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Coleman detuvo el coche en doble fila ante el ochenta de Howard Street.
-¿Qué sabe de Samantha Davis?
Sabrina frunció el ceño, sorprendida.
-¿La nueva celebrity? Es uno de esos astros bellos, jóvenes y prometedores que salen de la nada e inundan pantallas de televisión y carteles publicitarios. En la KTVU, la estación de televisión afiliada a la Fox que emite para el área Bahía de San Francisco, no paran de promocionarla, empezando por el popular The Ten O’Clock News, número uno en horario prime.
-El único noticiero que se televisa a las diez de la noche desde que la KBCW canceló el suyo por los bajos índices de audiencia.
-El presentador Frank Somerville tiene debilidad por ella, la saca continuamente, y Rosy Chu, que dirige el programa Bay Area People, dice que Samantha Davis será una rutilante estrella de Hollywood.
-Veo que está al corriente de los ecos de sociedad, señorita Robinson.
-¿Qué relación tiene Samantha Davis con el caso?
-Podría ayudarnos a comprender el perfil psicológico del sospechoso.
-Dudo que sea psicóloga.
-Y yo, pero tuvo una aventura con nuestro hombre.
La detective puso los ojos como platos.
-¿Jack Parker se lió con esa vedette?
-Ajá.
-¿Cómo lo ha averiguado?
-Soy el chacal de San Francisco.
-Suena bien.
-Llevo muchos años husmeando por toda clase de tugurios y hay mucha gente que pierde el culo por hacerme un favor.
-Claro, imagino que un inspector de homicidios es un pez gordo en la calle.
-Tengo doscientos confidentes repartidos por la ciudad.
Sabrina silbó, admirada.
-Y todos disponen de correo electrónico; basta un sms masivo adjuntando una fotografía para informarme de detalles insospechados acerca de cualquier sujeto visible. Es lo que tiene Internet. El ágora pública y libre de los tiempos modernos.
-¿Quién le ha dado la pista?
-Debería preguntar quiénes. Lazarus-Jack y Samantha Davis han recorrido los locales de estriptis de San Francisco, sin dejarse uno en el tintero.
-¿Los de la calle Broadway?
-Deja Vu Centerfolds, Hungry, Deja Vu Roaring 20’s, Penthouse Club, Deja Vu’s Garden of Eden. También los de Columbus Avenue: Condor y Little Darlings, el nearby club de la calle Kearny, el polémico Larry Flynt’s Hustler Club y por supuesto el famoso Gold Club al que acuden clientes de alto copete y cazadoras de fortuna.
-Se los conoce usted al dedillo.
-He estado en todos más de una vez. Son una de las principales distracciones de esta ciudad.
-Para el público masculino.
-Evidente.
La detective no salía de su asombro.
-¿Samantha Davis empezó su carrera como stripper?
-Era la mejor.
-Alucinante.
-Y Jack la acompañaba.
-¿Su chulo?
-Bingo.
-No me encaja. ¿Un tío que trabaja en Morgan Stanley?
-Las apariencias engañan; lo dicen los cuentos de hadas.
-Puede sacar un pellizco vendiendo esa exclusiva.
-No la compraría nadie.
-¿Por?
-Cuando tienes padrinos empeñados en que subas como la espuma para sacar tajada da igual que hayas sido el Diablo; el público no se va a enterar.
-Es verdad.
-Samantha Davis no empezó como stripper, sino más abajo.
-¿Prostitución?
-De eso siempre hay, es inevitable. Su primer empleo fue chica Lu.
-¿Trabajó en ese espantoso local de Geary Boulevard?
-Ataviada con un biquini rojo mínimo y plataformas de quince centímetros, como todas las camareras de Café Lu.
-¿Por qué no han contado todo eso los medios?
-No me haga reír, señorita Robinson. Samantha Davis dejaría de ser rentable para sus padrinos. Vivimos en el mundo de los negocios. ¡Todo está al servicio del vil metal!
-A lo mejor vende la historia de superación personal.
-¿La mujer que ha tragado hiel en los bajos fondos de la ciudad?
-Claro.
