14

Su asombro fue completo y total, al igual que el del anfitrión. No se lo esperaban. El señor Been solía residir la mayor parte del tiempo en Londres, si bien regresaba a Greenville con más asiduidad de lo acostumbrado.

—¡Hermano! —Juliet se levantó en deferencia. No parecía demasiado sorprendida, pero la improvista llegada del visitante les impidió notar algo extraño en sus maneras.

—Permítanme disculparme por lo inesperado de mi aparición —dijo a los presentes. Se quitó el sombrero y cogió una silla sin esperar invitación a hacerlo—, pero he sabido de la visita de mi querida hermana y me he tomado la molestia de venir a buscarla. —Besó su mano con una pomposa galantería.

A Ayleen tanto interés por Juliet le resultó sospechoso, sobre todo cuando en ocasiones anteriores había hablado de ella como de una verdadera molestia. La miró tratando de entender ese desatino; no obstante, Juliet Been rehusó cruzar su mirada. Parecía como si hubiera advertido al hermano de que ella estaría allí, pero ¿qué ganaba con ello? ¿Acaso deseaba verla convertida en su cuñada?

No sabía qué pensaría Horatio Plumbert, pero no era difícil llegar a las mismas conclusiones. El pobre hombre estaba absolutamente callado; el mutismo se había apoderado de nuevo de él.

Después de unos segundos hizo un pequeño gesto a la señora que trabajaba para él para que subsanase el error, puesto que el juego de té no estaba pensado para la visita de otra persona más.

—¿Cómo está, señor Been? —preguntó entonces con educación.

—La mar de bien. —Se frotó las manos en un burdo gesto que evidenciaba codicia—. Acabo de cerrar un lucrativo trato con un lord arruinado.

Parecía como si, además de ganar dinero, disfrutara aligerando a la aristocracia de él. Ayleen sospechó que no andaba demasiado desencaminada.

—Me alegro por usted —respondió Ayleen mordaz, que no soportaba esos aires de superioridad.

No hubiera debido decirlo, porque dio una excusa al señor Been para centrarse en ella, ignorando con toda deliberación a su hermana y al anfitrión.

—Es bueno que diga eso, ya que acabo de adquirir una preciosa propiedad, con casa incluida, a menos de una hora de aquí. Harán falta unas pequeñas mejoras aquí y allá, mas pienso mudarme tan pronto esté en condiciones.

—¿Nos vamos de Greenville? —Juliet pareció devastada.

—Tú, por supuesto que no —la desengañó en el acto—. La finca está destinada a la que será mi residencia familiar.

El vello de la nuca se erizó ante su intensa mirada. El verdadero significado de tal anuncio parecía claro como el agua y Ayleen se sintió desfallecer. Ese hombre era un completo presuntuoso.

—Creo que necesito un poco de aire —repuso poniéndose de pie. De repente, necesitaba poner distancia, y rápido.

El señor Plumbert se levantó a la par y los otros dos lo imitaron.

—Si me permite… —empezó el primero.

—¡No! Yo lo haré —le interrumpió el señor Been.

Ayleen cabeceó incrédula. ¿Acaso ese hombre no comprendía que el motivo de necesitar salir era precisamente él? Incapaz de contenerse, se deshizo del brazo que este le ofrecía.

—Creo que no me encuentro demasiado bien —farfulló molesta. Lo cual era cierto. Su presencia, junto con toda su petulante presunción, habían conseguido producirle malestar—. Debo marcharme a casa. De inmediato.

Rechazó con contundencia los intentos de este por ofrecerse a llevarla, pero aludió al hecho que tendría que devolver a su casa a Juliet para evitar que la siguiera.

También se despidió del señor Plumbert asegurándole lo mucho que había disfrutado de la visita. Esta vez, aun a regañadientes, aceptó hacerle una segunda visita debido a la culpabilidad que sentía por la interrupción del señor Been.

A grandes zancadas salió en busca de la calesa y partió con celeridad. Para evitar encontrarse con más gente tomó el desvío que rodeaba Greenville en lugar de cruzar por el pueblo y, al poco tiempo, ya se encontraba en casa.

—¿Una visita agotadora? —le preguntó Angus mientras recogía las riendas y procedía a guardar al caballo.

—Algo parecido, Angus, algo parecido.

Ya en la casa pasó por la habitación de Adele para interesarse por su estado. La mujer contaba con la compañía de Margueritte.

—¿Cómo ha ido? —le preguntó esta antes de poder abrir la boca.

Tanto la mujer como la joven sirvienta hervían de curiosidad. Sin saberlo Ayleen, y del modo más inofensivo, habían lanzado apuestas sobre cuál de ellos conseguiría ablandarla lo suficiente para que ella accediera a dejar la soltería.

