Capitulo 10

Como si aún más fuera posible, un angustioso grito desgarrador, rebotó de las paredes del dormitorio de Sabin, ¡Gwen iba a lastimar a alguien! Esto parecía que iba a durar para siempre. No ayudaba que la fatiga la golpeara completamente con duros puños, haciendo que le pesaran los párpados, confundiendo su cerebro, haciendo que esto pareciera una pesadilla sin fin. Pero estaba decida a tener los ojos y los oídos bien abiertos, apenas por si a caso alguno de los Señores decidiera entrar furtivamente y lastimarla.

Como estaban lastimando al hombre que pedía actualmente misericordia. Más allá de cualquier duda, ella sabía que estaban torturando a los Cazadores. Es decir, donde había ido Sabin. Por eso la había abandonado tan rápidamente. Su “trabajo” era la cosa más importante de su vida.

Lo conozco tan bien, ¿verdad? No.

Pero ella sabía que él despreciaba a los Cazadores, sabía que ansiaba su destrucción tanto como ella ansiaba la normalidad y que haría cualquier cosa, cualquiera para asegurarlo.

Entendía su deseo. Le habían quitado algo, algo amado. En realidad más que algo amado. También habían arrebatado algo de ella. Muchas cosas. Su orgullo, la vida normal que acababa de comenzar a construirse. Los odió tanto como lo hacía Sabin. Quizá más.

Habían visto a Chris violar a esas mujeres con lujuria en sus ojos, deseando que llegara su turno. No lo habían detenido, ni siquiera habían protestado por sus despreciables acciones. Por eso, a pesar de los gritos que la estaban volviendo loca, parar a Sabin no estaba en su lista de cosas que hacer. Esos Cazadores merecían lo que tenían. Sin embargo, cada uno de esos gritos la recordaba que Sabin la quería para quitar deliberadamente la vida.

¿Podría?

El solo pensamiento hizo que la bilis corriera por su garganta y el miedo inundara su sangre, convirtiendo sus células en ácido y abrasando sus venas. Durante años, ella había matado. Oh, vaya si mató.

Con nueve años, había matado a su profesor particular por darle una F. A los dieciséis, un hombre la había seguido a un edificio, la había metido de un tirón en un cuarto vacío y había cerrado la puerta. Duró treinta segundos contra la Arpía. A los veinticinco, se había trasladado desde Alaska a Georgia, siguiendo a Tyson, que fue lo que provocó que su madre cortara todos los vínculos, y por fin empezó en la universidad, algo que había querido hacer hacía años. Ella no había podido manejar a ese camorrista en público, se lo habían dicho sus hermanas. Y tenían razón. Un profesor casado intentó besarla, eso fue todo, ella le atacó como si hubiera intentado rebanarle la garganta. Su tercera semana de la universidad había sido la última.

Sus hermanas le dijeron que la Arpía no sería tan volátil si Gwen dejaba de luchar contra lo que era, pero no las creyó. Eran un grupo sanguinario, luchando constantemente, con un recuento de víctimas que la dejaba anonadada. Las amaba, y a pesar de envidiar su confianza y su fuerza, no quería ser como ellas. La mayoría de los días.

Otro grito doloroso.

Para distraerse, exploró el dormitorio, abrió el arcón de las armas con una ganzúa y se metió en el bolsillo algunas de las estrellas que Sabin había ocultado allí, sólo bostezó tres veces, una mejoría. Una chica no olvida algunas habilidades, y B y E eran algo su familia se tomaba muy en serio. Debería haberlo hecho antes. Abrió también la puerta con la ganzúa, y salió a hurtadillas al pasillo, solamente para retroceder al dormitorio en el momento que oyó pasos.

¿Por qué soy tal cobarde?

Otro grito, este debilitándose en un gorjeo.

Temblando, bostezando otra vez, se relajó sobre el colchón, forzando a su confusa mente a considerar qué estaba su alrededor en vez de lo que oía. El dormitorio fue una sorpresa. Fuerte y masculino como era Sabin, ella esperaba escasos muebles, negros y marrones, nada personal. Y en la superficie, eso es lo que ella vio.

