39
Aquel viernes por la noche alguien llamó a la puerta del apartamento de L’Haÿ-les-Roses.
Eran las nueve pasadas.
Lucie terminaba con los preparativos en la cocina. Iban a ser cuatro adultos a cenar, con un menú de cadáveres y tinieblas.
Su madre llegaría a la mañana siguiente, con el TGV de las 8.13 horas. Marie Henebelle había dicho enseguida que sí a la petición de su hija, aunque no le hiciera ninguna gracia que retomara el trabajo de poli con diez días de adelanto.
Lucie fue a abrir. Era Nicolas Bellanger, su jefe, acompañado de una mujer con un físico impresionante. El inspector jefe le dio dos besos y unas palmaditas en la espalda, abrazándola afectuosamente.
—Tienes buen aspecto.
Lucie se apartó un poco.
—Será por contraste con el vuestro.
—¿Tanto se nota?
—Tengo lo mismo en casa.
Bellanger hizo las presentaciones. Lucie recibió a Camille con una sonrisa.
—¿No te molesta que os invadamos la casa de esta manera? —preguntó el inspector jefe—. Franck cree que es el mejor sitio para poner a todo el mundo al día. Tú incluida.
—Para nada, al contrario.
Su «invitada» llevaba unos vaqueros bastante apretados y una túnica ancha, que le cubría las caderas. Apenas maquillada y con pinta de estar exhausta, parecía formar parte del equipo de Bellanger.
—Nicolas me ha hecho un buen resumen por teléfono mientras venía en coche —dijo Lucie—. Fuimos vecinas, yo también viví en Lille, en el barrio de Vauban, cuando trabajaba en la Policía Judicial, en el bulevar de la Liberté. Pero ¡el poli que me he agenciado como marido me secuestró y me trajo aquí!
—Mi barrio no tiene tanto glamour como Vauban o el centro de Lille. Hormigón y uniformes azules en Villeneuve-d’Ascq. Pero, bueno, a todo se acostumbra una.
—¿Y eres del norte de verdad?
—De verdad de la buena. Me crie en Roubaix.
—Yo en Dunkerque. Bienvenida, pues.
Nicolas dejó en la mesa una botella de burdeos y una carpeta bastante abultada.
—Franck llegará enseguida —dijo Lucie—. Ha bajado a comprar el pan, a mí siempre se me olvida…
Bellanger suspiró profundamente.
—Mañana te esperamos en la oficina, Lucie. Resulta difícil mantenerse al margen cuando tu media naranja da el callo cada día, ¿verdad?
—Sí, en vez de marcar distancias, te sientes irremediablemente atraída. Aunque te haga daño y, una vez dentro, sólo quieras volver a salir. Siempre es lo mismo. Caso tras caso, año tras año. A menudo siento que odio este oficio y acto seguido me digo que es lo mejor que hay.
—A mí me pasa exactamente igual —dijo Camille—. Seguro que hay cosas mejores que pasarse el día rodeado de cadáveres, y sin embargo…
La joven gendarme preguntó por el lavabo. Mientras la veía alejarse, Lucie pensó que habían conectado enseguida. Sin duda porque tenían los mismos orígenes y porque hasta hacía poco ella también trabajaba en el norte. Cogió la chaqueta de Bellanger y la colgó en el perchero. El inspector jefe permaneció en pie, con las manos en los bolsillos de los vaqueros.
—En fin, debo confesarte que no les hago ascos a unas cuantas células grises de refuerzo —le dijo a Lucie—. Pascal y Jacques están hasta las cejas. Y yo hasta la coronilla. He preguntado a los otros equipos para ver si nos podían echar un cable, pero el problema es que muchos chicos han hecho fiesta. Este maldito puente del 15 de agosto está siendo una auténtica plaga.
—No se les puede reprochar que se vayan de vacaciones. En todo caso, yo me alegro de volver. Echaba de menos la oficina.
—Tus ansias pronto se verán calmadas, en cuanto te ponga al día. ¿No habrás preparado nada crudo para cenar?