Ayleen hizo un resumen bastante extenso de lo sucedido. Alabó al botánico y reprendió con dureza los malos modales y el engreimiento del señor Been.

—Bueno —repuso al fin su ama de llaves—, ya sabíamos que las tres joyas de la corona se disputaban sus favores. Solo que unos utilizan técnicas más agresivas que otros.

—Ese señor Been es todo un personaje. —Margueritte reía por lo bajo—. La mujer que le soporte deberá ser nada menos que una santa —argumentó.

Se pasaron un buen rato enumerando los pros y los contras de cada pretendiente, hasta que finalmente Ayleen aseveró:

—De todas formas, qué más da quién sea mejor partido, pues no voy a casarme con ninguno de ellos.

Las risas cesaron y ambas la miraron con atención.

—¿Por qué dice eso? —La joven parecía extrañada.

—¿Acaso no es obvio después de todo lo malo que les hemos encontrado?

—Bueno… ¿qué hombre no tiene defectos? —Se encogió de hombros—. Hasta mi Perry tiene —confesó—. Y aun así lo quiero mucho y sigo queriendo casarme con él.

—Parecéis como todas las demás —advirtió herida.

Adele suspiró y Margueritte se revolvió en la silla.

—Nadas más lejos de nuestra intención —comenzó diciendo el ama de llaves—. No queremos hacer de casamenteras ni decirle lo que debe hacer, pero yo misma soy testigo de lo pesada y triste que puede llegar a ser la soledad.

—Pero usted se casó —protestó—. No es lo mismo.

—Yo creo que sí. Cuando murió mi esposo yo no era tan mayor. Hubo un par de pretendientes que después del luto me hicieron la corte, pero escogí permanecer sola— La miró tan directamente que pensó ver a la mujer joven de la que hablaba—. Nunca me he arrepentido tanto de esa decisión como cuando la edad pesa y la soledad invade mi vida.

—Pero usted tiene amigos, vecinos…

—¿Y son ellos los que me consuelan cuando me acuesto? —inquirió con suavidad pero con contundencia—. Hay pocas cosas tan reconfortantes como cuando finaliza la jornada y te sientas con tu marido a hablar. —La nostalgia invadió la habitación y Ayleen casi pudo palpar lo que Adele disfrutó en su matrimonio—. Ser escuchada y hacer lo propio con él mientras recibes una caricia o un beso es lo más hermoso del mundo. —Se recuperó y su mente volvió al presente—. No digo que todo el mundo esté hecho para vivir en pareja, pero la verdadera cuestión, querida Ayleen, es si siente deseos de casarse. —La señora Fraser la miró con ternura.

—Pu-pues —balbuceó— supongo que sí.

—Entonces, ¿a qué vienen tantas dudas?

Sí, ¿a qué venían? No podía negar que se había planteado la soltería. Aun así, dado que deseaba una familia e hijos, también había contemplado la idea de buscar un viudo con hijos.

En cierta forma tenía mucha suerte de que tres solteros, uno de una impresionante belleza, otro con más dinero del que nunca podría a gastar y uno sensible y amante de la flora, se hubieran fijado en ella. Ayleen se sabía una mujer corriente y con una belleza sin grandes estridencias, por lo que no contaba con despertar tanto interés. Debía admitir también que el primordial titubeo se debía a los sentimientos que Jason Morton le despertaba. Sin conocerse en profundidad, ambos habían quedado apresados por unas emociones tan profundas que Ayleen no sabía cómo manejarlas. La magnitud de lo que este le provocaba hacía tambalear sus convicciones más profundas y la hacía cuestionarse cada paso que daba. El ejemplo más cercano había sucedido esa misma mañana y le había abierto los ojos a una verdad tan deslumbrante como aterradora.

Por eso, y solo por eso, había accedido a verse esa noche con él. Las dudas respecto a Jason se habían disipado, pero por eso mismo ya no contemplaba otra posibilidad. Aceptar las atenciones de sus pretendientes quedaba descartado. Porque, si lo que sentía no era amor, ¿qué era entonces?

—Yo… —dudó antes de exponerlo en voz alta—. Siempre soñé en casarme por amor.

Al contrario de lo que pensaba, no oyó burlas ni risas desmoralizadoras. Sus semblantes reflejaban, más que nada, escepticismo.

—¿Amor? —Adele se incorporó apenas—. ¿He oído amor?

Ayleen enrojeció, pero no se echó para atrás.

—Es lo que queremos todas —declaró sin dejarse amedrentar.

