensó, cuando cogió a otro de los inconscientes Cazadores en su otro brazo y se dirigió hacia la fortaleza. Ella depositó su carga en una de las celdas de los calabozos y volvió a la lucha. El viaje le llevó en total cinco minutos. Repitió la acción dieciséis veces antes de darse cuenta que estaba temblando, reduciendo un poco la marcha. Al menos, la muchedumbre, estaba mermando.

Sabin estaba todavía en pie y Cameo estaba a su espalda, cada uno despachando las amenazas que les llegaban desde diferentes direcciones. Kane todavía tenía el arma apuntada hacia la furgoneta.

Aeron y Paris, pensó ella, abriéndose paso hacia ellos. Tenía que sacarlos de la zona. Claramente estaban heridos y necesitaban urgentemente ayuda. Pero un Cazador se interpuso en su camino y ella impactó contra él, perdiendo la respiración cuando salió lanzada hacia atrás. Cuando se golpeó, lo hizo contra piezas rotas de hormigón que le cortaron la espalda.

Sabin despachó al suyo y estuvo a su lado un momento después, como si hubiese sabido exactamente dónde estaba todo el tiempo a pesar de su velocidad, y la puso en pie.

—Torin me mandó un mensaje de texto, diciéndome que estabas aquí. ¿Estás bien? —carraspeó él.

La sensación de su mano sobre ella... divino. Momentáneamente la hizo olvidarse de dónde estaba y qué era lo que estaba haciendo. El sudor y la sangre que brillaban sobre él se lo recordaron.

—Sí —carraspeó ella.

Ella jadeaba, estaba cansada, acalorada, dolorida y temblando.

—Estoy bien.

Él se tambaleó, pasándose una mano por la cara como si quisiera aclarar su línea de visión. Ella nunca había visto al fiero y vibrante guerrero tan cerca del final de su tolerancia.

—¿Puedes poner a Aeron y Paris a salvo?

Al menos él no estaba intentando hacerla a un lado.

—Sí.

Eso esperaba. Pero era lo que quería, poner a Sabin y a sus amigos a salvo.

Sabin agarró la semiautomática de la parte de atrás de su cintura y se la quitó.

—¿Te importa?

—En absoluto.

—Te cubriré hasta la furgoneta —le dijo antes de que ella pudiera agarrarlo y se marchó.

Le siguió un rápido boom, boom, boom.

Incluso con los bloqueos, sus oídos eran sensibles y los sonidos de esa arma de fuego la hicieron encogerse. De hecho, sintió el cálido líquido chorrear de sus tímpanos. Afortunadamente, la sangre silenció de alguna manera el volumen.

Una vez más, los cuerpos empezaron a caer a su alrededor. Gwen se movió hacia delante, advirtiendo que sólo quedaba un niño entre las masas. La niña mantenía a los ciudadanos a raya. Gwen había encerrado a varios niños, aunque los Cazadores habían cogido a algunos de ellos y huido. ¿Qué tipo de monstruos traían a los niños a la guerra?

Cuando alcanzó la furgoneta, Sabin continuó disparando, aunque ya no quedaba ningún cazador alrededor de vehículo, los pocos restantes habían corrido a ocultarse. O quizás habían sido masacrados por Kane.

Ella cargó a un guerrero sobre cada hombro, casi doblándose bajo su peso.

No había manera de que ella fuera capaz de llevarlos a ambos al mismo tiempo.

Ella dejó a Aeron sentado tan suavemente como pudo y apretó su agarre sobre Paris. Él era el que más sangraba.

—Tengo que volver —dijo ella, esperando que Sabin la oyera, y corrió hacia los árboles.

Su viaje le llevó un poco más, su carrera se hizo más lenta. Finalmente, sin embargo, alcanzó su destino.

Resollando, depositó al enorme y pesado guerrero en el vestíbulo de la fortaleza. Torin debía de haberla visto venir y alertó a Maddox y William, porque los hombres habían dejado salir a las mujeres de su escondite. Cuando Ashlyn y Danika vieron a Paris, se adelantaron corriendo.

El temor brillaba en los ojos verdes de Danika.

—Está...

—No. Está respirando.

—Qué está... —empezó Ashlyn.

—No hay tiempo. Tengo que volver a por los otros —dijo Gwen sin esperar respuesta para volver corriendo a la ciudad.

Sabin estaba todavía en la furgoneta, un grupo de Cazadores sostenían ahora escudos y se iban abriendo paso hacia él. Claramente habían venido preparados para cualquier cosa. Todavía temblando y fatigada más allá de la imaginación, Gwen levantó a Aeron y echó a correr.

