20

Jason llegó al despacho del abogado de Ayleen en Londres a media mañana. No creía que se mostrara muy dispuesto a ayudarle, pero necesitaba cuanto menos intentarlo. El sigilo con el que Ayleen dispuso su marcha le atormentaba cada día. Iba a volverse loco si no conseguía respuestas, así que era la última esperanza que le quedaba. De otro modo sería imposible dar con ella.

Tuvo que esperar unos minutos antes de poder ver al abogado. El señor Harris, sentado tras el escritorio, le hizo un gesto para que tomara asiento en una butaca tapizada en verde. Se trataba de un hombrecito de baja estatura, con escaso cabello, gran bigote y enormes e inquisidores ojos.

Sinceramente, no era lo que se había imaginado.

—¿En qué puedo ayudarle? —preguntó amable mientras se inclinaba hacia adelante, apoyando las dos manos sobre el escritorio de roble.

Jason se sintió incómodo. No quería dar demasiadas explicaciones, aunque mucho se temía que serían necesarias.

—Usted no me conoce, pero soy amigo de una clienta suya, la señorita Ayleen Blake.

Se detuvo un instante y se fijó en cómo el rostro del abogado se transformaba al escuchar el nombre. Su expresión se tornó adusta.

—¿Debo entender que me encuentro ante lord Jason Morton?

Ahora fue el turno de Jason de sorprenderse. Que conociera su identidad venía a confirmar sus sospechas: Ayleen recurrió a él tras su marcha de Greenville. Se preguntó hasta qué punto de su vida le había contado.

—Verá —continuó este—, soy el abogado de la señorita Blake al igual que lo fui de su padre, así que comprenderá que la conozca bien y le tenga aprecio. —Jason asintió brevemente—. Sé todo lo que sufrió con la enfermedad del señor Blake y lo ilusionada que estaba al emprender su propia vida lejos de la ciudad. No digo que no quisiera a su padre, todo lo contrario, pero la joven no disfrutó de su juventud como debiera. Tengo que confesarle que no estoy nada contento con la forma en que se ha interpuesto en su vida y su comportamiento para con ella —admitió con brusquedad.

Jason enderezó la espalda cuando oyó el reproche. No contaba con que le juzgaran. Sin embargo, el abogado tenía razón. Hasta la llegada de Ayleen había sido un hombre sensato. No era propio de él enredarse bajo las faldas de una mujer. Nunca antes había faltado a su matrimonio, pero no contó con enamorarse.

Lo miró atentamente, nada satisfecho y trató de explicarse.

—Escuche… —dijo con firmeza.

—No, no —le interrumpió el señor Harris, retomando el hilo de la conversación—, escúcheme usted a mí. Le profeso un sincero afecto a la señorita Blake. Ella es buena y dulce y entiendo que pueda causarle tiernos sentimientos. Si las circunstancias fueran otras… pero tengo entendido que es usted casado. ¿Comprende que la ha comprometido?

—Yo solo quiero hablar con ella —masculló, nada dispuesto a dejarse amedrentar. Era consciente como nadie de los pecados que había cometido—. Quiero estar seguro de que no ha huido.

El abogado esbozó una sonrisa irónica.

—Si le parece que ha huido será porque lo ha hecho.

Se reclinó en su butaca y esperó en silencio hasta que el hombre asumiera lo que había dicho.

Tardó por lo menos un minuto.

—¿Qué? —preguntó Jason. Mientras, su corazón había empezado a martillear a un ritmo frenético—. Pero si… Ella no… —Se aferró con fuerza al apoyabrazos de la butaca y miró al señor Harris, desorientado—. No lo entiendo.

Este asintió, compasivo. Rebajó la dureza en su voz e hizo un esfuerzo por mostrarse complaciente. Era un asunto delicado y para nada agradable. Debía ir con tacto al mismo tiempo que le transmitía el mensaje claro y los deseos de su clienta.

—Se ha marchado —anunció con cautela.

Sospechaba que el hombre no se tomaría muy bien sus palabras. Si algo había aprendido tras años de experiencia era que a las personas les costaba aceptar la derrota.

—¿Marchado? —repitió, confuso.