—He tenido que improvisar, deprisa y corriendo, pero con eficacia. Espaguetis a la boloñesa.
—Con el vino irá perfecto.
—Es increíble toda esa historia de trasplantes y de sueños que me has contado por teléfono —murmuró Lucie—. Todavía hay cosas en este mundo que no tienen explicación. Aunque de algún modo es tranquilizador. Yo creo en todo eso. Las visiones, los espíritus, las coincidencias curiosas que no son simples coincidencias. Todo lo que se sale de la lógica.
—Lo más horrible es el origen de su corazón. Tener dentro un trozo de un asesino, ¿te imaginas? Es peor que… que llevar en el pecho una granada con el seguro quitado.
Guardaron silencio cuando volvió Camille, y Sharko apareció justo después con una barra de pan.
Bellanger hizo otra vez las presentaciones del insólito grupo: el teniente, el jefe, la madre y la gendarme, unidos alrededor de las mismas obsesiones, con una voluntad común de llegar al fondo de las cosas, de entender y de resolver.
Franck fue a ver a los gemelos, a los dos angelitos que dormían con placidez y que tanto había echado de menos. Acarició la frente de Jules y la arruguita de Adrien, y regresó con los demás.
Se sentaron a la mesa y convirtieron el salón en una especie de cuartel general, asegurándose de que todos tuvieran algo para escribir. Lucie había servido el aperitivo: Martini rosso para Camille y para ella, whisky para los hombres.
La gendarme del norte no rechazó el alcohol, tampoco se iba a morir por una copa. Se rio para sus adentros de la ocurrencia y observó con disimulo los portabebés, los baberos y los biberones diseminados por todas partes. Luego miró a los dos policías que tenía enfrente. Franck y Lucie… ¿Cómo se habrían conocido? Parecían felices, en cualquier caso, y se querían. Se veía en sus miradas, en su complicidad.
Nicolas Bellanger se quedó de pie, con las manos apoyadas en la mesa, frente a la carpeta y un paquete de cigarrillos. Le dolían las articulaciones, y también un poco la cabeza por culpa de los estimulantes, pero intentó que no se notara.
Miró a Camille fijamente a los ojos.
—Voy a tener que informar al superintendente de que te pongo al corriente de todo. Tampoco quiero ocultarte que he consultado tu hoja de servicios. Discretamente, por supuesto. Es impecable.
—Gracias.
—Lo haremos como hacemos con los soplones. Existen sin existir, sus nombres no aparecen por ningún lado, pero nos ayudan. ¿Te parece bien?
—Me parece perfecto.
—Nada de lo que digamos debe salir de aquí, y yo seré el único árbitro, el juez único que determine lo que hay que hacer y lo que no. Tenemos que ser muy estrictos, no se puede filtrar nada.
—Compartimos los mismos intereses —replicó Camille.
Bellanger asintió. Que no se hubiese opuesto era una buena señal. Se dirigió a Lucie.
—Por lo que a ti respecta, ya he hecho todo lo necesario a nivel administrativo. Sólo tendrás que firmar unos papeles cuando llegues mañana por la mañana al 36. Tu vuelta al curro ya es oficial. ¿Todo el mundo está de acuerdo?
Recibió la aquiescencia de todos y volvió a dirigirse al nuevo fichaje. Por un instante, pareció turbado. Se había pasado el viaje recordando la imagen de la enorme silueta que le había dado la espalda, en Étretat. En aquel momento, había sentido algo que no podía definir.
—Eh… Propongo que empieces contándonos con todo detalle lo que has descubierto. Luego lo haremos nosotros, desde el principio, para ti y para Lucie. Porque, como seguramente habrás comprendido, Lucie ha decidido acortar su permiso de maternidad. Acaba de ser madre…
—De gemelos, según parece —concluyó Camille—. Felicidades.
—Gracias.
Camille sonrió amistosamente a Sharko, se llevó la copa a los labios y dio un sorbo. No había probado una gota de alcohol en su vida, pero aquel sabor dulce no le pareció tan desconocido. Era más bien agradable, como la piel de un melocotón en la lengua.
