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Martes, 10 de agosto de 1999, 3:55 h
Suite presidencial, Lord Baltimore Inn, Baltimore, Maryland
La llamada de esta mano en concreto contra la puerta era un sonido que Jan no había escuchado antes pero, no obstante, conocía la identidad de quien llamaba antes de que Hans van Pel anunciase al invitado.
—El Sr. Bell viene a verle, señor.
—Hazle entrar, por supuesto.
Un instante después, Bell llenó el umbral. Para el Sabbat, era un ángel negro de la muerte; para Jan, el Brujah podría convertirse en el aliado más incondicional. Jan podía superar estratégicamente a Victoria, y Garlotte habitualmente iba en la dirección que Jan le marcaba, pero al Brujah tenía que tratarlo con franqueza. Por fortuna, aquello encajaba con los planes de Jan, porque Bell y él tenían una lealtad inquebrantable hacia sus señores —aunque todo el mundo sabía que el arconte despreciaba al justicar Pascek— y a ambos se les había asignado la misma tarea: contener la marea del Sabbat.
—Malas noticias —dijo Bell sin preámbulos—. Hemos perdido Buffalo.
Jan encajó el golpe en silencio.
—Lladislas estaba de acuerdo con el plan. Encargó el Abrazo a unos cuantos donnadies y cogió el último tren que salía de la ciudad. Me sorprendió más que a él que el Sabbat atacara.
Hundido en sus meditaciones, Jan se sentaba junto a la cercana mesa de cerezo. Hizo una señal a Theo para que se uniera a él. Aunque era un hombre grande, el Brujah tenía movimientos sorprendentemente gráciles. Parecía el toro de una tienda de porcelana mientras se acomodaba en un asiento entre la exquisita parafernalia de la suite personal de Garlotte.
Jan había estado haciendo planes para esta eventualidad… que Buffalo cayera. Pero había sucedido demasiado pronto. Había estado pensando en semanas, no en noches.
—No enviaron tropas desde Washington —comentó Jan.
—No les fue necesario. Se enfrentaban a bebés con colmillos.
—Pero no debían haberlo sabido.
—Lo sé.
Las duras miradas del Ventrue y el Brujah se encontraron y se mantuvieron durante varios segundos.
—¿Podría haber sido una incursión afortunada? —preguntó Jan.
—Demasiado grande para una incursión. Demasiado pequeño para un ataque a gran escala… a menos que supieran lo que les esperaba. —Bell se quitó su gorra de béisbol y la lanzó sobre la mesa. Su chaqueta crujió con el movimiento de su brazo—. Debería haberme quedado. Yo podía haberlo parado.
—No podías saberlo. Y aquí te necesitamos más. —El comentario de Jan, aunque calculado para causar buena impresión, era cierto—. Si hubiese convencido a Garlotte para que nos dejara enviar al menos unos cuantos escuadrones…
—No iba a dejar que nos lleváramos nada de aquí —dijo Bell—. Si le hubieras dado un ultimátum, te habría mandado a paseo. Sabía que estabas maniatado. No podías volver a Hardestadt con las manos vacías.
Jan tuvo que aceptarlo. Hardestadt habría estado… disgustado, como mínimo. Jan también se había sorprendido de la perspicacia de Bell. Quizá le haya estado subestimando, pensó Jan. Y quizá esa perspicacia pudiese aprovecharse en otros asuntos.
—Demasiado grande para una incursión —repitió Jan las palabras de Theo de un minuto antes—. Demasiado pequeño para un ataque a gran escala… a menos que supieran lo que les esperaba.
—Eso es lo que me parece. —Theo se cruzó de brazos. Se sentó erguido como un roble.
—Lo que significa…
—Lo sabían. —Aquellas dos palabras de Theo eran portadoras del efecto de la certeza. Evidentemente había estado meditando aquella cuestión desde que salió de Buffalo.