Su cerebro se negaba a procesar semejante noticia.

—Sí, lord Jason —aseveró—, para siempre.

La conmoción pudo con él. ¿Qué pérfidas mentiras eran esas? ¿A qué engaños quería someterlo? Ayleen le amaba. No le abandonaría voluntariamente.

—¡No, ella no puede dejarme! —gritó con desesperación al tiempo que se levantaba.

El abogado no movió ni un músculo ante el estallido. Había estado acertado al pronosticar que el caballero se resistiría a aceptar la verdad.

Jason se acercó a la ventana y apoyó la cabeza en el frío y desgastado cristal. Desde aquel primer piso se podía escuchar el sonido de la calle y los transeúntes, aunque él estaba inmerso en su propio dolor.

—Puede que usted la ame —escuchó decir a sus espaldas—. Lamentablemente, su situación le impide hacer lo correcto. No hay futuro para ustedes. ¿Lo comprende? Por eso la señorita Blake se ha alejado definitivamente de su vida. Había que ser fuerte para hacerlo. Es lo mejor para ambos.

No podía ser cierto, pensó con angustia. ¿Por qué Ayleen lo había abandonado? ¿Acaso no sabía que sin ella no era más que una triste sombra?

Enterró la cabeza entre sus manos mientras empezaba a sentir una incipiente furia. Necesitó de un férreo control para no perder los estribos.

—¿Quién es usted para decidir lo que es mejor? —replicó.

—No lo he decidido yo, sino ella. Y me ha dejado una carta para usted en la que seguramente le aclarará lo que necesite. —El abogado no esperó su respuesta y sacó un sobre del cajón. Lo deslizó por encima de la superficie de madera y se puso de pie—. Le daré un poco de intimidad.

Jason solo decidió tomarla cuando escuchó la puerta cerrarse. Se acercó al escritorio y alargó la mano para tomar el sobre, pero temblaba. Respiró profundo un par de veces para calmar los nervios. No quería leerla. Le aterraba la idea de lo que pudiera haber escrito en su interior.

Su corazón dio un salto en cuanto reconoció la letra.

Jason, mi amor:

Si estás leyendo estas líneas ya sabes que no me encuentro a tu lado y que no volveremos a estar juntos. Sé que estarás sorprendido y dolido como nunca. Discúlpame por mi forma de proceder, por no haber sido capaz de sincerarme, pero era necesario. Temía que trataras de hacerme cambiar de opinión.

He decidido marcharme lejos, donde no puedas encontrarme. Aunque diré, para aliviarte, que lo he hecho sola. Fue un error haber aceptado la propuesta del señor Plumbert. La idea de empezar de cero me seducía, sí. Solo ahora comprendo que no era posible. Él nunca hubiera conseguido hacerme feliz y yo a él tampoco.

A lo mejor todavía no puedes verlo, pero la decisión que he tomado es la correcta. Lo nuestro no puede ser y me niego a seguir siendo tu amante. Es demasiado doloroso para mí. Por eso prefiero que nos separemos ahora. Nadie sabe de lo nuestro y nunca lo sabrán. De este modo no lastimaremos a Johana, que tan bien se ha portado conmigo. Tal vez con el tiempo dejes de quererme —yo voy a poner mucho empeño en ello— y me recordarás con una indolora nostalgia.

¿No lo ves? Eso sería lo mejor.

También hago esto por ti y por tu familia. Así tu matrimonio volverá a ser el de siempre.

Antes de despedirme quiero que sepas que nunca amaré a otro hombre como he hecho contigo. A pesar de ello, esto es un adiós. Procura ser feliz; por mí. Y sobre todo, no me odies.

Ayleen.

Eso fue todo. Menos de una página. Ella desaparecía de su vida y le rompía el corazón con solo unas pocas líneas. Se sintió furioso con Ayleen y con todo. Apretó los puños. ¿Con qué derecho lo dejaba? Si tanto lo amaba, ¿por qué no demostrárselo luchando por su amor, hallando una salida? Porque debía ser muy tonta para elegir una vida cargada de soledad antes que todo lo que Jason podía ofrecerle. Y eso de olvidarse… Venía a ser un sueño, una quimera: el amor que se tenían nunca moriría.

