70
Alban Couture fue a abrir a Lucie y a Nicolas enfundado en una bata blanca empapada de líquido traslúcido, probablemente formol. Tenía los ojos inyectados en sangre y aprovechó para dar una gran bocanada de aire.
—¿Han podido echarle el guante a Camille Pradier? —preguntó de entrada.
—Ha muerto en un accidente de coche —contestó Bellanger.
Couture se quedó pasmado por la noticia. Necesitó unos cuantos segundos para recuperar el ánimo y la profesionalidad.
—He… He descubierto otra más, aparte de la de ayer —dijo con voz grave—. De nuevo una mujer, estaba en el fondo del tanque número 2. Tatuada también en la parte posterior del cráneo. Y bastante joven. De unos veinte años, diría yo.
Lucie y Bellanger intercambiaron una mirada y lo siguieron en silencio. Couture caminaba con una mano en la frente, todavía impactado por el repentino fallecimiento de su colaborador.
—He consultado el archivo Excel que tenemos en el sistema informático del laboratorio —continuó—. En la actualidad hay sesenta y siete cuerpos enteros en los tanques, y sólo sesenta y cinco registrados. De modo que dos cuerpos han entrado ilegalmente en el laboratorio.
Se detuvo en mitad de la sala de disección, entre las mesas alineadas, y miró con aire circunspecto a sus dos acompañantes.
—Tenían ustedes razón. Camille se dedicaba a un tráfico siniestro, y sólo podía hacerlo de noche. Los dos cuerpos femeninos han sido… despellejados con un dermátomo por la parte posterior de las piernas, la espalda y los brazos. Pradier les quitaba la piel. Las chicas fueron también violadas. Post mórtem, sin duda alguna.
Lucie apretó los puños.
—Guarrerías de necrófilo —musitó.
—Peor que eso —declaró Bellanger—. Es mucho peor que eso.
—Ése es el motivo por el que se quedó con algunas de las chicas, en lugar de deshacerse de ellas —añadió Lucie—. Objetos fetiche. Trofeos. No podía resistirse a poseerlas.
—No me han dicho si han conseguido interpretar el significado exacto de los tatuajes —dijo el doctor.
—Creemos que las letras, B o AB, corresponden a grupos sanguíneos. El resto lo ignoramos.
—Estoy casi seguro de que se trata de una tipificación HLA serológica.
Nicolas Bellanger arqueó las cejas.
—¿Podría ser un poco más claro?
—Vengan. Enseguida lo entenderán.
Couture los llevó a la sala que había justo debajo, donde Pradier troceaba habitualmente los cadáveres. Una masa blancuzca reposaba sobre la mesa de acero: una mujer joven, con el cráneo rasurado, puesta de espaldas, que había sacado del tanque y subido en el ascensor. Prácticamente pelada de arriba abajo.
Lucie y Bellanger se miraron. El inspector jefe abrió su libreta y buscó la lista de los tatuajes. Frunció el ceño.
—No está.
Lucie no podía creerlo. Le arrancó la libreta de las manos y buscó en balde. Couture le dio un trozo de papel a Bellanger.
—Éste es el tatuaje del otro cadáver, me he tomado la molestia de anotarlo.
Nuevo vistazo a la libreta.
—Éste tampoco… ¿Y no hay más cuerpos? ¿Está seguro?
Alban Couture asintió.
—Los he comprobado todos, cadáver por cadáver.
Se enfundó un nuevo par de guantes de látex y le dio la vuelta al cuerpo. A la altura de la pelvis había una gruesa cicatriz vertical, cosida con hilo quirúrgico de color negro. El rostro estaba casi amarillo. Los párpados hinchados parecían hundidos.
—La he sacado del tanque número 2 —indicó el doctor—. Ambos cuerpos presentaban las mismas características: un gran corte en el abdomen, cosido de forma burda. Enucleados los dos. Ya he abierto el otro cadáver. Pero quería que pudieran constatarlo ustedes mismos en este cuerpo. Estoy convencido de que presentará las mismas características. —El doctor cogió un escalpelo—. Si me permiten…
Los policías dieron un paso atrás.
Alban Couture hizo saltar el hilo con un corte preciso.
—Supongo que habrán asistido a más de una autopsia… —Los agentes asintieron—. Entonces entenderán enseguida qué es lo que no encaja.
Alban Couture separó la masa de carne amarillenta y flácida.
Lucie puso los ojos como platos.
—Les han sacado los riñones, el corazón, el hígado, los pulmones —señaló Couture—. A las dos. —Levantó los párpados con el mango del escalpelo—. Y también los ojos, como les decía.
Los dos policías se quedaron boquiabiertos. Las gruesas arterias y las principales venas estaban obstruidas con pinzas umbilicales que pendían en el vacío. El cuerpo había sido desvalijado. Pura materia prima, una fábrica orgánica asaltada por unos monstruos.
