16
-Nunca me dijo su apellido. Para mí siempre ha sido Lazarus.
-¿Qué relación tiene con él?
-Fuimos amantes.
-¿Ya no lo son?
-Supongo que no. Bueno, ocasionalmente, tal vez. ¡Mierda, no lo sé!
Sabrina sonrió. ¡Mierda! Ella misma usaba esa expresión de contrariedad continuamente. Aquella coincidencia provocó que Samantha empezase a caerle mejor, incluso simpática. En el fondo tenían muchas cosas en común.
Coleman volvió a la carga.
-¿Cómo fue su relación?
Samantha suspiró. Su imagen de seguridad se había esfumado. Ahora parecía una chiquilla desvalida.
-Cuando vine a esta ciudad estaba por los suelos, no creía en mí misma, no confiaba en mis posibilidades, no tenía ni idea del mundo. ¡Ni siquiera sabía de lo que soy capaz! Llegué de Modesto cargada de complejos y miedos.
-¿Le debe a él lo que tiene?
-Seguiría arrastrándome como una pobrecita, igual que los cientos de chicas monas que no consiguen una mierda. ¡Lazarus me dio fuerza y valor! Yo nunca tuve ni una cosa ni la otra. Me enseñó a venderme, a sacar partido a mi físico, a aprovechar el lenguaje de los negocios y el marketing, a comportarme con los tipos ricos y poderosos. Enterró a la provinciana estúpida que no puede pasar de camarera en un bar de mala muerte donde los camioneros te dan palmadas en el culo.
-Compró su salvoconducto.
-¡Exacto! Mi pasaporte a la libertad.
-Para que dejase atrás sus orígenes humildes y aspirase a algo más.
Sabrina pensó que el inspector se lo pasaba pipa haciendo los coros a Samantha, como si formasen un dueto musical.
-He realizado sueños que antes ni siquiera me atrevía a imaginar.
-¿Qué más le enseñó Lazarus?
-¡Tantas cosas! A ser inteligente, para empezar.
-¿Qué significa para usted ser inteligente?
-Pensar con malicia, adelantarse a los acontecimientos, ser intuitiva y planificar estrategias aprovechando las debilidades de los otros.
-¿Sobrevivir en la selva?
-Eso es.
El aire vulnerable que mostraba ahora era muy distinto a la imagen autosuficiente que exhibía durante sus apariciones televisivas y a su rutilante fachada en los carteles publicitarios. Se transparentaba la cría acomplejada y provinciana de Modesto.
Sabrina se dijo que la transformación era asombrosa. Tenía ante sí a una mujer completamente diferente. En el mismo cuerpo cohabitaban dos identidades desligadas.
Y se expresaba con corrección y locuacidad.
-Lazarus hizo de ti otra persona –dijo.
Samantha miró a la detective con complicidad, agradeciendo su intervención.
¿Pensaba que ella podía comprenderla mejor que Coleman?
-Él es un experto en eso.
-¿En qué?
Samantha dudó.
-No sé cómo decirlo.
-¿En la doble personalidad?
-Pues sí. Sabe mejor que nadie cómo reinventarse a sí mismo.
-¿Abandonando los orígenes y el pasado?
-Como los animales que mudan de piel.
-La mayoría de las personas no creen que eso sea posible.
-Se sienten atrapadas en un destino de perdición.
-En cambio Lazarus…
-¡Él demuestra que se puede mudar de piel!
-Y enseña a otros cómo hacerlo.
Sabrina intercambió una mirada de complicidad con el inspector.
También ella sabía hacer los coros.
Tenía un buen maestro.
-¡Es un mago!
-¿Como los que hacen bailar a las serpientes tocando la flauta?
Samantha le sostuvo la mirada.
Parecía preguntarse si le estaba tomando el pelo.
Luego volvió a su registro dramático y reconcentrado.
-Tiene un poder de convicción increíble.
Como Hitler y los grandes personajes que arrastran a las masas con sus argumentos, pensó Coleman. O como los políticos de la actualidad, salvando las distancias. Era evidente que Samantha Davis admiraba a Lazarus, estaba rendida a sus pies y le guardaba un agradecimiento profundo.
¿Qué suerte de hechizador era aquel hombre?