Una mancha mojó el papel, y luego otra y otra hasta que se percató de que eran lágrimas, las suyas. No estaba muy seguro de por qué lloraba, si por el destino cruel, por la vida en general, o por las restricciones de una sociedad en las que el amor y el afecto no eran valores a tener en cuenta. Y lo que más odiaba era tener que aceptarlo así, por las buenas. Entendía la situación en la que se encontraba mejor que nadie. Ayleen le facilitaba las cosas, pero ¡maldición! él no deseaba que las cosas fueran fáciles, solo la quería a ella; abrazarla, hacerla reír, tener un poco de paz y alegría a su lado ¿Era tanto pedir?

Se limpió el rostro y cuadró los hombros. No iba ni a desmoronarse ni a rendirse. Lo sentía si con ello decepcionaba a todos, pero debía ser fiel a sí mismo: iba a encontrarla. Por eso esperó a que el señor Harris regresara.

—¿Todo bien?

—Sí —masculló—, perfecto. Ahora escríbame la dirección de la señorita Blake y le dejaré en paz.

El abogado lo miró de hito a hito debido a su insistente cabezonería.

—¿Acaso no ha escuchado lo que le he dicho? Ella no quiere que la busque.

—Está equivocado —replicó cortante y con los nervios encrespados—. Ella quiere que lo haga y lo haré. Si hace el favor…

Señaló uno de los papeles que había sobre el escritorio, esperando que el abogado actuara.

El semblante del señor Harris se petrificó y Jason tuvo la sospecha que le sería imposible obtener el paradero de Ayleen.

Eso le enfureció más.

—Es usted un necio. Se niega a comprender. Los deseos de mi clienta…

—¡Me importa un bledo lo que su clienta o usted deseen! ¡Deme la maldita dirección! —bramó, haciendo que el abogado retrocediera.

Jason comprendió que asustándolo y atosigándolo no estaba obteniendo ninguna reacción positiva ni servía para hacerle hablar. Era frustrante que todo su futuro estuviera en sus manos.

—Se está poniendo muy desagradable conmigo. Solo soy el encargado de transmitirle un mensaje y llegados a este punto, lord Jason, voy a tener que pedirle que se marche de mi despacho.

—¡Y un cuerno!

Era él quien decidiría cuándo marcharse.

—Insisto, es mi deber. Y por su bien, no haga las cosas más difíciles. Me temo que no voy a darle lo que tanto ansía.

Dominado por las emociones lo asió con fuerza del chaleco dispuesto a zarandearle. Estaba perdiendo la poca paciencia que le quedaba.

—Hable —le exigió con rabia.

En un primer momento, aquel hombrecito pareció asustado y su rostro se contrajo. No había medido bien al caballero y parecía dispuesto a cometer cualquier barbaridad.

—Con violencia no va a conseguir nada —le respondió con cuidado—. ¿Qué va hacer? ¿Darme un puñetazo?

No es que quisiera darle ideas, pero algo en su interior le decía que toda aquella rabia era fruto del despecho y que en realidad no era tan colérico. Era un riesgo intentar provocarle, pero debía hacerle reaccionar.

—No me tiente.

—¿No lo ve? Todo lo que me cuentan mis clientes es confidencial y usted no está haciéndole ningún bien a la señorita Blake. Piense en ella un poco, para variar. Si no está dispuesto a darle una salida honorable, déjela marchar, no la busque.

—La encontraré, con o sin su ayuda. Se lo prometo.

Jason reprimió las intensas ganas de estrangularle gracias a un férreo control y se marchó del despacho furioso, con la sensación de que el abogado era un auténtico cretino.

Tomó el carruaje que le esperaba y le pidió que le llevaran de regreso a Morton’s House, la casa familiar, dejando atrás Fleet Street. Le dolían las sienes y lo único que le apetecía en aquellos momentos era recostarse en la cama con un vaso de whisky. En los últimos tiempos encontraba reconfortante refugiarse en el alcohol. Por lo menos olvidaba, aunque fuera un período breve, lo solo y vacío que se sentía, porque todas aquellas semanas sin verla eran demasiado.

