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Aparecieron los gemelos a toda velocidad, propulsados por sus bicicletas. Aunque se habían mantenido a distancia adrede -Sandy les dijo que no se acercasen hasta que terminase de hablar con esos señores- en todo momento estuvieron pendientes de su abuela.
A Coleman le sugerían una réplica de Goku, el protagonista del exitoso manga Dragon Ball creado por Akira Toriyama inspirándose en una leyenda china y la obra Viaje al Oeste del autor Wu Cheng’en. Sólo les faltaban los accesorios: cola de mono, bastón mágico, nube, ropajes estilo monje Shaolin de China y aterrizar en una nave esférica en lugar de venir en bicicleta, o tal vez utilizando su capacidad para tele-transportarse.
-¿Estás bien, abuela? –dijeron al unísono, examinando con aprensión a Sandy.
-Claro, niños. No tenéis de qué preocuparos –replicó ella, secándose las lágrimas con un clínex, y esbozó una sonrisa tranquilizadora que obró un efecto balsámico en sus nietos.
Se volvió hacia los policías.
-¿Eso es todo?
Sabrina y Coleman intercambiaron un gesto de asentimiento.
-Gracias por su amabilidad –dijo ella.
-Espero haberles servido de alguna ayuda.
-Ha sido un placer conversar con usted –dijo el inspector.
Sandy se alejó custodiada por sus nietos, que se habían apeado de la bicicleta y caminaban a su lado, agarrándola de la mano, mientras sostenían el manillar de la bicicleta con la otra mano.
Coleman y Sabrina observaron en silencio ese peculiar trío.
No les apetecía abordar el tema Lazarus.
-Andando, señorita Robinson –dijo Coleman.
Comenzaron a desandar el camino. Tras la copiosa lluvia a la que asistieron desde el interior del Ford Escape, ahora hacía suficiente calor para quitarse la chaqueta.
-El jardín japonés simboliza el cosmos.
-No empiece, jefe.
-Las islas aquí representadas son una evocación de las que componen el archipiélago de Japón.
A Sabrina le resultaban bonitos los bambús, arces y alfombras de helechos y musgos de los estanques, pero le aburrían las interpretaciones filosófico-místicas a las que era tan aficionado el inspector.
-La milenaria cultura nipona se basa en un concepto muy de mi agrado, el equilibrio inestable, siempre a punto de quebrarse, entre hombre, cielo y tierra.
-Supongo que por eso hay tantas piedras por todas partes, de diferentes tamaños –replicó ella, dándose por vencida.
-Las más importantes son esas rocas tumbadas llenas de aristas.
-¿Y las piedras que parecen abandonadas?
-Simbolizan la belleza de lo imperfecto e inacabado.
-¿Y los bonsáis?
-Nos dicen que las mejores esencias se guardan en tarros pequeños.
-¿Esos pinos azulados no son demasiado jóvenes para este jardín?
-Los reemplazan cuando empiezan a envejecer. Simbolizan la eterna juventud. Su tono azulado representa la mañana.
Sabrina resopló. ¡Demasiados símbolos para su gusto! ¿Por qué Coleman no había opositado para una cátedra universitaria en lugar de meterse en ese Departamento de Policía de San Francisco comandado por un atajo de desperfectos humanos?
-La arena está rastrillada alrededor de las rocas más grandes –observó, armándose de paciencia, para seguirle la corriente.
-Simboliza el mar. Nada es gratuito. Hay que interpretar el lenguaje gestual. Las copas de los árboles que sobresalen por encima de la tapia que circunda el jardín representan los ojos del genio que habita aquí. Se asoman al exterior para invitar a los profanos a iniciarse en los misterios que aguardan a este lado de la tapia.
-No se me había ocurrido. ¿Y por qué han puesto baldosas tan irregulares en el camino que conduce a la casa de té? Cualquiera diría que han dificultado adrede la marcha de los visitantes.
-¿Acaso el camino de la vida es llano y cómodo?
-Ah, claro. Debí suponerlo.
-Esos cantos pequeños sobre musgo evocan el rocío.
-¡Hay que echarle imaginación!
Coleman examinó las linternas de piedra y demás elementos decorativos que encontraban a su paso.