—Tal vez —concedió—. ¿Acaso nos está diciendo que siente o puede sentir eso por alguno de los tres hombres que la pretenden?

Ayleen pensó por un momento en todos ellos: uno tan tímido, otro tan osado y el último tan avaro como mezquino.

Se encogió de hombros para no dar una respuesta concluyente. Ellas no debían imaginar el motivo oculto de su siguiente pregunta.

—Solo es que dudo. No obstante, ¿cómo se puede saber que estás enamorada? Es una pregunta hipotética —aclaró.

—Supongo que es diferente en cada persona. —Margueritte levantó la mirada ensoñadora y suspiró—. Por mi parte, cada vez que veo a mi Perry, el corazón se me desboca y siento como mariposas en el estómago.

Ayleen asintió. Era una descripción bastante pobre para lo que ella sentía por Jason, pero intuía que se trataba de lo mismo.

—Quizás cuando deseas estar con esa persona por encima de todo. —Adele pensaba en ella misma, pero Ayleen creyó que se había aproximado a lo que la atormentaba.

A esas alturas ya no parecía tan difícil interpretar las emociones que anidaban en su corazón. Por eso, solo de pensar en salir de la casa cuando ya hubiera oscurecido como si fuera un vulgar ladrona, la ponía tan nerviosa. No por lo que encontraría cuando llegara a su destino. Había algunas cosas de las que no era posible dar marcha atrás.

Por fin había tomado una resolución y la llevaría a cabo hasta las últimas consecuencias.

***

La temperatura había descendido considerablemente y Jason decidió encender la chimenea. El exterior estaba envuelto en un lienzo oscuro que no dejaba ver ni las siluetas de los árboles.

Se preguntó, no por primera vez, si Ayleen sería capaz de encontrar la casita en la oscuridad, o lo que era peor: si decidiría no venir. Su apresurada propuesta había sido irreflexiva, fruto de la pasión y el ansia que ella despertaba en él. Temía que, teniendo el resto del día para pensarlo mejor, hubiera llegado a la conclusión de que el riesgo era demasiado elevado, que él no valía la pena.

Y eso le afectaba.

Se paseó arriba y abajo con la esperanza de calmar su ansiedad. Aunque la proposición de verse esa noche no había estado meditada, tampoco era algo fruto del azar. Ya no soportaba saberla lejos. Pensaba en ella noche y día mientras que su vida diaria se estaba convirtiendo en un lastre. Quizás no lo había admitido aún, pero no podía estar tan ciego y sordo a tantas señales. Ya no era solo lujuria o pasión. Era algo más intenso y preciso que lo carcomía vivo y amenazaba con consumirlo.

Que se hubiera atrevido a besarla en el camino a riesgo de haber sido sorprendidos le demostraba la necesidad de ella. Sin conocerla siquiera, aunque intuía retazos de su personalidad, su espíritu lo había conmovido como ninguna mujer lo había logrado. Al fin y al cabo, eran unos desconocidos, pero deseaba saber más: conocer cada uno de sus secretos e ilusiones, descubrir los pequeños gestos que delataban su aflicción o alegría, enseñarle la belleza de su país mientras lo recorrían de la mano… En fin, amarla en toda su plenitud. La cuestión era qué iba a hacer con todo ello. ¿Se atrevería a confesarle sus sentimientos? ¿Hasta qué punto estaba Ayleen implicada? ¿Sería capaz de dar un paso más?

Miró de nuevo por la ventana y se pasó la mano por el pelo en un gesto de frustración. La cabaña había adquirido una agradable temperatura, pero Jason pudo sentir el escalofrío que lo recorrió cuando le pareció divisar una pequeña luz titilando entre la oscuridad.

Abrió la puerta para asomarse, pero sin atreverse a llamarla. Si no era ella, sería un error descubrirse.

Había dejado dos de las ventanas despejadas con la intención de orientarla, pero después volvería a cubrirlas para evitar la mirada indiscreta de un posible visitante. Era casi imposible, pero prefería ser precavido.

Cuando la luz llegó al claro, Jason supo, sin lugar a dudas, que Ayleen había dejado a un lado sus reservas y había acudido. El alivio por ello lo sacudió tan fuerte que estuvo a punto de doblarse en dos. Solo ahora podía admitir su miedo. Si ella no hubiera ido, no sabría qué hacer a continuación, pero ya no quería pensar en eso. Ayleen estaba allí.

A pesar del frío, cuando esta llegó ante la puerta, se contemplaron indecisos. Él se hizo a un lado para dejarla pasar y el destino de ambos estuvo sellado.

—Acércate al fuego.