Pero bajo marrón oscuro edredón había vibrantes sábanas azules y un colchón de calidad de pluma. En el armario, tenía una selección de divertidas camisetas. Piratas del Caribe. Hello Kitty. Una que decía Bienvenido al espectáculo de armas, con flechas señalando a sus bíceps. Detrás de un velo de exuberantes plantas había una zona de estar que él había arreglado con un suelo almohadillado que miraba hacia arriba a un mural de techo con castillos en las nubes.

Le gustaron sus lados contradictorios. Como los aspectos ásperos aunque infantiles de su cara.

—Hola, hola, hola, —llamó una mujer. La puerta que ella acaba de cerrar voló abierta y una alta y magnífica mujer dio un paseo adentro, una bandeja de comida se balanceaba en sus manos. Juzgando por el olor que salía del plato, allí había un sándwich de jamón, un puñado de Baked Lays, un tazón de uvas y un vaso de, Gwen olisqueó, zumo de arándano.

Se le hizo la boca agua. Quizá fue su intensa hambre o quizás su falta del sueño, pero el intruso no era ni siquiera un pitidito en su radar.

—¿Qu... qué tienes ahí?

—No prestes ninguna atención a la comida, —dijo la extraña, colocando la bandeja en el aparador—. Es para Sabin. El idiota me engañó para que le hiciera la comida. Me dijeron que no podías tocar nada. Lo siento.

—Uh, no hay problema.— Era difícil decirlo, sentía la lengua tan hinchada—. ¿Quién eres?

No podía apartar la mirada de esa bandeja.

—Soy Anya, diosa de la anarquía.

No había razón para dudar de la declaración. La energía de otro mundo que irradiaba la mujer, prácticamente chisporroteaba en el aire. Pero, ¿Qué hacía una diosa con los demonios?

—Yo...

—Oh, tonterías. Discúlpame. Oigo a Lucien —Lucien, mi hombre, tan maravilloso—, llamándome. No te vayas, ¿de acuerdo? Volveré en un momento.

Gwen no había oído nada en absoluto, de lo contrario hubiese protestado. En el momento en que la puerta se cerró detrás de la diosa, ella ya estaba en el aparador, llevándose el bocadillo de Sabin a la boca, haciéndolo bajar con el zumo, lamiéndose las migas de una mano y con las uvas en la otra. Las devoró como si no hubiese probado nada que supiese tan bien.

Quizás no lo hubiese hecho.

Era como tener un arco iris en la boca. Una mezcla de sabores, textura y temperaturas. Su codicioso estómago aceptó cada bocado y pidió más de la comida robada.

Anya apenas había estado fuera un minuto, quizá dos, pero cuando había vuelto a entrar en la habitación, la comida se había esfumado y Gwen estaba sentada en la cama, limpiándose la cara con el dorso de la mano y tragando el último bocado.

—Y ahora ¿Dónde estábamos?. —Sin echarle ni un vistazo a la bandeja, Anya caminó hacia la cama y se colocó al lado de Gwen—. Oh, sí. Esta haciendo que te sintieras cómoda.

—Sabin me dijo que te enviaría, pero pensé que había cambiado de idea. Yo, uh, no necesito un protector. Honestamente—no mires la bandeja por favor—no voy a intentar escaparme.

—Por favor. —La hermosa diosa agitó una mano quitándole importancia al asunto—. Como ya dije, soy la diosa de la Anarquía. Nadie me catalogaría como tal. Además, nadie me envía donde no quiero ir. Simplemente estoy aburrida y soy curiosa. Ahora una pregunta que ha de ser respondida, al menos en mi mente. Eres increíblemente bonita. Mira este pelo —ella rastrilló algunas de las hebras entre sus dedos—. No es de extrañar que Sabin te escogiera como su mujer.

Los párpado de Gwen temblaron hasta cerrarse, su cabeza inclinándose hacia el tacto de la diosa. La Arpía estaba tranquila, calmada primero por la comida y ahora por la compañía. Todo lo que necesitaba ahora era salir de la fortaleza, durante algunas horas y coger algunos Zs.