Sugería un personaje novelesco y de cómic. Cualquier personaje literario o cinematográfico poseía una vertiente de cómic que desfiguraba sus rasgos visibles de una manera grotesca.
Hubo un silencio.
Samantha tenía el rostro embozado en las manos. A Coleman se le ocurrió que Lazarus estaba presente en la conversación, no por alusiones, sino de hecho. Samantha Davis era su delfín, su obra maestra.
¿Qué era ese individuo? ¿Un perverso manipulador de voluntades?
-Dígame, señorita Davis, ¿cree que Lazarus es capaz de asesinar a sangre fría? –soltó a bocajarro.
Samantha se puso rígida; meditó la respuesta durante un rato.
-¿Sabe? He aprendido que en el mundo hay muchos hombres trepadores y sin escrúpulos capaces de cualquier cosa que en el fondo son cobardes.
-¿Qué quiere decir?
-Me refiero a que se guardan las espaldas para no tener problemas. Están protegidos por las tramas de poder en las que participan. Los corruptos se defienden unos a otros.
El rostro de Samantha se encendió súbitamente.
-¡Lazarus es un caso aparte!
-¿En qué sentido?
-Va por libre.
-¿No es trepador?
-Es un lobo solitario.
Un mártir de su causa destructiva, se dijo Coleman, sin comprender el alcance de esas palabras.
Lazarus se demolía a sí mismo para dejarse devorar por el caos instintivo que brotaba de su interior.
¿Qué significaba tal afirmación?
-No distingue entre el bien y el mal como las personas normales.
-¿Se refiere a las que estamos condicionadas por la educación y la vida en sociedad?
-Él dicta sus propias reglas; establece una escala de valores que no se corresponde con el ciudadano de a pie.
-¿Qué tiene de malo el ciudadano de a pie?
-Según Lazarus es una marioneta del sistema. El Matrix, como dice él.
-¿Es consecuente con lo que predica?
-No tiene miedo. Se entrega a sus actos con todas las consecuencias.
Samantha calló, retorciéndose las manos sobre el regazo. Sabrina se dijo que ella hacía ese gesto cuando se sentía angustiada.
Coleman pensó que Samantha daba una imagen de necia rubia oxigenada por televisión, como tantas otras, y ahora le parecía una mujer inteligente que hablaba con propiedad, como una universitaria brillante.
-¿Lazarus es capaz de asesinar a sangre fría? –insistió.
Samantha le sostuvo la mirada.
-Desde luego que sí –dijo con firmeza.
A Coleman le sorprendió su respuesta.
-¿Por qué lo cree?
Samantha se encogió de hombros.
-Es una bestia salvaje. Se deja llevar por su instinto. No tiene resquemores de conciencia. No sabe qué es eso.
-¿Cree que ha matado a alguien?
Samantha volvió a dudar.
-Cielos, espero que no lo haya hecho, pero es capaz de hacerlo si lo considera necesario y siente el deseo de matar.
Coleman estaba perplejo por el personaje que dibujaban las declaraciones de esa mujer y aún más por ella misma.
La televisión ofrecía una visión descafeinada de las personas.
-¿Sabe si ha trabajado para Morgan Stanley?
Samantha negó con la cabeza.
-Lazarus nunca habla de su pasado.
Coleman se dijo que no mentía. Era significativo que dos personas mantuviesen una larga relación sentimental y una de ellas no desvelase su pasado. Indicaba el dominio que Lazarus había ejercido sobre ella.
-¿Le habló de una empresa llamada Harmony Impact?
-No.
-¿Lazarus se casó y tuvo hijos antes de conocerla a usted?
Debía formular aquellas preguntas de rigor, aunque quedasen sin responder.
-Eso es todo, señorita Davis. Gracias por su amabilidad.
***
-Déjame disfrutar, Lazarus. No todo es dinero en la vida.
-Te equivocas.
-¡Mierda, lo he pasado muy mal!
-No tanto como otros.
-De vez en cuando necesito desconectar con la coca.
-El problema es que el mundo no desconecta nunca. ¡Nos pide cuentas continuamente!
Samantha suspiró, hastiada; acto seguido cambió de actitud, con el semblante iluminado. Se había apoderado de ella la tigresa y cuando eso ocurría se volvía irresistible para cualquier hombre.