Ayleen obedeció mientras Jason cogía la lámpara de queroseno y la dejaba en un rincón.

Cuando se acercó de nuevo a ella vio que tiritaba. También evitaba mirarlo a los ojos, pero Jason no se molestó por ello. Era una situación tan nueva para los dos que podía resultar violenta, pero con que hubiera venido ya tenía suficiente.

Le sirvió una taza de té caliente de una jarra algo vieja que solía usar en ocasiones e intentó no rozarla, ya que sospechaba que se encontraba tan nerviosa que era capaz de marcharse corriendo si le daba una razón para ello.

Dejó una silla cerca por si quería sentarse y él hizo lo propio cerca del fuego. Se cruzó de piernas y manos y se limitó a esperar que fuera ella la que hablara primero. A su pesar, él también se sentía algo nervioso e intimidado. Nunca había imaginado verse en esa situación y los pasos a seguir le eran tan desconocidos como a ella.

Durante un largo rato permanecieron en silencio. Escuchaban el crepitar del fuego y Jason la observaba de reojo dar pequeños sorbos. Sabía que Ayleen era consciente en todo momento de su presencia. Lo notaba por la evidente tensión que no la abandonaba y por el tremendo esfuerzo que hacía por evitar mirar donde él se encontraba sentado. Quizás en esos momentos se estuviera preguntando qué demonios hacía allí, pero Jason no quería que se arrepintiera de nada, así que se levantó despacio y se acercó con lentitud para darle tiempo a acostumbrarse.

Sin mediar palabra, se colocó frente a ella. Cuando alzó la vista estuvo a punto de ahogar un grito. Al contrario de lo que pensaba, sus ojos le decían que quería estar allí, con él.

Con una infinita ternura, porque ella le inspiraba eso y mucho más, le quitó despacio la taza y la dejó a ciegas en la repisa de la chimenea.

Se dio tiempo para acariciar su mejilla, ya cálida, con el dorso de los dedos. Cuando Ayleen cerró los ojos ante esa muestra de ternura sintió que algo caliente y poderoso lo inundaba. Lo que había entre ellos era ardiente y real, tan real como que el día daba paso a la noche y las estaciones se sucedían una detrás de otra, inmutables a lo largo del tiempo. Con las dos manos abarcó su rostro, tan deseado, tan amado y acercó sus labios para darle el beso que había querido desde el mismo instante en que la conoció: suave, etéreo y con todo el tiempo del mundo. Sin ni siquiera proponérselo se dio a ella. Le ofreció en un casto beso todo lo que ella quisiera y pudiera tomar. Sin preguntas ni dudas entre ellos, se tomaron tiempo para conocerse y decirse sin palabras lo que el otro significaba.

En esa ocasión no hubo prisas ni deseo, solo el instante en que admitían sin reservas que nada era como antes y que sus vidas, lo quisieran o no, estaban ligadas.

Tras disfrutar de ese maravilloso momento, se separaron mientras esbozaban sonrisas temblorosas por lo afectados que estaban.

—Te quiero, Ayleen. —Su declaración, tan sencilla como verdadera, no podía ser pospuesta por más tiempo. Las dudas ya no cabían en su corazón.

Las lágrimas acudieron a los ojos de ella al oír la confesión, pero no se derramaron. En voz baja y calma, puso su mano sobre su corazón y confesó:

—Te amo Jason; por Dios que te amo.

Se besaron. Ahora en cambio, el contacto entre ellos fue por completo diferente.

Jason la estrechó con más fuerza y Ayleen se aferró a sus ropas. Los labios se abrieron ávidos. Su lengua buscó la de ella y, tras un ligero titubeo, ambas se enredaron. El calor del fuego no era nada comparado con el que ellos desprendían. Los muros y corazas desparecieron como por ensalmo y solo quedaba la pasión.

En un momento de lucidez y con las manos temblando, Jason tuvo la sensatez de detenerse. Si seguían así acabaría tomándola encima de la única, vieja y desgastada mesa que la casita tenía. Separó los labios con la respiración agitada y cerró los ojos para no ver la misma agitación convulsa en Ayleen.

Así permanecieron los dos, de pie, con las frentes pegadas y la respiración entrecortada.

—Calma, calma —repitió, tanto para él como para ella.

Ayleen tragó saliva. Le costaba respirar.

Cuando consiguieron un mínimo de serenidad juntaron las sillas y tomaron asiento. Como por un acuerdo tácito, los dos se cogieron de la mano.

—Lo he dicho de verdad —aseguró Jason.

Ayleen no le preguntó a qué se refería.

—Lo sé, lo sé.