—Él no me eligió como su mujer.

Pero algo en su interior se sentía complacido con ese pensamiento, se dio cuenta. Sus pezones se habían endurecido, y el calor había florecido entre sus piernas, esparciéndose como un reguero de pólvora.

—Por supuesto que eres suya. —El brazo de Anya desapareció—. Te estás quedando en su dormitorio.

Sus párpados se abrieron de golpe y apenas refrenó un gemido. ¿Por qué nadie quería continuar tocándola?

—Estoy aquí a la fuerza.

Anya se rió como si ella acabase de hacer una broma.

—¡Muy buena!

—En serio. Pedí mi propia habitación pero él no me la dio.

—Como si alguien pudiera obligar a una Arpía a quedarse en algún sitio en el que no quiera quedarse.

Eso era verdad en el caso de sus hermanas. ¿En el de ella? No tanto. Por lo menos en esta ocasión no había habido ningún desdén en el tono de Anya cuando había dicho la palabra Arpía. Como muchas de las criaturas “mitológicas” y de “leyenda” las Arpías se las consideraba por debajo de ellos, simples asesinos y ladrones.

—Créeme, no soy para nada como el resto de mi familia.

—Ouch. —Había habido tanta repugnancia en su voz como para arrancar la piel del cuerpo de alguien—. ¿No te gustan tus orígenes o tu misma?

La mirada de Gwen bajó a sus manos, que se retorcían en su regazo. ¿Era esta información que pudiera ser usada en su contra? ¿Mantenerla en secreto le concedería alguna clase de ventaja? ¿Una mentira serviría de la misma manera, o sino mejor?

—Cualquiera. —contestó ella finalmente, decidiendo que era seguro decir la verdad. Ella faltó al credo de sus hermanas, y aquí estaba, con una hembra que la escuchaba, pareciendo importarle. En este punto, si Anya se preocupaba o no ya no importaba, la verdad. La sensación era agradable. Demonios, hablar era agradable. Habían pasado doce meses desde que cualquier persona la hubiera escuchado.

Suspirando, Anya se dejó caer hacia atrás contra el colchón.

—Pero las de vuestra clase sois, una de las mejores cosas. Nadie se mete con vosotras y vive para contarlo. Incluso los dioses se mean en los pantalones cuando os acercáis.

—Sí, pero hacer amigos es imposible porque nadie quiere acercarse a nosotras. Peor aún, el ser una misma en una relación de pareja es imposible porque al final puede que acabes comiéndote a tu novio.

Gwen se dejó caer al lado de la diosa, rozando sus hombros. No podía evitarlo; se acercó incluso más.

—¿Y eso es algo malo? Cuando yo era niña, fui completamente repudiada por mis iguales los cuales me consideraban una puta, algunos incluso se negaban a estar en el mismo cuarto que yo, como si corrompiera alguna de sus preciosas vidas. Me hubiese gustado ser una Arpía para poder probárselo. Entonces nadie se habría metido conmigo. Garantizado.

—¿Fuiste repudiada?

¿Esta hembra hermosa, aplacible y completamente adorable?

—Sí. Encarcelada, y después también desterrada aquí en la tierra.

Anya rodó de costado, metiendo las manos bajo la mejilla y mirando fijamente por encima de Gwen.

—Así que, ¿Cuál es tu clan?

¿Esa era información que pudiera ser utilizada contra ella? Mantenerla en secreto podría...Oh, cállate.

—El Skyhawks.

Anya parpadeó, las largas pestañas negras echaron momentáneamente unas sombras sobre sus mejillas.

—Espera, ¿Eres una Skyhawk? Con Taliyah, Bianka y Kaia?

Ahora Gwen rodó de costado, mirando fijamente a la diosa con simultáneas punzadas de esperanza y miedo.

—¿Conoces a mis hermanas?

