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D

espués de la cena Nigel se detuvo en el pasillo tubular, jugando distraídamente con una moneda, preguntándose qué haría en sus pocas horas de tiempo libre. Probablemente estudiar, pensó. Volvió a arrojar la moneda al aire, y la miró. Era un penique británico, un amuleto. Un defecto le llamó la atención. Junto a la fecha —1992— había una imperfección, una ampolla de metal de un décimo de milímetro de ancho. Aparecía sobre el reverso, que mostraba la espiral giratoria de la galaxia con el león británico superpuesto: un tributo pasajero a las efímeras iniciativas espaciales conjuntas euro norteamericanas. Nigel hizo un cálculo rápido: el disco de la galaxia tenía un diámetro de aproximadamente 100 000 años-luz, de modo que… el resultado lo sorprendió. A escala de la galaxia, la pequeña imperfección representaba una esfera de cien años-luz de diámetro. Dentro de ese punto florecían un millón de estrellas. Escudriñó el minúsculo defecto. Claro que conocía las cifras de memoria, pero las cosas, vistas desde esa perspectiva, cambiaban. Un volumen de cien años-luz en torno a la Tierra implicaba una dimensión enorme, que el hombre no estaba en condiciones de imaginar en términos concretos. Verlo representado como un punto de la galaxia le ayudó a entender de pronto lo que debía de ver el Snark y lo que ellos estaban abordando allí. Civilizaciones semejantes a granos de arena. Vastos corredores de espacio y tiempo. Lanzó la moneda al aire, con las manos curiosamente heladas.

—Hola.

Nigel giró la cabeza y vio que Sanges estaba junto a él.

—Hola.

—El Coordinador me ha dicho que quiere verlo en su oficina.

—De acuerdo. Iré enseguida. Antes debo darle un apretón de manos al mejor amigo de la esposa.

—Ah… No sabía que estaba casado.

—No lo estoy. Quiero decir que debo ir a mear.

—Oh, qué gracioso.

Cuando Nigel salió nuevamente del lavabo de hombres descubrió que Sanges lo estaba esperando. Se sorprendió. ¿Desde cuándo necesitaba una escolta para encontrar el despacho de Valiera?

—¿Ha visto las nuevas instrucciones sobre personal? —preguntó Sanges con tono amistoso mientras caminaban juntos.

—No perdería el tiempo en sonarme la nariz con ellas.

—Debería hacerlo. Quiero decir que debería leerlas. Parece que no recibiremos refuerzos.

Nigel se detuvo, miró a Sanges, perplejo, y después siguió marchando.

—Qué estupidez.

—Quizá sí, pero tendremos que resignarnos.

—La noticia no parece inquietarle mucho.

Sanges sonrió.

—No, no me inquieta. Deberemos trabajar con mucha parsimonia. La prudencia será recompensada.

Nigel lo miró de soslayo y no hizo ningún comentario. Llegaron al despacho de Valiera y Sanges lo invitó a entrar, mientras él permanecía fuera.

Valiera lo estaba esperando e inició la conversación con una serie de preguntas joviales sobre los aposentos de Nigel, la rutina de trabajo, los horarios y la calidad de la comida. A Nigel le alegró que la Luna, que carecía de atmósfera, no le diera a Valiera la oportunidad de hacer comentarios sobre el estado del tiempo. Entonces, repentinamente, Valiera exhibió una sonrisa afectuosa y murmuró:

—Pero la parte más ardua de mi labor, Nigel, será usted.

Nigel arqueó las cejas.

—¿Yo? —preguntó inocentemente.

—A usted le veneran. Y parece tener un talento especial para sobrevivir, incluso cuando decapitan a sus superiores en la organización. Me resultará difícil dirigir el programa con un hombre famoso a mis órdenes.

—Entonces no lo haga.

—No le entiendo.

—Deje que los acontecimientos sigan su curso. No los dirija.

—Eso es imposible.

—¿Porqué?

—Estoy seguro de que usted lo sabe.

—Me temo que no.

—Me presionan —respondió Valiera cautelosamente—. Hay otros personajes que ambicionan mi puesto. Si no obtengo resultados…

—Sí, sí, todo eso lo entiendo. —Nigel se encorvó hacia delante—. Todos quieren resultados, como si se tratara de salchichas fabricadas en serie. Cuando se enfoca la investigación en esos términos el talón de Aquiles consiste en que no es posible planearla de arriba abajo.

—Hay ciertos parámetros…

—Me cago en los parámetros. Todavía no tenemos ningún indicio acerca de lo que es esta chatarra.

—Tiene razón. Estoy aquí para garantizar que lo descubriremos.

—Pero esa no es la forma de hacerlo. Escuche, yo sé cómo funcionan los gobiernos. Prométales una agenda de trabajo y los tendrá a sus pies. No quieren que uno lo haga bien sino que lo termine mañana.

Valiera entrelazó las manos y asintió sagazmente.

—Pero las agendas de trabajo no son perjudiciales.

—No estoy muy seguro de ello.

—¿Por qué no?

—Porque… —alzó las manos, exasperado—, si quiere completar el trabajo mañana, ya da por supuesto que habrá un mañana, en esos términos… o sea, que todo seguirá como de costumbre. Pero si anda en pos de algo que realmente alterará las cosas, entonces ese algo no se limitará a explicar y aclarar, sino que cambiará el mundo.

—Entiendo.

—Y eso es lo que no puede programar, ¿sabe?

Nigel se dio cuenta de que su respiración se había agitado un poco y vio que Valiera lo miraba con curiosidad, inclinando la cabeza.

—Habla como un visionario, Nigel. No como un científico.

—Bueno, supongo… —Nigel buscó las palabras, embarazado—. Personalmente nunca he sido un especialista en definiciones —murmuró en voz baja, mientras se levantaba.