32

 

 

 

 

-La universidad me ha pedido algunas obras para la exposición que prepara sobre autores locales.

-Qué bien.

-La inauguran cuando acabe la exhibición de esculturas aztecas traídas del Museo Mexicano.

Oliver se acomodó en la silla de tijera para observar cómo trajinaba Madison por el taller.

-Después de tantos años es la primera vez que venimos aquí hablando con naturalidad.

-Es verdad.

-Antes no me dejabas abrir la boca.

-Tu presencia ya no me incomoda, papi.

Oliver miró La pensadora abatida.

-La universidad ha invitado a Peter Gronquist.

-¿No te parece bien?

-Se supone que la exposición es de escultores locales, y Gronquist nació en Portland.

-Me cae fatal la gente de Oregón. Seguro que es pariente del director.

-Gronquist se graduó en el San Francisco Art Institute y vive aquí desde hace bastante tiempo.

-¿Te gusta?

-No.

-¿Qué clase de escultura hace?

-Surrealista.

-La gente que no sabe hacer arte se conforma con el artismo.

-¿Qué significa?

-Todo lo que acaba en ismo es malo.

-Gronquist pasó por una etapa de simulacionismo.

-Desconfía de lo que acabe en ismo.

-En esa época mezclaba en sus obras una motosierra y zapatos Gucci, un revólver con un frasco de perfume Channel o una granada y la carita de Pacman.

-¿Eso encierra un mensaje?

-Pregúntaselo a él.

-Ese Gronquist no es rival para ti.

Madison suspiró.

-La universidad también expondrá obras de Richard Serra.

-¿Quién?

-Para algunos críticos es el mejor escultor de la actualidad.

-Espero que haya nacido en San Francisco.

-Es de padre español y madre rusa.

Ya estamos con las mezclas étnicas, se dijo Oliver, tratando de descifrar la expresión de La pensadora abatida.

-¿Ese Serra qué ismo hace?

-Minimalismo.

-¡Otro igual!

-Nunca entenderé las clasificaciones artísticas.

-Ni yo.

-Tiene una obra descomunal en Londres.

-¿Cómo es?

-Un mamotreto de acero de una altura vertiginosa. Lo han puesto en la entrada oeste de la estación de Metro Liverpool Street.

-¿Eso es minimalismo?

-No tiene sentido, ¿verdad?

-¿Qué representa?

-Ni idea. Se titula Fulcrum.

-Entonces es un punto de apoyo.

-Imagino, como las columnas de Hércules.

-¿Tiene pinta de columna?

-Yo diría que no. Son varias láminas de acero cruzadas.

Oliver resopló.

-Será un efecto visual propio del minimalismo.

Los Evans guardaron silencio durante un rato. Sólo se escuchaba el ruido que hacía Madison al lijar la escultura de madera de abedul en la que estaba trabajando. Representaba la cópula sexual de dos seres con apariencia de criatura mitológica.

-Papi, ¿tú cuál de mis creaciones llevarías a la universidad?

A Oliver se le iluminó el semblante.

La pensadora abatida!

Madison denegó.

-No me convence, aunque a ti te guste mucho. Pertenece a mi etapa gris.

-No me habías hablado de esa etapa.

-En esa época era pesimista. Había perdido mi identidad.

-¿Por qué?

-Fue cuando Pam nos dejó para vivir con Curtis.

Los Evans volvieron a quedarse callados. Oliver había renunciado a descifrar la expresión de La pensadora abatida y observaba a su mujer.

Así transcurrieron dos horas. Él echando un pulso a su duermevela y Madison absorta en el lijado de su escultura.

Luego los Evans bajaron al salón para improvisar una cena ligera y vieron la televisión durante veinticinco minutos, en silencio.

-Hora de irse a la cama, querida.

Tenían la costumbre de acostarse temprano.

-Papi, nos fuimos del Bubba Gump sin pagar –dijo Madison cuando estaban tumbados, mirando las molduras del techo.

Oliver se sobresaltó.

-¡Cielos, es verdad!

-La conversación con Patrick nos despistó.

Oliver lamentó ese descuido imperdonable. Odiaba no pagar sus cuentas. ¡Tenía por norma no deber nada a nadie!

-Mañana sin falta iremos a abonar la consumición –dijo.

-Patrick se habrá llevado un disgusto.

-Normal. Es un palo que no cuadre la caja por tu culpa. Descontarán la diferencia de su nómina.

-No te preocupes. Mañana lo arreglamos.

 

***

 

Lloraba de excitación. Tenía churretones de sudor sexual por todas partes.

