22

Johana se retrasaba. Observó una vez más el reloj de bolsillo mientras paseaba por el salón de su casa. Ya hacía una hora que la estaba esperando y, aunque ella no sabía que había regresado, se estaba impacientando.

El viaje de vuelta le había resultado corto. Los planes lo habían mantenido ocupado durante todo el trayecto. Se sentía mejor, tanto de ánimo como de cuerpo. Una vez tomadas las decisiones ya no había marcha atrás. Resultaba irónico que esa firmeza infranqueable le diera las fuerzas para afrontar el gran dilema de su vida: Johana. Iba a dañar a una de las personas más buenas y nobles que había tenido la fortuna de conocer. Con ella había compartido momentos que siempre atesoraría, pero muy a su pesar, su mente solo pensaba en Ayleen. La echaba tanto de menos… ¿Qué estaría haciendo? ¿Cómo se encontraría? ¿Pensaría en él y lo añoraría tanto que su alma se partía en dos? Toda eso situación lo estaba matando con una lentitud paralizante. Su única opción era la que había tomado. Ahora solo tenía que echar valor y decírselo a Johana.

Se había quedado en Londres unos días más de lo que había afirmado ante Zachary. Necesitaba arreglar todos los documentos que aseguraran la vida de Johana, al menos en lo referente a la parte económica. También se había hecho comprar un pasaje para embarcar unos días después desde Liverpool. El destino final era Estados Unidos. Una vez allí contrataría los servicios de quien fuera necesario sin escatimar en gastos, ya que su misión consistía en dar con el paradero de Ayleen.

Sabía que las murmuraciones inundarían Greenville muy pronto y que se extenderían hasta llegar a Londres. Ashton tardaría un poco más en enterarse, pero desconfiaba de su reacción. No es que le tuviera miedo, pero su poder se extendía a las más altas esferas y podía utilizar sus influencias para obligarle a hacer lo más honorable y quedarse. Prefería no pensar en esa posibilidad. Además, dejaba muchas cosas en el aire, como por ejemplo, sus inversiones. Entendía que si empezaba a recoger sus ganancias de cada proyecto o negocio en el que participaba suscitaría perplejidad y quizás un poco de caos. Ya vería si, con el tiempo, lo podía recuperar. Lo único que había hecho era apartar una considerable suma de dinero para sus gastos hasta que la encontrara. Por eso había hecho que su banco abriera otra cuenta en uno americano y lo trasladara. No hizo caso de las preguntas insinuadoras acerca del motivo de tal orden, pero no le cabía la menor duda de que pronto se sabría. Todo lo demás se lo había dejado a Johana. Con eso tendría para vivir cómodamente durante dos vidas enteras.

Oyó un sonido y se asomó con rapidez por una de las ventanas del salón, pero no vio a nadie. Había dado el resto del día libre a todos sus sirvientes: los dos lacayos, su ayuda de cámara que había regresado con él de Londres, doncellas, fregonas, la cocinera… Aunque era una orden muy precipitada, Jason no deseaba espectadores en lo que estaba por venir. La única excepción había sido el cochero, puesto que lo necesitaba para llegar hasta la estación de tren.

Mientras esperaba había aprovechado para recoger unas pocas pertenencias y ropa para llevar. La ausencia de Johana lo había hecho todo más fácil.

—¡Maldita sea! —exclamó en voz alta—. ¿Dónde estás, Johana?

Sin querer metió la mano en el bolsillo de la chaqueta y tocó las cartas. Sacó la mano como si le hubieran quemado.

Había escrito dos, una para Claudia y otra para Ashton. La de la joven la dejaría al lado de la de su hermano. Era mejor para él que la leyera después de hacerlo el primogénito y no antes. Había sido muy difícil escribirlas. Al tomar esa decisión era consciente del escándalo que caería sobre los Morton. Su hermano, como duque, debería lidiar con todo ello. Suponía que al hacerlo se cortaría todo vínculo con ellos. Quizás, al fin y al cabo, Claudia no terminara odiándolo, pero sabía a ciencia cierta que Ashton sí.

