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Miércoles, 25 de agosto de 1999, 00:05 h
U. S. S. Apollo, puerto interior, Baltimore, Maryland
Garlotte estaba sentado y meditaba. Sus tres chiquillos se encontraban delante de él. La lámpara que oscilaba suavemente y normalmente le tranquilizaba era, esta noche, otra fuente de exasperación. Tamborileó sus dedos sobre el brazo de su silla de madera de respaldo alto; la acción era en parte un vicio de la costumbre, y en parte estaba calculada para irritar a su audiencia. Les conocía bien, aunque a menudo les veía más como deseaba que fueran que como eran en realidad. Nunca más.
—¿Quieres algo? —preguntó finalmente Katrina, después de sólo una hora y media de espera.
Garlotte sonrió. Sabía que sería la primera en desafiarlo, pero había confiado en que esperase un poco más.
—Ah, Katrina, ¿por qué tienes prisa cuando tienes ante ti toda la eternidad? —El príncipe hizo un gesto hacia Isaac—. Deberías ser como tu hermano mayor.
Katrina sonrió de modo burlón.
—¿Qué, un maricón?
El sheriff, dicho sea en su honor, no respondió a la provocación. De mala gana. Garlotte se levantó de su asiento y acercó de un tirón su flotante túnica regia. Era el tipo de atuendo que era útil cuando quería enfatizar su autoridad. Avanzó hacia sus chiquillos y se puso directamente frente a Katrina, quien estaba en el centro, pero cuando alzó su mano, acabó posándose en el hombro izquierdo de Isaac.
Mirando atentamente a la chica pero apretando el hombro de Isaac, Garlotte dijo:
—Éste es mi hijo, el que me tiene satisfecho. —Satisfecho era algo exagerado, pero el príncipe ya había dejado la palabra amado, y odiaba llevar demasiado lejos las licencias poéticas. Isaac era de fiar, aunque nada inspirador, y seguiría mejorando en su papel de sheriff con los años.
Garlotte soltó a Isaac.
—Y tú, Fin —dijo, mirando fijamente a Katrina—. La última vez que hablamos solicitaste el derecho de Abrazar a tu novia mortal. Aunque me alegré de verte actuar con firmeza, tu elección del escenario para aquella conversación fue… imprudente. ¿Quién te empujó a tomar esta decisión?
Fin dudó, pero sólo brevemente.
—La Srta. Ash. Sugirió que… —Sus palabras se apagaron rápidamente.
—¿Ves ahora que tenía otros motivos distintos a lo que más te convenía? —preguntó Garlotte—. Aunque no dudo que fuera persuasiva. ¿Lo ves?
Fin asintió mansamente. Su voz apenas era audible.
—Sí.
—Bien.
Con velocidad cegadora, la mano derecha de Garlotte soltó su túnica y clavó una estaca en el pecho de su chiquillo más joven. Antes de que alguno de los otros reaccionara, Fin se tambaleó y se desplomó al suelo.
—Reclamo esta sangre —dijo Garlotte. No había apartado sus ojos ni una vez del rostro de Katrina. Ella estaba esforzándose por no bajar la vista hasta la túnica de Garlotte, para intentar ver si entre los pliegues acechaba otra arma, quizá una estaca para ella.
Pero el príncipe le dio la espalda, finalmente, y dio tres pasos pausados de regreso hacia su trono. Se acomodó de nuevo antes de volver a fijarse en sus otros dos chiquillos. Garlotte hizo un ademán hacia Fin.
—Su mujer mortal está muerta. Ordené a Malachi que se asegurara de que no sintiera dolor. —El príncipe apretó las yemas de sus dedos entre sí, haciendo la figura de un campanario—. No le di las mismas instrucciones para que se encargara de tus… juguetes, Katrina.
Los ojos de ella se abrieron de par en par por la sorpresa y el miedo.
Se odiará por aquel descuido, pensó Garlotte. Y me odiará.
—Ve con ellas —dijo, y como si sus palabras la liberaran de un hechizo, Katrina salió corriendo hacia la puerta en una carrera infructuosa. Unos cuantos segundos, y sus pasos se desvanecieron en la nada.