Ambos habían luchado muy duro desde el principio para no verse metidos en esa situación, pero, aun en contra de su voluntad, habían sucumbido al poder de los sentimientos y ya era un hecho consumado.

—Jamás soñé vivir un amor así —confesó—. Los poetas hablan de ello a todas horas, pero creía que yo estaba por encima de todo eso. Pensaba que era demasiado racional para que la pasión y el amor me invadieran de esa forma.

Ella le dio un apretón de mano en señal de comprensión. No es que pensara igual, pero había imaginado que por la edad que tenía, solo podía esperar vivir cierto apasionamiento.

—Sabes que vamos a hacer daño a algunas personas. —Ayleen creía que era preciso decirlo en voz alta y asumir la culpa.

—No puedo dejar de darle vueltas a eso —la culpa seguía estando ahí, agazapada, esperando hacer saltar su vida por los aires—, pero no puedo a renunciar a ti —afirmó con fervor—. No quiero.

Ayleen no pudo evitar estremecerse ante tanto ardor. Sus ojos y expresión no la hacían dudar de lo que este aseguraba sentir, pero no le cabía en la cabeza que fuera ella; precisamente ella.

—¿Cómo puedes quererme así? —preguntó al fin—. No soy ni la más inteligente ni la más hermosa.

—Pero calientas mi alma. Llenas vacíos que ignoraba tener y me llenas de fuerza y energía. Contigo a mi lado me siento capaz de las mayores heroicidades —se detuvo un instante—. Me gusta la persona en la que me convierto a tu lado.

Era imposible no sentirse emocionada por ese hombre ni por nada de lo que dijera.

—Así que admites que no soy ni bella ni lista. —Sus palabras le daban el suficiente coraje para bromear con él. Era una experiencia nueva y fascinante.

Jason se lo tomó en serio.

—Tu mente es curiosa y está tan viva que me inclino a pensar que no tienes un pelo de tonta. En cuanto a tu belleza física… Adoro tu nariz respingona e insolente, esos labios sabrosos que frunces de un modo adorable, los matices del color de tu cabello, que oscilan entre el bronce y la canela, esas pestañas largas que ocultan tus más preciados secretos… —inspiró aire—. Y juro por Dios que deseo más que nada vislumbrar tu cuerpo desnudo y quedarme ciego admirándolo si es necesario.

Tanta vehemencia y las palabras tan gráficas finales la inundaron de rubor.

—Yo… —No fue capaz de hilar sus pensamientos con coherencia.

—Y también amo —añadió con una tierna sonrisa— esos frecuentes rubores. Toda tú, desde la cabeza a los pies, me tienes a tu merced.

Ayleen asintió tratando de deshacer el nudo que se le había formado en la garganta. No sabía si se merecía tantos elogios, pero no pensaba desaprovechar esa oportunidad. Quería ser tan feliz como pudiera.

—Eres maravilloso.

Jason esbozó una sonrisa triste. Nadie lo había calificado como tal, pero que fuera ella quien viera en él algo por lo que sentirse orgulloso hacía que la quisiera más.

—Siento desilusionarte, pero no lo soy tanto. Apuesto a que no pensaste eso las primeras veces que nos vimos.

Ella tuvo el detalle de mostrarse avergonzada.

—No te conocía lo suficiente —replicó—. Aun ahora no lo hago. Solo sé que ni la cuerda más resistente tiraría de mí con más fuerza de lo que lo hace tu presencia. —Lo miró. Quería ser sincera—. No digo que no haya dudado. Incluso esta tarde, a pesar de querer venir, me resistía. Tú ya sabes por qué. Tenía miedo de salir por la puerta y que la señora Fraser me descubriera teniendo que dar explicaciones vergonzosas o, lo que es peor, mentir. Tampoco soy tan ingenua como para no ver que tú te encuentras en más dificultades. Yo, al menos, no tengo a nadie que me espere en casa.

Al menos lo comprendía. Veía que se debatía entre no hacer daño a Johana y el amor que sentía por ella.

—No quiero herirla, pero me es imposible actuar de otra forma. Lo he intentado…

Ayleen asintió. Era consciente de ello. Ambos habían puesto todo su empeño en evitar tales sentimientos. No eran unas criaturas crueles y beligerantes, ni su misión consistía en dañar a los demás. Simplemente se habían visto envueltos en una situación que escapaba a su control, difícil de enderezar. Y en ese momento parecía imposible salir de ella bien parados.

Al final hizo la pregunta que tanto temía.

—¿Y ahora, qué?

—No lo sé. —Su voz sonó frustrada. No tenía las respuestas. Estaba tan perdido como ella.