Había meditado largo y tendido. La balanza sobre riesgos y beneficios se inclinaba sobre su nueva postura. Como hombre de negocios hubiera optado por no actuar tal y como lo estaba haciendo, pero el corazón le decía que era su mejor opción, su única opción. Los nervios, la culpa y la ansiedad estaban acabando con él. No sabía si en realidad estaba actuando como un héroe o como el más miserable de los cobardes. Temía que fuera eso último.

—Jason, querido, ¿qué haces aquí? ¿Y qué sucede?

La súbita aparición de Johana lo sobresaltó, arrancándolo con brusquedad de tan torturadores pensamientos. No la había oído llegar. Se aclaró la garganta, pues de pronto la notaba seca.

—¿Por qué crees que sucede algo? —preguntó tratando de ganar tiempo.

—Creo que es obvio que alguna cosa anda mal. ¿Dónde están los lacayos o la señora Lamb? No había nadie en la puerta, ni han venido a recibirme.

—Yo…

No sabía por dónde empezar. Observó a la que hasta entonces había sido su mujer. Llamarla esposa ya no le parecía correcto. No se la merecía. Ella era una criatura etérea, bondadosa, noble… Sus delicados rasgos mostraban un rictus de preocupación. Había aguantado cada uno de sus arranques y su malhumor y él estaba a punto de hacerla pedazos destrozando sus sueños y esperanzas. ¡Dios! Se odiaba tanto por ello...

—Jason, tu silencio me asusta. Paseas como un león enjaulado. Estás lívido, más bien parece que estuvieras esperando una sentencia de muerte. ¿Qué ocurre? ¿Le ha sucedido algo a Ashton?

—No se trata de mi hermano —soltó al fin, tras un suspiro—. Se trata de mí.

—¿De ti? —musitó con el rostro lleno de expectación. No podía evitar pensar en la muerte de alguien y se estremeció.

—Por favor, tengo algo que decirte. Me gustaría que te quitaras la capa y nos sentáramos. Te explicaré.

Ella le obedeció con ademanes rápidos y ambos se sentaron en el sofá de nogal. Puso la mano en su rostro y con lágrimas en los ojos y voz entrecortada preguntó…

—¿Te… estás… muriendo?

—¡No! —exclamó horrorizado—. ¿Cómo se te ha ocurrido semejante idea? —Aunque no debería extrañarle tanto.

—No lo sé —gritó, cosa que sorprendió a ambos. Johana era una persona controlada en su temperamento, si es que tenía—. Solo quiero que me expliques este comportamiento tuyo, porque me asustas. Hace demasiados meses que no pareces tú mismo. Haces cosas extrañas, te enfadas por nada cuando antes no lo hacías… Bebes —recalcó como si eso lo explicara todo—. No sé. —Aspiró para recuperar aire—. Pareces frustrado e infeliz. No puedo evitar pensar que es culpa mía. Si he hecho algo que te disgustara…

—Johana, yo… —la interrumpió, sin saber muy bien qué decirle. Fuera lo que fuera, iba a romperle el corazón.

—¡Déjame terminar! —Johana estaba sofocada—. Dios sabe que intento ser una buena esposa, hacer lo que se espera de mí. Y llegas tú, con la angustia pintada en el rostro y no me cuentas nada. Estoy preocupada Jason; por ti, por nosotros. Y ahora dime lo que tengas que decir y acabemos de una vez.

Jason dejó pasar unos minutos para dejar que se tranquilizara. Empezaba a entender que eso se le escapaba de las manos. Ya había empezado a dañarla desde mucho antes y la culpa lo destrozaba. Una carga más que añadir sobre sus hombros.

—¿Estás mejor? —le preguntó con suavidad.

—Sí, lo siento. No sé qué me ha pasado —indicó.

—No te disculpes. Esas cosas pasan.

Ella le miró extrañada ante la repentina comprensión que mostraba hacia ella, como si de pronto le hubieran salido dos cabezas.

—A mí no —aseveró mirándole a los ojos—.Ya estoy tranquila; te escucho.

—No sé muy bien por dónde empezar. Lo tenía todo pensado. He ensayado las palabras tantas veces durante el camino de regreso que me las sabía de memoria —declaró con pesar—. Al parecer, es más fácil pensarlo que decirlo.

—Cuanto más rápido mejor —sugirió ella, dispuesta a encajar cualquier golpe que estuviera dispuesto a asestarle. Un cierto sentido le indicaba que no saldría nada bueno de todo aquello—. Suéltalo ya.

