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Sábado, 7 de agosto de 1999, 22:13 h

Auditorio McHenry, Lord Baltimore Inn, Baltimore, Maryland

Una seria asamblea de vástagos se había reunido alrededor de la maltrecha mesa de reuniones. Jan, como todos los demás, hacía todo lo posible por no mirar al cráter arrancado en la madera a unos centímetros de él, pero vio que su mirada se sentía atraída hacia allí una y otra vez.

—El clan al completo no abandonará la Camarilla, sin duda —dijo Gainesmil—, independientemente de lo que diga Xaviar.

Jan siguió la ojeada nerviosa del Toreador al fondo del auditorio, donde Malachi hacía guardia junto a las puertas que, hacía sólo unas horas, había atravesado airadamente Xaviar. El azote de Garlotte no se había marchado con el justicar —aún no— pero la mayoría de los Gangrel, a diferencia de Malachi, no estaban tan vinculados a un príncipe en concreto o a la jerarquía de la Camarilla.

—Si alguien habla en nombre de todos los Gangrel —dijo Jan taciturno, sus ojos ahora centrados en las pruebas de la violencia ejercida sobre la mesa—, ése es Xaviar. Se correrá la voz. Habrá un éxodo en masa.

Ya se ha corrido la voz —replicó bruscamente el príncipe Garlotte.

Todos habían acordado la noche anterior mantener en secreto las amenazas y el arrebato de Xaviar todo el tiempo que fuese posible. Para disgusto de Garlotte, sólo habían sido unas pocas horas. Miró furioso alrededor de la mesa.

Esta noche eran menos. Isaac y Lydia estaban supervisando parte de las defensas. El Cuáquero aparentemente se había asustado tanto con las declaraciones apocalípticas de Xaviar que el Malkavian se había aletargado, y Colchester no estaba a la vista.

Eso no quiere decir que no esté, meditó enfermizamente Jan. El peso de la responsabilidad que había sentido durante tantas semanas había sido sustituido por un fatalismo consternado, o quizá se hubiese sumado a él. Los Gangrel se marcharían. Las ciudades de la Camarilla caerían una tras otra. Jan fracasaría en su misión y, si sobrevivía, volvería para afrontar a Hardestadt.

—¿Qué hay de Buffalo? —preguntó Theo Bell.

¿Qué hay de Buffalo?, pensó Jan. Caerá. Sin los Gangrel, caerá. Casi lo dijo en voz alta —más profecías apocalípticas; el Final de los Hijos de Caín está cerca— pero se contuvo. La concentración de Bell en los detalles, su resistente pragmatismo y su voluntad inquebrantable, devolvieron a Jan a un desafío que aún no era del todo desesperado. Aún no. Se irguió un tanto en su silla mientras sus pensamientos tomaban un camino más productivo. No podía evitar escapar mediante la locura y el letargo, como había hecho el Cuáquero. Ni tampoco podía retirarse en su interior, como Victoria. De nuevo se sentaba a la mesa esta noche, con una expresión de dolor en su rostro, y sólo hablaba cuando alguien se dirigía a ella directamente. No era la misma persona. El parloteo mesiánico de Xaviar la había afectado quizás incluso más profundamente que al inestable Cuáquero.

Pero había asuntos más importantes que requerían la atención de Jan.

—Buffalo está completamente indefensa sin los Gangrel —dijo—. Si trasladamos fuerzas desde aquí… quizá los elementos de Chicago…

—No puedo aceptar el debilitamiento de esta ciudad —intervino Garlotte. Sus palabras eran claras, inequívocas.

Jan intentó explicarse.

—Si creamos un pequeño contingente móvil, entonces podría regresar si…

—Baltimore debe resistir —insistió Garlotte—. Si dividimos nuestras fuerzas, ninguna ciudad será lo bastante fuerte para resistir.

—Estoy de acuerdo —añadió Marcus Vitel—. Nos reforzaremos aquí y avanzaremos hacia el sur cuando podamos.

Jan reconoció en el tono de Garlotte que el príncipe no negociaría ese punto, y aunque a Jan le habían concedido mucha libertad al coordinar las defensas de la Camarilla, aún era, en el fondo, un invitado en la ciudad de Garlotte. Por añadidura, con los dos príncipes de acuerdo y Theo sin sentirse obligado a ofrecer su opinión, Jan tenía pocas esperanzar de influir en aquellos para quienes, técnicamente, sólo era un consejero.