—Infiernos, sí. Pasamos buenos momentos juntas antes, en, oh, unos dieciséis siglos, creo yo. En todos mis siglos, solo he llamado amigos a un puñado de gente y esas chicas alcanzaron la cima de la lista. Aunque, perdimos el contacto hace algunos cientos de años. Uno de mis mascotas humanas murió, y bueno, no me lo tomé bien. Corté el contacto con casi todos. —La mirada Azul de Anya se fijó en ella sopesando, calibrando—. Tú debes ser una nueva adición.

¿Ella estaba comparando a Gwen con sus hermosas, elegantes y asombrosamente fuertes hermanas?

—Sí. Apenas tengo veintisiete años mortales.

Anya se incorporó, chaqueando la lengua contra el paladar de su boca.

—Entonces, eres apenas un bebé. Pero, con ese enorme boquete de edad entre tus hermanas y tú, ¿Tu madre no se había pasado de largo de la edad para lidiar con otro mocoso?

—Al parecer no. —Gwen se irguió, una chispa de la irritación que encendía en su pecho. Ella no era un bebé, maldito si lo era. Cobarde, sí, pero una cobarde crecida, adulta. Estos inmortales nunca la considerarían de otra manera, eso estaba claro. Incluso Sabin tenía que considerarla una niña. Una niña demasiado joven incluso para besarse.

—¿Saben las chicas que estás aquí? —preguntó Anya.

—Todavía no.

—Debes llamarlas. Podemos hacer una fiesta. —dijo ella.

Ella había pensado en ello, pero cuanto más lo pensaba, se dio cuenta de que su miedo de admitir que lo que le había sucedido era justificado. Esto iba a ser realmente humillante. Iban a darle un sermón, castigarla por preocupar a sus mayores e incluso encerrarla para siempre en su hogar, donde podrían vigilarla y protegerla. Nunca admitirían que esto último era apenas otra clase de jaula.

Eso era exactamente el por qué se había escapado a Georgia. Se había dicho que se había marchado para estar con Tyson, que estaba de vacaciones en Anchorage cuando se conocieron. Pero estos últimos meses, sola en su celda, no había tenido nada que hacer excepto pensar y ella se había dado cuenta de que era lo que había querido. Libertad.

Por una vez, podría ponerse sus bragas de adulta y actuar por si misma. Sí, había fracasado. Pero al menos lo había intentado.

El pensamiento de hacer la llamada hizo que la culpabilidad nadara a través de ella. Sus hermanas probablemente estarían preocupadas por su falta de comunicación, sin saber si había sucedido algo o no. No importaba cuan humillante fuese a ser, tenía que ponerse pronto en contacto con ellas.

—Dijiste que habías perdido el contacto con ellas, —no pudo evitar decir—. Pero, ¿Tienes noticias de ellas? ¿Sabes cómo les está yendo? ¿Qué están haciendo?

—No lo tuve ni lo tengo. Lo siento. Pero conociéndolas, estarán metidas en líos.

Compartieron una risa. Gwen podía recordar con facilidad el tiempo en el que Bianka y Kaia habían pintado una rayuela en el patio trasero. Más que lanzar piedras, lanzaban los coches. Taliyah había lanzado materias primas.

—Las buenas noticias son, que aprobarán tu elección del pastel de carne. Sabin es la clase de travieso que les gustaría, no hay duda en ello. Travesuras incluidas.

¿Travesuras? ¿Qué travesuras? Y Sabin no era su novio. Buena cosa que no lo fuera; porque ella había dejado a sus hermanas por Tyson, así que el matar a su nuevo novio sería probablemente solo el principio.

—Mi suposición es que se estarían cenando su hígado apenas cinco minutos después de conocerlo.

Otra razón para suspender su llamada de teléfono, a pesar de su culpabilidad. Sabin no estaba entre los cinco favoritos en el momento, pero no lo quería muerto.

—Es aceptable. Le crecerá uno nuevo. Además, no le estás dando bastante crédito a mi muchacho. Cuando se trata de luchar, lucha más sucio que cualquier persona a la que conozca. ¡Incluyéndome a mí, y yo apuñalé a mi BFF en el estómago apenas por divertirme!