Aquellas pobres chicas habían sido secuestradas, violadas, saqueadas y ultrajadas, incluso después de morir.
A pesar del horror, Lucie intentó mantener la calma. No había alternativa. La rabia y el pánico eran los peores enemigos de un policía e impedían reflexionar correctamente.
Nicolas Bellanger, sin embargo, explotó, se dio la vuelta y soltó un puñetazo contra la pared.
—¿Usted cree que Camille Pradier ha podido hacer algo así? —preguntó Lucie.
Couture se encogió de hombros, sin apartar la vista de Bellanger, que iba y venía como un león enjaulado.
—Él solo, lo dudo, no tiene competencias para hacerlo. Aunque extraer un riñón no sea complicado, hay que poseer verdaderas aptitudes quirúrgicas, los instrumentos apropiados, los recipientes para el transporte de órganos… —El doctor sacó un pequeño tubo del interior del pecho—. Sin embargo, yo diría que sí ha participado. Lo he visto hacer suturas, Camille es zurdo, trabaja al revés. Esta sutura es anómala, la hicieron tan sólo para que la sangre no se derramase, y la hizo un zurdo, sin duda alguna.
Couture dio la vuelta a la mesa y se situó frente a los policías.
—Cánulas abandonadas en el pecho, un corte burdo y violento en el abdomen, cuando basta con una pequeña incisión… Se trata de un trabajo rápido, brutal, diría yo. Pero eficaz.
Lucie se imaginaba cada vez con mayor precisión el morboso itinerario que seguía cada víctima, desde su secuestro hasta la inmersión en los tanques, antes de ser, con toda probabilidad, incinerados.
Suspiró profundamente y formuló la pregunta que la atormentaba.
—¿Estamos hablando de tráfico de órganos?
Couture volvió a poner el cadáver boca abajo mientras asentía.
—La presencia de tatuajes en los cráneos parece confirmar esa hipótesis, sí.
Tráfico de órganos… Un sintagma que dejó mudos a los dos policías. Una banda organizada secuestraba a personas jóvenes, con buena salud, no controladas por la administración, y las despojaba de sus órganos.
Luego las hacía desaparecer de la faz de la Tierra.
Visto y no visto.
—Explíquenos qué significan los tatuajes —pidió Bellanger.
—Son las claves que ofrecen las mayores probabilidades de éxito en un trasplante. Primera clave: el donante y el receptor tienen que ser del mismo grupo sanguíneo para evitar un rechazo sistemático. Ésa es la primera etapa de la selección; nunca se hará un trasplante de órganos a un receptor de un grupo sanguíneo distinto al del donante. Los grupos sanguíneos B y AB son los más raros. Incluso en Rh positivo, menos del diez por ciento de la población tiene AB+ o B+.
—No obstante, en la lista sólo aparecen esos grupos —recordó Lucie a Bellanger—. Camille explicó que era lo que Faisan buscaba. Grupos raros…
Bellanger volvió a dirigirse a Couture.
—¿Y las cifras?
—Son la segunda clave. Podrían haberse pasado años buscando una explicación, pues resultan incomprensibles fuera del contexto de un trasplante de órganos. La forma de anotarlo es muy astuta, hay que reconocerlo. Para simplificar, cada individuo posee su propio documento de identidad biológica, lo que se conoce como sistema HLA. Para que se pueda realizar un trasplante, la tipificación HLA del donante y del receptor tiene que ser lo más parecida posible. Primero se prueban los antígenos A, B, DR y DQ, y cada prueba proporciona un par de números. Los números del tatuaje son como una síntesis del documento de identidad del donante.
—Así que con un simple vistazo, gracias a los tatuajes, se puede saber exactamente si el candidato a un trasplante es un receptor potencial de los órganos del «portador». ¿Es así?
—En efecto.
—Como si fuese un catálogo —añadió Lucie en voz baja, dirigiéndose a Bellanger—. Se exponen las chicas limpitas, bañadas, cuidadas, rasuradas por completo, para mostrar su pureza y demostrar que la mercancía es buena y bonita. A continuación el cliente elige un «objeto» compatible, paga y consume.
Alban Couture cubrió el cuerpo con una sábana.
—Sin embargo, existe un obstáculo importante para el tráfico de órganos: el carácter en extremo riguroso de la ley francesa y el triple cerrojo; a saber: la gratuidad del órgano, la imposibilidad de realizar trasplantes fuera de los centros hospitalarios autorizados y la prohibición de usar órganos que no estén controlados por la Agencia Nacional de Biomedicina. Un médico jamás correrá el riesgo de operar sin unas condiciones estrictas de legalidad y trazabilidad del órgano.
