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-Intento escribir.
-Cada uno reacciona de una forma diferente en el jardín japonés. Si el canal de tu espíritu está abierto, sientes que el tiempo se detiene. Todo gira en torno a un acontecimiento en apariencia banal. La ceremonia del té es un ritual que trasciende lo doméstico. Posee un significado metafísico, revestido de solemnidad, y dura mucho más tiempo del estrictamente necesario, a veces hasta cinco o seis horas.
-Consiste en preparar y servir el té, ¿no? –dijo Sabrina, intrigada.
-Desde luego, pero el té representa el alimento del espíritu. Por eso quienes participan en la celebración deben manifestar una actitud humilde y natural. Lo contrario que en los cócteles occidentales, donde nos comportamos de una forma artificial y presuntuosa, compitiendo por ser el más atractivo y brillante. Los japoneses, al revés que nosotros, valoran virtudes como la simplicidad y la moderación, de ahí sus Haiku, esos poemas minimalistas, híper breves, que condensan en tres versos un mundo de creación.
Coleman, admirador de la cultura nipona, suscribía las opiniones de Sandy.
-También la estética es esencial para ellos. Modesta y callada, se expresa a través de arreglos floras, elección de kimonos, variedad de inciensos, gestos y hasta la manera de moverse al seleccionar el té, prepararlo, servirlo y bebérselo. Todo a cámara lenta. Igual que fotogramas superpuestos de una película. Para ellos es importante individualizar cada detalle para analizarlo posteriormente y extraer todo su significado.
Sandy miró a los policías con aire de culpabilidad.
-¡Discúlpenme! ¡Me estoy volviendo una vieja charlatana!
-En absoluto. Ha sido una conversación apasionante –replicó Coleman.
***
-¡He comido de puta madre, Emy!
-Me alegro.
Lazarus F. y Emily guardaron silencio. Él, hundido en el confortable sofá, abandonándose a la placentera modorra de la digestión. Ella, sentada en una rígida silla, preguntándose qué debía hacer ahora, si recoger la mesa o reunirse con Lazarus en el Chesterfield como deseaba y temía.
¡Qué indecisión! Era suficiente haber cocinado para él, poniéndoselo todo en bandeja. Lazarus por lo menos podía ayudarla a recoger, teniendo en cuenta que sólo había comido él.
No deseaba adoptar el rol de impotente sumisión que mantuvo su madre durante veinte años. No cometería el mismo error. ¿Era inviable establecer con Lazarus una relación de igualdad en la que ambos pusiesen de su parte, repartiéndose las tareas, y ninguno ocupase una posición de dominio?
No era tan difícil; bastaba un poco de buena voluntad.
Eso alegaba su parte racional. La instintiva decía cosas bien distintas. ¡Era tan absorbente la necesidad de entregarse a él!
Un deseo loco le hacía imaginar su cuerpo desnudo. Ya no se conformaba con besos y caricias. ¡Era difícil dormir y concentrarse en las tareas cotidianas! En el trabajo cometía despistes y torpezas injustificables.
Necesitaba arrojarse a las llamas, pero ceder le daba miedo. ¡Apenas conocía a ese hombre! Lazarus era un extraño. No estaba segura de sus sentimientos. Por algún motivo le parecían falsos. Claro que esa impresión podía ser subjetiva, condicionada por la experiencia de Amy.
¡Cielos, sentía sudores fríos por todo el cuerpo! Y ese dichoso cosquilleo en el vientre. Y sofocos y palpitaciones. Le sudaban las manos, le faltaba el aire. Qué patética eres, hija mía, se reprochó.
-¿Cómo van tus reuniones reivindicativas? –preguntó Lazarus F. en tono desenfadado.
Emily suspiró, aliviada. Había dado en el clavo. Hablar de su compromiso con la causa feminista era un bálsamo. Se sentía fuerte, segura, y se expresaba con locuacidad, sin los habituales titubeos.
-No paramos. Hay mucho trabajo. Violencia doméstica, abusos sexuales, mutilaciones, tortura, atroces prácticas religiosas, denigrantes condiciones socioeconómicas y sanitarias, marginalidad social o simple crueldad de género.
-¿Cómo se llama tu grupo?
Emily esbozó una sonrisa y se le iluminaron los ojos.
-¡Radical Women!
-Estupendo.
-Las mujeres nos estamos rebelando.
-Ya era hora.
***
Don se levantó de la cama. El mando estaba estropeado y sólo servía para cambiar de canal o modificar el volumen.
-¿Por qué apagas?
-No hay nada interesante.
-¡Están echando el late night show!
Odio esos programas de variedades con entrevistas, monólogos y sketches satíricos que parodian la actualidad, se dijo Don, volviendo a la cama.
***
-¿Qué hicisteis cuando el barrio cambió de dueño? –preguntó Madison.
-Malvendimos nuestras casas y cada uno se buscó la vida. Mi familia se mudó a Post Street, en Japantown, donde un japonés amigo de mi padre nos ayudó a instalarnos.
-Ese barrio se remonta a mil ochocientos sesenta –apuntó Oliver-. Los japoneses llevan aquí mucho tiempo.
-Cuando ocurrió el terremoto de mil novecientos seis que destruyó la ciudad, el gobierno de Japón donó doscientos cuarenta y seis mil dólares a las autoridades de San Francisco para colaborar en las tareas de reconstrucción –dijo Madison-. Eso no impidió que el espíritu anti-nipón siguiese creciendo y en el cuarenta y dos Roosevelt expulsó a los japoneses.
-Eres una enciclopedia, querida.
Ambos lo eran, se dijo Patrick. Los Evans pertenecían a una generación diferente. Ahora la gente cacharreaba en Internet con indolencia.
-Mi primo Homer, que era un inútil, salió del armario para no abandonar el barrio -añadió.
-Muchos lo hicieron –convino Oliver.
-Se hizo muy popular entre los gays y ahora le va muy bien. Ha abierto con su novio una panadería en la calle Castro que se llama Horneado con amor, servido con orgullo.