¡Estoy empapada como una cerdita!

Su mirada asesina no era de un depredador. Incluso la selva tenía reglas. Lazarus, no.

La fuerza oscura contenida en esos ojos era diabólica.

Zambulló el pie en su boca. Con la misma voracidad se comió el pan agrio y la crema de marisco. ¿Grotesco? ¿Asqueroso? Nada de eso. Era bestial. Y algo incalificable, más allá del mundo conocido, al otro lado de Bien y Mal, en una región donde sólo moraba a él.

Otro punto erógeno. Qué placer, por Dios. ¿Cómo iba a saber ella que le gustaría tanto ver a un hombre chupándole los dedos de los pies como si fuesen un manjar?

Esto no puede estar pasando. Pero era verdad, debía reconocerlo, y ella participaba como protagonista, siendo objeto del infernal despliegue de sensualidad.

Un monstruo saboreando los menudillos de su víctima. Se metía un dedo en la boca y luego otro. Con qué deleite succionaba. El juego lo enloquecía. No finge. Estaba poseído por la sensualidad que ella le inspiraba.

Y yo, ¿dónde estoy?

Entonces ocurrió. De repente. Bruscamente. Lazarus se abalanzó sobre ella.

El lobo salía de la cueva. No necesitaba ser civilizado. ¿Para qué pedir permiso y aguardar el consentimiento?

Emily se sintió aterrorizada bajo ese peso que la reducía a ceniza. ¿Cómo respirar? Pánico. La cabeza le iba a estallar. Sé qué vas a hacer. Ahora no tenía voz ni voto. Daba igual su opinión. Lazarus impone su ley.

Petrificada. Estalló un dolor desgarrador en el vientre. Me ha penetrado. Soy despojos.

El pene entraba salvajemente. Una y otra vez. Ella era objeto. No contaba lo que sintiese. He perdido mis derechos. Su dignidad era irrelevante. Nunca existió. Qué ilusión pasajera.

Al final ha ocurrido lo que más temía, a pesar de las aprensiones.

Diez años de precaución anulados por un suspiro de descuido.

¡Dios mío, me ha violado!

Lazarus eyaculó violentamente; qué explosión delirante; se retorcía con impetuosas sacudidas.

Emily estaba paralizada, incapaz siquiera de pensar.

¿Cómo describir lo sucedido?

Afloró un vómito de palabras en su cabeza.

Humillación. Ruina. Impotencia.

Cerdo, se dijo mientras Lazarus se limpiaba la sangre del pene con una servilleta de las que ella había puesto en la mesa, se subía la cremallera -ni siquiera se había molestado en desvestirse-, y abandonaba la casa de un portazo.

 

***

 

Habían parado el coche en un lugar cualquiera de San Francisco, perdidos en sus palabras.

-Estuve casado y tuve tres hijos. Mi mujer se llamaba Lucy. Y mis hijos, Megan, Andrew y Thomas –dijo Coleman apresuradamente.

Esa afirmación repentina era una sustancia largo tiempo fermentada en su interior.

Sabrina se quedó boquiabierta.

¿Por qué no hablaba nunca de esa familia y lo hacía ahora de improviso, en la intimidad del Ford Escape, en lugar de investigar el doble asesinato?

Se suponía que estaban en horario de trabajo.

-Lucy y yo nos casamos muy jóvenes. Ella tenía dieciséis y yo dieciocho. En aquella época todo ocurría muy rápido en mi vida. El verbo pensar no formaba parte de mi vocabulario.

Cualquiera lo diría.

-Nací y me crié en Oakland.

Vaya, el inspector venía cargado de sorpresas.

Necesitaba sincerarse.

Oakland era la ciudad más peligrosa de California; su índice de criminalidad sextuplicaba al del resto del estado, aunque estuviese a diez millas de San Francisco, veinte minutos en coche; sólo había que atravesar el océano por el Puente de la Bahía.

-¿Es cierto lo que cuentan de Oakland?

-Ahora la seguridad ha mejorado mucho; en esa época la ciudad era un infierno controlado por mafias y pandillas callejeras. Homicidios, atracos, palizas y violaciones estaban a la orden del día. Había tipos peligrosos por todas partes. Si no te afiliabas a una pandilla eras carne de cañón. Proliferaban como hongos, cada una con sus señas de identidad, estéticas y raciales. Mara Salvatrucha, Crips, Mongols Motorcycle Club, Fresno Bulldogs, South Side Locos, Zoe Pound Gang, Nazi Lowriders, Sombra Negra, Aryan Brotherhood, Latin Kings, Black Guerrilla Family, Bloods, Dominicans Don´t Play.

