8

Jason regresó y dejó ir un suspiro de alivio cuando vio que Ayleen seguía en el mismo sitio donde la había dejado. No había estado seguro de que ella cumpliera su palabra, temiendo que aprovechara la oportunidad para marcharse.

—Mi libro. No sabía dónde lo había perdido.

—Se le cayó hace unos días en su… humm… en su huida.

Jason se aclaró la garganta, mortificado por tener que volver a explicitar lo ocurrido en su segundo encuentro. Su intención había sido buena, solo quiso hablar con ella, hacerla comprender que no era ni un desalmado ni un bribón, que aquel primer beso había sido fruto de una confusión y que en algún momento las cosas se torcieron. No estaba preparado para lo que sucedió después. Tenerla sujeta entre sus brazos debió haberle trastornado, porque la besó y, aunque esta vez había comenzado él, el beso le supo tan dulce y breve como el primero.

—Y lo tomó usted.

—No podía dejarlo en el camino. Así que se lo guardaba, por si acaso.

Le alargó el libro para que Ayleen lo cogiera, pero no terminó de soltarlo, como si una parte de él se mostrara reticente a perder aquel objeto, en apariencia sin valor. Ambos se encontraron unidos por aquel libro y sus dedos se rozaban. Jason lo tenía sujeto por un extremo y ella por el otro.

—¿Lord Jason? —Ayleen parecía confundida.

Norte y sur —leyó en la tapa—, de Elizabeth Gaskell. Parece una novela. ¿Es buena?

En ningún momento Jason se había atrevido a abrir el libro, como si el hecho de hacerlo significara perder su confianza. Eso sí, lo había sostenido docena de veces.

—No puedo juzgarlo. Todavía tengo que terminarla.

—Pero tendrá alguna opinión, ¿no?

—Bueno —balbuceó—, supongo que sí, pero no creí que a usted fuera a interesarle. Tengo entendido que los hombres no pierden su tiempo leyendo historias que consideran propias de la sensiblería femenina. Ustedes prefieren dedicar todos sus esfuerzos a nutrir su intelecto y para ello eligen libros de economía, agricultura o incluso tratados políticos. No obstante, si el hombre tiene una sensibilidad especial, se le es permitido profundizar en el mundo de la poesía.

Jason sonrió ante aquel argumento tan extendido. Sí, lo había escuchado infinidad de veces, pero se daba cuenta de que el intelecto no distinguía en género y su propia esposa era un ejemplo de ello. Johana era capaz de razonar con una irrefutable lógica y manejaba los presupuestos de la casa con una soltura envidiable. Si el cargo de administrador recayera en ella, estaba convencido de que su labor sería mejor que la suya propia.

Aunque sabía que la señorita Blake no tenía ningún tipo de experiencia respecto a los hombres y que esa opinión podía venir influenciada por su padre, no pudo evitar ponerla en un pequeño aprieto.

—¿Entiende mucho de gustos masculinos?

Ella casi pareció atragantarse y Jason vio confirmadas sus sospechas.

—No, yo… Eso decía mi padre siempre que me veía con un libro en la mano, que no podía perder el tiempo en pasatiempos femeninos.

—Déjeme decirle, señorita, que no soy su padre y que estaría encantado de dar un paseo con usted mientras me relata todos los pormenores de Norte y Sur.

Su propuesta no le sentó tan bien como esperaba. Entornó los ojos y lo miró un frío desdén que le congeló la sangre.

—Disculpe mi atrevimiento, pero necesito hablar con franqueza. ¿Cuál es su intención?

Él trató, en vano, de calmar sus temores.

—Nada malo, se lo aseguro. Solo pretendo dar un agradable e inocente paseo con usted. Solo eso. —Se resistió a pensar en las implicaciones que sus actos comportaban, pero ella se lo recordó.

—Entonces es usted más necio de lo que parece —le espetó—. Un hombre y una mujer no pueden pasear solos sin supervisión. Y además, usted está casado —remarcó con énfasis esta última palabra— con la mujer más buena y atenta que he conocido. Debería darle vergüenza siquiera proponérmelo. ¡Un paseo! Eso es impensable, lord Jason. Me ha costado años retomar mi vida. Por una vez voy a ser egoísta y pensaré en mí misma. Si eso significa alejarme de los escándalos así lo haré. ¿Acaso cree que soy estúpida o imprudente?

