34

Viernes, 27 de agosto de 1999, 23:53 h

Auditorio McHenry, Lord Baltimore Inn, Baltimore, Maryland

¿En qué demonios estás pensando? —El príncipe Lladislas y su séquito, procedentes de Buffalo, llevaban en Baltimore una semana. Durante parte de ese tiempo, el príncipe depuesto había sido un huésped cortés, pero no siempre. Esa noche no lo era—. Como Abrazar a un puñado de neonatos estúpidos funcionó tan bien en Buffalo, ¿vas a volver a hacerlo en Hartford? ¿Qué pasa contigo, Garlotte? ¿Dejas que estos chicos hagan lo que les dé la gana…? Y Theo…

El arconte Brujah situó una mano de contención de modo tranquilo y amable sobre la muñeca de Lladislas. El príncipe Brujah abandonó su invectiva. Parecía apreciar muchísimo a Theo.

Gracias a Dios, pensó Jan. Si no, Lladislas sería insoportable.

La intervención de Theo calmó pero no pudo intimidar a Lladislas.

—Estoy seguro de que quieres quedarte con todos los vástagos sin hogar para tener una ciudad fuerte —dijo a Garlotte—. No me habría importado hacer eso… en vez de abandonar mi ciudad.

Jan quiso taparse los ojos. Rezaba para que Garlotte se contuviera y no dijera algo como No podemos desperdiciar nuestros recursos en ciudades inferiores, príncipe Lladislas.

Esta vez, la oración de Jan fue escuchada.

—La decisión está tomada, príncipe Lladislas. Si usted quisiera discutir el asunto con el Sr. Pieterzoon, el Sr. Bell y el Sr. Gainesmil… más adelante…

Lladislas agitó sus manos hacia arriba. Jan sabía que aún estaba acostumbrándose al papel de príncipe en el exilio. Era un asunto peliagudo; juzgar lo que se debía insistir en la causa de uno mismo cuando se era huésped en un dominio de otro príncipe, especialmente si no había ningún lugar al que regresar. Por molesto que pudiese ser, el disgusto de Lladislas era prometedor en un sentido; significaba que Theo no había informado a su compañero Brujah del plan cuyo comienzo era la defensa de Hartford. Gainesmil tampoco sabía más, aunque había participado en la preparación de la estrategia. La discreción era fundamental en esta fase.

—… Y nos habéis traído información, regente Sturbridge —estaba diciendo el príncipe Garlotte.

Sturbridge se puso en pie rápidamente, casi sin que Jan advirtiera que se estaba moviendo. Saludó con la cabeza a los dignatarios del consejo.

—Príncipe Garlotte, arconte Bell, príncipe Vitel, príncipe Lladislas, Sr. Pieterzoon.

La regente Tremere había pasado la mayor parte de las pasadas semanas en su capilla en la ciudad de Nueva York, donde por lo visto sentía que su presencia era más necesaria. La parte de la Camarilla de aquella ciudad sufría el asedio constante del Sabbat, con lo que quizá tuviera razón.

Después del asesinato de Maria Chin en Baltimore, en este mismo hotel, Sturbridge tal vez se sintiera más segura, y más necesaria, en Nueva York, aunque si la información de Colchester era correcta, la capilla no era exactamente un refugio seguro.

Algo… sobrenatural —sin duda no era angelical, aunque no necesariamente demoniaco— en la mujer llamó la atención de Jan. Algo independiente, distante. Aparte de saludar a aquellos sentados en los lugares de honor, sus palabras eran tan desapasionadas que podía haber estado dando clase a un grupo de niños, o indicando unas señas a un motorista perdido.

—El príncipe Garlotte me informó hace tres semanas —comenzó— de las afirmaciones que el justicar Xaviar del clan Gangrel hizo a este organismo. Hablando oficialmente, en nombre del clan Tremere, no podemos dar crédito a sus aseveraciones acerca de lo que él identificaba como un Antediluviano. Sin embargo, me he enterado de cierta información que puede estar relacionada con los sucesos que describió el justicar. —Puso un maletín de piel sobre la mesa y sacó un pergamino, que pasó a Jan.

Jan se encontró con la mirada de un ojo enorme, o más bien con un retrato de un hombre abocetado apresuradamente, nada llamativo salvo por su ojo izquierdo, que era demasiado grande y sobresalía de la órbita.

—¿Quién se supone que es? —preguntó Jan, y después pasó el pergamino a los dos Malkavian a su derecha.

—No lo sabemos, Sr. Pieterzoon —respondió Sturbridge—. El dibujo se realizó en circunstancias que no están del todo claras en este momento, pero su creación coincide casi exactamente con la… situación descrita por el justicar Xaviar.