>>¡Un zoológico callejero!

>>Lucy y yo pertenecíamos a los Norteños. Lo mamabas desde niño. Al salir de casa escuchabas disparos, veías apalizar a mendigos, violar a colegialas. Formaba parte del paisaje. Había que aceptarlo. Si te quedabas fuera eras un apestado.

-¿Cómo reclutaban las pandillas?

-Amenazándote de muerte. Muchos chavales que se negaban a participar en aquel circo acababan tirados en la calle con un balazo en la espalda. Las autoridades estaban desbordadas. No había suficientes policías para mantener el orden. ¡Eran tantos jóvenes en situación precaria! Desesperados, les daba igual arriesgarse a pasar el resto de su vida entre rejas. Negros afroamericanos, hispanos, blancos-arios, asiáticos, indios americanos, nativos del Pacífico, árabes.

-Nada que ver con la visión idílica de West Side Story.

-En cambio las pandillas de los pijos eran deportivas. Unos estaban pendientes de los partidos de béisbol del Oakland Athletics; iban al McAfee Coliseum luciendo camisetas estampadas con la figura de un elefante, la mascota oficial del equipo. Los del fútbol americano animaban a los Raiders, y los fanáticos del baloncesto sólo pensaban en los Golden State Warriors.

-¿No había ningún chaval normal, que no estuviese en una banda?

-Algunos negros, como MC Hammer.

-¿El cantante rap? ¿Nació en Oakland?

-Antes de ganar los tres Grammy trabajó como recoge-pelotas para el Oakland Athletics. Era un espectáculo. Se ponía a bailar durante los descansos. Por eso le pusieron el apodo Hammer. Se parecía mucho al líder del equipo, al que llamaban Hammerin.

>>Era un tipo estupendo, siempre sonriente. Al principio soñaba con ser jugador de béisbol profesional. Una vez me lo encontré por la calle y me dijo que había decidido probar suerte en el Ejército. Los tipos como él nunca se rendían. Si algo no les salía lo intentaban de otra manera.

>>Su único objetivo era triunfar, en lo que fuese. Como vio que no era bastante bueno al béisbol, se alistó en la Marina. A los tres años comprendió que no era lo suyo y volvió a Oakland para actuar en los clubs locales, hasta que montó su propia discográfica. Recuerdo cuando grabó Feel My Power. ¡El cantante que mejor bailaba! ¡Hacía toda clase de acrobacias!

>>Era un ejemplo para los jóvenes de Oakland; les demostró que podían vivir de otra manera. No fue el único. Hubo otro negro ambicioso que triunfó de la nada y estuvo en la NBA. Era tan habilidoso robando balones que lo apodaron El guante.

>>Aquello se parecía a las películas del Oeste. Caían decenas de inocentes en el fuego cruzado entre bandas. Cuando tenía once años vi cómo acribillaban a una madre y su bebé, que llevaba en un cochecito. ¡Era una locura!

Sabrina no veía a Coleman como un pandillero descerebrado pegando tiros en la calle. ¿El filosófico inspector al que todos respetaban en el Departamento de Policía de San Francisco?

Muchos consideraban a Malcolm Coleman una leyenda.

-Teníamos la sangre envenenada por el odio. ¡Estábamos cargados de violencia y frustración y necesitábamos desahogarnos! La pandilla nos permitía liberar esos demonios. Era como alistarse en el ejército. El grupo te daba fuerza e individualizaba al enemigo. El resentimiento que sentías hacia el mundo se concretaba en la banda rival, en nuestro caso los Sureños.

-Esas pandillas no han desaparecido.

-Claro, ¡son el brazo juvenil de la mafia! Los Sureños están secundados por la Eme, la mafia mexicana. A nosotros nos apoyaba Nuestra Familia. Era un entramado de lealtades que se extendía a las cárceles del estado, incluyendo a autoridades policiales y políticas que obtenían pingües beneficios.

>>Había una constitución escrita y una jerarquía de mando militar. En cada barrio operaba una célula pandillera con su escalafón de poder que rendía cuentas al responsable de distrito, éste al jefe de área y así sucesivamente hasta llegar al capo supremo. ¡Según tus méritos te ascendían o borraban del mapa!

Coleman aún recordaba los símbolos Sureños. El número 13 y la letra M de matones, matanzas y mexicanos, graffitis y tatuajes con los símbolos Sur, X3 XIII y tres puntos. Y el color azul.