—Bien, la cuestión es… Lo que ocurre… Lo siento mucho, yo… ¡Dios! —exclamó frustrado. Después se dio valor—. Estoy enamorado de otra persona —barbotó. Se quedó quieto esperando su reacción, pero pasaron los segundos sin obtenerla—. ¿Has escuchado lo que te he dicho?

—Estás enamorado. —Johana parecía estar asimilando semejante majadería.

—Sí —respondió, puesto que no se atrevía a decir nada más.

—¿De otra mujer, quieres decir? —parecía una pregunta absurda, pero necesitaba que su esposo lo confirmara. Cuando Jason asintió, algo se quebró en el fondo de su ser—. ¿Cómo, cuándo, dónde, quién…? —fue lo único que Johana pudo articular en aquel instante. Hizo un esfuerzo por asimilar lo que su esposo estaba tratando de contarle, mas su mente era un completo caos y le estaba costando racionalizarlo. Esperaba cualquier noticia devastadora menos eso. Enterró el rostro entre las manos y durante unos segundos reinó un inquietante silencio en el salón—. Dime de quién estás enamorado. —Su voz, apenas audible, denotaba angustia y dolor. Temía escuchar de sus labios cómo había estado engañándola, cómo se habían burlado de ella, pero al mismo tiempo necesitaba saberlo todo. ¿Qué le habría ofrecido aquella mujer que había caído rendido a sus pies?

—Johana… —Jason se interrumpió. No se sentía preparado para responder la pregunta. Su esposa no podía saber que se trataba de Ayleen; ya le estaba haciendo demasiado daño.

—¡No! Me estás engañando. Esto es una broma cruel de tu parte y exijo que acabes con ella de inmediato.

Jason se sorprendió. No hubiera imaginado que ella negara la realidad. Eso le indicaba hasta qué punto iba a destrozarla.

—No es una broma —intentaba mantener la calma—. Nunca jugaría contigo de ese modo.

—No puede ser, no puede ser —recitó como en una cantinela. No lo miraba a los ojos. Parecía estar en otro lugar; más segura y ajena al dolor que él le estaba asentando.

—Johana, escúchame.

Ella se impacientó. Se sentía humillada y traicionada como nunca. Jason había faltado a sus votos y mancillado su matrimonio. No sabía si podría perdonarle.

—¡Dímelo! —exigió sin previo aviso. Su rostro mostró una determinación inusitada—. Dime su nombre. Tengo derecho a saberlo.

—Hacerlo no supondrá ninguna diferencia.

—¿Y qué sabrás tú? —chilló—. Si mi marido se acuesta con una fulana quiero saber su nombre.

—¡No la llames así! —escupió Jason a su vez, sin pensar—. Ayleen es tan dama como tú. —Abrió los ojos tan pronto verbalizó las palabras en voz alta. Había cometido un tremendo error.

—¿Ayleen? —preguntó medio paralizada por la impresión—. ¿Nuestra Ayleen?

No tuvo que responderle. El rostro desencajado de su esposo lo decía todo. Un intenso sentimiento de ira se apoderó de ella y se lanzó hacia él. Quería hacerle sufrir tanto como lo estaba haciendo ella.

—¿Por qué? ¿Por qué? —Fuera de sí le pegó con los puños cerrados en el torso, una y otra vez, mientras su hermoso rostro se veía bañado de lágrimas. Jason no quiso detenerla, puesto que se merecía cada uno de esos golpes—. ¡Eres un malnacido! ¡Ingrato! ¡Sinvergüenza!

Jason la tomó de los codos y musitó una disculpa cargada de arrepentimiento.

—Lo siento. —Y lo decía de verdad—. No pretendía hacerte daño.

—¿Y qué diantres me importa eso? —Ella se detuvo, jadeante. Se le habían soltado diversos mechones del otrora impecable recogido y su rostro tenía un color rojizo—. Me has traicionado. Has traicionado nuestros votos. —Se alejó de él y se acercó a la ventana, sin ver. Necesitaba recuperar el control de sí misma y dejar de llorar. No iba a permitir que le tuviera lástima—. ¿De verdad la quieres? —preguntó de espaldas y con dolor en la voz.

Él dudó antes de contestar.

—No creo que saber eso te beneficie.