A pesar del modo de hablar discreto de Sturbridge, Jan estaba asombrado por sus palabras. ¡La Tremere —una regente del clan más reservado y receloso— estaba admitiendo en público que no sabían algo y que estaban dispuestos incluso a pedir opinión a los demás clanes! Algunos podrían haberlo considerado un signo esperanzador de cooperación. Para Jan, era un poste indicador de los aprietos de la Camarilla. Si los brujos Tremere no vieran el fin cerca, Sturbridge no estaría aquí.

El pergamino pasó de los Malkavian a Theo y Lladislas, a Gainesmil, a Garlotte.

—¿Es esta criatura un vástago o una res… o algo distinto?

—Una pregunta razonable —dijo Sturbridge—. De nuevo, lo ignoramos.

El dibujo pasó del príncipe de Baltimore a Isaac, a Colchester el ejecutivo.

—No sé quién es, pero puedo averiguarlo —dijo el Nosferatu.

Sturbridge asintió.

—Teníamos la esperanza de que se podría recurrir a múltiples recursos para esta cuestión.

Jan seguía maravillado por la franca admisión de ignorancia en la materia. La frase que, en todos los años de no muerte, jamás había escuchado pronunciar a un Tremere resonaba en sus oídos: No lo sabemos.

Colchester pasó el pergamino a Vitel, quien lo estudió y después lo entregó a Victoria, sentada enfrente de Sturbridge. Victoria, aún extraordinariamente retraída, se irguió ligeramente en su asiento. Miró detenidamente el dibujo.

¿Qué esperan ganar con esto los Tremere?, se preguntó Jan. ¿Creen que pueden desviar las sospechas de los demás clanes pareciendo torpes? No, decidió, no podía ser eso. El clan había sobrevivido tanto tiempo gracias a su fuerza. Los demás vástagos sabían pocas cosas de los brujos, y lo que era de dominio público —real o ficticio— era inquietante, no reconfortante. Jan no podía creer que los Tremere intentarían mimar a los demás clanes y quedar bien.

—Leopold.

La única palabra de Victoria llamó la atención de toda la mesa.

—Éste es Leopold —dijo tranquilamente, sin creer del todo lo que veía, o lo que creía que veía, en el pergamino.

—Lo conoce —dijo Sturbridge.

—¿Su ojo siempre tiene ese aspecto? —preguntó Matón, muy preocupado.

—¿Quién es Leopold? —preguntó el príncipe Garlotte.

Victoria miró fijamente la foto sin responder al príncipe. Jan no podía creer que fuera la misma mujer que había causado tanta… confusión en él, y quien había sido una espina que tenía clavada. Parecía empequeñecerse y debilitarse ante sus ojos.

—¿Quién es Leopold? —volvió a preguntar Garlotte.

—Nadie —dijo Victoria con un gesto de su mano, sin apartar la mirada del dibujo—. Un escultor… un Toreador, de Atlanta.

De Atlanta. Según creía Jan, había demasiadas cosas relacionadas con aquella ciudad para que fueran una coincidencia: Victoria huyó de allí después del primer ataque del Sabbat; probablemente fuese asesinado un Tremere; y ahora este boceto que pudiera ser la criatura que destruyó un ejército de Gangrel…

De repente, a Jan le sorprendió lo disparatado de aquel razonamiento.

—¡No estará usted sugiriendo que un Toreador destruyó a treinta o cuarenta Gangrel!

Victoria alzó la vista en aquel instante. Miró fijamente, exasperada, a Jan.

—Sólo digo que es Leopold —volvió a echar una ojeada al pergamino. Deslizó la hoja sobre la mesa hacia Sturbridge.

—¿Está usted segura? —preguntó la Tremere—. ¿Segura del todo con sólo un boceto?

Victoria pensó un instante, después comenzó a asentir, lentamente al principio, luego con más confianza.

—Presiento que es Leopold. No puedo explicarlo exactamente. Pero estoy segura.

Sturbridge también asintió, como si entendiera algo que se les escapaba a los demás.

—Entonces debemos averiguar qué pasa con este tal Leopold —intervino Garlotte—. Si está relacionado con lo que les sucediera a los Gangrel, puede ser responsable de la caída de Buffalo. Tal vez sea un peón del Sabbat.

—Está claro que no es un Antediluviano —dijo Theo Bell, provocando unas cuantas risitas siniestras.

—Dudo que encontremos a Xaviar —prosiguió Garlotte—, e incluso si lo logramos, dudo aún más que sea útil a estas alturas. Si el rastro comienza en Atlanta, entonces necesitamos a alguien allí.

