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Sábado, 17 de julio de 1999, 00:37 h
Auditorio McHenry, Lord Baltimore Inn, Baltimore, Maryland
La seguridad era férrea. No resultaba sorprendente teniendo en cuenta los acontecimientos de sólo unas noches atrás. Jan se deslizó al interior de la manera más discreta posible a través de la puerta cerca de la cabeza del auditorio y ocupó un asiento vacante en la primera fila. De camino, saludó con un gesto cortés al príncipe Garlotte, que se encontraba cerca del centro de la platea. En ese momento, sin embargo, Victoria Ash parecía tener la palabra y estaba hablando a la receptiva audiencia.
Jan sabía que Victoria estaría presente, aunque la primera vista de ella desencadenó una ligera fibrilación en su pecho. La había conocido años atrás en una reunión social en París, después la había visto en circunstancias similares en Londres y Nueva York. La última vez había sido hace tres años; ella había asistido a una de sus galas corporativas en Amsterdam. Cada uno de los encuentros había sido breve, cortés, consistente sobre todo en galanterías superficiales, aunque cada vez él se había marchado sintiendo que el intercambio había estado… cargado, que cada palabra rebosaba de significado y pasión revelados únicamente en pequeñas porciones inocuas y enloquecedoras. No había una sola frase o mirada en la que pudiese prender esta sensación, pero la impresión persistía, y se renovaba con más fuerza con cada encuentro.
Esta noche no era una excepción. Victoria vestía un traje de color hueso con cuentas. El alto cuello era conservador, pero el traje se ceñía a su cuerpo y favorecía su figura. Sus largos guantes y el medallón de oro que colgaba de su cuello otorgaban un aire de majestuosidad, mientras que las líneas escotadas de la espalda del vestido incitaban de modo sensual. La reacción inicial de Jan fue querer sacarla de aquella cámara abarrotada y sentarse con ella en privado, pasar horas sin hacer otra cosa que escuchar la música de su voz y contemplar su belleza.
Jan cerró fuertemente sus ojos y se apretó el puente de su nariz, un gesto nacido sólo en parte de la fatiga. Pugnó por aclararse la mente. De su breve conversación previa con el príncipe Garlotte, y de lo que se había enterado de otras fuentes, Victoria probablemente fuera, en todo caso, un impedimento para la tarea a llevar a cabo. Jan no podía permitirse dejar que los sentimientos dulces se interpusieran. A pesar de todo, sabía bien que su atracción hacia ella era el resultado de algo más que la encantadora personalidad y el atractivo aspecto de ella. Actuaban poderes más sutiles, y ser cautivado por alguien como ella no sería inteligente. Ese conocimiento, no obstante, hacía poco por disminuir el encanto de la posibilidad.
—Baltimore debe convertirse en el bastión de la resistencia de la Camarilla —estaba diciendo Victoria. De la asamblea surgieron murmullos de acuerdo—. Esta ciudad se convertirá en el baluarte contra el cual los demonios del Sabbat no pueden esperar imponerse, y después cambiaremos el curso de la marea. ¿Cómo si no recuperaremos Charleston, Abigail? ¿O Richmond, Peter? —Los individuos mencionados, y otros, asintieron solemnemente y expresaron su apoyo.
Jan inspeccionó con indiferencia la cámara. Theo Bell parecía encontrarse entre los escépticos. Estaba sentado, con los brazos cruzados, callado como una esfinge. A juzgar por su aspecto —no siempre exacto, como sabía Jan— parecía haber algunos otros Brujah sentados alrededor del serio arconte, aunque no tantos ni tan bulliciosos como los presentes en la primera reunión de la conferencia. Jan sospechaba que su número y su entusiasmo se habían diluido de algún modo por la vigorosa resistencia que Bell había estado coordinando en la periferia de Washington.
Estaba Robert Gainesmil, el consejero Toreador del príncipe Garlotte, y no muy lejos de él otra figura de porte sin duda noble. Jan nunca había visto en persona a Marcus Vitel, pero conocía al príncipe de Washington, D. C., lo suficiente para reconocerlo de vista. El príncipe exiliado no parecía interesado en absoluto en los tópicos de Victoria. Observaba a través de los ojos de la derrota. Mientras Victoria había sido expulsada de una ciudad, Vitel había sido expulsado de su ciudad. Estaba mucho más familiarizado con los riesgos que afrontaban.