Jason se dio cuenta de lo que quería decir. No iba a arriesgar su reputación por un paseo, no valía la pena. Él no valía la pena. Se entristeció más de lo que quiso admitir.

—¿Entonces es todo, su última palabra? ¿No va a cambiar de opinión?

Observó cómo Ayleen se exasperaba y cómo sus ojos adquirían un brillo lleno de determinación.

Le pareció una mujer bella y arrebatadora, capaz de robarle todos los sentidos. Por alguna extraña razón, en el interior de Jason brotó un ímpetu que solo con ella conocía, un ansia que hasta las últimas semanas había estado oculta en el fondo de su ser. Se sentía más vivo que nunca y reaccionó dominado por los impulsos. Se acercó de nuevo a ella, tomó su rostro entre las manos y la besó queriendo absorber esa parte vitalista que lo enardecía. Tampoco se limitó a cubrir sus labios con los suyos. Esta vez se volvió más exigente, puesto que deseaba más. Tomándola de la cintura la levantó apenas del suelo y la apoyó contra el tronco del árbol más cercano aprovechando su desconcierto para tomar ventaja. Deslizó las manos hasta la altura de sus pechos y trató de capturarlos por encima del vestido.

Ayleen no forcejeó. Emitió un gritito de sorpresa al tiempo que se apoyaba en sus hombros. Nunca en su vida había experimentado una fuerza tan intensa y embriagadora, que la dejaba sin aliento. Placentera y destructiva a la vez, pero que se negaba a que terminara. Por eso dejó que Jason ahogara sus protestas profundizando el beso y trazando eróticos senderos que la dejaban mareada.

Jason apenas podía controlarse. Lo único que pensaba era en levantarle la falda, pero ella era una dama inexperta y él, un hombre casado. No había nada, salvo la pasión, que le permitiera hacerle el amor. Era lo más lejos que podía llegar. Por eso, aunque con esfuerzo, separó los labios de los suyos mientras la sostenía y reclinó su cabeza contra la de ella, absorbiendo el aroma de sus cabellos.

Claramente, ambos estaban aturdidos por la fuerza avasalladora, pero Ayleen fue la primera en separarse y hablar.

Lanzó una especie de graznido.

—¿Por qué insiste? —preguntó un tanto temblorosa mientras posaba la yema de los dedos en los labios. Un gesto esclarecedor del que no se percató mientras realizaba un supremo esfuerzo por contener la emoción y concentrarse en lo importante. En ese momento no quería pensar en las sensaciones que el beso le había provocado. Tendría tiempo para arrepentirse después—. ¿Por qué no puede dejarme en paz y cumplir lo que le estoy pidiendo? Le estoy dando la oportunidad de despedirnos en buenos términos y usted lo desaprovecha lanzando insinuaciones y propuestas sin sentido. ¡Por no hablar de lo que acaba de ocurrir! ¿Por qué lo hace?

Jason pestañeó un par de veces mientras trataba de buscar un poco de cordura. Esa pregunta se la hacía él cada día. Se ponía límites que no se permitía rebasar y aun así, la fuerza de la pasión caía sobre él con todo su peso.

—Creo, señorita Blake, que es mi turno de sincerarme, admitiendo sin rodeos que estoy tan confundido como usted. —La vio alzar la mirada y sonrojarse. Estaba tan encantadora que volvió a sentir deseos de besarla, tambaleando de ese modo su determinación. Aun así, ella tenía razón. Las cosas no podían continuar de la misma forma y besarla cada vez que se encontraran a solas, por lo que era de imperiosa necesidad ponerle un fin—. Mi comportamiento de estas últimas semanas apenas se asemeja al Jason Morton que todo el mundo conoce. Pero no la afligiré con mis penas, ni la desasosegaré más, ni la importunaré con mi indeseable presencia. Usted gana. De ahora en adelante solo nos veremos cuando sea necesario, supongo que en alguna cena o gala. Espero y deseo que todo le vaya bien en la vida. Adiós.