—Y ella, ¿te corresponde? —preguntó de nuevo sin hacerle caso. Nadie habló durante unos instantes—. ¡Contéstame!

—Sí, ella me ama.

—¿Por eso has estado yendo a Londres tan a menudo, para veros? —Se le ocurrió en aquel momento. No era una hipótesis tan descabellada al fin y al cabo. Su esposo la había tomado como amante y ambos necesitarían privacidad.

Notó un intenso dolor en el pecho, fruto del peso de la traición.

—No, no ha sido por eso.

—¿Y dónde os veías? ¿En su casa? ¿Aquí? —Solo de pensarlo se le revolvía el estómago—. Si no me lo dices tú, la obligaré a que me lo cuente de una forma u otra.

—No vas a tener suerte en ese aspecto —se sentó, cansado—. Ayleen se ha marchado. Y antes de que me lo preguntes, no, no solo de viaje. Ha sido para siempre.

—¿Dónde? —Johana se sentía obligada a preguntar. Quería saber cada detalle, pues la vida le estaba demostrando lo ciega que podía llegar a ser al no comprender el extraño comportamiento de Jason. En cuanto a Ayleen… mejor no pensar demasiado en ella.

—No lo sé.

—¿Te ha abandonado? —Era la única conclusión posible. No obstante, ¿para qué contarle algo que ya había pasado si ella ya no era un obstáculo?—. Si tanto te amara estaría aquí, contigo —sentenció.

—¿Y seguir siendo mi amante? ¿Y traicionar todavía más sus principios? ¿Para que acabara sabiéndose y avergonzarte? —rebatió.

—Bueno, eso ya lo ha hecho Un poco más no supone diferencia alguna.

Jason la miró, sorprendido por el veneno de sus palabras. De todas maneras, no podía culparla, no podía.

—¿Habéis tenido relaciones…? —parecía avergonzada solo de pensarlo.

—¿Por qué te torturas así? ¿Por qué haces preguntas que solo lograrán lastimarte más y hacerte infeliz?

—Porque no soy una cobarde. Si he sido traicionada y mi mundo va a desmoronarse voy a enfrentarme a ello con los ojos bien abiertos. Quiero conocer el alcance de tu traición, así que vuelvo a preguntarte… ¿Habéis tenido…?

—Sí, sí, maldita sea. ¿Por qué me obligas a decirte eso? —El rostro pálido y desencajado de Johana le produjo náuseas. No quería hacerle más daño, pero ella lo estaba llevando al límite—. Te lo suplico —se aproximó a ella y se arrodilló a su lado—, no te castigues así.

Fue a tomar sus manos, pero ella las apartó con brusquedad y se levantó de golpe.

—¡Atrás! ¡No me toques! —No podía evitar imaginarlo besándola y acariciándola como lo había hecho con ella, como le correspondía por derecho propio. Si la tuviera cerca le arañaría la cara—. ¿Cómo quieres enmendar esto? ¿Por qué tenías que hablar? —exclamó con voz desgarrada—. Ella se ha ido, tú lo has dicho ¿Necesitabas descargar tu culpa envenenando mi vida? ¿Sientes placer al dañarme? Dime qué necesidad tenías de contármelo, porque no parece un patético intento de redimirte. —Quizás fue el silencio opresivo que le siguió o simple intuición femenina, pero cuando Johana clavó su mirada en él, su cara le dio la respuesta—. Madre Santísima —rezó al tiempo que se tapaba la boca con la mano—, no estás descargando culpas.

Jason no lo desmintió. Veía que la comprensión se abría paso. Como el cobarde que era, lo prefirió así antes que decírselo él mismo.

Su esposa abrió mucho los ojos como si acabara de ser golpeada en el estómago y abrió la puerta del salón mientras subía corriendo las escaleras. No la detuvo. Sabía lo que iba a encontrar: su armario y escritorio vacíos. La siguió con lentitud mientras la oía abrir puertas y cajones con violencia. Cuando llegó al marco de la puerta de su habitación vio a su dulce Johana observando perdida cada rincón. Trataba de registrar su peor pesadilla sin conseguirlo. A continuación cayó de rodillas derrotada, presa de terribles e inesperadas arcadas. Jason cogió una toalla y la mojó. Cuando se acercó, Johana sollozaba en silencio. Eso le destrozó.