—Al final acabaré siendo la amante, ¿verdad?

Jason se sintió algo desesperado por el tono resignado de Ayleen. No sabía cómo mejorar la situación.

—No es esa mi intención. —Se mesó el cabello—. Te deseo y me consume la idea de tenerte entre mis brazos, pero no seré capaz de amarte en silencio y de lejos.

—Porque el divorcio queda descartado. —No era una pregunta, pero Ayleen se obligó a exponerlo para que no hubiera malos entendidos. Dolía, y eso solo era el principio.

—No puedo. —Un gemido se escapó de sus labios y le apretó la mano—. El divorcio es imposible. ¿Entiendes por qué, verdad? Dime que lo entiendes.

—Por supuesto —contestó con tristeza. No quería que su amor resultara una carga, pero no podía evitar sentir cierta lástima hacia ella misma; hacia los dos—. Después de robar dos o tres momentos conmigo volverás a los brazos seguros de Johana.

Jason saltó de la silla, furioso y herido.

—¿Por qué me haces esto? ¿Por qué?

Sabía que nada entre ellos sería fácil, pero imaginaba que su mutuo amor bastaría para llenarlos mientras estuvieran juntos. ¡Qué ingenuidad la suya! Se acababan de declarar amor y los problemas ya los alejaban.

Ayleen se indignó.

—¿Hacerte? ¿Qué te hago yo? Explícame. ¿Crees que solo por amarte ya está todo hecho? ¿Debo aguantar que después de estar conmigo vuelvas con tu perfecta esposa y le hables como me has hablado a mí? ¿Que la reconfortes? ¿Que la hagas participe de tus miserias? ¿Que la toques? ¿Que la beses? ¿Que le hagas el am…?

—¡Basta! —Jason se acercó, la cogió por los hombros y la zarandeó—. ¿Me oyes? ¡Basta! No te hagas esto. No nos lo hagas. —Lloró cuando vio sus lágrimas de celos y de repulsa hacia sí misma. Bajó el tono de voz—. ¿Es que no te has dado cuenta, mi amor? ¿Acaso tengo que deletreártelo? Cuando digo que desde que apareciste en mi vida tú has sido la única dueña de mi corazón, también significa que lo eres de mi mente y de mi cuerpo.

No dijo nada más porque pensó que no hacía falta. El silencio volvió a imperar.

Jason no la soltó, pero mientras asimilaba la magnitud de sus palabras, deslizó las manos por sus brazos hasta alcanzar de nuevo sus manos.

—¿Estás diciendo que tú y ella…? —Parecía incapaz de pronunciarlo en voz alta—. ¿Que no habéis…?

—No desde que nos besamos la primera vez aquí, en el bosque.

—¡Oh! —exclamó, tras un silencio.

—Sé que sientes celos. Es algo comprensible —él los sentía de esa pandilla de bobos que la perseguían—, pero tú eres la única con quien estoy, con quien quiero estar.

—¿Y a ella no le parece extraño que tú…?

—¿De verdad tengo que contarte esto? —la cortó—. ¿Es necesario?

No lo era.

—Siento comportarme como una mujer celosa, pero no sé cómo actuar.

—Yo tampoco Ayleen, yo tampoco —dijo, para a continuación besar la palma de su mano con el fervor de un amante, con los ojos cerrados y disfrutando de la calidez y el aroma que desprendía. Poco a poco, con toda la lentitud que pudo, besó también cada uno de sus dedos, hasta que el quedo gemido que salió de los labios femeninos le indicó lo receptiva que estaba.

Aun les quedaba mucho por decir, por hablar y contarse, pero el tiempo escaseaba y Jason se moría de ganas por besarla una vez más. Solo un beso.

Esta vez, ambos estaban preparados.

Jason le acarició el rostro y el cabello con dulzura mientras su boca la buscaba y la devoraba.

Cuando Ayleen empezó a apretarse más decidió tocarle el pecho.

Ella dio un respingo y apartó su lengua.

Jason cambió de estrategia.

—Déjame ver tu cabello —musitó.

Con el permiso tácito de su amada le fue quitando las horquillas mientras las hebras onduladas caían por la espalda y los hombros.

—Hermosa —declaró conmovido por su inocente y espectacular belleza.

Pasó su mano por la nuca y ella dobló la cabeza como buscando su caricia.

Jason nunca había visto nada tan erótico y que a la vez lo conmoviera en cada fibra de su ser.

—Te amo. —Le besó un punto concreto del cuello—. Te deseo —dijo mientras una estela de besos subían hasta el mentón—. Te adoro.

Las manos de ella bailaban nerviosas sobre su camisa y lanzaba pequeños suspiros de placer.