Jason no pudo continuar ni un instante más en su presencia. Aun sabiendo que era lo mejor para ambos, aquella despedida le dolía lo inimaginable, como si le hubieran clavado un puñal en el pecho. Se marchó sin mirar atrás, sintiéndose hundido y vulnerable. Todo por una mujer que apenas conocía. Tomó el caballo que lo había llevado hasta la casita y cabalgó veloz entre las tierras de su hermano, sin rumbo fijo, como si quisiera quitarse de encima esa sensación de desamparo que lo estaba invadiendo. Estaba teniendo sentimientos que no debía tener por Ayleen Blake y era muy difícil deshacerse de ellos. Se repitió una y mil veces que en aquella situación lo más sabio era poner distancia entre ambos y no dejar vencer a la tentación. Su vida volvería a la normalidad y lo sucedido entre ellos quedaría como un secreto. Había sido un incidente aislado en un momento de vulnerabilidad, nada más. O tres, pero el resultado seguía siendo el mismo: había traicionado a su esposa.

¡Dios! Daría lo que fuera porque esos pensamientos impuros se marcharan; porque Johana fuera la luz que iluminaba su corazón.

—¿Se encuentra bien, lord Jason?

Levantó el rostro y se dio cuenta que estaba frente a los establos. La inercia lo había llevado hasta allí. Miró al mozo de cuadra que le había formulado la pregunta durante un instante, sin verlo. Asintió.

Después de eso, y con desazón, regresó a su hogar aun siendo temprano. No estaba de ánimos para volver a encerrarse en su despacho o para atender visitas en Carmine’s Place. Johana debería estar en alguna de sus muy diversas actividades, así que ni siquiera preguntó por ella. Solo informó al ama de llaves de que se retiraba a su aposentos y que no lo molestasen. No dejó opción de réplica a la mujer. A grandes zancadas subió hasta su habitación y empezó a quitarse la chaqueta, la corbata de seda, el chaleco y las botas, quedándose solo con los pantalones y la camisa blanca. Luego se estiró sobre la cama y trató de relajarse. No pasó ni un minuto cuando sintió llamar a la puerta y menos aún cuando Johana se adentró en la estancia. Se sentó a su lado y le acarició el brazo con una suavidad muy característica en ella.

—Jason, querido, te he visto pasar por el vestíbulo como una exhalación. ¿Te encuentras bien? ¿Estás enfermo?

Este sintió un terrible fastidio por verse importunado de esa forma. Quería paz y tranquilidad. ¿Es que su esposa no podía comprenderlo? Pero al instante se arrepintió por pensar así. Su comportamiento venía siendo más errático de lo habitual y ella no tenía la culpa de encontrarlo extraño.

—Estoy tratando de deshacerme de un maldito dolor de cabeza —dijo más cortante de lo que acostumbraba.

—Puedo llamar al doctor…

—¡No! —Su exabrupto la pilló desprevenida y la vio dar un ligero respingo. Su relación siempre había sido de lo más armoniosa y pocas veces subía el tono. Desde luego, nunca debido a ella. Por eso la sorprendió tanto. Entonces, Jason se dio cuenta de que con su reacción solo conseguiría aumentar su preocupación—. Lo siento, no es necesario hacerlo.

—Yo…

Culpable como nunca, cubrió una mano con la suya y la miró a los ojos. No era su intención hacerla sentir mal. Ella venía siendo la víctima de aquel endiablado comportamiento. Por eso no debía descargar la rabia sobre ella.

—Estaré bien para la cena. Lo prometo.

Jason esperó que fuera una promesa que pudiera cumplir, así como los votos matrimoniales. Él se había comprometido a hacerla feliz, a quererla, a construir una vida juntos, pero solo con pensar en otra ya los estaba rompiendo. Se sintió más vil y miserable que nunca. Johana era una mujer extraordinaria y no se merecía eso. Él era todo un caballero. Su padre fue un hombre intachable y su hermano también. Eran hombres de bien que siempre hacían lo correcto; y lo correcto era desterrar a Ayleen de sus pensamientos. Para siempre.

Juró por su honor que pensaba cumplirlo.

***

Ashton se sirvió una copa de licor y se pasó la mano por el cabello en un gesto indicativo de cansancio. Como siempre a esas horas, la biblioteca le parecía enorme y solitaria. Era un sentimiento que lo asaltaba con frecuencia y para el que no tenía explicación. El fuego ardía en la chimenea y el silencio inundaba cada rincón de la enorme estancia. El exterior, repleto de sirvientes que pululaban por los pasillos, parecía ajeno a él. Tenía un gran poder de abstracción.