—Un médico honrado, querrá usted decir —replicó Bellanger con amargura—. Puedo mostrarle una lista más larga que un día sin pan de casos criminales investigados por nosotros mismos en los que se han visto envueltos científicos que se habían pasado al otro lado de la frontera. Todo el mundo es corruptible cuando hay dinero o prestigio en juego. Y voluntad de hacer daño.
—No lo pongo en duda. Pero sepan que los trasplantes necesitan infraestructuras importantes y adecuadas. Por mucho que las extracciones se puedan realizar en condiciones más bien precarias y no necesariamente higiénicas al ciento por ciento, los trasplantes necesitan un quirófano, una hospitalización, varios médicos… Sobre todo en el caso del corazón y de los pulmones. En nuestros hospitales, insisto, es…
—Y el caso de la sangre contaminada, por poner un ejemplo, ¿también es imposible que ocurra aquí? ¿Es eso lo que me quiere decir? ¿Y las prótesis PIP? No estamos hablando de gente normal ni de hospitales corrientes. Estamos hablando de chiflados de la peor especie capaces de todo. No hay límites para la perversión, señor Couture, y la realidad es diez veces peor que la peor de las cosas que pueda usted imaginar. No hace falta más que ver a Camille Pradier. El empleadito modélico que no da nunca la lata, ¿no es cierto?
Bellanger y Lucie regresaron a la superficie, tras pedirle a Couture que fuera al 36 a prestar declaración y tras asegurarse también de que los chicos de la morgue irían a buscar los dos cuerpos, para luego intentar identificarlos tomándoles las huellas dactilares, el ADN… Y devolver así a aquellas pobres chicas una apariencia de identidad.
Cinco minutos después, el inspector jefe se fumaba un cigarrillo, sentado en la escalera del laboratorio. Levantó los ojos, con aire abatido.
—Qué terrible ironía —soltó con tristeza—. Camille, trasplantada con el corazón de un tipo implicado en un caso de tráfico de órganos. —Tiró el cigarrillo apenas empezado—. Tal vez la tatúen, como a las demás. Y la rasuren y la encierren en un sitio frío y sórdido. Tal vez la incluyan en su puto catálogo. Si no está muerta ya, claro… —Sacudió la cabeza con resignación—. El destino —suspiró—. Hace dos días hablaba con Camille de listas de espera, de trasplantes de órganos… De los ínfimos porcentajes, como ella decía.
Lucie reflexionó y señaló el laboratorio.
—Lo has visto igual que yo, Nicolas, esas chicas no aparecen en la libreta. Eso significa que continuaron tras la muerte de Faisan. Que seguían raptando a gente. O bien fichaban a un nuevo Faisan, o bien ahora trabajan sólo los tres: Caronte, Pradier y el desconocido.
Bellanger ya no reaccionaba. Lucie se acuclilló a su lado e intentó tranquilizarlo como pudo.
—En cualquier caso, ahora conocemos su modus operandi, hemos conseguido penetrar su sistema. Faisan entregaba las chicas a Caronte en sitios casi siempre distintos, por prudencia. Caronte se las llevaba aún con vida, algo necesario para la extracción, y robaba los órganos, asistido por Camille Pradier, que luego recogía los despojos y los destruía. Vamos, se supone que los destruía… Todos cometen errores, todos tienen debilidades. La de Pradier era la fuerza irresistible de sus fantasías. Si no hubiese conservado algunos cuerpos en vez de deshacerse de ellos, si no hubiese fotografiado sus hazañas para fardar ante Faisan, nunca lo habríamos encontrado.
—Sin olvidar su afición a despedazar los cuerpos para fabricar los putos objetos que guardaba en la bodega —añadió Bellanger—. Un auténtico enfermo…
—Su sistema es casi perfecto, resulta muy difícil seguirles la pista, pero estamos pisándoles los talones, Nicolas. El perfil de Caronte se va concretando, conocemos ya muchas cosas de él. Falta por saber dónde se esconde, pero Franck le está siguiendo el rastro, investigando su pasado. Caronte ya no es un fantasma para nosotros, ni una silueta de sangre en la pared de un matadero. Tiene un rostro, y también debilidades. Estamos progresando, acabaremos por cogerlo. No hay que perder la esperanza.
Bellanger levantó la mirada, furioso.
—¡Está muerta, Lucie!
—No. Tenemos que…
—Pero ¿no has visto lo que hace esa bestia inmunda? ¡Viola a los muertos! ¡Los trocea, los conserva, los recicla! ¿Cómo puedes pensar ni un solo instante que pueda estar viva? La ha violado y la ha enterrado en un bosque, eso es lo que ha hecho. Dejemos de mentirnos a nosotros mismos.