Cuando el carruaje se detuvo en Oxford Street a causa de una congestión decidió cubrir a pie el tramo que le faltaba. Le iría bien un poco de aire fresco para aclarar sus ideas. Sin embargo, cuando llegó a Cavendish Square todavía se sentía confuso. Se apoyó sobre la reja de hierro forjado que rodeaba la casa de ladrillo rojo y miró hacia el otro lado de la plaza, donde se encontraba la mansión de su tía Mildred. Ella solía residir la mayor parte del año en Londres y solo visitaba la propiedad rural en Somerset de vez en cuando.

Barajó sus opciones. Seguramente estaría en casa y ella agradecería la visita, pero entonces empezaría a pedir explicaciones sobre su viaje a Londres y hablaría de la buena de Johana, por lo que Jason terminaría molesto. También podía quedar con su primo Ryan e ir al club Fortuna para beber juntos. Eso último le tentaba, pero no sabía si estaba en la ciudad y al final decidió ceñirse al plan original, que consistía en estar solo.

Necesitó de una copa de licor para caer rendido. Como le pasaba con la comida, últimamente dormía poco y mal, por lo que no tuvo un sueño tranquilo. Ayleen se instaló en su subconsciente. La veía ruborizarse, reír, abrazarle… pero la felicidad apenas duró unos momentos porque su adorable rostro se transformó en una horrible máscara de granito negro. Entonces comenzó a mofarse de él, a arañarle mientras repetía una y otra vez que no lo amaba y nunca lo hizo. Jason alargó el brazo para retenerla y evitar que se alejara. El miedo que sentía por perderla lo inundó. Le gritaba, a su vez, que no le abandonase, que se quedara a su lado.

Se despertó a mediodía con un grito desgarrador. La pesadilla parecía tan real que sobrecogía. Al parecer, sus angustias y temores estaban colándose en sus sueños, porque perder a Ayleen para siempre le aterraba. Estimó que era inútil volver a tratar de dormirse y menos si la pesadilla podía volver a reproducirse. Además, todavía estaba a tiempo de ir a la estación y coger un tren de regreso a casa.

Lo primero que hizo cuando llegó fue dirigirse directamente a los establos para que le ensillaran un caballo. Aunque sabía que Ayleen no estaba iría a la casita de todos modos. Los recuerdos de ella eran arrolladores y sentía una necesidad que le impulsaba a regresar una y otra vez. Para él era como un lugar sagrado, porque era donde habían podido disfrutar de su amor bajo una intimidad

Tuvo que cambiar de planes al encontrarse a su hermano Ashton cepillando a Baviera, su semental favorito.

El duque alzó una ceja a modo de bienvenida.

—Vaya, estás en casa. ¿Cómo ha ido el viaje?

—Bien —repuso con una desmesurada reserva.

Ashton parecía relajado y despreocupado, o por lo menos más de lo que solía estar. Se había quitado la chaqueta del traje que usaba para montar. Incluso con camisa y chaleco su apariencia seguía siendo impoluta.

Tomó una zanahoria de un cesto y se la dio a Baviera.

—Johana no sabía que asuntos tan urgentes te traías en la ciudad. Con seguridad, yo tampoco. —Ahí estaba. Bajo un manto de serenidad y de intrascendencia, no podía evitar ser directo e ir hasta el fondo de sus preocupaciones. Su hermano puso mala cara y por unos segundos evitó responder—. ¿Jason? —Ashton volvió a insistir.

Apretó los dientes. No iba mentirle o inventarse una vaga excusa. Tampoco iba a decirle la verdad. Por supuesto, eso descartado.

—Te he oído —dijo sin ofrecer ninguna explicación.

Ashton era bueno intimidando a los demás. A veces solo tenía que alzar una ceja para conseguirlo. Estaba acostumbrado a que sus órdenes se siguieran al instante y no solía encontrar resistencia. La mayoría del tiempo él no era una excepción. Aunque era Jason quien controlaba la parte financiera, cualquier negocio o movimiento arriesgado siempre era aprobado por Ashton; él tenía la última palabra. Eso no quitaba que pudieran discutir por el modo de ver las cosas, o que se burlara de su actitud.