Otro rostro escéptico entre la multitud maleable era el de la representante Tremere, Aisling Sturbridge, regente de la capilla de Nueva York. Era una mujer de complexión ligera que parecía rondar los treinta y cinco años según el cálculo mortal… aunque eso significase poco entre los vástagos. Una larga y morena coleta colgaba sobre el hombro de su estirado traje de chaqueta, y en sus rodillas descansaba un ordenador portátil abierto. Jan conocía todos los detalles truculentos acerca del anterior representante Tremere en la conferencia —el asesinato que Victoria había presenciado, una espectadora inocente, si se daba crédito a su relato. El asesino, por supuesto, había huido… sin dejar huella alguna, lo que había llevado a algunos vástagos a especular acerca de la lealtad de cierto Nosferatu, mientras otros hablaban en voz baja de una posibilidad más amenazadora. El clan Assamita—.
A medida que la mirada de Jan volvía a Victoria, tuvo cuidado en tirar de las riendas de sus pensamientos. Debía ocuparse de los negocios. Hardestadt no toleraría fallo alguno.
Sin la competencia escandalosamente perturbadora de los Brujah, Victoria parecía estar encontrándose con poca resistencia en su discurso a la asamblea. Los refugiados seguían asintiendo y repetían sus declaraciones acerca de la necesidad de un esfuerzo concertado. Mientras Jan miraba, ella hizo una pausa natural y sus verdes y vibrantes ojos se volvieron para mirarlo directamente. Parpadeó, lentamente, una vez, y Jan sintió un cosquilleo en su mejilla, como si sus oscuras pestañas lo acariciasen a través de los pocos metros que les separaban.
El príncipe Garlotte dio un paso adelante y atrajo la atención de la asamblea.
—Compañeros vástagos, permitidme aprovechar esta oportunidad para presentar a un estimado invitado a quien nos honra tener con nosotros esta noche: el Sr. Jan Pieterzoon de Amsterdam.
Jan volvió a saludar con un gesto al príncipe y se puso en pie, mientras todos los ojos del auditorio se volvían hacia él.
—Damas, caballeros. —Hizo una reverencia ante la asamblea.
El príncipe, cuya respuesta a Jan en su breve conversación había sido desigual, se quedó callado y, por tanto, la primera pregunta parecía que correspondía de manera natural a Victoria.
—Sr. Pieterzoon —su sonrisa le empapó como un baño caliente—, bienvenido a Baltimore, a los Estados Unidos. —Sus ojos eran eléctricos, pero Jan se mantuvo firme y no apartó la mirada—. ¿Qué noticias trae usted de nuestros amigos europeos?
Jan mantuvo su mirada momentáneamente, dejó que ella viera que se mantendría en su sitio, después cambió de posición para que al ponerse frente a ella y el príncipe no diese la espalda al resto de la asamblea. Sonrió levemente y miró a los asientos. Éstos eran segundos delicados, y Jan no quería precipitarse. Escogió sus palabras con cuidado.
—Agradezco al príncipe Garlotte, y al resto de ustedes, su hospitalidad. Han pasado varios años desde la última vez que visité estas costas. Ojalá nos encontráramos en circunstancias más calmadas.
Un silencio expectante rápidamente sofocó la mínima agitación ansiosa en el auditorio.
—Me alegro de oírles hablar de una acción concertada para rechazar al Sabbat, pues ésta es la estrategia que aquí defenderé —dijo—. Estos ataques lanzados por el Sabbat, comenzando por Atlanta hace más de tres semanas, son diferentes a cualquier otro que hayamos presenciado previamente. Son una amenaza mayor a la que jamás nos hayamos enfrentado. —Hizo una pausa para dejar que sus palabras fueran asimiladas. Jan no les estaba diciendo algo que no supiesen, ni tampoco trataba de consolarlos. Estaba expresando sus miedos considerables y legítimos, sin recurrir a la solicitud de apoyo popular que había escuchado de labios de Victoria.
»He sido enviado por los antiguos de la Camarilla para apoyar este esfuerzo, para prestar ayuda en la coordinación de la defensa —dijo Jan.
Un murmullo se extendió por toda la audiencia. La palpable ansiedad parecía aflojarse un poco, como Jan había pretendido.
—¿Así que trae con usted tropas para combatir contra el Sabbat? —preguntó Victoria.
—No —respondió Jan rápidamente. Una equivocación en esta coyuntura crítica sería fatal, sólo podía verse como un síntoma de debilidad—. Los antiguos, mi sire Hardestadt el más antiguo entre ellos, creen que hay recursos suficientes para afrontar la amenaza.