Jason se estaba excitando por momentos y dudaba tener el suficiente coraje y decisión para detenerse cuando fuera el momento.

—Ayleen. —Ella abrió los ojos y vio la bruma del deseo danzando en ellos. Tuvo que hacer un esfuerzo para dejar que las palabras y los actos honrosos predominaran sobre su lujuria—. Tenemos que detenernos.

—¿Por qué?

La inocente y pastosa pregunta estuvo a punto de hacerle seguir adelante, pero no, ella se merecía saber a dónde conducían todos esos besos y tocamientos.

—Porque te deseo más de lo que he deseado algo en mi vida y tú eres una tentación demasiado fuerte. Si seguimos acabaremos juntos, en la cama. —Jason señaló el camastro que había en un rincón cubierto con una buena manta de lana, pero ella parecía no acabar de comprender—. Con nosotros desnudos y yo tan dentro de ti que no sabremos dónde empieza uno y dónde acaba el otro.

Ayleen abrió los ojos como platos y los labios se entreabrieron.

—Enséñame qué he de hacer —se limitó a decir.

—¿Estás segura? —preguntó cuando entendió que ella estaba de acuerdo en hacer el amor con él. Solo de pensarlo temblaba de puro nervio.

Ella lo miró y lo que vio pareció ser todo lo que necesitaba. Asintió.

—Pues que Dios nos ayude —y la besó con ferocidad.

Aunque inexperta, Ayleen correspondía con el mismo ímpetu y violencia. Una vez decidido su destino, se apresuraba en acariciar, apretar y mordisquear.

Las manos de ambos estaban en todas partes y Jason procuraba no acelerar las cosas para darle tiempo a acostumbrarse a las nuevas sensaciones y a sus cuerpos, que poco a poco iban quedando libres de las ataduras de la ropa. Veía también cómo Ayleen dominaba la vergüenza que sentía por compartir toda esa intimidad. En ese momento le hubiera explicado cómo se sentía él, quien, a pesar de tener más experiencia en estas lides, se sentía tan nervioso como un principiante ante su primera experiencia sexual. En cierta forma era como empezar de cero. No tenía que demostrar nada ni impresionarla, solo ser fiel a sus instintos y amarla como ella se merecía.

Nunca había desatado un corsé. Todas esas cintas que ocultaban el cuerpo femenino había sido una prenda más de vestir hasta ese día. Ahora, de espaldas a ella, se disponía a liberarla mientras mordisqueaba su hombro. Ayleen se dejaba hacer y solo emitía pequeños suspiros entrecortados. Él no estaba mucho mejor.

—Deja que te mire —musitó cuando la última cinta se abrió y la prenda resbaló sobre su nívea piel hasta el suelo. Le siguió la camisola de lino.

Fue entonces cuando se le olvidó cómo respirar. Con la cabellera suelta y sin nada que la cubriera era la visión más embriagadora y excitante que había tenido el privilegio de presenciar. No la dejó dudar ni por un instante que ella era más que perfecta, que lo tenía rendido a sus pies, así que, lo más aprisa que pudo, sin mediar palabra y dejando que Ayleen lo observase a placer, se quitó de un tirón la camisa blanca, hizo malabarismos para quitarse las botas y se sacó los pantalones y la ropa interior quedando ante ella sin más vestimenta que el fino pelo cobrizo que cubría algunas partes de su anatomía.

La vio tragar saliva mientras se olvidaba de su propia desnudez. Las pupilas se le dilataron haciendo que una parte muy concreta de él se endureciese en respuesta. Era imposible permanecer impasible.

—Tócame —pidió con una voz que no reconoció como suya.

Necesitaba que ella se desprendiera de su rigidez a la vez que anhelaba el contacto de su mano tibia en cualquier parte que ella quisiera acariciar. En cualquier parte.

Ayleen se acercó y tocó sus brazos, comprobando cómo los músculos masculinos se tensaban ante el contacto. Hizo lo propio con el pecho y el abdomen, pero se apartó enseguida cuando vio a su virilidad erguirse.

—Es… —carraspeó sin saber qué decir, pero no podía apartar la vista de ese punto en concreto.

Jason pensó que estallaría de placer solo por las miradas atónitas que ella le lanzaba. Cuando la vio sacar la lengua relamiéndose el labio de forma involuntaria supo que el examen visual había concluido. Con un rápido movimiento que la tomó desprevenida se acercó a ella apretándola contra su cuerpo.

La suavidad de Ayleen se acoplaba a la perfección con su tosca apariencia. Jason la cogió por la cintura para evitar que ella se apartase y le dio un profundo y largo beso, en parte para tranquilizarla y en parte porque lo necesitaba con desesperación.