Ese día no estaba dispuesto a darle el placer. No era asunto suyo.

Tras comprobar que no llegaría a ninguna parte, Ashton decidió cambiar de tema.

—Ya que estás aquí, te comunico que parto inmediatamente hacia Escocia.

—¿Y será…?

Ashton esbozó una sonrisa cínica.

—Digamos que en menos de una hora. Solamente estoy esperando a que todo quede dispuesto.

—¿Qué ha ocurrido?

Tenía que ser un asunto urgente para que Ashton decidiera partir cuando el sol empezaba a ponerse y arriesgarse a viajar de noche.

—Tengo en mi poder una carta de un sacerdote que vive en mis tierras. Al parecer, alguien está quemando casas, incluida la mía.

—¡Dios Santo! ¿Toda la casa?

—No lo sé con certeza. Por eso me marcho tan apresuradamente. He tenido la propiedad descuidada por demasiado tiempo.

Escocia quedaba demasiado lejos como para frecuentarla y tenía otros asuntos que requerían su atención. Por eso siempre terminaba postergando el viaje.

—¿Y cuándo has recibido la misiva?

—Esta mañana —contestó. Cogió otra zanahoria por el tallo y se la dio al caballo. Después se limpió las manos en el pantalón y se puso la chaqueta. Debía cambiarse antes de partir—. Me hubiera gustado discutirlo contigo, saber de más opciones, pero no estabas.

—¿Es un reproche?

Su hermano le dirigió una mirada glacial.

—Es una simple observación. Si no te pusieras tan irascible notarías la diferencia.

—Soy lo suficientemente mayor para actuar por mi cuenta, y aun así todo el mundo se siente con derecho a juzgarme. Nunca te he dado explicaciones y tú siempre has confiado en mí. ¿Por qué ahora es distinto?

Ashton lo estudió durante un instante. Su mirada se agudizó.

—Claudia llegó apenas hace unas semanas y no has pasado tiempo con ella.

—He estado ocupado —se excusó.

Sabía que llevaba razón. Estaba tan disperso que no encontraba tiempo para nada más que no fuera compadecerse de sí mismo. No era una actitud positiva y estaba llegando al límite. Se sentía exhausto, tanto física como mentalmente. Si no encontraba pronto a Ayleen, no sabía qué iba a suceder con él.

—Hermano, ¿tienes algún tipo de problema? —Jason volvió a notar unas molestias en el estómago—. Deja que me explique correctamente. Te marchaste con precipitación a Londres y sin dejar ni una nota. Creí que se trataba de un asunto que yo podía solucionar, pero hablé con Tim y me aseguró no saber de qué se trataba. Parecía bastante sincero, menos cuando me aseguró que todo estaba bien en ti. Porque es obvio —alzó la mano y lo señaló— que no es cierto.

—¿Estás enfadado porque Tim no te ha dado la respuesta que buscabas? —le preguntó burlón, tratando de desviar la atención.

—¡No digas estupideces! Me preocupo por ti y me lo pagas comportándote como un auténtico idiota. Es imposible hablar contigo —trató de hacerle ver, mas su hermano no parecía dispuesto a colaborar.

—Tengo derecho a reservarme ciertos asuntos personales.

—Personales. —Ashton pronunció la palabra con lentitud, como si la masticara. ¿Qué podría ser tan personal como para mantener a su familia al margen? No había hablado con Johana, pero se daba cuenta de que últimamente había perdido parte de la seguridad que acostumbraba y aunque trataba de disimularlo, en sus ojos se reflejaba cierta tristeza. ¿Desde cuándo había problemas? ¿Sería un asunto de la pareja o había algo más que se le escapaba? Siempre tan observador y hasta ahora se le había pasado por alto. Se dijo que el regreso de su hermana lo había distraído, sino se hubiera percatado antes—. Si tienes algún problema, sabes que puedes confiar en mí, ¿verdad?