Silencio absoluto. Jan había hablado con audacia. Creía cierto la mayoría de lo que había dicho, aunque exageró la implicación de que la decisión había surgido de un proceso organizado y deliberativo de los antiguos. Lo cierto es que no tenía ni idea de cómo se había tomado la decisión, o de quién había estado implicado exactamente. Sólo conocía los escasos detalles que Hardestadt le había revelado. Ahora, Jan esperaba la inevitable reacción violenta.
Victoria fue la primera de los vástagos norteamericanos en encontrar su voz.
—¿No? ¿Simplemente… no? ¿No trae con usted ningún ejército?
—Exacto —dijo Jan sin dudar—. Traigo mi experiencia personal y el apoyo de…
—¡Traición! —gritó alguien. Otros reanudaron el griterío.
El elemento Brujah, sometido hasta este momento, se puso en pie como un solo hombre… salvo Bell, cuya expresión y talante permanecían iguales. Llenaron el aire con insultos y amenazas dirigidas a Jan y a sus señores del Viejo Mundo. En un instante, se habían convertido en ardientes partidarios de Victoria, como Jan sabía que harían.
Los demás refugiados también reaccionaron con vehemencia ante las noticias. Por la cámara se encendieron conversaciones acaloradas y desesperadas. Un vástago —un Malkavian, esperaba Jan—, se arrancó parte del cabello y se puso a llorar. La mayoría del resto reaccionaron de modo menos extremo, pero ninguno favorablemente.
El príncipe Garlotte se aproximó a Jan. Había dado esta misma noticia al príncipe anteriormente, con lo que Garlotte, aunque no estaba contento, tampoco estaba sorprendido. Ni le había sorprendido la recepción dispensada a Jan. La preocupación de Garlotte ahora era la seguridad de su huésped.
—Creo que será mejor que venga conmigo —dijo el príncipe, indicando la puerta cercana por la que Jan había entrado no hacía mucho.
Jan alzó una mano que contuvo a su compañero de clan, el príncipe.
—Me quedo.
Garlotte observó a la cada vez más amenazadora multitud, e hizo una respetuosa señal de asentimiento a Jan. Los Brujah habían recurrido a arrancar asientos de nuevo, uno de los cuales llegó volando no muy lejos de Jan y del príncipe. Garlotte hizo una seña a Gainesmil, después se acercó a la muchedumbre con sus manos alzadas ante él. Gainesmil comenzó a circular alrededor de la multitud y a hablar con calma a aquellos que conocía personalmente. Poco a poco, y, aparentemente por voluntad propia, el barullo disminuyó. Enseguida se restauró una calma relativa.
La incredulidad que ardía sin llama en los ojos de Victoria era representativa de aquellos que la rodeaban.
—Con el debido respeto, Sr. Pieterzoon —dijo con puñales apenas ocultos en su voz—, ¿de qué nos sirve usted? ¿Cómo puede un único… embajador rechazar al Sabbat?
Jan adoptó una expresión pensativa. Se agarró las manos tras su espalda y se alejó de la puerta. Pasó al lado de Garlotte, de Victoria, y se abrió camino hasta el centro del auditorio. Ignoró a los vástagos reunidos, quizá cincuenta, la turba que un instante antes había amenazado con despedazarlo, clavarle una estaca, dejarlo al sol, o algo peor. Los ignoró, pero sintió a cada uno de ellos observando su movimiento pausado. Que miren, pensó.
—Nadie va a rechazar al Sabbat en solitario, Srta. Ash —dijo Jan—. Ni yo, ni usted, ni el príncipe, ni siquiera el competente arconte Bell. —Hizo un gesto hacia Theo—. Pero tal vez yo sea útil en la planificación de la defensa. Nuestra defensa. La Camarilla es un solo cuerpo, y si el Sabbat triunfara en Estados Unidos —hizo una pausa para lo que habría sido una larga respiración—, sería cuestión de tiempo que triunfaran en Europa. Los antiguos son conscientes del hecho, de la necesidad de detener al Sabbat aquí y ahora. ¿Puedo preguntarle cuál es el propósito de esta conferencia, que creo que usted ha iniciado, Srta. Ash? —dijo rápidamente antes de que Victoria pudiese intercalar comentario alguno.
Victoria se quedó asombrada ante esta pregunta, pero sólo momentáneamente; después sonrió y contestó con su aire refinado.
—Considero que esta conferencia es la entidad mejor capacitada para coordinar la defensa del territorio restante de la Camarilla, y para reclamar lo que se ha perdido.
—¿Y cómo debería funcionar? —preguntó.
—¿Qué quiere decir…? —Las cejas de Victoria se enarcaron.