-Los entornos naturales… -empezó, en su tono docente.
-¡Ya está bien! –dijo Sabrina.
El inspector soltó una risotada.
-Como quiera.
***
Los Evans tomaron un taxi, aunque Madison los consideraba de mal gusto por su pintura de color amarillo chillón.
El chófer era un negro que mascaba chicle con la boca abierta. Los recibió un rap indescifrable por lo rápido que vocalizaban los cantantes.
-¿Qué música es ésta? –preguntó Madison apretándose contra el pecho la bonita bolsa de Pearl Factory que contenía los collares de sus niñas.
-Rap, señora.
El chófer acomodó el enorme rosario enrollado alrededor del espejo retrovisor y volvió a posar su mano ensartada de anillos sobre la funda de leopardo que cubría el volante.
-Nunca consigo entender la letra de estas canciones tan atropelladas.
-Es el tema I Drink Fernet, señora.
-Ah.
Oliver miró la ciudad a través de la ventanilla. Cuando iba en coche por San Francisco sus pensamientos se contagiaban del tráfico saturado. Sólo al hacerse visible el mar se liberaba del colapso.
-Equipto y Mike Marshall, señora.
-¿Qué pasa con ellos?
-Son los cantantes.
-Ah.
-Con Skeptic y Cognito como invitados.
-Unos nombres muy originales.
Oliver se preguntó por qué tenía su mujer la costumbre de intimar con cualquiera, fuese de la condición que fuese.
El chófer se sacó el chicle de la boca, lo pegó en una chapa Martin Luther King del salpicadero, agregándolo a la fila de usados, y se introdujo otro en la boca tras sacarlo de la guantera con una pericia asombrosa.
-¿De qué habla la canción? –volvió a la carga Madison.
-Una bebida argentina, señora.
Qué ingrata casualidad, pensó Oliver, temiendo que su mujer recordase al dependiente de Pearl Factory.
-Por eso el tema se titula I Drink Fernet.
El chófer hizo una pompa y la estalló, provocando que el chicle se adhiriese a la punta de su roma nariz. Oliver se dijo que era un percance habitual; el negro había despegado el chicle con naturalidad para metérselo otra vez en la boca.
-¿El Fernet es una bebida argentina?
-Sí, señora.
-No lo sabía.
-Es de origen italiano, pero se ha vuelto muy popular en Argentina y de allí ha pasado a nosotros.
***
Emily se secó las lágrimas, suspirando. Ya se sentía mejor. Cuando Lazarus la abrazaba se desvanecían los fantasmas. Le transmitía su seguridad.
La angustia era reemplazada por el grato envolvimiento sensual. Sus manos la acariciaban: cabello, hombros, cuello, rostro. El encantador de serpientes.
Su voz cálida le susurraba al oído palabras de amor. El canto de sirena al que sucumbía como una ratita correteando desesperada tras los pasos del flautista de Hamelín.
¡Cómo le gustaba estar así, tan cerca de él! Ser la protagonista de su deseo equivalía a ejercer de diva en una representación estelar.
Al implicarse en esa ansia contagiosa accedía a un territorio desconocido, con el que soñaba desde la adolescencia.
Las migajas de fantasía ya no eran suficientes. Había llegado el momento de la realización. Ansiaba entregarse a la fuerza oscura que se apoderaba de ella. ¿Por qué no ceder a esos impulsos?
El pensamiento se resistía, planteando mil objeciones. En vano. En sus entrañas crecía una bestia salvaje que no atendía a razones. Y ella estaba conforme.
¡Qué delirio! Se desvanecían las dudas y el miedo bajo esa luz deslumbrante. Era un hechizo. Un cuento de hadas hecho realidad. La rana transformada en princesa.
Brotaba de la tierra. Volvía a nacer en un bosque encantado. Un hada capaz de surcar los mares y el cielo.
¡Cómo besaba Lazarus! Qué delicia. Claro que no había elementos de comparación; él era primero y único; nunca besó a un hombre; se reservaba para saborear esos labios y entregarse a la cálida succión de esa lengua que borraba la memoria de su identidad a cada lametazo.
¡Dios, qué pasión volcaba en aquellos besos! Ella se los devolvía redoblados, mordisqueando sus labios, lanzando la lengua a un duelo desenfrenado con la suya.