—Abandonemos Buffalo —dijo Gainesmil.

—No. —Jan se quitó las gafas y comenzó a frotarse el puente de su nariz. A pesar de su posición desesperada, se sentía obligado a hacerles ver la importancia de mantener de algún modo Buffalo—. Baltimore es más fuerte —explicó— si existe la amenaza de otra ciudad de la Camarilla a tiro de piedra si el Sabbat nos atacara… o si al menos se cree que existe esa amenaza.

Garlotte lo observó escéptico pero no dijo nada.

Jan abrió la boca para hablar, pero, sorprendentemente, fue Bell quien expresó su plan.

—Si el Sabbat cree que hay un ejército que puede venir a ayudarnos, eso es tan bueno como disponer de un ejército. Les engañamos.

—Sí —estuvo de acuerdo Jan.

Garlotte estaba negando con la cabeza.

—Pero averiguarán lo de los Gangrel, y si no enviamos tropas desde aquí, ¿cómo vamos a hacer que piensen que…?

—Crearemos un ejército —dijo Jan. Dejó las gafas sobre la mesa, después se levantó y comenzó a ir de un lado a otro por detrás de los asientos vacíos, donde Xaviar había estado la noche antes. Maldito sea su orgullo, pensó Jan, viendo de nuevo la marca del Gangrel sobre la mesa. Y maldito sea el de Garlotte. Y el mío. Pero no había habido más remedio que desafiar al justicar.

Ahora era Vitel el que negaba con la cabeza.

—No estará usted sugiriendo que Abracemos suficientes mortales para defender una ciudad.

Jan se detuvo en su deambular.

—Eso es exactamente lo que estoy sugiriendo. Theo… ¿qué? —Jan pudo ver que al arconte no le hacía gracia la idea.

El rostro oscuro del Brujah se arrugó al fruncir el ceño.

—No creo que Pascek lo permitiera.

—¿Preferiría perder toda la Costa Este?

—Tal vez —dijo Bell—. Todo lo que sé es que él y algunos otros peces gordos no quisieron que el Príncipe Michaela Abrazara a un ejército en Nueva York. No es exactamente por el Abrazo, más bien por el montón de cabronazos Ventrue. Sin ánimo de ofender.

Pero Jan no estaba dispuesto a rendirse.

—¿De qué sirve el equilibrio de poder entre nuestros clanes si el Sabbat se queda con todo?

Bell se encogió de hombros.

—No me lo pregunte usted a mí. Pregúntele a Pascek. Pregúntele a Hardestadt.

Jan comprendió enseguida el punto de vista de Theo. Su sire no aprobaría el plan. Bell tenía razón. Estaba en juego algo más que la Costa Este. ¿De qué serviría salvar la Costa Este si al hacerlo enfrentaban entre sí a los clanes de la Camarilla? Los Gangrel ya habían abandonado la secta. Nadie estaría de acuerdo con un ejército de Ventrue o —que Dios no lo permita— Tremere, porque aquellos clanes ya eran considerados los más poderosos por todos los demás. Pero eso aún dejaba otras opciones.

Jan se volvió para mirar a Bell.

—¿Qué tal un pequeño ejército de Nosferatu… y algunos Brujah entre ellos?

—Serían demasiado jóvenes —dijo Vitel—. Incluso si fueran de sangre fuerte, lleva tiempo ajustarse a nuestra existencia, dominar los talentos de los no muertos.

—Pero es un engaño. —Bell comenzó a asentir lentamente—. No tienen que dominar nada.

—Exacto —dijo Jan—. No tienen que rechazar un ataque. Si hay suficiente actividad de vástagos, eso podría confundir a los espías del Sabbat y evitará un ataque. Al menos nos comprará tiempo, y con Buffalo en manos de la Camarilla, Baltimore es más fuerte. —Jan cerró su mano en un puño. Miró modestamente a Garlotte, quien parecía menos reafirmado en su oposición. Estará de acuerdo siempre que no le quitemos nada de aquí, pensó Jan.

