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Sexo y espionaje

Como dijimos antes, el mismo año en que Mariquita Sánchez se casó con Martín Thompson se estrenó en Buenos Aires El sí de las niñas, obra cuyo argumento, se dice, pudo haberse inspirado en la historia de la pareja. Resulta interesante ver los nexos, en apariencia intrascendentes, que unen los acontecimientos históricos. A la misma hora en que se estrenaba la obra tuvo lugar un hecho que habría de constituir una página fundamental de la historia argentina: promediaba el segundo acto, cuando el virrey Sobremonte fue discretamente requerido por un edecán que traía un mensaje urgente: los ingleses estaban desembarcando en las costas de Quilmes y ya habían establecido la cabecera de playa para invadir. De este modo, Buenos Aires pasaba a ser una ficha más en el tablero mundial que, por entonces, se disputaban ingleses y franceses. Napoleón aspiraba a ser el nuevo César y España, en la medida en que no mostraba oposición, se convirtió en su virtual aliado. De hecho, la misma noche en que Sobremonte salió presuroso del teatro, iba camino a su propia caída; al poco tiempo renunció y su lugar fue ocupado por un francés: el virrey Liniers. Los ingleses, al atacar Buenos Aires, se proponían asestar dos golpes de una vez: uno al poder español y otro a sus tácitos aliados franceses. Todo amigo de Francia era un enemigo de Inglaterra. De manera que al ya complejo mapa político local había que sumar el nuevo panorama internacional. Así, en este novedoso contexto, criollos, españoles, franceses e ingleses eran los protagonistas de una historia signada por múltiples intrigas, alianzas y traiciones.

Ahora bien, sabido es que no siempre los factores decisivos que inclinan la balanza hacia uno u otro lado cobran estado público; a veces, detrás de los hechos políticos y militares, se esconden otros, mucho más privados, cuando no, lisa y llanamente, íntimos. Cuántas veces los hechos políticos conocidos se gestaron, no en la mesa de negociaciones o en el campo de batalla, sino en la intimidad de una alcoba. Y, de hecho, en los acontecimientos que tuvieron lugar a partir de las invasiones inglesas, el sexo jugó un papel decisivo.

Si el juicio de Mariquita Sánchez de Thompson tuvo todos los elementos de una novela romántica, los nuevos acontecimientos estuvieron a la altura de los mejores relatos de espionaje. Y la protagonista de esta novela sería, también, una mujer; acaso una de las mujeres más apasionantes de la historia argentina: Ana Perichon. Hagamos un breve repaso del escenario en que se habría de desarrollar esta trama llena de intriga.

La primera invasión inglesa de 1806 se produce en el marco del llamado «Plan Sabio». Mediante esta estrategia, el Foreign Office, bajo cuya órbita estaban los servicios secretos de la Corona, alentaba a los reyes de Portugal a instalarse en Brasil. Así, la colonia portuguesa habría de convertirse en el centro de un poderoso Imperio que se expandiría hacia el resto de América. De este modo, Portugal se haría cargo del dominio político mientras Inglaterra se reservaría el dominio económico mediante un tratado de comercio hecho a la medida de sus propios intereses, expulsando a la Corona española de sus colonias. A este plan se debe la inmensa expansión territorial de Brasil.

De acuerdo con esta estrategia, el servicio de espionaje inglés envió al coronel Burke a Buenos Aires para que cumpliera dos misiones: por un lado, indagar cuál era el sentimiento de la opinión pública sobre el dominio español y, por otro, difundir la falsa información de que España e Inglaterra se habían aliado en contra de Francia. El propósito de hacer circular esta noticia era el de predisponer el ánimo del pueblo contra los franceses. Sin embargo, el espía inglés no esperaba que su máscara fuera a caer tan pronto se reuniera con Liniers: el virrey, no bien lo tuvo frente a sí, recordó haberlo visto antes en España haciéndose pasar primero por francés y, en otra ocasión, por un diplomático alemán. De modo que, piadosamente, ordenó que se embarcase y volviera a Inglaterra cuanto antes.