Jason asintió. Ashton hablaba de corazón y sería de ayuda si estuviera metido en algún lío de tipo monetario o legal. Entonces encontraría en él un gran apoyo. En cambio, si descubría que tenía una amante, que esa era su falta, no lo aprobaría. Más bien se pondría de parte de Johana. ¿Y qué podía esperar? Se preguntó. Ella era la esposa perfecta, la cuñada admirable. Se había ganado el corazón de todos. En cambio Jason sería era el traidor, quien perdería la honorabilidad ante los ojos de la familia. No podía culparles por apoyar a Johana. Y además, su hermano mayor nunca entendería lo que significaba enamorarse.

—Déjalo correr, ¿de acuerdo? —pidió hastiado. Se dio la vuelta y se alejó de los establos.

No fue buena idea dejarse ver por la casa grande. Debió haber previsto que podía encontrarse con alguien de la familia. Además, no llevaba las botas de montar, así que al final decidió ir andando hasta la casita, dándose prisa antes de que la oscuridad lo envolviera.

Cuando entró, un torbellino de recuerdos lo inundó y la aplastante verdad lo asaltó de tal forma que se encogió por el dolor. Empezó a sollozar por la impotencia. Ella era su vida, su alma. Sin Ayleen no le quedaba nada y ante sí veía un futuro tan vacío como desolador. Se odió a sí mismo por permitirse perderla, por dar por sentado que siempre la tendría a su lado. Ella lo llenaba como nunca jamás soñó y estar solo lo estaba matando.

—¡Ayleen! —gritó con una intensa angustia, mientras cerraba los párpados y se dejaba llevar por las sensaciones—. Regresa, regresa a mí. Te amo —se lamentó.

Tratando de descargar la tensión que llevaba acumulada, le dio con los puños a la pared, causándose un leve dolor. Se masajeó los nudillos, aunque no llegó a lastimarse de verdad. Se sentía furioso e impotente por la marcha de Ayleen, pero también porque no había sido capaz de despedirse de él. Y ahora se encontraba perdido como nunca. ¿Cómo iba a hacer para regresar a su vida anterior?

No se sentía capaz.

Para cuando consiguió calmarse ya era de noche y con seguridad Ashton se habría marchado a Escocia. Todavía no había informado a Johana de su regreso y si su hermano no había abierto la boca, ella desconocería el hecho.

Encendió el fuego y se acurrucó en la cama, hecho un ovillo. Así pasó las horas hasta la mañana siguiente, cuando su estómago rugió. Estaba hambriento. No había tomado nada desde el día anterior, antes de coger el tren hacia Buckinghamshire. Decidió que era la hora de regresar a casa.

La virulenta tormenta lo atrapó cuando iba de camino. La temperatura había descendido considerablemente aquella mañana y no había ningún sitio en el que cobijarse, salvo árboles que no le ofrecían mucha protección. En lugar de dar la vuelta y esperar a que amainara la lluvia siguió andando, exponiéndose a los elementos. Tras una hora, exhausto, hambriento, empapado y vacío por dentro, Jason llegó a la casa sintiéndose desfallecer. Un frío horroroso se instaló en su interior. No dejaba de tiritar y solo consiguió acostarse con la ayuda de los sirvientes. Entró en un sueño febril y semiinconsciente que duró horas. A pesar del fuego que ardía en la chimenea y las múltiples mantas, no conseguía entrar en calor. Agitado, se revolvía en la cama murmurando incoherencias.

Johana estaba tan preocupada por el estado de salud de su esposo que aquella noche no durmió en su habitación. O más bien no durmió. A las cuatro de la mañana advirtió un empeoramiento. El cuerpo de Jason ardía y como era obvio que tenía fiebre mandó a llamar al médico. Ni siquiera se molestó en esperar su llegada. Debía actuar con rapidez, así que junto con el ayuda de cámara de su esposo y un lacayo de su confianza despojaron a Jason de toda la ropa de cama y lo desnudaron. Tomaron paños de agua fría y refrescaron su cuerpo. Luego se cambiaron las sábanas y volvieron a taparlo. Fue una operación que el medico aprobaría más tarde, por lo que la repitieron varias veces durante los siguientes dos días. No había otro modo de bajarle la fiebre.

Johana veló día y noche por él, hasta que al tercer día Jason empezó a volver en sí. Apenas podía mover el cuerpo, debilitado, y sentía la cabeza aturullada. Pidió agua. No sabía si podían oírle, pero sentía una sed terrible. Entonces notó cómo le acercaban un vaso a los labios y mientras los mojaba pudo escuchar la voz de su esposa.