Cada mirada o gesto, hasta el más leve movimiento, era seductor. Transmitía un magnetismo contagioso, poseída por esa fuerza animal, oscura, arrebatadora, que Lazarus le había enseñado a sacar de su interior.
Se regodeaba dejándose arrastrar por la bestia siempre que tenía ocasión para obtener beneficio. A veces se adueñaba de ella a traición; tenía vida propia. No era una mascota obediente.
Se puso a bailar para oficiar el despliegue de sensualidad.
Vestal, su cuerpo era oro femenino. Esa riqueza no tenía precio, casi. Qué milagro fugaz de la naturaleza condenado a extinguirse en breve, como la eclosión de la primavera.
La belleza que estrangula al macho es flor estacional.
Lazarus F. sonrió, maravillado. El halcón se revolvía, presa de inquietud, excitado por el espectáculo. Samantha no era una modelo de pasarela huesuda y desgalichada, sino una amazona salvaje con todas las de la ley, vital, carnosa, atlética. Su anatomía perfecta no era blanda ni lánguida. Las formas femeninas se veían bien perfiladas, rotundas.
Piernas, culo, vientre, tetas, hombros, brazos. Nada desmerecía. El conjunto era una obra maestra.
El salto de cama se desprendía en cada giro del sensual estriptis, desnudando esos senos gloriosos, apuntados, cónicos, turgentes, con los pezones erguidos; unas tetas con el tamaño justo, pulposas, sin flacidez ni descolgamiento, adolescentes y maduras a la vez.
La fina tela caía centímetro a centímetro, rozando levemente aquella piel tersa y dorada; la habían bronceado para darle un tono áureo. Apareció el sector delicioso del vientre, ligeramente abombado; los guiños del ombligo adolescente disparaban las glándulas salivales.
Y esas caderas suyas que cortaban la respiración, con su formidable curva revestida de la justa carnosidad para activar un deseo loco. Y el primoroso rectángulo púbico de finas hebras rubias; qué engañoso aire virginal.
Las piernas constituían en sí mismas un monumento; longitud y turgencia medían el exacto equilibrio entre distinción y rotundidad sensual, con las inserciones de rodillas y tobillos de un tamaño preciso para no contrariar los dictados de la feminidad más exclusiva sin renunciar a la firmeza de un cuerpo atlético esculpido para practicar sexo sin caer en la extenuación.
***
-Los responsables del centro han montado una exposición de leones marinos de California en el muelle.
-Los japoneses se quedan de piedra.
-Las niñas me han pedido que les enviemos por WhatsApp la foto donde Daisy aparece junto a ese león marino de piel plateada tan bonito.
Oliver se rió. Siempre que llevaban a sus nietas al Pier 39 tenían que visitar obligatoriamente el Centro de Mamíferos Marinos y el Acuario de la Bahía. ¡Habían heredado la fascinación por todo lo relacionado con el mar!
-Cynthia no para de decir que su hermana está como una foca de tanto comer algodón dulce.
-¡Si son unas princesitas!
-Y si no que se lo pregunten a los clientes de Gap.
Oliver no se lo podía creer cuando vio a sus nietas en el spot publicitario del fabricante de ropa Gap que se emitió a nivel nacional. Pamela no les había dicho nada para sorprenderlos.
¡Casi no reconocía a Daisy y Cynthia, de lo arregladas y guapísimas que estaban!
-¿Sabes que les piden autógrafos por la calle?
-¡Cómo cambian los tiempos! ¡Aún no han cumplido siete años!
-Hay que aceptarlo, Madi. Vivimos otra época.
-Me da miedo.
-A mí también.
-Supongo que los viejos estamos fuera de juego.
Tras dedicar una hora a curiosear, Madison descubrió que tenía hambre.
-Va siendo hora de comer, papi.
-Pues sí.
-Pamela dice que el Bubba Gump es un restaurante de película. No sé por qué no hemos ido allí antes.
-A ti te chifla el pescado y siempre acabamos en el Fog.
En el Bubba Gump había una treintena de comensales. Era un local espacioso, tranquilo y decorado con personalidad, justo del gusto de Madison. Las paredes lucían adornos que evocaban la película de Forrest.