Los Norteños siempre llevaban alguna prenda de color rojo: camiseta, pantalón, gorra de béisbol, cinturón, zapatillas deportivas o cordones de los zapatos. Los Ene, por la inicial de la pandilla, usaban el número catorce en alusión a la N, letra decimocuarta del alfabeto latino, tatuajes y grafitis con los símbolos X4, XIV o cuatro puntos, la figura del machete, el sombrero o el Ave de la huelga por su relación con el movimiento sindical mexicano-estadounidense y el gremio United Farm Workers.

Sabrina frunció el ceño. Allí había algo extraño.

-Los Sureños y Norteños son hispanos.

El inspector le sostuvo la mirada, sonriendo con complicidad.

-¡Bingo, señorita Robinson! Soy hijo de inmigrantes mexicanos.

¡Ahora entendía por qué se llevaron tan bien desde el principio!

-¿De veras? ¿Qué ha sido de sus padres?

-Siguen en Oakland.

Iba a visitarlos todos los meses para llevarles dinero; la mísera pensión no contributiva de su padre no les alcanzaba para mantenerse.

-¿A qué se han dedicado?

-Mi padre trabajó en empleos muy modestos, ilegal la mayor parte del tiempo. Obtuvo la ciudadanía hace poco. Tuve que remover cielo y tierra para conseguirla. ¡Hizo de todo en negro! Fregaplatos, mozo de carga, limpiador nocturno, albañil, repartidor, aparcacoches. También vendía en la calle películas de El chavo del 8 o Cantinflas y tacos mexicanos que preparaba mi madre. O echaba horas de jardinero en las casas pudientes.

-¿Y Lucy?

-Nació en México y vino a Oakland a los tres años. Tenía cuatro hermanos. ¡Ella pasó hambre de verdad!

Sabrina estaba desconcertada. Malcolm Coleman era una persona diferente a la que ella conocía. Como Jack Parker y su alter ego Lazarus. ¿Poseía dos identidades contrapuestas?

-Atrapados en la espiral de inmigración y pobreza, la pandilla era una tabla de salvación más importante que la familia. ¡Nos daba de comer! Hay pandillas estéticas, como los skinheads, y otras de supervivencia. Manadas que se reparten el territorio y alejan a los depredadores.

-¿Tráfico de droga?

-¡Hacíamos de todo! Atracos, extorsión, secuestro, tráfico de armas, proxenetismo, trata de personas, blanqueo de dinero, inmigración ilegal, asesinato.

Sabrina puso cara de pasmo. ¿Su jefe había cometido aquella extensa lista de delitos?

-Cada uno se implicaba según sus expectativas; los pandilleros que hacían méritos se metían de cabeza en la mafia. ¡Éramos los cadetes de la NF! Tras dos años de prueba reclutaban a los aptos. Y Nuestra Familia movía mucho dinero. Los trapicheos pandilleros eran una minucia en comparación, aunque yo de mocoso ganaba el triple que mi padre.

-¿Cómo?

-Lo más rentable era el narcotráfico. Un adolescente recién echado a la calle para vender marihuana y metanfetaminas sacaba en una hora más que los adultos en una jornada de duro trabajo en cualquier empleo digno. Luego la mafia te abría las puertas si mantenías una red de distribución.

>>Yo no toqué las drogas; tenía amigos heroinómanos que se arrastraban como patéticos yonquis. Me dediqué a robar coches. Se me daba bien. Sabía escoger las situaciones menos arriesgadas; era rápido y escurridizo; me apodaban Lagartija.

Sabrina seguía atando cabos en su pensamiento.

-Los Norteños son hijos de mexicanos nacidos en Estados Unidos y los Sureños mexicanos criados en California -recordó.

-Lucy presumía de californiana; al principio era snob, vestía a la moda yanqui y hablaba en inglés para dar el pego, aprovechando que era de piel blanca y ojos claros.

Coleman tampoco aparentaba su origen mexicano.

-¿En el Departamento lo saben?

-No.

Se hizo el silencio. Sabrina observó que había dejado de llover.

Se supone que debemos ponernos en marcha.

No tenía sentido seguir allí parados.

Qué extraño receso en el interior del Ford Escape. El mundo contenía el aliento, esperando a que ellos terminasen de aclarar sus asuntos personales.

Coleman no tiene prisa por continuar con las investigaciones.

Miraba abstraído a través del parabrisas, recordando esos años juveniles que ahora salían a la luz como un brote de primavera.

Revolution
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