Jan saltó a por la oportunidad por instinto. Las palabras salieron de su boca casi antes de darse cuenta de que él había hablado.

—Victoria, usted conoce la ciudad; conoce a Leopold. Sería lógico que fuera usted. —Inmediatamente sintió una imprecisa sensación de culpabilidad, pero la lástima que había sentido por la trastornada Toreador había dado paso al instante a su instinto asesino de ejecutivo. Ésta era su oportunidad para librarse de esta mujer que lo había desafiado, esta mujer que no podía tener cerca sin que quisiera poseerla.

El príncipe Garlotte, aunque últimamente había sido duro con Victoria, parecía tener reservas sobre aquella idea.

—Tal vez el Nosferatu esté más capacitado para…

—El Nosferatu conoce Atlanta, es cierto. Pero Victoria también conoce a Leopold —reiteró Jan—. Ella tiene un presentimiento sobre esto. Confío en la intuición de la Srta. Ash.

Victoria no parecía consciente del debate acerca de su futuro. Buscaba con la mirada el boceto que ahora se encontraba cerca de Sturbridge. Garlotte era, evidentemente, el que más pegas ponía. Durante un largo rato titubeó. Jan temía que el príncipe vetara la sugerencia.

—Mi príncipe —intervino Gainesmil, también preocupado por los acontecimientos—, debo sugerir…

—¿Que no vaya sola? —Garlotte puso las palabras en boca de su lugarteniente—. ¿Te presentas voluntario para acompañarla, Robert?

Gainesmil se quedó boquiabierto varios segundos.

—Yo… uh… yo creo… con el debido respeto, mi príncipe… que quizás mis talentos específicos son necesarios aquí. —Evidentemente no había pretendido expresar su sugerencia como una pregunta, pero su voz traicionó su estado cercano al pánico y la palabra final subió al menos una octava.

El príncipe Garlotte meditó la cuestión durante unos instantes durante los cuales Gainesmil se quedó totalmente quieto en su asiento.

—Creo que tienes razón, Robert.

Gainesmil intentó no suspirar de manera excesivamente audible. Parecía haber recuperado su lugar al lado del príncipe, por ahora. Jan admiraba el diestro manejo de la situación por parte del príncipe… casi tan diestro como el suyo. Garlotte podía haber estado de acuerdo con la sugerencia de Jan, pero el príncipe había estado esforzándose por poner freno a la influencia de Jan, por ejemplo insistiendo en que Gainesmil participara en la planificación estratégica. A la inversa, proteger a Victoria después de que ella hubiese caído en desgracia de manera evidente y despreciara la hospitalidad de Garlotte habría sido visto por muchos como una señal de debilidad.

Gainesmil había salvado de modo involuntario al príncipe. Su interferencia permitió a Garlotte cambiar el centro de la decisión —por supuesto, Victoria iría— hacia su propia generosidad y clemencia a la hora de castigar a un súbdito rebelde.

El plan de Jan era aceptado. Garlotte metía en cintura al pródigo. Gainesmil no sería enviado a una misión suicida. Resultados positivos, para todos menos para…

—Iré yo —dijo Victoria, que no había expresado su opinión en el asunto hasta ahora—. Iré yo. Encontraré a Leopold.

Jan sintió otra punzada de culpabilidad. Si el comportamiento de esta noche de los Tremere había sido desconcertante, la actitud reciente de Victoria era pasmosa. Desde la aparición de Xaviar, había abandonado por completo sus numerosas tentativas por influir en el consejo. Se había retirado del mundo que la rodeaba… como Estelle, comprendió Jan. Como una víctima que rechazaba aquello que no podía afrontar. De repente, vio a Victoria bajo otro aspecto… y Jan quiso cuidarla, protegerla. Vio su belleza y recordó su fuerza de voluntad previa, un fuego que aún podía encenderse de nuevo.

Pero —a instancias suyas— iba a ser enviada a la ciudad de la que había huido, de regreso al Sabbat.

—Muy bien —dijo Garlotte, manteniendo el control de la situación—. Encuentra a este tal Leopold. Averigua qué sucede con este… este ojo.

Jan volvió a sentarse silenciosamente en su silla. Victoria ya no era problema suyo. Aún tenía que luchar con el Sabbat. El príncipe Garlotte era un aliado necesario, aunque no constante. Jan guiaría al príncipe donde pudiera, y le sortearía el resto de las ocasiones. El peso del mundo descansaba en los hombros de Jan. Sin embargo, su mente volvía a Victoria y a las cartas crueles que le había repartido. Estaba seguro de una cosa… Hardestadt estaría satisfecho.