Antes de que alcanzara la orilla del bosque, una bala le perforó el muslo izquierdo.

Ella gritó, cayendo al suelo. Aeron gruñó, pero no se despertó y la sangre salió a borbotones de ella. ¡Maldición! Le habían dado en una arteria. El temblor se hizo casi violento, pero ella se puso en pie. El negro entraba y salía de su visión. Aguanta. Puedes hacerlo. Se urgió a continuar hacia delante. Esta vez le llevó diez minutos, pero el alcanzar la meta final nunca había sido tan dulce.

De nuevo, tanto Danika como Ashlyn estaban esperándola, atendiendo a Paris en el vestíbulo mientras Maddox y William le suministraban todo lo que necesitaban.

Gwen dejó caer a Aeron al lado de su amigo, demasiado débil para ser gentil esta vez. Cuando ella tropezó con la puerta, Danika le agarró el brazo.

—No puedes volver. A penas puedes sostenerte.

Ella se soltó de golpe.

—Tengo que ir.

—No puedes hacerlo. Te desmayarás en la colina.

—Entonces conduciré —porque no había manera de que se quedara aquí.

Sabin estaba allí fuera, la necesitaba.

—No —el tono de Danika era acerado—. Conduciré yo. Sólo dame las llaves.

—William —lo llamó Maddox.

El guerrero suspiró.

—Ya sé lo que quieres decir. Supongo que conduciré yo.

Con todo, Danika se dio prisa. Ashlyn se adelantó y colocó dos dedos en la base del cuello de Gwen.

—Tu pulso es demasiado rápido —dijo en un suspiro—. Respira lentamente. De esta manera. Dentro. Fuera. Buena chica.

Ella debió haber cerrado los ojos porque lo próximo que supo fue que le habían vendado la pierna y William estaba a su lado, agarrándole la mano y urgiéndola hacia la puerta.

—Danie me dio las llaves. Si vamos a hacerlo, hagámoslo ya.

—Tened cuidado —les dijo Ashlyn.

Una vez se acomodaron en el SUV, William aceleró, quemando el asfalto a través del bosque.

Gwen fue lanzada contra la puerta, y se golpeó la sien contra la ventana. Eso dejaría una marca, pensó vertiginosamente.

—¿Puedes con ello?

—Sí —dijo ella, la palabra sonó débil, incluso en sus propios oídos.

—Ey, escucha. Gracias por traer a Aeron y Paris a casa. Anya los quiere y acabaría devastada si fueran asesinados. Por mucho que me irrite, quiero su felicidad.

—Un placer —y un dolor.

Cuando alcanzaron su destino, la batalla ya había terminado. Sabin, Kane y Cameo estaban sangrando abundantemente, reducidos y casi derribados, pero continuaban luchando con los rezagados.

Viendo el SUV, saltaron apartándose del camino. Gwen se abrazó a si misma cuando William aceleró y le pasó por encima a los humanos.

—Dioses, esto es divertido —dijo riéndose.

El vehículo saltó una, dos veces. Antes de detenerse, Gwen abrió la puerta. Sabin saltó a su lado y se zambulló en él. Los otros reclamaron el asiento trasero.

—Vamos, vamos, vamos —ordenó Sabin, y William quemó el asfalto una vez más. El brazo de Sabin rodeó la cintura de Gwen, en un suave apretón.

Ahora que él estaba con ella, vivo, esa poca energía que poseía se drenó completamente. Incluso la Harpía estaba extrañamente silenciosa.

—Gwen —dijo Sabin, la preocupación tiñendo su tono—. Gwen, ¿puedes oírme?

Ella intentó responder, pero no podía formar las palabras. Ningún sonido pasaba a través del nudo en su garganta. De todas formas, no sabía que decir. Todavía estaba furiosa con él, todavía quería herirle por lo que le había hecho, todavía quería gritar por la manera en la que él había dudado de ella.

—¡Gwen! Quédate conmigo, cariño. ¿De acuerdo? Sólo quédate conmigo.

William debió haber golpeado otro cuerpo porque Gwen volvió a saltar de un lado a otro. O quizás era Sabin que la estaba sacudiendo. Había dos bandas blancas de calor rodeando sus antebrazos.

—¡Quédate conmigo! Es una orden.

Ella le había salvado la vida, ¿y él pensaba darle órdenes?

—Vete... al... infierno... —se las arregló para decirle, entonces la oscuridad la reclamó y ya no supo nada más.