Sentía como si le faltara algo, una culminación que nunca llegaba. Y eso que tenía mucho en la vida. Cualquiera vendería su alma para estar en su misma posición: contaba con uno de los títulos más antiguos y respetados del reino, tenía en sus manos un legado que ascendía a miles de libras, una familia a la que amaba y que le correspondía, una reputación intachable… Entonces, ¿por qué en el fondo de su ser notaba un gran vacío? Ciertos amigos, al igual que su hermano, habían insinuado que era hora de buscar esposa y, aunque no creía necesitarla, se preguntó, no por primera vez, si no sería el momento, la solución.

Dejó de prestar atención a sus cavilaciones ante el repentino golpe en la puerta.

—Adelante.

Su cuñada, tan perfecta como siempre, hizo acto de presencia. Era la combinación perfecta entre belleza, buen gusto y saber hacer.

—¿Molesto?

—En absoluto.

A esas horas de la tarde se la veía fresca y serena. Incluso con todo el trabajo, la sonrisa no se borraba del rostro. Siempre tenía una palabra amable o un gesto de aliento para todos.

La preparación de la fiesta de primavera, un acontecimiento que se celebraba cada año desde que su padre adquirió el título, y al que asistía gente prominente de todo el condado, no había menguado un ápice su hermosura. A esas alturas del día ya debería presentar un aspecto cansado, pero parecía que nada podía con ella. Ashton debería sentir vergüenza por cargarla con la preparación de la celebración, sobre todo porque cada una de las personas que sabían de la existencia de dicha fiesta mataría por recibir una invitación. No obstante, reconocía carecer de las ganas y el entusiasmo necesario para llevar a buen puerto un evento así. Además, nadie manejaba con más soltura a los sirvientes que Johana. Aceptaba el exceso de trabajo sin pestañear y manejaba las crisis con aplomo y entereza. Era toda una dama.

Se acercó para plantarle un beso fraternal en la mejilla.

—Permite que me siente, estoy agotada. —Buscó la confortable suavidad de una butaca tapizada en tonos rojizos.

—Pues lo disimulas muy bien; pareces la vitalidad personificada. —Ella esbozó algo semejante a una sonrisa y no contestó—. Ya sabes que si necesitas más ayuda solo tienes que pedirla.

—Lo sé. A veces parece que quiero complicarme la vida. No sé qué deseo demostrar.

Ashton se sorprendió al saber que pensaba así. ¿Acaso no era consciente de lo bien que lo hacía todo? Nadie le reprocharía nada. Johana era una mujer admirable en todos los sentidos. Si su opinión valía para algo afirmaría sin pestañear que ella era la clase de mujer por la que un hombre desafiaría al mundo; justo la clase que él elegiría para compartir su vida: hermosa, contenida, afable, consciente de su papel en esta vida, respetuosa y fiel. Cualquier otro tipo de mujer ocasionaba demasiados quebraderos de cabeza a un hombre. Se preguntaba si habría alguna parecida a ella en el mercado matrimonial.

—Eres demasiado dura contigo misma —replicó—. No te exijas tanto. Te recuerdo el rotundo éxito del año pasado.

—Por eso mismo es por lo que me preocupo. —Arrugó el entrecejo, lo cual la hizo más adorable—. Las expectativas van a estar más elevadas. Es todo un reto intentar superar semejante éxito.

—¿Expectativas? —bufó con algo parecido al desprecio—. Si te limitaras a poner una mesa con chucherías, unas cuantas sillas en el jardín y todo amenizado con un poco de música, el efecto sería el mismo.

Johana lo miró incrédula. Su cuñado parecía creerlo en serio.

—No te das cuenta de que alguno de los pares más ilustres del reino…

—Yo —matizó—, soy el par más ilustre. —La pomposidad de tal afirmación quedaba atenuada por la ausencia total de soberbia—. Soy duque y amigo personal de nuestra soberana. No importa si no sale perfecto, la gente seguirá queriendo asistir.

—No quisiera decepcionaros. —Se refería a los miembros de la familia Morton.