—Me refiero —dijo Jan, comenzando a adoptar un tono académico— a qué papel específico debería desempeñar esta conferencia. En cada ciudad de la Camarilla hay príncipes y consejeros. —Hizo un gesto hacia Garlotte—. ¿Acaso no coordinan sus defensas?
—Por supuesto, cada príncipe defiende con habilidad su propia ciudad —dijo Victoria—, pero las ciudades aisladas no pueden resistir contra la furia del Sabbat, contra este ejército de bestias que marcha contra nosotros.
—De nuevo pregunto, ¿cómo debe funcionar este organismo? Específicamente, ¿cómo, con respecto a los príncipes? ¿Se deben someter a las decisiones de su conferencia?
—No es mi conferencia —respondió bruscamente Victoria, sin que de algún modo pareciera que perdía el control—. Y las decisiones deberían fluir desde este organismo.
—¿Deben someterse los príncipes a las decisiones de esta conferencia?
—Sí —dijo Victoria—. Deben someterse a las decisiones de esta conferencia… por el bien de la mayoría. —Ondeó su mano por el aire, señalando a los miembros de la asamblea, y de nuevo surgieron murmullos de apoyo de entre sus filas.
El príncipe Garlotte imitó involuntariamente el porte de Theo cruzando sus brazos.
—Los príncipes ya responden ante una autoridad superior —dijo Jan—. Se llama la Camarilla. —Los murmullos se extinguieron—. Y el organismo decisorio de la Camarilla recibe el nombre de cónclave, cuyo nivel superior es el Círculo Interior. —Jan aún hablaba a Victoria, pero sus palabras estaban dirigidas a una audiencia más amplia—. ¿Es usted, Srta. Ash, una justicar facultada para denominar cónclave a esta conferencia? ¿Intenta este organismo usurpar las prerrogativas del Círculo Interior al nombrarla justicar?
—¡Claro que no! —respondió enseguida Victoria, pero después titubeó—. Nunca exigí… nadie aquí…
—El príncipe Garlotte presentó una petición a la justicar Lucinde del clan Ventrue, una representante debidamente elegida de la Camarilla —prosiguió Jan—. Yo soy el representante debidamente nombrado enviado por la Camarilla, por los antiguos de nuestros clanes, para ayudar en la defensa y la contraofensiva contra el Sabbat. —Los ojos de azul acerado se enzarzaron con los verdes ardientes mientras sostenía la mirada de Victoria. Entonces Jan le dio la espalda a Victoria y a la asamblea a la vez. De nuevo, quizá exagerara la dimensión oficial de su nombramiento, pero ¿quién iba a cuestionarlo allí? ¿Quién se opondría a la voluntad del antiguo Hardestadt, fundador de la Camarilla?
»No estoy aquí para someter a nadie —dijo Jan. Miró a los ojos de muchos de los vástagos reunidos, después se volvió y se acercó al príncipe Garlotte—. Estoy aquí para extender una mano de alianza a los príncipes de Estados Unidos, para ayudar a coordinar sus esfuerzos. No para dictarles condiciones.
Victoria sintió el cambio en el ímpetu como todos los demás.
—No pretendía sugerir… por supuesto, los príncipes tendrían voz en la conferencia…
—Pido perdón por mi retraso esta noche —dijo Jan, ignorando las protestas de la Toreador—. Estuve hablando con el príncipe Michaela de Nueva York. Informa que la situación allí es estable, o tan estable como puede serlo. El esfuerzo que ha valido tanto a nuestros enemigos en el sur no parece estar duplicándose en las regiones septentrionales. Hay noticias similares de Hartford y de Buffalo. Hablé con aquellos príncipes en cuanto llegué ayer por la noche.
—Pero el ejército del Sabbat está ante nosotros en Washington —dijo Gainesmil, reanudando la discusión de parte de Victoria. Parecía tener al menos un pie firmemente asentado en el campo de su compañera Toreador… un detalle que el príncipe Garlotte no había mencionado a Jan durante el curso de su breve conversación—. ¿Por qué tendría que haber disturbios en el norte? —Un murmullo de comentarios de aprobación se extendió por el auditorio.
—El ejército del sur que se nos enfrenta es formidable —concedió Jan—, pero estaríamos muy equivocados si creyéramos que se compone de todos los Sabbat del continente. Mis fuentes indican que algunos individuos de Nueva York tomaron parte en los ataques, pero que por lo demás apenas hubo participación de Montreal, Detroit, Pittsburg, Filadelfia, Portland…
A medida que repasaba los distintos baluartes del Sabbat, muchos de los vástagos que habían asumido que reunirían un ejército para llevar al Sabbat al golfo de México se cernieron en un silencio sobrecogido cuando se percataron de la naturaleza verdaderamente desesperada de su situación.
