Capítulo 13 - GRANDE
San Lorenzo de El Escorial, 26 de julio de 2012.
La partida comienza ese día con ese buen humor y ese optimismo que acompaña al que tiene un proyecto por delante. Una idea que llevar a cabo. Ninguno de los tres amigos de Miguel necesita un giro en su vida ni siente que tiene que hacer algo para dar sentido a su existencia. Es simplemente que la situación ha llegado a un límite que no pueden dejar que se traspase. Llega desde la sierra un viento fresco que anuncia el final del día, pero de forma muy suave, con esa ligereza que le hace a uno apetecer un poco más de abrigo, como una forma de renovación después de toda una jornada en mangas de camisa. En la sierra madrileña están acostumbrados a echarse algo encima por las noches, y esa misma costumbre hace a los serranos disfrutar de las noches de montaña. El clima tan agradable, la espaciosa terraza de la casa de Paco desde la que se disfruta de una paz absoluta y la inmejorable compañía que dan los buenos amigos, animados por una cena fría especial preparada para celebrar la ocasión, hacen que el espíritu de los cuatro esté en la mejor disposición cuando terminan la partida y han de empezar a centrarse en los detalles. Juan ha aceptado sin dudar, una vez conocida la idea. Su resolución es la del converso, después de días de negar lo que las entrañas le decían. Miguel, por su parte, tiene muy pensado lo que hay que hacer, pero ahora son cuatro en el equipo y tienen que ponerse de acuerdo.
—Hay varias cosas en las que he estado pensando y que no podemos pasar por alto. No debemos olvidar que lo que nos ha llevado a hacer esto no es ganar dinero, y eso es lo que nos va a mantener a salvo. Los delitos siempre se resuelven, cuando se resuelven, con la famosa máxima de buscar a quién beneficia. Como nuestra intención es que se beneficie toda la sociedad, por ese lado la policía no va a tener por dónde rascar. En segundo lugar, debemos escoger muy bien a nuestros objetivos, que no tengan ninguna relación entre ellos y por supuesto con nosotros. Es decir, tenemos que ir a buscarlos lo más lejos posible de aquí y que no se conozcan entre ellos.
—¿Pero vamos a secuestrar a varios? —pregunta Andrés, ahora, con la incorporación de Juan, quizá el menos convencido de todos.
—Si sale bien, sí, pero no a la vez. Vamos a ir a por uno, que pagará, y entonces no tenemos más remedio que ir a por otro porque si no el efecto disuasorio no se produciría. Si yo soy un chorizo y secuestran a otro como yo, probablemente me asustaría, pero en cuanto le soltaran se me pasaría el miedo pensando que ha sido un zumbado y que seguro que se ha llevado algo de pasta. Pero si nos convertimos en una especie de policía en la sombra, que no se va a andar con estupideces legales para hacer lo que cualquier persona con un poco de sentido común y ético haría…
—Hombre, vamos a dejar la ética aparte, que yo prefiero no pensar en ello – interrumpe Paco.
—Pues no deberíamos. Vamos a hacer lo que vamos a hacer porque no nos dejan otro remedio. No va a ser fácil, y seguro que tenemos momentos de duda e incluso de remordimiento, pero tenemos que tener claro esto. Nuestra labor es la misma que la de unos padres que tienen que castigar a sus hijos. No es agradable, pero es necesario que de vez en cuando alguno se lleve un azote. Y no me jodáis ahora con lo políticamente correcto. Si alguien tiene dudas, por favor, que lo diga ahora.
—Hombre, Miguel, dudas tenemos todos. Seguro que tú también —alega Paco—. Pero por mi parte no son lo suficientemente relevantes como para echarme para atrás. Creo que estoy de acuerdo contigo en que vamos a hacer lo que tenemos que hacer. Aunque parezca una locura.
—Pues no discutamos más. Insisto en que el plan funcionará si cogemos a más de uno, para que los chorizos lo vean como una amenaza real. Le puede tocar a cualquiera. Así que vamos a seguir con los detalles. La idea es bastante sencilla. Nos desplazamos al lugar elegido, por ejemplo, al pueblo ese de Cáceres que salió la semana pasada. Cogemos al pájaro en cuestión, lo metemos en el coche bien puesto de cloroformo, que para eso está Paco con nosotros, que tiene de todo en la farmacia. Lo traemos a la casita del guardés que veis ahí enfrente y que como sabéis está insonorizada porque el hijo del anterior dueño tenía un grupo de música.
—No sabía nada —empezó a interrumpir Andrés.
—Pues ya lo sabes. Sigo, que si no, no acabamos nunca. Durante los días que esté secuestrado sólo hablará con uno de nosotros. En realidad, he pensado que no importa que le vea la cara. Supongo que cuando lo liberemos la policía le pasará unas fichas con un cerro de fotos, pero de gente que esté fichada por la policía, y como ninguno de nosotros lo está, no hay problema por esa parte. No creo que le pasen un fichero con todos los carnets de identidad de España, pero incluso aunque se le ocurriera, tenemos la suerte de tener las caras más vulgares del país, hay miles de españoles de nuestra quinta con nuestro aspecto. Quizá Juan, por tener barba, sea el más característico, así que creo que es el menos indicado.