Vitel, sin embargo, no estaba convencido.

—Tal vez a los clanes no les importen todos esos nuevos cainitas, pero no le harán gracia al príncipe Lladislas de Buffalo. La superpoblación no favorece la estabilidad.

—Ni tampoco lo hace una horda del Sabbat recorriendo las calles asesinando mortales y acabando con el príncipe —señaló Bell. Se encogió de hombros—. Pero usted tiene razón. A Lladislas no le hará gracia.

Jan regresó a su asiento.

—Es la mejor oportunidad que tiene de conservar su ciudad. —Pero Jan sabía que tenían razón. Lladislas era un Brujah terco (como si hubiera algún príncipe que no fuera obstinado) y pasaría años discutiendo en busca de refuerzos en vez de aceptar un plan que le dejaría cargado con una manada de neonatos hambrientos e indisciplinados para arruinar la Mascarada en Buffalo—. ¿Y si le decimos que nuestros espías informan que el ataque es inminente? —sugirió Jan—. Le decimos que llega un ataque. No podemos reforzarle… lo que es cierto. De este modo, podemos al menos dejarle un ejército de neonatos para que se lleven por delante a algunos Sabbat. Sin recriminaciones por parte de la Camarilla.

—Eso le gustaría —accedió Bell.

—Lladislas evacua la ciudad —prosiguió Jan—. Con la creciente actividad de vástagos, el Sabbat cree que hay un ejército real y formidable. Desisten de su ataque… o si envían un ejército lo bastante numeroso para encargarse de lo que creen que hay allí, tendrán que destacar personal desde Washington, y aquí tenemos una oportunidad de atacarlos.

Esta última línea de razonamiento llegó hasta Vitel. Estaba de acuerdo con cualquier cosa que diera a la Camarilla una oportunidad de recuperar su ciudad. Garlotte, también, estaba dispuesto a aceptar —lo que significaba que Gainesmil se apuntaba— puesto que no se debilitaba a Baltimore. Matón no puso muchos problemas aunque se opusiera por algún motivo. En la práctica, aún había un veto potencial.

—Lladislas lo hará… si usted le dice que lo haga —dijo Jan a Theo. Pedir a un arconte Brujah que engañara a un príncipe Brujah era peliagudo, y Jan no podía insistir demasiado. Era una llamada que tenía que hacer Theo. Jan sólo esperaba que el arconte se diera cuenta de que no había motivos ocultos en el intento de sacar de su ciudad al príncipe Brujah—. Es lo que más le conviene, y no lo aceptará de otro modo.

Theo se sentó con el rostro pétreo. Había contribuido al plan, pero gran parte de su ejecución recaía necesariamente en sus hombros. Finalmente, Bell asintió, aunque no con entusiasmo.

—Es su mejor opción —coincidió—, y la mejor opción de la Camarilla.

—No somos mejores que el Sabbat.

Todas las cabezas se giraron para mirar a Victoria, que inesperadamente había ofrecido su primera opinión de la noche.

—No somos mejores que el Sabbat —volvió a decir en voz baja. Sus ojos verdes parecían haber perdido su brillo. Aunque nunca tenía un aspecto tan malo como para estar macilenta, parecía cansada, y sólo ligeramente preocupada por los acontecimientos que la rodeaban.

Jan no la entendía del todo. No creía que ella pudiese cambiar la opinión de los demás, pero daba muestras de influencia sobre el príncipe Garlotte de vez en cuando, así que Jan trató de aplacarla.

—Tenemos que convencer al príncipe Lladislas de que actúe como más le conviene, de lo contrario…

—¡Mentid al maldito Brujah todo lo que os dé la gana! —espetó de repente—. Todos lo hacemos. Nunca se enteran.

Si Bell se ofendió bajo su máscara imposible de leer, no dio muestra de ello.

—Pero ¿Abrazar a veinte… cincuenta, a cien mortales? —continuó—. ¿Para soltarlos en las calles? Eso no hace ningún bien a la Mascarada… ningún bien. No nos hace mejores que el Sabbat. ¿Merece la pena vivir para convertirnos en aquello que despreciamos?

—Si es la única manera de poder sobrevivir —replicó Jan.

