12
-Era una jovencita idealista que soñaba con cambiar el mundo.
-¿Por eso Jason y sus compadres la metieron en un zulo?
-Y cuando iban a darle de comer la violaban.
-¿Todos?
-Uno detrás de otro.
Sabrina suspiró. Era inconcebible que viviera engañada tantos años y le costase tanto desvincularse emocionalmente de Jason. Durante un tiempo estuvo dispuesta a perdonárselo todo. Hasta que la carga de evidencias resultó insoportable. Pero incluso después de romper la relación seguía ligada psicológicamente a él; lo visitaba en la cárcel aunque acto seguido se lo reprochase; era víctima de una piedad perversa, insana, que le impedía seguir su propio camino.
-Tardé mucho en olvidarlo.
-¿Lo ha conseguido?
-A veces me despierto por la noche; tengo pesadillas.
-Bueno, ahora ha emprendido una nueva vida.
-Desde luego.
-¡Es detective de la policía de San Francisco!
-Sí, he roto con el pasado.
-¿Cómo se lo han tomado sus padres?
-Desde que entré en el Departamento no quieren saber nada de mí. Se han mudado a San Diego con mi hermano Jeff.
-Allí confluyen las rutas de cocaína procedentes de México.
-Las que vienen por mar y las tres terrestres.
-Una cruza Mexicali y Caléxico, otra entra por Tijuana y la tercera por Tecate.
-Los traficantes lo tienen fácil.
-Los retenes fronterizos sólo comprueban que los vehículos no transporten personas indocumentadas.
-¡Casi nunca los inspeccionan!
-En el control de Al Pine, a veces.
-Me pregunto por qué la DEA no ataja esa hemorragia de cocaína y mariguana cuyo transporte está localizado. Las incautaciones son testimoniales.
-Si conociésemos las verdades del mundo nos apearíamos de él, señorita Robinson.
Se hizo el silencio. A Sabrina le entristecía pensar en su familia.
Era una herida sin cicatrizar.
-¿Usted ha sido invisible para su padre?
-Sólo tiene un hijo, mi hermano Jeff. Cuando hablaba en la mesa lo miraba a él. Cuando compraba algo se lo compraba a él. Jeff tenía la mejor habitación. Él se servía y yo me quedaba con las sobras.
-¿Y su madre?
-La sombra de mi padre es demasiado alargada para ella.
-Vaya por Dios.
-Su único objetivo en la vida era verme convertida en Miss. ¡Su obsesión! Desde que yo tenía seis o siete años. Me enseñaba fotos de tal o cual Miss, me ponía vídeos, me compró montones de revistas.
-Qué horror.
-Y me vestía como si fuese la princesa de Java. ¡Mierda, me hacía sentirme una muñeca a la que se cambia de ropita!
-Una madre castrante, dirían los psicólogos.
-Todo era de puertas hacia fuera. Nunca se molestó en preguntarme cómo me sentía o si tenía algún problema.
-Las muñecas no pueden tener sentimientos.
-A veces el fabricante no puede evitar que se le meta un corazón en el pecho.
-Y la muñeca comprende que ese corazón tiene sus propios planes.
-¡Exacto!
-¿Qué pasó cuando fue Miss?
-Se apartó de mí, como si me arrojase al cubo de la basura. Yo era un trapo viejo e inútil.
Hubo una pausa.
Sabrina observó que el coche estaba parado desde hacía un rato excesivo. Hablaban con el motor al ralentí, ante el ciento treinta de Oregon Avenue, en Palo Alto.
¿Qué nuevas sorpresas le preparaba su jefe?
Se sentía aliviada tras abrir su corazón ante el inspector. Cielos, no se podía creer que él fuese la única persona con la que podía sincerarse. Los detalles de su pasado que acababa de revelarle eran top secret. No los compartía ni con su mejor amiga.
¿Amiga? ¿En qué diablos estaba pensando?
Hace una eternidad que no tengo amigas, se dijo.
Las perdió todas por culpa de Jason. Luego no tuvo valor para recuperarlas. Tampoco para hacer nuevas. No se consideraba con derecho a tenerlas.
-¿Quién vive aquí? –preguntó.
-Sibylle. La madre de Jack Parker.
-Un nombre poco común. Una cantante de folk alemana se llama así.
-Sibylle es un personaje de la mitología danesa, y en francés es una mujer sabia y adivina.
La detective se preguntó de dónde sacaba tantos datos Coleman. ¡Se suponía que sus lecturas no pasaban de los cómics!
-¿Nos espera?
-Lo dudo.
-¿No la ha avisado?
-Es imposible contactar a distancia con esa mujer.
-¿Por?
-Desdeña el invento del florentino Meucci. No tiene línea fija en casa ni terminal móvil.
-Será la única.
-Los indigentes tampoco tienen teléfono y hay unos cuantos en Estados Unidos.
-Homeless.
-Constituyen una pandemia.
-Cuatro millones según el National Coalition for the Homeless.
-Y eso que vivimos en el país más rico y avanzado del mundo.
-Cuando era niña me llamaban la atención.
-¿Por su halo romántico?
-Bueno, su situación es poco romántica, ¿no cree?
-Imagínese; veteranos de guerra, ex toxicómanos, parados de larga duración, familias a las que el banco arrebata la vivienda por no pagar la hipoteca.