—Lo siento tanto…

Sabía que eso no le serviría para mitigar la angustia actual y todo el sufrimiento venidero. La tomó en brazos y la sentó en el diván. Ella se dejó hacer, casi ausente. Refrescó su cara y cuello. Había dejado de llorar, pero sus ojos carecían de vida.

—Te vas. —Su tono monocorde no dejaba adivinar si le preguntaba o si se trataba de una afirmación.

—Sí —declaró tras una pausa—, me marcho.

—¿Tanto la amas?

Le suplicó con la mirada que no le obligara a contestar eso.

—Necesito saberlo. Saber qué hice mal para que dejaras de quererme.

—Johana, no se trata de eso. Tú nunca has hecho nada mal.

—¿Entonces qué es? ¿Qué tiene ella que no tenga yo?

—No lo sé —suspiró con pesadez y se pasó una mano por el rostro, cansado—. Me lo he preguntado millones de veces y sigo sin respuesta. Simplemente pasó. Simplemente es.

—Cómo debisteis reíros de mí a mis espaldas —soltó con amargura—. La tonta de Johana, que no sospecha nada.

—¡No digas eso! No lo pienses siquiera. Intentamos detener lo que sentíamos. Incluso nos evitamos, sobre todo por respeto a ti, pero fracasamos. Por eso tengo que irme; es lo mejor.

—¿Lo mejor para quién? —replicó.

—Para todos. Tú misma has dicho que llevo meses extraño, de malhumor. ¿De verdad quieres vivir así el resto de tu vida? ¿Con un hombre que no te merece? A partir de este momento seríamos como dos conocidos que viven en la misma casa. Yo sería incapaz de tratarte como mi esposa. Entonces terminarías por odiarme y serías cruel, acabando también con mi paciencia y obligándome a tratarte igual. No podríamos disimular ante nadie. Mi familia estaría dividida entre el amor que me profesan y el aprecio y cariño que te has ganado a pulso. El pueblo entero hablaría sobre nosotros…

—Oh, ¿y crees que ahora no lo harán? —rebatió con sarcasmo—. Seré compadecida, repudiada y burlada. La patética mujer que llegó al extremo de hacer huir al marido. ¿Por qué no pides el divorcio y así terminas de rematar la faena?

—No lo voy a pedir. Jamás llegaría a ese extremo, ya que tú serías la más perjudicada por ser mujer. Sé que a partir de ahora tu vida no será fácil, por eso he dispuesto todo para que te entreguen todas mis posesiones.

—Dinero, patrimonio… ¿Por qué crees que mi vida se compra con eso?

—No estoy intentando comprarte. —El enojo empezaba a apoderarse de él, aunque sabía que toda la ira y reclamos de Johana estaban plenamente justificados—. Solo quiero que después de desaparecer, tu vida resulte un poco más liviana. Además, Ashton cuidará de ti.

—¡Tu hermano! —exclamó rayando en la histeria—. ¿Qué dirá de mí? ¿Qué pensará Claudia? Oh Dios, qué vergüenza tan grande.

—No dudes ni por un instante del apoyo de cualquier miembro de mi familia. —Al menos era algo de lo que podía estar seguro—. Al que odiarán será a mí. Recuerda que a ojos de la Iglesia y la ley siempre serás mi esposa, una Morton; y por ende, la cuñada del duque de Redwolf.

—¿Estás seguro de vivir así, con ella? —Hizo un intento más—. Nunca podrás casarte y vivirás al margen de todo y de todos.

—Lo estoy —afirmó con convicción. Jamás había estado tan seguro de algo.

Se quedaron en silencio unos minutos. Cada uno pensando en su propia desgracia.

Johana empezó a llorar de nuevo. Lágrimas amargas se derramaban por el rostro de la que un día fue su mujer perfecta. Sabía que ya no lloraba por la pérdida de un marido y una vida estable, sino por la pérdida del hijo que ya nunca tendría; y todo por su culpa. Él le había arrebatado toda posibilidad.