Pero el Foreign Office no se habría de dar por vencido en sus planes de espionaje y aquí entra en escena la heroína de esta novela de intriga. Hija de un matrimonio francés de un holgado pasar económico, Anita Perichon era dueña de una belleza arrolladora. Sus ojos negros y enigmáticos, su boca de labios encarnados, una figura caracterizada por su cintura breve y un escote generoso, el decir pausado y su voz de leño ardiendo, la convertían en una mujer irresistible. Para envidia y azoramiento de los hombres más destacados de la sociedad porteña, Ana Perichon, en la flor de la edad, se casa con Edmond O’Gorman, un irlandés de aspecto insignificante y sin atractivo alguno, que sería nombrado como funcionario menor por el general Beresford durante el breve dominio británico. Lo que pocos sabían era que Edmond O’Gorman era, junto con el coronel Burke y otros miembros del servicio de espionaje inglés, fundador de una logia masónica. Lo cierto es que los mismos hombres que vieron con indignada envidia cómo el oscuro irlandés se casaba con la hermosa Anita Perichon, no pudieron menos que festejar la expulsión de Edmond O’Gorman luego de la reconquista de Buenos Aires, ya no por encono hacia el traidor, sino, sobre todo, porque su esposa decidió no acompañarlo y quedarse en la ciudad.

Muchos fueron los hombres que intentaron quedarse con el bello botín que había dejado el irlandés, pero la muchacha ya tenía un ilustre enamorado: el mismísimo virrey Liniers. Anita Perichon, aprovechando las prerrogativas de ser la amante de la máxima autoridad, protegía a los más célebres contrabandistas, entre quienes se contaba uno de sus hermanos, a la vez que se daba una gran vida a expensas de un fondo secreto del servicio exterior inglés. Encandilado por su belleza y sus artes amatorias que, según se ha dicho, eran inigualables, Liniers no veía, o no quería ver, cómo su amante proveía información vital del Virreinato no sólo a los ingleses, sino también a los portugueses. Sin embargo, lo que hubiese enfurecido al mandatario era saber que Ana Perichon respondía a las órdenes de aquel espía que tantas veces había querido engañarlo y ahora, por fin, lo estaba logrando: el coronel Burke.

Pero la amante del virrey no sólo obtenía vital información además de joyas, regalos, dinero y una vida de princesa; al mismo tiempo que le arrancaba suspiros de placer, también conseguía sacarle al virrey promesas y favores. Así, las palabras que Liniers gimoteaba en la cama mientras rogaba más placeres, luego debía refrendarlas en su despacho. De esta forma su amante consiguió salvar la vida de varios oficiales ingleses y la liberación de otros tantos tras la reconquista. Entre ayes y suspiros logró que sacaran de la cárcel a William White, contrabandista estadounidense y espía inglés; entre gemidos y juramentos de amor eterno, Anita había conseguido lo que no pudieron los cañonazos del enemigo: la capitulación ante el general Beresford.

La influencia de Ana Perichon sobre Liniers fue muchas veces subestimada; de hecho, el único que parecía darse cuenta de semejante poder fue Martín de Álzaga, quien la resistió, y hasta la enfrentó, con denuedo. Finalmente y bajo la presión de los sectores fieles a la dominación española, la amante del virrey fue expulsada. Pero sus actividades de espionaje bajo el mando del coronel Burke habrían de continuar en Río de Janeiro, donde conquistó a Lord Strangford, ministro inglés destacado en Brasil.

Su paso por las tierras cariocas no pasó inadvertido; de hecho, la princesa Carlota Joaquina pidió se la incluyera en una lista negra junto con otros personajes indeseables para la Corona, pero su secretario privado, seducido por Anita, se encargó de borrar el nombre de la mujer que lo hacía delirar de placer en la cama. A tal punto llegó el fervor del secretario de la princesa que, en una carta dirigida a su amante, escribió:

No es fácil explicar el odio y la ojeriza con que las mujeres feas miran a las hermosas, defecto del que no están exentas ni las mismas princesas.

La apasionante vida de Ana Perichon demuestra de qué manera el sexo, en su estado más primario, junto con los intereses económicos, políticos y sociales, es también uno de los motores de la historia. Pero la existencia de Anita Perichon de O’Gorman no habría de agotarse en sí misma, sino que iba a ser el prólogo de otra historia, tal vez una de las más notables páginas de las tradiciones argentinas que, con el tiempo, adquiriría la dimensión de una leyenda: la conmovedora vida de su nieta, Camila O’Gorman.