Capítulo 8 - JUEGO

San Lorenzo de El Escorial, 20 de julio de 2012.

 

 

—¿Juan?

—¿Sí?

—Soy Andrés.

—Ya lo sé. Te tengo grabado.

—Quería hablar contigo.

—Ya me imagino. Para eso se llama a la gente.

—No seas borde. Ya sabes lo que quiero decir.

—Sí. Perfectamente. Y tú también deberías saber lo que te voy a decir, así que te lo puedes ahorrar.

—¿El qué?

—Lo que me vayas a decir. No me vas a hacer cambiar de opinión. Y ni siquiera quiero saber de qué se trata. No me lo digas.

—Pero si yo no lo sé.

—¿No os lo ha dicho todavía?

—No. Hemos quedado mañana.

—Y entonces ¿para qué llamas?

—Pues para eso. Para que te vengas y nos enteremos todos a la vez.

—Que no, hombre, que no. Que seguro que os vais a meter en un lío. Y yo estoy muy tranquilito ahora en mi vida.

—¿Y desde cuándo te gusta eso?

—Desde que voy teniendo una edad, Andrés. Que ya no soy un chiquillo.

—Pero si eres el más joven de los cuatro.

—Mal de muchos…

—Vamos, Juan, no me jorobes. Siempre has sido tú el que me has metido en líos.

—Pero cuando yo te metía en líos sabía salir de ellos. No te irás a quejar ahora, que siempre nos ha ido bien.

—Pues por eso mismo. Siempre nos ha ido bien. ¿Por qué iba a ser ahora diferente?

—Porque me parece a mí que esto va a ser un lío muy gordo.

—¿Por qué lo dices?

—Porque conozco a Miguel desde hace mucho y nunca lo había visto así. Te digo que algo le ronda la cabeza y no me huele nada bien.

—¿Y qué pierdes por escuchar su idea? A lo mejor te gusta.

—Precisamente.

—¿Perdona?

—Pues eso. Que precisamente el hecho de que me pueda gustar la idea es lo que me echa más para atrás.

—Ahora sí que me he perdido.

—Bien sencillo. Si fuera una paranoia tuya o de Paco, me picaría la curiosidad, pero estoy seguro de que no os seguiría en una locura de las vuestras.

—Gracias, hombre.

—Escúchame, que sabes a lo que me refiero. Miguel es un tío muy serio que nunca se ha metido en problemas. Y cuando una persona así decide liarse la manta a la cabeza, échate a temblar si te pilla cerca.

—A ver si lo he entendido bien. Lo que te asusta es que te líe.

—Tú lo has dicho.

—Pero entonces es porque sabes que tiene razón.

—Claro que tiene razón, si eso no lo discute nadie. Pero no por eso me voy a perder mis años de jubilado, que son los mejores. Quizá más tarde, cuando esté más cascado…

—Más tarde encontrarías otra excusa.

—Probablemente. Depende de lo bien que esté viviendo.

—¡Qué bonito!

—Pero si es lo que estoy intentando explicarte. Miguel está desesperado porque algo va mal, y por eso se cabrea tanto con cosas que antes le daban igual.

—No estoy de acuerdo. Yo me estoy cabreando igual que él y me va bastante bien.

—Pero tú siempre has tenido un espíritu aventurero, y por eso era fácil convencerte para meternos en follones. Y por lo visto, lo sigue siendo.

—A ti antes también era fácil convencerte.

—Ya ves, será que estoy madurando. Nunca es tarde.

—Qué morro tienes. Bueno, no insisto más. Te llamaré cuando sepa algo nuevo.

—No, no me llames para eso. No quiero saberlo, de verdad.

—Cobarde.

—Pasadlo bien. Hasta luego.

—Hasta luego.