La convicción del Brujah reforzó la sospecha que Jan había estado albergando desde hacía un tiempo, desde la noche del ataque contra su no vida. Algo que Blaine había dicho aquella noche, un comentario que no tuvo mucho sentido en aquel momento en que Jan había estado demasiado ocupado intentando sobrevivir como para pensar en él: Saben lo que tú sabes. El recuerdo aquellas palabras, y escuchar a Theo expresar lo que Jan ya estaba pensando, lo hacían mucho más fácil de creer. Sólo faltaba una pregunta.
—¿Quién?
Theo se tomó su tiempo pensando en ello.
—¿Podría haber sido alguien de Buffalo? —preguntó Jan.
—Tal vez. Pero tuvimos mucho cuidado con el transporte del mensaje —dijo Theo—. Nadie estaba enterado de todo, salvo Lladislas y yo. Creo que alguien ha podido deducirlo.
—Es posible —dijo Jan—. ¿Quién más… por aquí?
—Cualquiera de los presentes la noche que nos decidimos —respondió esta vez Theo de inmediato.
Jan se imaginó la destrozada mesa de reuniones y comenzó a enumerar los participantes de aquella noche:
—Garlotte, Gainesmil, Matón, tú, yo, Victoria, Vitel, Colchester y Malachi.
—Colchester no estuvo allí aquella noche —le corrigió Theo. Jan enarcó una ceja. Theo suspiró—. Tienes razón —dijo el Brujah—. No estuvo a la mesa, ¿y qué? Vale. Colchester. Fin también vino. Pudo haberlo escuchado.
—Menuda lista.
—Espera —dijo Theo—. Aún no has acabado. Añade a continuación a cualquiera que pudo haber hablado con ellos. Eso nos da… ¿qué?, ¿quizá un centenar de posibles espías?
—Gainesmil ha demostrado ser oportunista —sugirió Jan.
Theo se encogió de hombros.
—¿Y? Matón está loco y Victoria es una zorra. No demuestra nada.
Jan no conocía demasiado a Matón, pero no se podía descartar a Victoria tan a la ligera.
—Victoria fue capturada por el Sabbat en Atlanta. Tal vez la hayan… manipulado. Pudo haber organizado el asesinato de Maria Chin y habernos vendido en Buffalo. Garlotte podía haber estado tratando de asegurarse de que no había competencia para los recursos de la Camarilla —prosiguió Jan—. Ha dejado claro que quiere disponer de todo lo que pueda conseguir para proteger su ciudad. ¿Vitel?
Theo parecía reacio a lanzar una conjetura, incluso después de escuchar a Jan especular con la posible traición de un compañero Ventrue. El arconte Brujah finalmente se encogió de hombros.
—¿Trata de hacerse con Baltimore? —Negó con la cabeza—. Pero no veo en qué le beneficiaría la pérdida de Buffalo. Quizá le pase lo mismo que a Garlotte, sólo que en vez de querer que todo el mundo proteja Baltimore, Vitel quiere que un ejército reconquiste Washington.
Jan no pudo encontrar defectos en aquella sugerencia.
—Eso nos deja a Malachi… ¿Venganza en nombre de los Gangrel?
—Y quizá Colchester —añadió Theo—. ¿Quién coño sabe? —Estaba claramente frustrado por el amplio abanico de posibilidades.
Y tú, pensó Jan. Al fin y al cabo, Theo estaba enterado de lo de Buffalo, y había estado en los muelles la noche del intento de asesinato sobre Jan. ¿Coincidencia? Pero ¿por qué me habría salvado de Blaine…? A menos que tuviera más que ganar obteniendo mi confianza. En este momento, no había modo de saberlo con seguridad. Pero Jan tendría que averiguarlo, por lo que se insensibilizó para las cosas que había que hacer.
—Tenía que suceder —dijo, dirigiendo de nuevo la conversación hacia Buffalo—, pero unas cuantas semanas más habrían venido de perlas. —Jan hizo una pausa y observó al Brujah durante varios segundos. El rostro de Theo volvía a mostrarse inexpresivo, inescrutable como siempre—. Tengo varias ideas acerca de qué debemos hacer —dijo Jan—. Me gustaría que me dieras tu opinión.
Theo se encogió de hombros.
—No tengo otro sitio adonde ir.