Estaba algo desconcertado por el repentino ataque de escrúpulos de Victoria. Ley, moralidad… no eran términos absolutos, como ella parecía pensar de repente. Como los modales, eran preferencias inventadas para gobernar la interacción de las masas. Pero a veces aquellos individuos que ocupaban puestos de responsabilidad, aquellos vástagos encomendados con el cuidado de toda la raza —de la humanidad, puesto que era frágil— debían superar esos límites si lo dictaba la necesidad.

Jan comenzó a decir eso, pero la atención de todos los que rodeaban la mesa se distrajo por algún movimiento al fondo del auditorio. Malachi se había acercado a las puertas dobles y estaba preparado para quienquiera que entrase. Jan tenía visiones de Xaviar abriendo las puertas de golpe y atravesando majestuoso el pasillo, pero Malachi no había escuchado aproximarse al justicar Gangrel hasta que las puertas se abrieron de par en par.

Cuando las puertas se abrieron, el chiquillo más joven del príncipe Garlotte, Fin, entró en el auditorio. Por un momento pareció avergonzarle que todo el mundo lo mirara, pero rápidamente se controló y siguió hasta la mesa.

—Hemos acabado —dijo el príncipe Garlotte—. Sr. Pieterzoon, Sr. Bell, procedan con su plan. —Entonces, tras haber descartado la objeción de Victoria, dirigió su atención hacia Fin.

Por su parte, el joven Ventrue, además de una breve ojeada a Victoria, que no pareció advertir que él estaba allí, sostuvo con decisión la mirada de su príncipe.

—Príncipe Garlotte —dijo formalmente—, debo discutir algo con usted, y como es algo que usted tiene que decidir en calidad de príncipe, y no sólo como mi sire, acudo ante usted aquí.

—Ya veo que lo haces —dijo con calma Garlotte.

Fin hizo una pausa y se humedeció los labios. Jan se sintió comprensivo con la situación grave del muchacho al dirigirse a un sire distante y aparentemente omnipotente. Aunque el consejo había concluido, los demás vástagos esperaban en sus asientos por respeto hacia Garlotte y su chiquillo. Fin parecía haber esperado más resistencia por parte de su sire. Al no encontrarla, siguió avanzando.

—Quiero Abrazar a una mortal. Nunca le he pedido esto antes. —Dudo brevemente, y siguió—: Creo que tengo derecho.

—Derecho. —El príncipe Garlotte no se rió ni se enfureció. Se quedó completamente impasible.

—Sí. Katrina ha Abrazado dos veces. Creo que no es pedir demasiado.

Jan no pudo evitar advertir la decisión del muchacho… y su absoluta falta de sentido común. Por lo visto, todos los vástagos de Baltimore estaban al tanto de la chiquilla problemática del príncipe y su cuadrilla no autorizada, pero llamar la atención del príncipe sobre hechos que evidentemente no quería conocer —al menos oficialmente— no era nada inteligente.

—¿Eres consciente de todo lo que sucede? —preguntó el príncipe Garlotte—. ¿De todo lo que consume mi tiempo: las hordas del Sabbat avanzando a las puertas de la ciudad; la locura de un justicar? Sin duda te has enterado.

—Así es. —Fin tragó con dificultad. Hizo una pausa, pero después prosiguió—. Quiero Abrazar a Morena antes de que suceda algo. Con el Sabbat. Antes de que sea demasiado tarde.

Garlotte posó el mentón sobre su puño. La asamblea, que ya se sentía incómoda, no obstante esperaba pacientemente a que resolviera el asunto.

—Ven conmigo, mi chiquillo.

Pasaron varios segundos antes de que Fin diera el primer paso. Cada pisada resonó por el auditorio por lo demás silencioso mientras caminaba alrededor de la mesa. Fin se arrodilló ante su sire, el príncipe, e inclinó la cabeza.

Garlotte alzó la barbilla de su chiquillo.

—Debes aprender a ser paciente. Un año y una noche… antes de que acabe ese plazo, resolveremos esto. No me vuelvas a hablar de ello.

Fin asintió y se levantó. En su rostro era visible una mezcla de alivio y decepción, pero Jan no podía evitar pensar que el joven Ventrue había tenido suerte.