Debía improvisar. Dejarse llevar por la intuición. Inventarse a sí misma. Era una novela con las páginas en blanco que rellenaba sobre la marcha.
Las manos del mago descubrían el País de las Maravillas en su propio cuerpo, desplegando un universo de sensaciones. ¡Vamos a explorar el espacio infinito! Se sentía amazona, aventurera.
¿La rutina cotidiana? Calcinada en ese fuego.
Dio un respingo. Lazarus había deslizado las manos debajo de la blusa. Era la primera vez. Antes acariciaba sus senos por encima de la ropa; ella se ponía rígida.
¿Por qué hoy daba ese paso, invadiendo un territorio nuevo, más íntimo?
¿Acaso te invité yo? ¡Claro que sí! ¡Abrí las puertas de par en par!
¡No finjas sorpresa, hija! ¿Por qué eres tan cínica? ¡No deseas otra cosa!
Estrangulada por ese deseo sofocante que le cortaba la respiración, sentía las manos del mago amasando sus senos. ¡Qué gusto! ¿Cómo resistirse?
¡El sujetador! Lazarus se lo había arrebatado con una pericia inquietante y ahora estaba tirado en la mesa, sobre la ensaladera de porcelana donde estuvo la crema de marisco que él devoró con glotonería infantil.
Las manos expertas amasaban el pan de sus pechos. Los besos se volvieron más ardientes, avivando el fuego.
Mi corazón, pobre, está envuelto en llamas.
¿Acaso no buscaba eso desde hacía una eternidad?
Aquello era una sugestión. ¿Estaba soñando? A ella no le ocurrían esas cosas.
Lazarus avanzaba como un ejército invencible. Le había arrebatado la blusa. ¿Cuándo? ¿Cómo? No tuvo tiempo de ser consciente. ¡No reparaba en sus movimientos!
¿Qué me está pasando?
¿Por qué no se resistía?
¡A la mierda! Esta vez no me negaré.
La blusa también fue a parar a la mesa. Ya no cubría su cuerpo. Estaba entre la jarra del zumo de frambuesa y el plato hondo que él rechazó para comerse la crema de marisco en bocadillos.
¿Qué? No se lo podía creer.
¡Me está chupando los pechos!
Los lamía de arriba abajo. Succionaba los pezones y los excitaba con la punta de la lengua, en un movimiento rítmico, vibrante. Qué placer, por Dios. ¡Nunca los tuvo tan duros!
Amamantaba a Lazarus. Él era un lactante y ella su madre. Qué intimidad cómplice y simbólica. ¿Por qué algo tan gratificante le había pasado desapercibido hasta entonces?
He perdido el tiempo. ¡Malgasté mi vida!
***
De pronto Amy reaccionó, sacudiéndose la parálisis heredada de otros tiempos.
Ahora también ella acariciaba.
Había en ella una necesidad imperiosa de borrar con placer el dolor acumulado.
El cuerpo de Don era la tierra prometida.
En su rutina sexual él abría la senda y Amy tomaba las riendas a medio camino para dirigir la marcha hasta el desenlace final.
Al comprobar que cambiaba de actitud, Don adoptó el rol pasivo que le gustaba y se dejó llevar.
Enardecida, ella besaba y lamía, estrujándolo, hasta que captó su atención el pene enhiesto, una flor erógena de tallo grueso y curvo y glande fuerte, brillante, como un capullo primaveral.
Le encantaba contemplar su flor erógena y jugar con ella. La acariciaba, besándola, y le daba lametazos. Luego se la metía en la boca para chuparla golosamente, con los ojos cerrados, entregándose al placer que se apoderaba de ella.
Un néctar embriagador que encendía el fuego de la pasión.
***
Lamentó que esa conversación con el taxista no se produjese antes de acudir a Pearl Factory. ¡Le habría gustado hablar del Fernet con el encantador Horacio!
-¿Es una bebida alcohólica?
-Sí, señora.
-Los cantantes modernos sólo hablan de bebidas alcohólicas, querida –intervino Oliver.
Le molestaba que su mujer se interesase tanto por el Fernet.