—Con tu marcha me quitas la dicha que toda mujer espera tener. —Los sollozos resultaban estremecedores—. ¿Qué he hecho yo para merecer esto? Has roto mi vida en mil pedazos. Me abandonas, me dejas sola y me echas a los lobos. ¡No! No finjas que no lo sabes —le gritó cuando vio que iba a protestar—. Soy yo la que se queda a recoger lo que has sembrado; y encima me robas lo único que me hubiera dado un poco de paz. —Se levantó del diván con tal fuerza y rapidez que casi lo tira al suelo—. ¿Cómo puedes mirarte al espejo y seguir llamándote hombre?

—¿Y qué quieres que haga? —le espetó, cansado—. Si tienes una idea mejor me gustaría escucharla —esperó—. ¡Vamos, di algo!

Johana le miró y siguió llorando con todo el dolor de su corazón.

Él le devolvió la mirada, impotente. Quería abrazarla y consolarla, pero no se atrevía.

Los sollozos eran tan fuertes que las rodillas no la sostuvieron por más tiempo y cayó sentada en la cama. Jason no lo soportó más y se sentó junto a ella, abrazándola. Primero lo hizo con suavidad y, al ver que no lo rechazaba, más fuerte para compensarla por todos los días venideros en los que ella se vendría abajo y no tendría a nadie para consolarla y reconfortarla.

Lloró con y por ella; por la ingenuidad de ambos, que pensaron que su amor sería indestructible; por los cambios que les esperaban y las ilusiones compartidas que ahora se rompían. Cuando los sollozos remitieron la tendió sobre la cama. Le quitó los zapatos y la cubrió con la colcha.

«Parece tan pequeña», pensó desconsolado. Aun así le seguía pareciendo tan hermosa como cuando se enamoró de ella. ¿Cómo se despedía? ¿Cómo le decía adiós? Dudaba sobre si marcharse o esperar a que despertara. La verdad era que prefería la opción más cobarde.

—¿Qué harás ahora? —La inesperada pregunta lo sobresaltó.

—Pensaba que te habías quedado dormida.

Johana se incorporó.

—¿Hacia dónde te diriges?

—No lo sé. —No quería dar indicación alguna. Era evidente que ella no le creía—. Antes de irme pasaré por Carmine’s Place. He escrito una carta a Ashton. Espero no encontrarme con Claudia.

—Así que te vas sin despedirte de tu familia —declaró reflexiva.

—Cuanto antes me marche mejor para todos.

—Miéntete tanto como desees, pero no quieras hacerme pasar por tonta en ese sentido. Sabes que tus actos son moralmente reprochables y prefieres que ninguno de ellos lo sepa. ¿Temes que te hagan reflexionar y que te hagan cambiar de opinión?

—Quizás —admitió—, pero no porque me hagan cambiar de opinión; sería imposible. Lo único que lograrían sería retenerme a la fuerza, y eso, ¿qué bien haría a ninguno de los implicados?

Ella le miró como intentando desentrañar los secretos de su alma.

—Bueno —dijo al fin—, entonces esto es una despedida.

—Sí, eh… —carraspeó— te deseo lo mejor, Johana. Que seas feliz.

—Qué fácil es decir esas palabras en tus circunstancias —soltó ella con amargura—. Aun así, y para evitar tu sentida preocupación, te diré que tal vez feliz no, pero sobreviviré a ello. Y ahora —se levantó sin amago de acercarse— vete con tu querida Ayleen y déjame a mí cargar con tus pecados.

Jason la contempló. Sabía que era la última vez en su vida que la vería. Incluso yendo mal las cosas y sin lograr encontrar a Ayleen, no volvería a pisar ese país. Se veía tan rígida, orgullosa y altiva como una reina. Esperaba de corazón que tuviera la fuerza necesaria para labrarse un nuevo futuro. Atisbaba en ella un coraje que ninguno de ellos había visto antes; solo le faltaba el empuje necesario para sacarlo a la luz.

Cuando Johana se acercó a la puerta pasó sin mirarle. La abrió y se quedó esperando a que se marchara, sin decir nada. Era una escena triste, muy, muy triste. La echaría de menos, pero eso no era sorprendente. Nadie podría olvidarla nunca después de haberla conocido. Nadie.

Con la voz cargada de emoción se despidió.

—Adiós, cuídate.

Cruzó la casa en completo silencio. Al salir de ella tenía la sensación de estar viviendo un sueño ajeno. No vio a Johana asomada tras los cristales de su habitación. Su mente estaba puesta en las cartas que debía entregar en Carmine’s Place procurando que Claudia no lo viera.