-Como usted misma ha pensado, eso apesta a prostitución. El público demanda heroínas, no fulanas arribistas.
-¿Nadie prospera por méritos propios?
-Me temo que los artistas son productos de mercado teledirigidos.
Sabrina resopló.
-¡Cómo está el patio!
-¿Le apetece charlar con ella?
-¿Con Samantha?
-Vive aquí.
-¡Es usted increíble, inspector!
Malcolm Coleman, la caja de sorpresas.
Samantha los recibió con amabilidad afectada, como si en vez de policías los considerase ejecutivos de una productora de cine, se dijo Sabrina.
Le llamó la atención su espléndida mata de cabello. Tenía onda, movimiento, estilo y una primorosa cascada de rulos. ¡Mierda, ella nunca conseguía ese efecto deslumbrante! Y eso que desde la adolescencia estaba a vueltas con la plancha de pelo, la onduladora, las pinzas y los tubos.
¿Cómo lograba Samantha aquellos espectaculares rizos? En una peluquería de altos vuelos, seguro. En Union Square había unas cuantas. En las de Grant Avenue hacían trabajos estupendos. Patrick Evan y Brandon Hair eran sus preferidas, aunque Salon Miel y The Color Design tampoco estaban mal.
Le gustaría preguntarle a cuál acudía ella. ¿O quizá tenía la suficiente pericia con la onduladora para valerse por sí sola? No era improbable, a juzgar por su habilidad para salir del arroyo de la noche a la mañana.
El atuendo era el apropiado para acudir a una reunión de negocios o un cóctel formal: blusa blanca de hombros anchos y corte geométrico, falda negra de corte lápiz que tapaba las rodillas, medias DIM Mod con estampado de pitón y zapatos Wonders tipo merceditas, de medio tacón, con un gracioso lazo en el empeine.
El maquillaje, sencillamente perfecto, conseguía un efecto natural. Ella era una experta; había dedicado muchas horas a pelearse con los cosméticos, sobre todo durante el tiempo que se preparó para el concurso de Miss.
¿Qué prebase utilizaba para unificar la tez y que los poros pareciesen más pequeños? Ella solía emplear la de Studio Secrets por su acabado mate con un efecto alisador. Pero el acabado de Samantha tenía un efecto más luminoso, al estilo Luz Magique.
La base se adecuaba al tono de piel. Algunas mujeres escogían un tono más oscuro para verse bronceadas y su aspecto artificial no les favorecía. Ella nunca se arriesgaba. El Accord Perfect calcaba el tono de la piel, adaptándose a su textura; el acabado era muy natural. Y en previsión de una jornada larga en la que estaría expuesta a agresiones ambientales, optaba por la base Infalible, que mantenía el maquillaje intacto durante más tiempo.
Samantha prefería los efectos luminosos; también en este caso parecía llevar Luz Magique. Le quedaba de perlas; ¡qué aire de radiante vitalidad! Y había realzado ese efecto haciendo el toque final seguramente con el Pincel iluminador Luz Magique, una especie de varita mágica. Como su fórmula era rica en pigmentos, bastaba aplicar pequeños toquecitos delicados para conseguir un efecto inmediato. ¡La cara irradiaba luz y vitalidad en un abrir y cerrar de ojos!
En cuanto a la persona, Samantha Davis resultaba tan impresionante como en televisión o los carteles publicitarios, se dijo, y echó una ojeada circular al soberbio apartamento, blanco, amplio, luminoso, provisto de muebles nuevos y de calidad, con ese enorme ventanal que mostraba la zona noble de San Francisco, tan repetida en las películas; un lugar de ensueño, privilegiado.
¡Su modesto apartamento en South of Market era insignificante y vulgar! ¿En qué se diferenciaba Samantha Davis de ella? Si hubiese obedecido a su madre, aceptando a los managers que se pusieron en contacto con ella cuando fue elegida Miss San Francisco, ahora sería una Samantha, viviría en un apartamento tan lujoso como el suyo, en uno de los barrios más caros de la ciudad, y ganaría treinta veces más que su modesta nómina en el Departamento de Policía.
