2.
Los de arriba
y los de abajo
en el sexo
En el Virreinato del Río de la Plata, a diferencia de lo que sucedía en otras latitudes de América, era frecuente que hombres y mujeres llegaran al matrimonio con varios hijos naturales de parejas anteriores. No resultaba extraño que los cónyuges y sus respectivas proles se unieran para convivir todos bajo el mismo techo. Eran muy usuales los concubinatos sin que hubiese casamiento o que éste se legalizara luego de que la pareja tuviese varios hijos. De acuerdo con los padrones de la época y según surge de los registros parroquiales, la iniciación sexual de las mujeres, más allá de su estado civil, se producía a los catorce años. En fin, los patrones familiares de esta época eran bastante laxos y las uniones no estaban sujetas a las leyes del matrimonio y, en muchos casos, tampoco a las del concubinato. Los hombres se iban de la casa cuando se hartaban de su mujer y volvían cuando se cansaban de andar de aquí para allá. Sucedía a veces que, al regresar, encontraban que su lugar había sido ocupado por otro, en cuyo caso podían pelear a punta de cuchillo por su mujer y sus hijos o darse por vencidos antes de iniciar una contienda.
A los ojos de los viajeros europeos, el modo de vida de los criollos era de un desarreglo incomprensible.
Lo común es dormir toda la familia en el propio cuarto, y los hijos que no oyen un reloj, ni ven regla en nada, sino lagos, ríos, desiertos y pocos hombres vagos y desnudos corriendo tras las fieras y los toros. No hacen alto en el pudor, ni en las comodidades y decencia. Deberían los eclesiásticos gritar sin interrupción contra los pestíferos vicios, persuadiendo además que el trabajo arreglado es una virtud que hace felices a los hombres,
escribió Félix de Azara con indignado asombro. Un viajero inglés de la época, de paso por nuestras pampas, considerando la situación moral, a sus ojos disoluta, en el marco de aquel paisaje tan agreste y llano, fue aún más contundente:
Si me viese obligado a vivir en estas tierras, sin dudarlo me colgaría de un árbol, suponiendo que hubiera árboles adecuados para tal fin.
Esta descripción se ajustaba a las clases bajas y a los sectores rurales. Veamos ahora cómo era la moral sexual en la cima de la pirámide económica de lo que habría de ser, años más tarde, la República Argentina. Lo más característico de estos sectores era el ocultamiento, la doble moral y, ante todo, el cuidado de las apariencias. Por ejemplo, frente al inesperado embarazo de la hija soltera de un matrimonio de abolengo, el procedimiento usual era, en primer lugar, retirarla de la mirada pública escondiéndola fuera de la casa. El segundo paso era buscar, cuanto antes y a cualquier precio, un marido. Si las cosas salían bien, se hacían con prontitud y la distancia entre el casamiento y el parto no era escandalosamente breve, no existían motivos para preocuparse. Si, en cambio, demoraban demasiado en encontrar un candidato, mantenían oculta a la muchacha hasta el momento del parto y entregaban la criatura en adopción a alguna criada. Sin embargo, en muchos casos, el hijo en cuestión, al llegar a la adultez, descubría la farsa. Hay varios expedientes judiciales que dan cuenta de estos casos, dignos de una novela. Luego de la muerte de una tal Juana Benavides, oriunda de Rincón de San Pedro, se hizo presente Felipe Guevara ante la justicia para exigir su participación en la herencia por cuanto, afirmaba, era hijo natural de la difunta, según surgía de
los públicos rumores que unidos a fundadísimos recelos había tenido yo desde mi infancia de ser su verdadero hijo, nacido de su propio vientre en tiempo de soltera. Descubierto el enigma de mi origen cuya realidad han tenido sepultado el honor de una familia, y los respetos debidos a la par del vínculo sagrado.
En otros casos, y a diferencia de lo que ocurría en las clases bajas y rurales, se recurría al aborto para borrar toda prueba ante los ojos de las demás familias distinguidas y, sobre todo, para no dejar rastros del «pecado» frente a la Iglesia, cuyos más encumbrados clérigos eran, en muchos casos, amigos de la familia.