—Tranquilo —murmuró Johana con calma—. Bebe despacio.

Tras el esfuerzo, volvió a dormirse.

Una de las muchas veces que despertó empezó a ser consciente de lo que le rodeaba. El sol entraba a raudales por la ventana y le molestaba. Cerró los ojos un momento hasta acostumbrarse al resplandor mientras trataba de mover brazos y piernas. Se notó falto de energía. Las extremidades le pesaban e incluso le costaba darse la vuelta. Al girar con dificultad la cabeza hacia su izquierda se sobresaltó al encontrar a Johana en una butaca, junto a la cama. Tenía los párpados cerrados y respiraba rítmicamente.

No quiso despertarla. En un nuevo esfuerzo trató de incorporarse, pero el movimiento debió alertarle, porque abrió los ojosos de golpe y se incorporó.

—Jason, mi amor. —Se inclinó sobre él tocándole la frente con su suavísima mano y en su rostro apareció una sonrisa de alivio. Por fin la fiebre había desaparecido—. ¿Cómo te encuentras?

Jason se sentía como si le hubieran dado una paliza.

—Ayúdame a levantarme.

Estiró la mano para que tirara de él. En cambio, Johana se sentó en la cama, más dispuesta a entablar una conversación que a obedecerle.

—¿Tienes prisa por ir a algún sitio?

—No, solo quiero levantarme.

Era incapaz de pensar en nada en concreto y seguía aturdido. Actuaba y se movía por un impulso.

—Pues no puedes. Has estado muy enfermo. Llegaste a casa empapado después de recorrer el campo bajo una fuerte lluvia. Por la noche empezaste a gritar y a delirar. Tenías mucha fiebre y tuve que llamar al médico. ¿Te acuerdas de algo? —Él negó con la cabeza. No conseguía acordarse de nada. Tenía un vago recuerdo de la tormenta y de haberse mojado, pero eso era todo.

Tomó la mano de su esposa y la apretó en señal de consuelo. Era evidente que había estado preocupada.

—Ahora me siento bien. No te preocupes más.

—Tuve mucho miedo. Estuviste tan mal que temí perderte.

Jason no sabía si Johana exageraba o en verdad había estado tan cerca de la muerte, pero el doctor lo corroboró poco más tarde, ordenándole también que guardara cama durante los siguientes días. Lo más importante era que comiera y recobrara fuerzas. Seguía durmiendo muchas horas y recibía brevemente las visitas de su esposa Johana y su hermana Claudia.

Conforme pasaban los días empezó a sentirse más animoso. Por fin podía pensar con claridad y su cuerpo respondía a las órdenes. Empezó a revisar la correspondencia atrasada que Johana le subía a la habitación para evitar el aburrimiento y Tim le mandaba documentos legales a los que debía echar un vistazo. Ayleen seguía en sus pensamientos noche y día, pero con menos intensidad, puesto que Jason trataba de concentrarse en su recuperación.

Estaba revisando una carta cuando su hermana apareció vestida con un juvenil traje azul y blanco. Una cascada de rizos caía por su espalda y sus ojos verdes apenas tenían chispa.

Se sentó a los pies de la cama y balanceó las piernas.

—¿Qué haces? —preguntó sin mucho interés.

Él alzó la vista y señaló lo obvio.

—Leyendo. ¿Y tú?

Claudia se encogió de hombros. Estaba terriblemente aburrida.

—Acabo de regresar del pueblo —dijo a modo de explicación.

Jason reparó en que para una joven de su edad la vida en el campo debía resultar tediosa. Sí, en un principio se sintió feliz por regresar a Carmine’s Place con la familia y planear los eventos de la próxima temporada, pero la euforia pasó tras unos días de descanso. Cuando quería, Claudia podía llegar a ser muy voluble. Además, con un hermano ausente y el otro enfermo y malhumorado no le quedaban más opciones que la compañía de Johana. Si por lo menos Claudia hubiera sido presentada en sociedad, podría asistir a las meriendas que organizaban las damas del té. Incluso a alguna cena, pero en esos momentos no le era posible. A ojos de los demás seguía siendo una chiquilla.

