2.
El harén de Cristo

Siguiendo el ejemplo del almirante, gobernantes, oficiales militares y clérigos se entregaron a los más degradantes abusos. La vasta región habitada por los guaraníes, por ejemplo, fue bautizada como el Paraíso de Mahoma en alusión a los harenes que montaban los nuevos señores llegados del otro lado del océano. Francisco de González Paniagua, capellán en Asunción hacia mediados del 1500, duro crítico de los abusos de sus compatriotas, escribió al rey:

El cristiano que está contento con dos es porque no puede con cuatro, y el que con cuatro porque no puede con ocho. Y no piense Vuestra majestad que ansi liviana y secretamente se usa el vicio, que desde el mayor al menor lo que peor suena es hacerlo en sus casas y publicarlo en las calles y plazas; usan los tales cristianos con las indias de sus placeres tan absoluta y disolutamente a tanto que ni les preguntan si son cristianas ni son infieles. De deudo en cuarto grado no se hace caso; con hermanas muchos; con madres e hijas algunos.

Así, la mítica y temible figura del Kurupí que atrapaba mujeres en el monte enlazándolas con su pene, pasó a ser una fábula pueril en comparación con el hombre blanco que las atrapaba con látigo y fusta.

El padre Martín Gonzáles, firme defensor de los aborígenes, tuvo la enorme valentía de denunciar a sus propios compañeros de sacerdocio, cosa infrecuente en la Iglesia que, por regla general, siempre encubrió los abusos sexuales. En un severo escrito al rey afirmó:

Después que prendieron a Cabeza de Vaca, le han quitado por fuerza los españoles a los naturales más de cien mil mujeres e hijas. Y cuando yo salí de allá quedarían vivas bien cuarenta mil de ellas, y las demás han muerto con los malos tratamientos que les han hecho los españoles, que las pringan y queman con tizones, atándoles de pies y manos y les meten hierros ardiendo y hácenles otros géneros de crueldades que no es lícito declararlas.

Las muy civilizadas huestes de Cristo, los mismos representantes de Dios en la Tierra no permitían

que ninguna destas mujeres se casen por sus malos fines y para tenerlas consigo. Antes las venden y compran, dándolas a trueco de perros, puercos, caballos y otros animales. Úsase esto entre los clérigos (…) Entre estas indias hay madres e hijas, hermanas y primas y otras parientas. Y con muchas dellas tienen cópula carnal. Y algunas han parido dellos, y ansí mesmo ellos y los hijos tienen cópula con muchas destas y las tienen por mancebas en su casa.

E igual que en los harenes de la lejana Persia, no faltaban los eunucos. ¿Y quiénes eran los castrados? El mismo Martín Gonzáles nos contesta:

Los españoles matan a muchos indios, si se sienten que han tenido cópula o la quieren tener con alguna destas mujeres. Ansí mesmo algunos de los españoles, como tienen indios en sus casas para servirse de ellos los castran. A unos, porque han venido a entender que han tenido cópula carnal con estas indias, y a otros porque no la tengan.

Ésta fue la moral sexual que impuso la Conquista a los «salvajes».