—Nunca lo harías —le apretó la mano en señal de respeto—, así que no quiero que te aflijas más por este asunto. Achacaré esta absurda conversación a los naturales nervios —pero como no estaba exento de sabiduría intentó tranquilizarla—. No obstante, me han informado que en las caballerizas está todo controlado. El material que necesitabas para la decoración del salón de baile también ha llegado hace poco más de una hora y todos están listos para recibir tus órdenes.

—Es un alivio. —Sus ojos parecieron brillar de alegría—. Por suerte, en la cocina todo va como la seda. Solo falta que antes de caer la noche lleguen las verduras. —Suspiró con placer—. Adoro a la señora Potts. Lleva la cocina con mano de hierro, pero sus ideas y su arte son maravillosos.

—Creía que tú confeccionaste el menú que me enseñaste.

—Por supuesto que no. —Se rio de lo absurda que resultaba la idea—. Tu cocinera tiene un concepto de la cocina revolucionario. El año pasado, siendo reciente su nombramiento, me dio unas ideas de lo más originales y deliciosas, por lo que este año he acudido directamente a ella. —Volvió a reír—. Para mi sorpresa, ya tenía el menú confeccionado; solo hemos tenido que dar unos pocos retoques. Me he pasado hace unas horas por ahí y puedo asegurarte que es una maestra del control y que mañana todos nos lameremos los dedos.

—¡Espero que no! —exclamó con horror. Solo de imaginar a los comensales haciendo un gesto tan vulgar le entraban escalofríos—. No obstante, confío en tu buen juicio.

—Me alegro de escucharte decir eso, ya que así aprovecharé para comentarte cierto pequeño detalle.

En otra mujer hubiera sospechado de inmediato. Había aprendido que cuando una mujer mencionaba pequeños detalles, no lo eran en absoluto. Por suerte, Johana no era como todas las otras.

—Adelante.

—Dado la posibilidad nada remota de que llueva ese día, me he permitido abrir el salón dorado. —No dijo nada más y esperó la reacción de Ashton.

—Pero si es enorme —objetó—. Solo sería necesario si… —Se detuvo, comprendiendo. Al parecer, Johana tal vez era más parecida al resto del género femenino de lo que él creía—. Por curiosidad, ¿cuántos invitados han confirmado su asistencia?

—Quinientos setenta y cinco —reveló con una lentitud deliberada para que su cuñado tuviera tiempo de digerir la información.

—¿Pero qué has hecho, mujer? —La miró con incredulidad—. Es el doble del año pasado.

Carmine’s Place constaba de tres grandes salones en la parte posterior de la casa. Cada uno de ellos tenía diferentes dimensiones para acoplarse al evento más idóneo. Con ese elevado número de personas paseando por la mansión era de máxima prioridad tener los tres habilitados. Entendía lo de la lluvia como una excusa. No le extrañaba que se sintiera frenética.

—No tanto, pero casi —replicó ella sin alterarse un ápice—. No obstante, era imprescindible aumentar el número. No te imaginas cuánta gente no fue invitada el año pasado y las habladurías que provocaron.

—No tienen otra cosa que hacer. —No soportaba los chismorreos—. Además, te he dicho que no me importa.

—Pero a mí sí —le interrumpió con dulzura—. Como anfitriona detesto estar en boca de todos excepto que el motivo sea para alabar mi esfuerzo.

Ashton estuvo a un tris de decirle que era imposible tener contentos a todos. Entendía el peso que llevaba en los hombros. En otras circunstancias sería un trabajo que recaería en su esposa, pero como la cuñada generosa que era conseguía que su nombre resonara con mayor orgullo del que ya tenía. Por lo tanto, si tenerla contenta suponía tener que invitar a tantísima gente, eso haría. El afecto que sentía por Johana no era solo por ser la esposa de su hermano, sino por ella misma. Era trabajo de Jason hacer todo lo demás.

—Bien, dado que me has informado en el último minuto me es imposible impedir la avalancha que prevés. Espero que se ajuste a las expectativas que tienes —se levantó y ella le imitó—. Ya sabes que si necesitas cualquier cosa solo tienes que pedírmelo.

Era una despedida y Johana lo entendió como tal. Aceptó el beso en el dorso de la mano y lo dejó solo, una vez más.