-Según la Ford Foundation el ochenta y uno por ciento son mujeres; la mitad vive en la calle para escapar de parejas violentas y el noventa por ciento son menores de veinticinco años con hijos a su cargo.
Sabrina se frotó los ojos, desconcertada.
Estaban en el For Escape desenterrando el pasado y las estadísticas homeless de Estados Unidos en vez de investigar el doble asesinato que les habían asignado.
El carácter anárquico de su jefe pasaba de castaño oscuro.
Y a ella… ¡mierda, le encantaba! ¿Por qué no?
-La imagen idílica del mendigo que nos muestran las películas de Hollywood ha sido reemplazada hace mucho tiempo por un ejército invisible que nutren los desheredados de la fortuna al apearse del bienestar televisivo –remachó el inspector.
Malcolm Coleman era sencillamente particular e imprevisible.
Normas, modas y estereotipos no iban con él.
-¿Cómo puede cruzarse de brazos el gobierno?
-¿Ha oído hablar de Michael Bloomberg, el alcalde de Nueva York, señorita Robinson?
-Claro.
-Hace unos años anunció a bombo y platillo que antes del 2010 erradicaría la indigencia en su ciudad porque sólo en la Gran Manzana había sesenta mil personas sin hogar, de las cuales dieciocho mil eran niños.
-Hoy esas cifras se han duplicado.
Sabrina recordó al indigente Kelly Thomas, de treinta y siete años. Falleció en la localidad de Fullerton tras ser golpeado con bastones eléctricos, linternas, correas de cuero y una somanta de puntapiés. Fue un caso muy sonado en California. Los agresores no eran jóvenes vandálicos ni descerebrados paramilitares de extrema derecha, sino una patrulla de la policía.
***
Lazarus la desvirgó en todos los sentidos.
Le enseñó a follar. Y a follarse la vida.
A desinhibirse, disfrutar, sentirse deseada, enorgullecerse de su cuerpo, reírse, bailar, descorrer las cortinas de prejuicios e ideas subjetivas para ver la realidad.
A sentir su propia fuerza interior, ser valiente y decidida. A no tener escrúpulos de conciencia; el fin justifica los medios; lo único importante es conseguir lo que uno se propone.
Abandonó Café Lu y el sótano miserable y se fue a vivir a su casa. En tres días Lazarus grabó varios vídeos pornográficos y ganó diez veces más que ella padeciendo un maldito infierno como chica Lu.
Él era así, se lo pasaba de puta madre y encima ganaba un pastón con su disfrute.
En poco tiempo se hizo una experta cazarecompensas. Aprendió a posar, mostrarse sensual, provocar el deseo de los hombres, vestirse y desnudarse, moverse, lucir la ropa, andar, bailar, hablar, maquillarse y perfumarse, seducir con la mirada y cuidar su físico con ejercicio regular en el gimnasio y alimentación adecuada.
Tu cuerpo es tu herramienta de trabajo, amorcito; cuídalo como oro en paño para sacarle partido.
Los tres años que vivió con él fueron una carrera universitaria inmejorable. Y ganaron mucho dinero. Lazarus lo quería probar todo. Era insaciable. Sacaba dólares hasta debajo de las piedras.
Eres mi El Dorado, muñeca; ¡voy a exprimirte!
***
-Alcatraz significa un sueño de libertad.
-¿Lo dices por el hombre de los pájaros?
Oliver asintió.
-Él consiguió realizarse allí, condenado a cadena perpetua.
-Es una historia maravillosa de superación personal.
-Desde luego.
-Si algún escritor talentoso la plasmase, Alcatraz sería la Biblia de los tiempos modernos. El alma de esa cárcel está cargada de simbolismo.
-Me imagino cuando llevaron allí a Al Capone y sus gánsteres. Dicen que metieron el vagón del tren donde viajaban en un barco para trasladarlo a la isla sin riesgos.
-Si se investigase a fondo todo lo que ha pasado allí saldrían a la luz hechos que asombrarían al mundo.
Oliver se sentía sugestionado al acudir a Alcatraz junto a Madison. Pasear entre aquellas celdas lo desorientaba. Le pasaba algo parecido cuando iba en coche por Lombart Street, esa calle con curvas y cambios de rasante imposibles, de montaña rusa.
Aquella prisión reconvertida en museo era un anacronismo como los pintorescos autobuses conectados a la red eléctrica mediante cables.
Habían llegado al centro comercial. La moderna Alcatraz.
Él prefería otra cosa. El tiempo invitaba a acercarse a las playas del Área Nacional de Recreación Golden Gate. Cuando era jovencita a Pamela le encantaba ir con sus amigas a la playa de Ocean Beach, recordó, risueño. Allí enseñó a nadar a su pequeña.
Pamela era una enamorada del Pacífico. Por eso Madison la llamaba sirenita. Luego la sirenita se quedó prendada del joven héroe mitológico que surcaba las aguas del océano encaramado en su tabla de surf. Así conoció a Curtis. Ella tomando el sol en la playa. Él surfeaba sobre las olas.
Y yo me enamoré de Madison en la playa de Baker Beach, se dijo.
Ella jugaba con sus primas y él se dejaba caer por allí tras una agotadora jornada de trabajo para fingir que tenía tiempo libre.
En lugar de quedarse dormido nada más tumbarse en la toalla como solía sucederle, observó cómo jugaba Madison. Y la siguió discretamente para averiguar dónde vivía.
Una semana después se citaron por primera vez.