Nota. Anya quizás no fuera tan buena y apacible como había supuesto.

—Lo he visto luchar. Sé que es feroz.

—¿Te estás preguntando por él?— Anya la estudió con atención. Sí. No. Quizá—. Bien, no hagas. Después de todo, es medio demonio.

—¿Qué el demonio lo posee? —preguntó ella, incapaz de ocultar su impaciencia de saber. Pero Anya continuó como si ella no hubiera hablado.

—Déjame que te dé un poco de información. Verás, Sabin ha sido perseguido por los Cazadores —los hombres que te mantuvieron cautiva—durante miles de años. Culpan a los señores por todos los males del mundo, enfermedad, muerte, nombra cualquiera de ellos y no parará hasta borrar a cada uno de ellos. Seres humanos asesinos que—su mirada se volvió astuta—violan a los inmortales.

Gwen tuvo que apartar la mirada.

—Ahora hay una caza para encontrar los cuatro artefactos que pertenecieron una vez al rey Cronos, el cabeza de mierda, porque es la manera de encontrar la Caja de Pandora, la única cosa que garantiza que matará a los señores. Extrayendo directamente a sus demonios de ellos.

Llegados a ese punto, la preocupación se había filtrado en su tono.

—Eso suena como algo bueno.

Que no daría ella porque le extrajeran a la Arpía. Pero no era otra entidad, aunque a menudo le gustara fingir que lo era. Estaba en ella. La parte más profundo de ella.

—Oh, no. Nada bueno. Matará sus cuerpos. Esos demonios son como otro corazón. Sin él, no pueden funcionar.

—Oh.

—No sé qué decirte. Los tríos son divertidos. Yo debería saberlo. —La sonrisa de Anya era soñadora—. El mismo Cronos le ordenó a mi hombre que me matara, pero Lucien no pudo hacerlo. Se enamoró de mí en lugar de ello. Y oh, adoro la manera en que me ama.

Nadie, ni siquiera Tyson, había hecho nunca sonreír a Gwen de esa manera. Lo cual significaba que ella nunca lo había amado o la había amado de esa manera. Y aunque ya había llegado a esa conclusión en la prisión, el vívido recordatorio la picó.

—Ahora, ya basta de quedarse tendida como vagas perezosas, —dijo Anya—. Vamos, te daré un paseo por la fortaleza. Incluso te contaré todo lo que sé sobre Sabin.

Sabin. Su corazón se saltó un latido, apenas la mención de su nombre era capaz de afectarle. ¿Cómo era posible? Él era todo lo que Tyson no era: feroz, dominante, vengativo, apasionado. Él era todo lo que ella nunca había querido.

—Pero...Sabin me dijo que me quedara aquí.

—Oh, por favor, Gwen. ¿Puedo llamarte Gwen? Eres una Arpía, y las Arpías no aceptan órdenes de nadie, especialmente no de demonios mandones.

Ella se mordió el labio y echó un vistazo a la puerta. Ya has salido furtivamente una vez. ¿Qué hay de una segunda?

—Un paseo suena maravilloso. Si puedes garantizar que los Señores me dejarán en paz.

—Puedo, así que vamos. —Anya saltó a sus pies, arrastrando a Gwen detrás de ella—. Te daré diez minutos para que te duches y entonces...

—Oh, no necesito ducharme.

O al menos, no lo haría. No en esta casa.

—¿Estás segura? Estás... asquerosa.

Sí, y quería quedarse de esa manera. Durante su cautiverio, ella se había asegurado de mancharse con el polvo de la arenosa tierra cada pocos días. Si no, todos habrían visto su verdadero color y la textura que tenía su piel. Tanto como le causaba curiosidad descubrir la reacción de Sabin a ello, no quería enfrentarse a los efectos secundarios. Y siempre había efectos secundarios.

—Estoy segura.

Si estuviera en su hogar, en Georgia o Alaska, podría ducharse y utilizar su maquillaje para cubrirse. Como no era así, no podía. La suciedad tendría que servirle por el momento.