El camino a Liverpool lo hizo tan rápido como pudo. Una vez allí prefirió no dejarse ver. Si alguien lo acusaba de esconderse, le parecía bien. El día del embarque amaneció lloviendo, pero prefirió no creer que eso le traería mala suerte. Su equipaje ya estaba cargado desde el día anterior, pero no subió a bordo hasta que estuvieron a punto de zarpar. Mientras el barco se iba separando con una lentitud exasperante del muelle, permaneció en cubierta a pesar de la lluvia. Oteaba el horizonte. Cuando ya nada se podía hacer para detener su viaje respiró con una mezcla de alivio y pena. Lamentaba no haberse podido despedir de sus hermanos. Sabía a lo que estaba renunciando, pero no por ello era menos doloroso.

Cuantos más días pasaba en alta mar, alejándose de Inglaterra y acercándose a América, su impaciencia crecía. Sabía que la búsqueda de Ayleen era una misión casi imposible, pero no cejaría en el intento. Aunque tuviera que recorrer todo el continente, aunque tardara mil años, no desistiría de la búsqueda de su mujer; porque eso era ella para él: su mujer, la mujer de su vida.

***

Un carruaje con el emblema del ducado de Redwolf se aproximaba por el sendero que llevaba a la puerta principal de Carmine’s Place. Ya estaba oscuro. Un lacayo abrió la puerta del carruaje para permitir que Ashton descendiera.

—Buenas noches, Su Gracia —saludó el mayordomo—. Nos alegra tenerle de vuelta.

—Gracias, Lonkstow. Yo también estoy contento de regresar. Voy a estar en la biblioteca, así que hágame llevar una cena ligera.

—¿Su Gracia no piensa refrescarse antes? —aventuró este.

—No, será más tarde. ¿Dónde está lady Claudia?

—En sus aposentos. ¿Le informo de su llegada?

—Todavía no. Lo haré yo mismo después.

Ashton saludó a la servidumbre que encontró a su paso mientras se quitaba los guantes y el abrigo. En el norte, como siempre, había hecho frío. Sabía que tardaría en volver a entrar en calor, por lo que nada mejor para hacerlo que sentarse al lado del fuego en compañía de una copa de brandy. Ahora ya estaba en casa, por lo que se podía relajar. Carmine’s Place era el mejor lugar del mundo para él, donde controlaba todo. En Escocia algunos se habían atrevido a cuestionar sus órdenes y a menospreciar su título, pero él se había encargado de demostrarles el alcance de su poder. No soportaba que nadie le dijera qué hacer, aunque estuvieran en lo cierto. Él hacía las cosas a su modo; era el que mandaba.

Estaba a punto de sentarse cuando vio dos sobres marcados con el sello de los Morton. Uno era para él, mientras que el otro iba dirigido a su hermana. Ambas habían sido escritas por Jason. La abrió con descuido y empezó a leer, hasta que sus ojos se abrieron por la incredulidad.

—Qué demonios…

… por eso me marcho. Vivir aquí sin ella es un infierno. Sé que creerás que estoy demente, pero me siento más cuerdo y vivo que nunca.

Siento con toda mi alma las consecuencias que traerán mis actos, pero espero y confío en que sepas capearlo lo mejor posible. También te dejo en la obligación de entregar la otra carta a Claudia. Sé que es egoísta por mi parte, pero es uno más de mis tantos pecados.

Te pediría perdón por todo lo que he provocado, pero sé que resultaría en vano. Te sentirás traicionado y sé perfectamente cómo reaccionas ante eso, aunque sea tu hermano. Solo espero que no me aborrezcas tanto como imagino. ¿Espero demasiado quizás si te pido que te pongas en mi lugar e intentes comprenderme?

No intento defenderme, pero ¿acaso no merezco ser feliz?

Cuida de Johana, que a partir de ahora te necesitará más que nunca.

Te voy a echar de menos, Ashton, más de lo que imaginas. No me odies.

Tu hermano que te quiere,

Jason.

El duque de Redwolf se acercó a la ventana incapaz de ver nada. Su rostro se transformó en una máscara de granito mientras que con la mano estrujaba la carta como se estruja un corazón. No había dilema posible. Jason había muerto para él.