—Pues yo creo que soy el mejor candidato —comenta el aludido. Sabéis que a mí la barba me crece muy rápido. Se me ocurre que mientras esté aquí el chorizo, me la afeito, y él me ve sin barba. Cuando lo soltemos, me la vuelvo a dejar, y como casi nadie me ha visto sin barba desde hace treinta años…
—Y mientras esté aquí el tío ese, ¿no sales a la calle? —pregunta Paco.
—Pues no. No creo que sea mucho tiempo —contesta Juan.
—Ese es otro punto importante. Creo que no podemos tenerlos mucho tiempo, o corremos el riesgo de tener el síndrome de Estocolmo, pero al revés. No olvidéis que aquí las personas honradas, a pesar del secuestro, somos nosotros.
—Pero, ¿y si no paga?
—Pagará. Estos pijos de nuevo cuño no aguantan una semana sin su BMW nuevo o sin trincarse a la querida que se acaben de echar…
—¡La querida!, qué antiguo ha sonado —se burla Andrés.
—Ríete, y llámala como quieras, pero es importante que tengan una, aunque no imprescindible. Seguro que si la tienen están más sensibles y además es otra vía para chantajearle.
—¿Y cómo lo vamos a saber? —pregunta Paco.
—Antes de cogerle, imposible. No podemos ir haciendo indagaciones de ningún tipo, ni siquiera búsquedas en internet porque la policía se las sabe todas. Toda nuestra información vendrá de periódicos. Tenemos la suerte de que los cuatro lo compramos a diario, y además cada uno compramos uno diferente, así que tenemos de dónde sacar información, y de cualquier partido. Así que cuando le cojamos apenas sabremos nada de su vida, pero en dos días lo sabremos todo. Tendremos su móvil, quizá su ordenador o su ipad.
—¿Y si tiene conectado el GPS? —pregunta asustado una vez más Andrés.
—No se me había ocurrido —contesta Miguel cogido por sorpresa. Pero rápidamente encuentra una solución -. Pues a la mierda el móvil y todo lo que tenga electrónico. Nada más cogerlo lo tiramos por la ventana. Y si puede ser en una carretera diferente a la que necesitemos para volver, mejor. Así despistamos a la poli.
—Me parece bien, cuantos menos artilugios modernos, mejor, que por ahí siempre vienen los problemas —añade Juan, analógico a pesar de ser el más joven.
—Bueno, sigo. Al secuestrarlo dejamos una nota a la familia, para que no haya que enviársela por ningún medio. Más que una nota será una carta, para que no haya que volver a ponerse en contacto con ellos, porque en ella estará todo bien explicadito. Como no necesitamos que nos envíen nada a nosotros…
—Y entonces, ¿el dinero? —pregunta Paco, siempre el más práctico.
—El dinero tendrán que reintegrarlo a donde lo hayan robado. Al ayuntamiento, a la consejería o al ministerio de turno. Pero tiene que ser la misma cantidad y al mismo sitio. Recordad que nosotros sólo seremos ejecutores, nunca jueces. Simplemente queremos que se cumplan las sentencias que ahora mismo se están saltando a la torera con artimañas legales, o más bien políticas. Nos limitaremos a pedir la restitución de la cantidad que la sentencia haya decidido.
—Vale —insiste Andrés— entonces, ¿cuánto tiempo calculas tú que tenemos que retenerlo?
—Yo espero que no más de quince días. Sé que suena muy poco, pero tened en cuenta varias cosas. Que es gente que sabe que ha robado el dinero, que no es suyo, que probablemente tenga algo de remordimiento…
—Ja, ni de coña —se burla Juan.
—Ahora mismo no. Pero tres días encerrado dan para mucho. El cerebro no para de pensar, y como es una actividad que tenemos cada vez más abandonada, produce efectos sorprendentes. Y más a este tipo de gente, que llevan sin pensar más que en el dinero desde que eran pequeños. Y otra cosa a tener en cuenta. Serán conscientes de que la opinión pública no los apoya. Ya nos encargaremos nosotros de enseñarles la información que vaya saliendo en los periódicos…
—Cada vez me gusta más esto —interviene Paco levantándose a servirse una copa. Ofrece hacer lo mismo a sus cómplices invitados y continúan hasta bien entrada la noche tejiendo el plan, detectando fallos y aportando ideas para que nada salga mal en las próximas semanas. Cuando ya no hay más dudas, Miguel propone:
—Tenemos que actuar pronto, para que no se pasen las ganas. Durante esta semana lo pensáis bien en casa, os imagináis la situación y apuntáis, en la memoria, nada en papel o en el teléfono u ordenador, las nuevas ideas.
Y mientras dice esto, coge la baraja, reparte cuatro cartas a cada uno y añade:
—Unas manitas antes de ir a dormir.