Coleman no reparó en la ropa y el maquillaje de su anfitriona, ni en aquel apartamento hollywoodiense. Simplemente se sintió un hombre afortunado por estar rodeado de tanta belleza femenina. ¡Menudo cambio de la irrespirable morada de la señora Parker a ese escenario luminoso junto a dos bellezones californianos!
Un inspector de homicidios iba del cielo al infierno y viceversa en cuestión de horas.
Pero había que ponerse el mono de trabajo. Samantha Davis era una testigo circunstancial en el caso que estaban investigando.
Indicó a Sabrina que mostrase la fotografía de Lazarus-Jack a la atractiva modelo, que se había arrellanado en el asiento y los miraba con una mezcla de curiosidad y temor.
-¿Qué sabe de ese hombre?
Directo al grano con ese laconismo suyo de boxeador verbal, bromeó para sí la detective.
Samantha se tensó al mirar la fotografía.
La expresión de su rostro denotaba estupor y desconfianza.
***
Lazarus F. se dejó caer en uno de los sofás que había a los lados de la cama. Vaya, era increíblemente cómodo. Estaba tapizado en blanco, como no podía ser de otra manera. Sobre la mesilla de noche había un ejemplar de Playboy. El número donde Samantha salía en la portada.
Hojeó la revista. El reportaje fotográfico de las páginas interiores era fabuloso. Samantha estaba francamente impresionante. La gente de Playboy hizo un trabajo de primera.
Samantha se acomodó en el otro sofá y encendió un cigarrillo.
-Ahí lo tienes –dijo, echando humo por la boca.
Lazarus F. asintió. Convertir a Samantha en chica Playboy les había reportado una mordida suculenta.
-Cuando les llevé el book de fotos se quedaron de piedra. No se imaginaban que en San Francisco hubiese una tía tan buena que posase tan bien y fuera tan fotogénica. Mira las caras que pones. Eres un zorrón irresistible.
Samantha se rió.
-Lástima que no sacasen las fotos que te hice yo.
-Tú no tienes sus medios. ¡Me llevaron a unos estudios de cine!
Lazarus F. volvió a dejar la revista sobre la mesilla. Samantha fumaba entornando los ojos.
-Salir en Playboy me ha abierto muchas puertas. Antes no era nadie.
-Eras la mejor estríper de la ciudad.
-Ahora todas las amas de casa de San Francisco me conocen.
Samantha apagó la colilla en un cenicero circular de mármol.
-¿Te apetece una copa?
-Sabes que no bebo alcohol.
-Ni fumas.
-Ni consumo drogas.
-Yo voy a meterme una rayita, con tu permiso.
-No te conviene, Samy.
-No empieces.
-Deberías dejar esa mierda.
-Me lo has dicho mil veces.
-Tu único enemigo eres tú misma.
-¿En serio?
-Eres una máquina de hacer dinero con las horas contadas.
-¡Ah, eso tiene gracia, Lazarus!
-Te esperan dos años de apogeo y tres de declive.
-Lo sé.
-Luego serás una más en un océano de mujeres atractivas y tendrás que vivir de las rentas.
-Mi momento está aquí y ahora; no hace falta que me lo recuerdes.
-Aprovéchalo al máximo.
-Eso hago.
-Necesitas todas tus energías. Y esa mierda te roba la voluntad.
-Has venido a sermonearme. No cambiarás.
Samantha inspiró repetidas veces para absorber bien la cocaína.
-Paraísos artificiales, Samy.
***
-Me preocupa Emily.
-Sin motivo.
-Sólo nos hemos separado cuando me quedo a dormir en tu casa.
-No le pasará nada. Sabe cuidarse.
-No estoy segura.
-Además su novio la acompaña.
Amy esbozó un gesto de contrariedad.
-Eso es lo que me preocupa.
-¿Por qué?
-Es un tipo extraño.
-¿No te fías de él?
-Lo vi una vez y me hizo sentir algo raro, una especie de presentimiento.
-¿Al final lo conociste?
-Después de mucho insistir.
-No era normal que Emily no quisiese presentarte a su novio.
-Habla con monosílabos y no te mira a la cara.