—Tal vez no hayamos visto aún lo peor —dijo siniestramente Jan.
—Y aun así, sus señores no nos ofrecen más apoyo —dijo Victoria, aún poco dispuesta a renunciar a la palabra.
—Debemos encontrar apoyo más cerca —dijo Jan—. Debemos averiguar en qué tenemos talento. He realizado otras pesquisas con ese fin… pero creo que sería imprudente entrar en más detalles en un foro público. —El modo en que pronunció las palabras y miró alrededor de la asamblea no era una acusación de que había espías entre ellos, sino un llamamiento a la lealtad hacia la Camarilla. Sin duda nadie exigiría detalles de planes que podrían llegar a manos del enemigo.
La fachada de calma de Victoria comenzó a resquebrajarse cuando Jan aprovechó los planes de ella y los retorció para conseguir sus propios objetivos. Su rostro, normalmente lleno de color saludable (y similar al mortal), estaba más ruborizado que antes. Jan podía ver girar los engranajes, mientras evaluaba de nuevo su posición a la luz del sentimiento cambiante de las masas. Antes de formular una respuesta, sin embargo, el príncipe Garlotte de nuevo dio un paso adelante.
—Sí, hay que hacer muchos preparativos —dijo—, y para poder atenderlos rápidamente, sugiero que se suspenda esta conferencia. Querría recordar a todos los huéspedes de la ciudad que la caza en la zona del puerto interior está estrictamente controlada… y eso se aplica doblemente a alimentarse con los empleados de este establecimiento. Dirijo vuestras necesidades a ciertas barriadas, de las cuales ya habéis sido informados… Cherry Hill, McElderry Park, Broadway East…
La asamblea comenzó a dividirse a medida que se formaban pequeños corrillos de vástagos para comentar lo que acababan de escuchar, o para quejarse de sus alojamientos, las restricciones de caza, o de cualquier otra dificultad encontrada por un refugiado en la ciudad de Baltimore, que ahora estaba extremadamente superpoblada de no muertos. Jan los vio alejarse comentando sus situaciones, pero una conversación atrajo su atención por encima de las demás. Él había estado observando a la audiencia más numerosa, no a Victoria, cuando el príncipe había intervenido, pero ella parecía haberse recuperado rápidamente de su enojo mientras se deslizaba a través de la confusión hacia Aisling Sturbridge. La regente Tremere y Victoria intercambiaron saludos educados —Victoria con una expresión relajada y agradable en su rostro; Sturbridge, a todos los efectos, inexpresiva— entonces ambas se apartaron lo justo para que Jan no pudiera escuchar lo que estaban diciendo. Aunque al chiquillo de Hardestadt no le gustaba el inglés, eso no significaba que no estuviese lo suficientemente versado en el idioma como para leer en los labios… una capacidad que, junto con la lectura de textos boca abajo en un escritorio, había demostrado ser inapreciable en numerosas ocasiones. Los vástagos, tan enmarañados en su mundo sobrenatural de los no muertos, a menudo pasaban por alto trucos tan sencillos que estaban dentro de las capacidades de muchos mortales.
Tenía poco sentido especular lo que sucedía exactamente entre Victoria y Sturbridge, pero no obstante Jan sentía curiosidad. Como mínimo, merecía la pena fijarse en la conversación, además de en la posibilidad de una nueva alianza en la cambiante política de la Estirpe.
—Sr. Pieterzoon…
Jan se apartó a un lado de la conversación en curso. Robert Gainesmil estaba junto a él.
—El príncipe quiere hablar con usted —dijo Gainesmil—, si puede dedicarle unos minutos, por supuesto.
Jan estrechó la mano a Gainesmil, el Toreador que aparentemente tenía lazos, si no lealtad, con el príncipe y con Victoria.
—Por favor, llámame Jan. —Con su otra mano, agarró a Gainesmil por el hombro, como haría un viejo amigo—. Mi tiempo, al igual que mis servicios, siempre están a disposición del príncipe.
El príncipe, de hecho, había salido de la cámara, y Gainesmil señaló una puerta cercana.
—Después de ti, Jan.
Jan echó un último vistazo sin llamar la atención hacia Victoria y Sturbridge. La Toreador se reía de algo que se había dicho, y después las dos se marcharon. Jan, por delante de Gainesmil, también salió. Ésta va a ser una noche larga, pensó. No era la primera, y sabía que tampoco sería la última.