—Bien, entonces. Afortunadamente para ti no soy el monstruo de la limpieza.

Anya enlazó sus brazos y empezaron un lento paseo.

Durante media hora vagaron la fortaleza, arriba, abajo, la enorme cocina abierta—Gwen había intentado imaginarse a los señores en la biblioteca o aquí cocinando—una oficina, un jardín cubierto de brillantes flores multicolores y los dormitorios privados que no le pertenecían. Nada era sagrado para la diosa. En dos de ellos, se habían encontrado que había gente durmiendo, brazos y piernas entrelazadas. Las mejillas se Gwen habían ardido hasta que las puertas se cerraron, bloqueando aquella desnudez. Pero Anya no reveló ni un solo secreto de Sabin. Para el momento en que llegaron a la sala de “recreo”, la sala de audiovisuales como la llamó la diosa, estaba lista para preguntar y analizar. En lugar de eso, se obligó a centrarse y mirar a su alrededor, intentando aprender más sobre Sabin y sus amigos a través de sus posesiones. Había una enorme pantalla plana de tv, videoconsolas, una mesa de billar, una nevera, una máquina de Karaoke, incluso un aro de baloncesto. Las palomitas estaban amontonadas en desorden por el suelo, tiñendo el aire con su mantecosa calidad.

—Esto es asombroso. —dijo ella, abriendo los brazos y girando. Los hombres no debían de ser todo el día los guerreros de la noche que había pensado que eran—. Vaya, hola, señoras. Creo que este sitio no es la única cosa que es asombrosa.

La profunda voz llenó la espaciosa habitación mientras se giraba en el sillón reclinable delante de la televisión. Entonces un magnífico hombre de pelo oscuro y ojos azules la miró le echó un vistazo, examinando cada una de sus curvas. Gwen se aterró, extendiéndose automáticamente por cada una de las estrellas que había ocultado en su bolsillo.

—Gwen, te presento a William. Él es un inmortal, pero no está poseído por ningún demonio. A menos que cuentes su apego al sexo como su propio demonio personal. William, te presento a la mujer que va a poner a Sabin de rodillas.

Los sensuales labios de William se curvaron con deleite.

—No me importaría ser puesto de rodillas. Si cambias de idea sobre estar con el guerrero...

—No, —dijo ella precipitadamente, aunque lo había negado antes con Anya. Animar a un admirador podía llevar a los problemas. Problemas de sangre, de vida o muerte.

—Cuidaría excelentemente de ti, lo juro.

—Por un día. Quizás día y medio. —Replicó Anya con tono seco.

—Es un cielo... un individuo de la clase “úsalas y déjalas”. Y aunque no es un señor, tiene una maldición colgando sobre su cabeza. Tengo el libro que lo prueba.

William gruñó bajo en su garganta.

—¡Anya! ¿Necesitas compartir mis secretos con todo el mundo? —Él aplanó las palmas en los brazos de su asiento—. Bien. Si tú puedes soltarlo todo, yo también puedo. Anya fue la razón de que se hundiera el Titanic. Estaba jugando a los bolos con los icebergs.

Ceñuda, Anya posó las manos en las caderas.

—William tiene una escultura de bronce de su pene y lo ha colgado en la chimenea.

Algo en sus palabras, estimuló al hombre, encendiéndolo.

—Anya visitó las Islas Vírgenes hace algunos años y después de eso, todos los nativos comenzaron a llamarlas Las Islas.

—William tiene un tatuaje de su rostro en su espalda. Dice que es porque no quiere privar a la gente que esté detrás de él de su belleza.

—Anya...

—¡Esperad! —dijo Gwen riéndose. Su fácil bromear había alejado su nerviosismo—. Ya lo he entendido. Ambos os disgustáis. Ahora ya sé bastante sobre los dos. Alguien me dirá algo sobre Sabin. Tú dijiste que lo harías, Anya.

—¿Lo hizo? —William le prestó inmediatamente toda su atención, sus ojos azules lanzando destellos—. Permíteme que te ayude. Sabin apuñaló una vez a Aeron, el guerrero tatuado con el corte al cero, en la espalda. No en broma, si no para matarlo.