Pensó que tendría que haber invitado a su prima y mejor amiga, Angeline.

—¿Nada interesante?

Ella suspiró teatralmente.

—Me he encontrado con la señora Smith, que no ha dejado de parlotear ni un segundo de cosas de las que ni siquiera entendía.

Jason esbozó una sonrisa. Era la primera vez que lo hacía tras tantas semanas de angustia.

—¿Ah, sí? ¿Y tú que le has dicho? —preguntó con cierta suspicacia.

—He hecho gala de mi paciencia y mis modales, por si estás insinuando lo contrario. Soy hija de un duque.

—Por supuesto —afirmó sin mucha convicción, porque a veces, el temperamento de su hermanita podía convertirla en una muchacha muy vulgar.

—La señora Smith está preocupada por el señor Horatio Plumbert. Al parecer, se niega a recibir visitas.

Eso atrajo la atención de Jason. Súbitamente estaba interesado en conocer todos los detalles de la conversación que había mantenido su hermana con la señora Smith.

—¿Qué quieres decir?

La vio encogerse de hombros mientras Jason daba gracias al cielo porque Claudia fuera tan inocente. La joven no se dio cuenta de su impaciencia, porque se estaba preguntando si aquella información tendría que ver con la marcha de Ayleen.

—No lo sé con certeza. Yo solo quería hablar de mi viaje al continente —añadió con acritud—. Tengo muchas anécdotas que contar al respecto, pero al parecer en este pueblo no están interesados. —Se puso de rodillas sobre la cama y acercándose a su hermano le quitó la carta que llevaba en la mano—. ¿De quién es, de otro aburrido arrendatario?

Ahora fue el turno de Jason para suspirar. Él estaba interesado en por qué el señor Plumbert se negaba a recibir visitas, si bien su hermana tenía ideas distintas.

Como no quería levantar sospechas, lo dejó estar.

—Es de Zachary McGlaton —respondió en referencia a la consulta de su hermana.

Claudia arrugó el ceño al pensar en el amigo de su hermano. Tenía una memoria perfecta y recordaba las veces que había visitado Carmine’s Place, cuando ella era solo una niña.

—¿Ese grandullón escocés? ¿No estaba perdido en América o algo así?

Jason contuvo una sonrisa. Su hermana tenía una forma muy peculiar de expresarse. Eso por no mencionar que solía sacar conclusiones apresuradas. Era un mérito y motivo de orgullo haber dejado atrás su tierra para progresar en un país tan distinto. Zachary era un ejemplo de progresión. De condición humilde, gracias a su padre y al conde de Ward, había conseguido estudiar Derecho en Oxford.

—Perdido no es la palabra que yo usaría. Más bien está trabajando.

—¿Y por qué te escribe? —preguntó con curiosidad.

—Léelo tú misma.

Claudia se concentró en las palabras escritas. No era una carta demasiado larga, más bien parecía un mensaje. Zachary estaría poco tiempo en Inglaterra y lo emplazaba a encontrarse.

—Quiere verte en Londres —murmuró, mirando a su hermano a los ojos. De repente, estaba seria—. ¿Vas a ir a la cita? Porque no estás en muy buena forma que digamos —chasqueó la lengua—. Y Johana no lo verá con buenos ojos. Créeme.

Jason la miró con una expresión pensativa. Acababa de leer la carta justo antes de la aparición de Claudia y todavía no había decidido si se desplazaría a Londres o no. Pensó sobre qué sería más acertado. Su hermana tenía razón; le costaba andar, mantenerse en pie y se cansaba con facilidad. Por todo ello se toparía con una férrea resistencia por parte de su esposa. Sin embargo, le apetecía volver a ver a su amigo de estudios. Eran muy pocas las ocasiones en las que solían coincidir y sería un soplo de aire fresco. Zachary no conocía a Ayleen ni tenía nada que ver con ella. A lo mejor su compañía le hacía bien. Sería un aliciente y por una vez dejaría de pensar en ella.

De improvisto tomó una decisión. Sí, iría a Londres, aunque significara iniciar una nueva discusión con Johana.