—Muy bien —dijo—. Sin mentiras ni tabús.
Empezó a explicarlo todo desde el principio. El trasplante que había recibido un año atrás, los sueños recurrentes, la obsesión por encontrar al propietario del corazón, hasta llegar a Daniel Faisan.
También explicó qué era la memoria celular, un concepto que despertó numerosos interrogantes. Luego habló de su visita a casa de Mickaël Florès. En efecto, había entrado por detrás, por la parte hundida de la vivienda, ya que alguna cosa en su interior la había empujado a hacerlo.
—Quiero enseñaros algo —dijo—. Lo tengo en el maletero del coche, pero creo que sería… inapropiado traerlo aquí.
—Y eso ¿por qué? —preguntó Lucie.
—Encontré un pequeño ataúd en el desván de Florès.
Miró a Nicolas, que la observaba con el semblante serio.
—Le eché un vistazo —confesó—. El hundimiento del techo lo había puesto al descubierto. Debía de estar escondido detrás de un montón de rollos de lana de vidrio. Así que… me lo llevé.
—Vamos a verlo —dijo Bellanger.
Camille había aparcado junto al portal y todos bajaron a ver el pequeño esqueleto. Lucie se obligó a mirar, pero sintió una profunda repugnancia. El cráneo no era más grande que el de sus gemelos. Sharko la cogió de la mano.
Cinco minutos después volvían a estar todos juntos alrededor de la mesa, contemplando el álbum de fotos de Florès, la foto de Marina con las dos monjas y el sobre. Habían trasladado los huesos del maletero del coche de Camille al de Nicolas Bellanger.
—Un colega que no sabe nada del asunto me ha ayudado a localizar a la tal Marina —dijo Camille—. Se llama Marina López y en la actualidad está internada en un hospital psiquiátrico cerca de Barcelona. Es allí adonde debería dirigirme ahora.
Señaló con el dedo el vientre abultado de la fotografía en blanco y negro.
—Tengo la impresión de que uno de los secretos de la familia Florès está en este embarazo. Forma parte de mi investigación, os pido que me la dejéis a mí. Mientras venía, he reservado un vuelo a Barcelona, el avión sale mañana a la una en punto. Por supuesto, os mantendré informados de todos mis descubrimientos.
Sharko se fijó en cómo Lucie devoraba con la mirada a Camille. No tenían nada en común físicamente, pero reconocía a su compañera en la tenacidad de la joven gendarme. Los del norte llevaban en la sangre la herencia de sus ancestros, un pueblo de trabajadores esclavos del carbón y del acero.
Bellanger, por su parte, reflexionaba. No quería mostrarse inflexible y, además, no podía permitirse prescindir de aquel refuerzo.
—Debería ser factible, sí.
Camille asintió con la cabeza y mostró las dos fotos de Faisan que había tomado «prestadas» del laboratorio de Florès, consciente de que a partir de entonces ya no habría marcha atrás y de que aquellos polis podían meterla en graves problemas. Pero sentía que podía confiar en ellos.
—En fin… Esto no es todo —prosiguió la gendarme—. Ya que estamos con las revelaciones…
Les contó lo que había descubierto sobre Dragomir Nikolic, el jefe de la banda de ladronas. La visita a su apartamento, las confesiones del serbio… Todos la escuchaban con atención, sorprendidos, impactados por el insólito relato de aquella joven trasplantada que llevaba el corazón de un policía asesino. Una joven que había hecho sola el trabajo de diez agentes, infringiendo todas las reglas. Resultaba difícil imaginarse el dolor de aquella desconocida que vivía con una parcela de tinieblas en su interior. Difícil también no sentir compasión por alguien que viviría para siempre habitada por un monstruo difunto.
Camille notaba que había conmovido a su auditorio, tal vez porque había sido sincera, auténtica, porque no buscaba, en definitiva, más que la verdad. El inspector jefe no apartaba los ojos de ella, como si quisiera darle ánimos, mostrarle su apoyo.
¡El encuentro entre los dos había sido tan explosivo…!
Psicológicamente violento.