—¿Lo hizo? —preguntó ella. William parecía ultrajado por ese hecho. Gwen pensó que quizás ella también debería estarlo, pero Sabin era la clase de hombre que luchaba sucio—tal y como Anya habían comentado—y eso, bueno, a impresionaba. Sus hermanas eran así; a veces, a pesar a su instinto miedo a la violencia, secretamente había deseado ser como ellas, donde no importaba nada más que la victoria.

—Me a-b-u-r-r-o —dijo Anya. Se frotó las manos, como si le agradara esa vuelta.

—Espera. Dime porque lo apuñaló Sabin. —le dijo Gwen.

—¿Estás interesada entonces en la historia de William? Muy bien. Suspiró Anya—. La acabaré por él. La guerra entre Señores y Cazadores acababa de hacer erupción. En la antigua Grecia, en caso de que necesites una cronología, eran fantásticos guerreros. De todas formas, los cazadores, siendo humanos, estaban perdiendo así que empezaron a utilizar mujeres como cebo para atrapar y matar a los Señores. Mataron al Mejor Amigo de Sabin, Bad.

Los dedos de Gwen se agitaron sobre su garganta.

—Él me lo contó. —Debía haber estado más devastado por la pérdida de lo que se había percatado.

—¿Lo hizo? —Anya arqueó una de sus cejas—. Guau. Por lo general es tan hermético. ¿Pero por qué pareces cercana a las lágrimas? Ni siquiera conocías a ese hombre.

—Se me ha metido algo en el ojo. —carraspeó ella.

Anya frunció los labios, diciendo.

—Claro. Lo que tú digas. Pero volviendo a mi historia. Sabin y los otros guerreros fueron a por los cazadores responsables y los destruyeron. Después, Sabin quiso seguir con la juerga de la matanza. Los otros no lo hicieron. Espera, eso no es verdad. La mitad estaba de acuerdo con Sabin, la otra mitad anhelaba la paz. Aeron no dejaba de insistir sobre el dejar las cosas como estaban, comenzar una nueva vida lejos de la guerra con los cazadores, bla, bla, bla. Así que Sabin, en su pena y furia, hundió su daga en la espalda del hombre.

—¿Aeron tomó represalias? —Gwen se imaginó al guerrero en su mente. Alto, musculoso y profundamente tatuado, como William había dicho. El pelo rapado al cero, sus ojos violetas duros y melancólicos. Parecía frío pero reservado. Casi modesto. Con todo ella había visto la manera en que atacó viciosamente a esos cazadores. ¿Quién ganaría una pelea entre ellos dos?

—Nope, —dijo Anya—. Y eso jodió a Sabin incluso más. Entonces fue por la garganta de Aeron.

¿Era tan malo que se sintiese aliviada? No le gustaba el pensamiento de que Sabin fuera lastimado. O asaltado.

—¿Todavía quieres ser su hembra? —intervino William, sonando casi esperanzado—. Mi oferta es todavía es válida. Puedo hacer que todos tus traviesos sueños se hagan realidad.

Si ella fuera Sabin, cosa que no era, sí, todavía querría estar con él. William era atractivo, no la intimidaba como los otros, pero tampoco le tentaba de ninguna manera. Ella anhelaba la visión del duro y a veces juvenil Sabin. Sus oídos anhelaban el sonido de su profunda voz. Las manos le picaban por tocar esa piel besada por el sol. Muchacha tonta. Él no habría podido ser más claro sobre el deseo de mantenerla a distancia.

Aunque, ¿Qué haría si él cambiaba de idea? Él era todo lo que ella temía y no había quien lo controlara

—Oh, y solo para que lo sepas...—Añadió William, haciendo una mueca traviesa—. Él está poseído por el Demonio de la Duda. Así que te encuentras insegura, él es la razón. Yo, sin embargo, te haré sentir especial y amada. Acariciada.

—No, no lo harás. —clamó repentinamente la misma voz que ella se había estado muriendo por escuchar—. No verás otra mañana.