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-La jerarquía de poder en nuestro glorioso Departamento de Policía de San Francisco es un ejemplo fehaciente.
-¿Yo soy el último mono?
-Precisamente, señorita Robinson, con todos mis respetos.
-¿Porque soy la empleada más capaz?
-En efecto, por esa razón le han endilgado la categoría de detective.
-Luego está usted.
-¡Soy el segundo de a bordo en la pirámide ascendentemente descendente!
-Que pone de manifiesto una perversa transvaloración de los valores.
-Como decía el loco Nietzsche.
-A continuación viene el teniente Clark.
-El del fanático culto a la figura de Yoda.
-Dicen que ha estudiado una carrera.
-Sí, ciencias empresariales, y aún conserva ciertos conocimientos contables, de lo contrario sería un completo desastre.
Sabrina se rió.
-Un peldaño más arriba nos encontramos al capitán Montgomery –dijo, encantada con aquel juego.
-Que ha sufrido una desprogramación personal y un lavado de cerebro especialmente pernicioso merced a los San Francisco Giants.
-¿Eh?
-Son para él más castrantes que una maquiavélica secta religiosa.
-No sabía que al capitán Montgomery le gusta el béisbol.
-Nuestros mandos evitan que sus vicios sean divulgados en la base de la pirámide.
-Claro.
-Se podría decir que Montgomery nació empuñando un bate de béisbol.
-No me lo imagino. ¡Si tiene unos cuarenta kilos de sobrepeso!
-El sobrepeso vino después.
-Vaya por Dios.
-Piense que dedica el tiempo libre a acudir al estadio de los San Francisco Giants y permanecer pegado al televisor.
-Patético.
-Y en ambas actividades ingiere gran cantidad de hamburguesas, patatas fritas y bebidas gaseosas.
-Supongo que al estadio sólo irá cuando hay partido.
-¡Qué va! Ahí lo tiene sentado como un clavo con sus hamburguesas, patatas fritas y bebidas gaseosas todos los días de la semana.
-¿En serio?
-¡Se chupa el entrenamiento de los jugadores de cabo a rabo! En cierto modo es la mascota del equipo.
-Lo que hay que oír.
-Ha establecido una relación muy especial con el lanzador Matt Cain.
-¿Y eso?
-Por una empatía de rango; Cain es el capitán del equipo y como es lógico entre capitanes se entienden.
Sabrina a duras penas controlaba la hilaridad.
-¿Montgomery no tiene familia?
-¿Cómo va a tenerla? No dispone de tiempo. Cuando llega a casa ha de repasar los vídeos de las temporadas pasadas y en especial los momentos más gloriosos en la historia del equipo.
La detective estaba perpleja. Montgomery era de los personajes más campechanos del Departamento. Trataba con amabilidad y simpatía a todo el mundo; por eso lo llamaban por su nombre de pila. A ella le resultaba gracioso comparar al capitán, que no era precisamente agraciado, con el guapo actor Montgomery Cliff.
-Hace tres años tuvo la feliz idea de comprarse un ático en la misma plaza de Willie Mays, frente al AT&T Park.
-Ahora no pierde tiempo en ir de casa al estadio.
-Antes tenía que cruzar la ciudad en su flamante Chevrolet Silverado.
-¿Dónde vivía?
-En un pisazo que le dejaron sus padres en la zona de San Mateo.
-Qué suerte.
-El año pasado me invitó a su casa para ver un vídeo del quinto partido con los Texas Rangers que permitió a los Giants ganar por primera vez la Serie Mundial.
-¿La del año 2012?
-No, en esa ocasión los Giants ganaron la Serie Mundial frente a los Detroit Tigers.
-Ah.
-En el vídeo vimos la final del 2010.
Sabrina sonrió.
-Montgomery tendrá la casa empapelada con pósters de los Giants.
-Imagínese. Aunque el ático del capitán es enorme, casi no hay sitio para desplazarse por él.
-¿Por la ingente cantidad de reliquias que guarda?
-Me llamó la atención su telescopio.
-¿Tiene un telescopio?
-En la azotea, para controlar los movimientos en el AT&T Park las veinticuatro horas del día.
-¡Está obsesionado!
-Teme que un grupo fundamentalista islámico ponga una bomba en el estadio.
Sabrina soltó una risotada.
-Ya conoce la histeria colectiva que hay con el tema de los atentados terroristas.
-Absurdo.
-Y no crea que es un telescopio de aficionado.
-¿Se lo compró a la Nasa?
-No me sorprendería; es uno computerizado que le costó diez mil pavos.
-No me lo creo.
-Claro que al pobre hombre no le alcanzan las neuronas para aprender a manejarlo. Me dijo que no consigue grabar en la memoria sus registros.
-Está claro, vivimos en un mundo de estrafalarios personajes de cómic, inspector.
-Ni más ni menos.
-Y a usted le preocupa.
-Los cómics poseen la virtud de extraer la esencia de las cosas.
-Pero su interpretación de cómic…
-Refleja la realidad que hay ahí fuera, señorita Robinson.
Sabrina suspiró.
-Así que el capitán es un descerebrado de tomo y lomo.
-Que devora comida basura y vive por y para los San Francisco Giants. Si fuese usted a su casa se le caería el alma a los pies.
***
-No me imagino a Samantha en el ochenta de Howard Street.
-Ahora es una zorra de altos vuelos.
-¡En todo el cogollo de la ciudad!
-Paga dos mil ochocientos pavos al mes.
-¡No me jodas!
-Puede permitírselo. Desde que fue portada de Playboy le llueven contratos.
-¿De furcia?
-Las modelos son furcias de lujo, ya sabes. La belleza femenina es mercancía muy lucrativa.
-Debiste sacarle más pasta.
-No merecía la pena.
Lazarus P. se concentró en la conducción. En su cabeza se había desplegado el plano del itinerario. Había que tomar la US-101 N desde Oregon Expy. Seguir recto durante treinta millas, tomar la salida de 7th Street desde I-80 E, seguir por Folsom St. hacia 5th St., incorporarse a 7th St., girar a la derecha hacia Folsom St., girar a la izquierda hacia 5th St. Y punto y pelota.
-¿En qué piensas, Priest?
-En las cosas que hacía antes.
Lazarus F. se carcajeó.
-¿Cuando eras un puto meapilas?
***
Alcatraz le hacía pensar en la historia del presidiario que aprendió a amar los pájaros en la cárcel y fue el mayor experto ornitólogo de la época. Oliver sentía que él hizo lo mismo: convertir su desgracia en fortuna, pasando de fregaplatos a director de hotel.
Aunque no realizó el sueño de crear su propio hotel, por lo menos había ofrecido a su mujer y su hija la clase de vida que se merecían.
Ahora Madison y él gozaban de una jubilación desahogada que les permitía disfrutar del tiempo libre.
-El paseo marítimo del Waterfront Promenade está irreconocible –dijo Madison.
-¿Recuerdas cuando no tenía estas figuras alargadas de cemento, ni tantas terrazas y chiringuitos?
-Ni rascacielos.
-Y no estaba tan bien pavimentado como ahora.
Madison entornó los ojos con ese aire melancólico suyo que por momentos la raptaba.
-Aquí fue donde te declaraste -dijo.
-Te pregunté si querías casarte conmigo.
-Me hizo feliz que me lo pidieses.
-Te pusiste a llorar.
-Y te dije que sí.
-Luego vino Pamela.
-Bueno, tardó un poco.
-Sí, se resistía.
-Se lo pensó durante unos cuantos años.