Camille terminó explicando la visita a casa de Guy Broca. De lo único que no habló fue de su poca esperanza de vida, de aquel corazón que se estaba convirtiendo en piedra, de las violentas crisis cardíacas que de vez en cuando la azotaban. Quería parecer fuerte, combativa, demostrar que era competente y que estaba en plenas facultades.
Lo iba a necesitar para seguir adelante.
Lucie no le quitaba los ojos de encima. La gendarme era una mujer de ideas claras, tenaz y dispuesta a todo, golpeada por el destino. Un destino que la había llevado justo hasta allí, a aquel pequeño y anónimo apartamento del extrarradio parisino. Lucie pensó que no podía ser fruto del azar. Que algunas personas están hechas para encontrarse en este mundo.
—Soy consciente de que, con todo lo que os he contado, con lo que tomé «prestado» de casa de Mickaël Florès, me arriesgo a tener serios problemas —añadió Camille—. Agresión, hurto en una antigua escena del crimen, allanamiento…, y mejor no sigo. Pero lo que estoy viviendo, la investigación que estoy llevando a cabo, supera toda lógica. Nada más tiene importancia para mí. Nada más…
Su mirada se perdió en el vacío. Agotada, humedeció los labios en la copa. Nicolas Bellanger hizo una pausa antes de retomar la palabra, impactado por el relato. La noche y el día habían sido interminables, el Guronsan le estaba pasando factura y todo daba vueltas en su cabeza.
—Bueno… No vamos a hablar de esas fotos de Daniel Faisan, haremos como si no existieran. Como si no hubieran existido nunca. ¿Todo el mundo está de acuerdo?
Sharko, Lucie y Bellanger se entendieron con la mirada. El inspector jefe necesitaba un equipo unido. Y lo tenía. Los polis eran una familia. Su única familia, de momento.
Se sintió apoyado y continuó:
—Perfecto. Por lo que se refiere al ataúd, al álbum y al sobre…, ya nos las apañaremos para encontrarlos nosotros mismos, diremos que queríamos echar un vistazo al domicilio de Mickaël Florès y que el asunto del techo hundido nos ha llevado hasta el desván… Dejo que seas tú quien viaje a España, Camille, pero no descarto que uno de nosotros tenga que plantarse allí en algún momento para «oficializar» tus descubrimientos, si es que haces alguno. Dicho de otra manera, y para que no quede ninguna duda, nos los apropiaremos. Lo siento, pero es imprescindible si queremos tener un expediente judicial limpio. Es el único modo de que funcione.
—Me parece bien —respondió Camille—. No estoy buscando la gloria personal, así que no veo ningún inconveniente.
—Perfecto. Nosotros nos encargaremos del análisis del esqueleto, mañana mismo se lo mando al antropólogo forense.
Camille asintió con la cabeza.
—En cuanto a Nikolic, me imagino que estará en manos de los colegas de Reims —continuó Bellanger—. Bonito regalo les has hecho con la caída de toda la trama. Apuesto mi mano izquierda a que se van a adjudicar el mérito, al menos ante la prensa. Seguro que no tendrán problemas para olvidar a «la bella desconocida» caída del cielo que les ha servido en bandeja a ese rufián.
Bellanger pronunció la última frase un poco a la ligera, como no queriendo dar importancia a sus palabras, seguramente para ocultar su turbación. Camille le respondió con una sonrisa tímida.
—Gracias de nuevo —se limitó a decir.
—Todos hemos traspasado las fronteras alguna vez —replicó Bellanger.
Sharko carraspeó. Él no sólo las había traspasado en alguna ocasión, había llegado incluso a reventarlas.
—Son los gajes del oficio, que permiten encuentros tan improbables como éste.
Tras las palabras de Sharko, el inspector jefe soltó las gomas elásticas de la carpeta.
—Y ahora nosotros. Primero expondremos lo relativo a Faisan y luego haremos una puesta en común, todos juntos, sobre Florès. Tengo la sensación de que habrá conexiones entre una investigación y la otra que nos permitirán avanzar. Pero, antes, una pausa para el pitillo, aunque yo sea el único que fume.