6

 

 

 

 

-La jerarquía de poder en nuestro glorioso Departamento de Policía de San Francisco es un ejemplo fehaciente.

-¿Yo soy el último mono?

-Precisamente, señorita Robinson, con todos mis respetos.

-¿Porque soy la empleada más capaz?

-En efecto, por esa razón le han endilgado la categoría de detective.

-Luego está usted.

-¡Soy el segundo de a bordo en la pirámide ascendentemente descendente!

-Que pone de manifiesto una perversa transvaloración de los valores.

-Como decía el loco Nietzsche.

-A continuación viene el teniente Clark.

-El del fanático culto a la figura de Yoda.

-Dicen que ha estudiado una carrera.

-Sí, ciencias empresariales, y aún conserva ciertos conocimientos contables, de lo contrario sería un completo desastre.

Sabrina se rió.

-Un peldaño más arriba nos encontramos al capitán Montgomery –dijo, encantada con aquel juego.

-Que ha sufrido una desprogramación personal y un lavado de cerebro especialmente pernicioso merced a los San Francisco Giants.

-¿Eh?

-Son para él más castrantes que una maquiavélica secta religiosa.

-No sabía que al capitán Montgomery le gusta el béisbol.

-Nuestros mandos evitan que sus vicios sean divulgados en la base de la pirámide.

-Claro.

-Se podría decir que Montgomery nació empuñando un bate de béisbol.

-No me lo imagino. ¡Si tiene unos cuarenta kilos de sobrepeso!

-El sobrepeso vino después.

-Vaya por Dios.

-Piense que dedica el tiempo libre a acudir al estadio de los San Francisco Giants y permanecer pegado al televisor.

-Patético.

-Y en ambas actividades ingiere gran cantidad de hamburguesas, patatas fritas y bebidas gaseosas.

-Supongo que al estadio sólo irá cuando hay partido.

-¡Qué va! Ahí lo tiene sentado como un clavo con sus hamburguesas, patatas fritas y bebidas gaseosas todos los días de la semana.

-¿En serio?

-¡Se chupa el entrenamiento de los jugadores de cabo a rabo! En cierto modo es la mascota del equipo.

-Lo que hay que oír.

-Ha establecido una relación muy especial con el lanzador Matt Cain.

-¿Y eso?

-Por una empatía de rango; Cain es el capitán del equipo y como es lógico entre capitanes se entienden.

Sabrina a duras penas controlaba la hilaridad.

-¿Montgomery no tiene familia?

-¿Cómo va a tenerla? No dispone de tiempo. Cuando llega a casa ha de repasar los vídeos de las temporadas pasadas y en especial los momentos más gloriosos en la historia del equipo.

La detective estaba perpleja. Montgomery era de los personajes más campechanos del Departamento. Trataba con amabilidad y simpatía a todo el mundo; por eso lo llamaban por su nombre de pila. A ella le resultaba gracioso comparar al capitán, que no era precisamente agraciado, con el guapo actor Montgomery Cliff.

-Hace tres años tuvo la feliz idea de comprarse un ático en la misma plaza de Willie Mays, frente al AT&T Park.

-Ahora no pierde tiempo en ir de casa al estadio.

-Antes tenía que cruzar la ciudad en su flamante Chevrolet Silverado.

-¿Dónde vivía?

-En un pisazo que le dejaron sus padres en la zona de San Mateo.

-Qué suerte.

-El año pasado me invitó a su casa para ver un vídeo del quinto partido con los Texas Rangers que permitió a los Giants ganar por primera vez la Serie Mundial.

-¿La del año 2012?

-No, en esa ocasión los Giants ganaron la Serie Mundial frente a los Detroit Tigers.

-Ah.

-En el vídeo vimos la final del 2010.

Sabrina sonrió.

-Montgomery tendrá la casa empapelada con pósters de los Giants.

-Imagínese. Aunque el ático del capitán es enorme, casi no hay sitio para desplazarse por él.

-¿Por la ingente cantidad de reliquias que guarda?

-Me llamó la atención su telescopio.

-¿Tiene un telescopio?

-En la azotea, para controlar los movimientos en el AT&T Park las veinticuatro horas del día.

-¡Está obsesionado!

-Teme que un grupo fundamentalista islámico ponga una bomba en el estadio.

Sabrina soltó una risotada.

-Ya conoce la histeria colectiva que hay con el tema de los atentados terroristas.

-Absurdo.

-Y no crea que es un telescopio de aficionado.

-¿Se lo compró a la Nasa?

-No me sorprendería; es uno computerizado que le costó diez mil pavos.

-No me lo creo.

-Claro que al pobre hombre no le alcanzan las neuronas para aprender a manejarlo. Me dijo que no consigue grabar en la memoria sus registros.

-Está claro, vivimos en un mundo de estrafalarios personajes de cómic, inspector.

-Ni más ni menos.

-Y a usted le preocupa.

-Los cómics poseen la virtud de extraer la esencia de las cosas.

-Pero su interpretación de cómic…

-Refleja la realidad que hay ahí fuera, señorita Robinson.

Sabrina suspiró.

-Así que el capitán es un descerebrado de tomo y lomo.

-Que devora comida basura y vive por y para los San Francisco Giants. Si fuese usted a su casa se le caería el alma a los pies.

 

***

 

-No me imagino a Samantha en el ochenta de Howard Street.

-Ahora es una zorra de altos vuelos.

-¡En todo el cogollo de la ciudad!

-Paga dos mil ochocientos pavos al mes.

-¡No me jodas!

-Puede permitírselo. Desde que fue portada de Playboy le llueven contratos.

-¿De furcia?

-Las modelos son furcias de lujo, ya sabes. La belleza femenina es mercancía muy lucrativa.

-Debiste sacarle más pasta.

-No merecía la pena.

Lazarus P. se concentró en la conducción. En su cabeza se había desplegado el plano del itinerario. Había que tomar la US-101 N desde Oregon Expy. Seguir recto durante treinta millas, tomar la salida de 7th Street desde I-80 E, seguir por Folsom St. hacia 5th St., incorporarse a 7th St., girar a la derecha hacia Folsom St., girar a la izquierda hacia 5th St. Y punto y pelota.

-¿En qué piensas, Priest?

-En las cosas que hacía antes.

Lazarus F. se carcajeó.

-¿Cuando eras un puto meapilas?

 

***

 

Alcatraz le hacía pensar en la historia del presidiario que aprendió a amar los pájaros en la cárcel y fue el mayor experto ornitólogo de la época. Oliver sentía que él hizo lo mismo: convertir su desgracia en fortuna, pasando de fregaplatos a director de hotel.

Aunque no realizó el sueño de crear su propio hotel, por lo menos había ofrecido a su mujer y su hija la clase de vida que se merecían.

Ahora Madison y él gozaban de una jubilación desahogada que les permitía disfrutar del tiempo libre.

-El paseo marítimo del Waterfront Promenade está irreconocible –dijo Madison.

-¿Recuerdas cuando no tenía estas figuras alargadas de cemento, ni tantas terrazas y chiringuitos?

-Ni rascacielos.

-Y no estaba tan bien pavimentado como ahora.

Madison entornó los ojos con ese aire melancólico suyo que por momentos la raptaba.

-Aquí fue donde te declaraste -dijo.

-Te pregunté si querías casarte conmigo.

-Me hizo feliz que me lo pidieses.

-Te pusiste a llorar.

-Y te dije que sí.

-Luego vino Pamela.

-Bueno, tardó un poco.

-Sí, se resistía.

-Se lo pensó durante unos cuantos años.

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