—Ahora estamos lo más juntos que dos personas pueden estar sin que yo esté dentro de ti —declaró cuando el beso los hubo satisfecho lo suficiente. La sintió temblar y se maldijo por no haberse percatado de que podía coger frío. Él estaba tan caliente por ella que no lo notaba.

Se acostaron en la estrecha cama y Jason los envolvió con la manta mientras se besaban de nuevo con un ardor renovado.

Ayleen se dejaba guiar por el instinto o trataba de imitar lo que él le hacía, pues las sensaciones eran tan placenteras que tenía miedo de que todo fuera un sueño. Los músculos de su estómago se contraían una y otra vez y sentía que su cuerpo emanaba más calor que todas las chimeneas juntas de Londres.

Mientras la boca de Jason lanzaba una estela de besos húmedos por su piel, sentía crecer una inexplicable tensión en un punto concreto de su interior. Se debatía y tiraba de su pelo en un intento de comprender de dónde venía esa sensación y por qué la llenaba de placer y frustración al mismo tiempo. Cuando él besó y pellizcó sus pezones estuvo a punto de chillar. Era todo tan delicioso y prohibido… Si lo que estaban haciendo era pecado, se imaginaba yendo al infierno, ya que le gustaba cada una de las cosas que le hacía.

Se sorprendió por lo sensible que era su cuerpo. Nunca lo hubiera afirmado, pero era evidente, ya que si Jason acariciaba con los dedos de mariposa un punto inexacto de la curva de su cintura, ella se estremecía por lo delicioso de la caricia. También se le curvaban los dedos de los pies cuando esa lengua incansable se detenía en su ombligo.

Mientras Jason descendía y la calentaba, Ayleen estaba centrada en la bochornosa humedad que ya había sentido en anterioridad en ese lugar íntimo de su cuerpo. Poca cosa pudo hacer cuando la boca de él tanteó, abrió y besó ese mismo punto.

—¡Jason! —gritó. Su cuerpo se convulsionó. El calor se expandió por cada fibra de sus ser llenándola de un júbilo abrumador que jamás había imaginado podía existir.

Jadeando por la impresión y el embriagador estado de satisfacción, pensó que bien podía morir así.

—¿Estás bien? —Jason se colocó de nuevo encima de ella.

—Jamás estuve mejor —repuso sin aliento.

—Pues ahora creo que ya estás preparada para que pueda entrar —la informó entre beso y beso.

—¿Entrar? ¿Entrar en dónde? —preguntó mientras ya notaba una intrusión en su cuerpo. Se tensó en respuesta y jadeó de dolor cuando Jason se introdujo en ella.

—Relájate, Ayleen. —Este tenía la mandíbula apretada por la tensión y el esfuerzo de ir lo más lentamente que pudiera para tratar de hacerle el mínimo daño posible—. Relájate.

—¡No puedo! —lloriqueó.

De un solo golpe, Jason acabó por introducirse en lo más profundo de su cuerpo. Al instante empezó a moverse y Ayleen sintió de nuevo esa tensión en ella. El dolor menguó y pudo disfrutar de las sacudidas cada vez más rápidas de Jason. De forma instintiva, porque supuso que estaría más cómoda, lo rodeó con las piernas, lo que hizo que los cuerpos se unieran más.

—Ayleen, no puedo… no aguantaré mucho más.

En respuesta, ella apretó más el abrazo y, casi al unísono, ambos encontraron la satisfacción.

—¿Cómo te encuentras? —le preguntó él poco después, ya a su lado, abrazándola.

—Agotada —aseguró—, pero deliciosamente satisfecha. —Le sonrió con descaro.

—Menuda sinvergüenza estás hecha. —Jason también sonrió y le dio un tierno beso en los labios—. Estar contigo ha sido…. —no encontraba la respuesta adecuada, porque estar con ella lo había hecho sentirse más vivo de lo que nunca había estado. Se sentía diferente— como haber estado andando toda mi vida sin tener un lugar en el que quedarme y por fin haber encontrado el solaz en tu cuerpo.

Ayleen no dijo nada porque tenía un nudo en la garganta. Era tan maravilloso sentirse amada por un hombre como aquél... no solo por el acto físico en sí. Veía que ella le importaba y que se cortaría una mano antes de dañarla con intención. Por un momento olvidó que su tiempo era precario. Imaginó que estaban en donde tenían que estar, que era correcto hallarse desnudos y murmurarse cosas bonitas al oído. Por un momento soñó que el mundo era un lugar perfecto.

—Te amo —susurró.