-No me imagino a un rapero dedicándole una canción a Fanta o Coca-Cola –dijo el chófer, carcajeándose, y sacó otro chicle de la guantera para metérselo en la boca y masticarlo ruidosamente.
-¿Cómo es el Fernet? –preguntó Madison en previsión de un futuro encuentro con Horacio.
-De color oscuro. Contiene hierbas, señora.
-¿Usted lo ha probado?
-Claro, señora. En San Francisco está de moda.
-Vivo en esta ciudad desde que nací y es la primera vez que oigo mencionar el Fernet.
El chófer se encogió de hombros, dirigiendo una mirada elocuente a Madison a través del espejo retrovisor. No le sorprendía que esa anciana estuviese fuera de juego en cuestiones de moda.
Madison aguzó el oído, intentando entender algo en la diarrea de palabras que salía por los altavoces, en vano. La estridente percusión sincopada de fondo no ayudaba. ¿Cómo se podía considerar eso música? ¡De canción no tenía nada! La letra brillaba por su ausencia, atropellada por los vocalistas.
Se sintió vieja e inútil.
No reconozco el mundo en el que vivo.
Fijó la mirada en la cabeza del chófer, de la que colgaba un manojo de trenzas rastas. Tenía una gorra de béisbol blanquinegra, con una enorme visera circular que llevaba escrita la palabra TRUKFIT.
-Tiene usted una gorra muy chula.
-Claro, señora. Me costó dieciséis pavos con ochenta.
-¿En qué tienda la compró?
-En ninguna, señora.
-¿Cómo es eso?
-No tengo tiempo para ir a las tiendas. Lo compro todo por Internet.
-¿El envío no tiene coste?
-Es gratuito pasando de diez pavos.
Oliver se preguntó qué tenía de interesante el lugar donde aquel negro se había comprado su maldita gorra, que a él le parecía una horterada.
Madison observó que el tema I Drink Fernet era sustituido por otro con una voz más profunda y grave, como la del chófer.
-¡Se acabó el Fernet!
-Claro, señora. Hago mi propia selección musical.
-¿Esto también es rap?
-Kanye West. Sólo escucho rap.
-¿Por qué?
El chófer se encogió de hombros al tiempo que cambiaba de posición la gorra para que la visera mirase hacia atrás, enfocando directamente a Madison, que estaba sentada detrás de él.
-El resto de la música no me transmite nada, señora.
-¿Ese Kanye West dice cosas interesantes?
-Claro, Kanye West es un tío legal. Por eso se ha ligado a Kim Kardashian.
Madison puso los ojos como platos.
-¿Kardashian, la súper modelo, actriz y empresaria millonaria?
-La misma, señora.
-¿Se va a casar con un rapero?
-Un rapero negro, señora –puntualizó el chófer.
Oliver se dijo que esa conversación iba de mal en peor.
-¡Si es la sucesora de Coco Channel!
-Ayer fue la pedida de mano, señora. Kanye West alquiló el estadio de los Giants y contrató a una orquesta con cincuenta músicos para cantar Young and Beautiful.
-Impresionante.
-Kanye West lo hace todo a lo grande, señora.
-Ya lo veo.
-Le dio a Kim Kardashian un anillo con diamantes de quince quilates, señora.
Oliver deseó que a su mujer no le tentase explayarse sobre los diamantes, como hizo con las perlas en presencia del galán argentino.
-¡Le habrá costado una fortuna!
-Se lo puede permitir, señora.
-¿Desde cuándo está Kardashian con ese rapero?
-La tira de tiempo, señora. Hace un par de años tuvieron a North West.
-¿North West? ¿Qué es eso?
-Su hija, señora.
Madison esbozó un gesto de pasmo.
Decididamente, me estoy quedando obsoleta.
La vida le pasaba por encima. ¡No era capaz de retenerla!
-Es normal que desconozcas esos chismes, querida. Nunca te han gustado los programas del corazón ni la prensa rosa –intervino Oliver, sonriendo, aliviado; el taxi había llegado a su destino; abonó en efectivo el importe de la carrera.
-Muchas gracias, señores –dijo el chófer, deshaciéndose en sonrisas; el taxímetro marcaba veintiuno con cuarenta y el cliente no aceptó el cambio de los veinticinco dólares que le había entregado.