Capítulo V

 

 

 

 

El sheriff, Harris y yo almorzamos en un restaurante mexicano cercano a las oficinas y durante la comida rebajé la tensión que se había generado. También aproveché para hablar de aspectos más personales, como mi pasión por correr o mi gusto por ver un buen partido de béisbol. Por suerte Martin también era aficionado y estuvo un buen rato hablando de los Arizona Diamondbacks, que le habían dado una alegría enorme al poco de arrancar la franquicia pero que en los últimos tiempos no levantaban cabeza. 

—Y, señor Bush, ¿cuál es su equipo favorito?

Posé sobre la mesa el taco a medio terminar y durante algunos segundos dejé de estar en Phoenix y regresé al AT&T Park, junto a la bahía de San Francisco. Ocupaba mi asiento de siempre y al girar la cabeza hacia mi izquierda allí estaba mi padre, con su gran sonrisa, cargada de optimismo, sueños y esperanza.

—Ethan, ¿te pasa algo? —inquirió Harris, tras aguardar casi medio minuto atónito ante mi inexplicable mutismo.

—No, no es nada —respondí, regresando de golpe al restaurante de Phoenix—. Sólo pensaba en mi padre.

—¿Es también aficionado al béisbol? —preguntó el sheriff, tratando de restar importancia a mi extraño proceder.

—Lo era. Nuestro equipo es los Giants. Somos los que estamos tocando las narices al suyo en los últimos años —contesté, forzando una sonrisa que intentaba resultar natural.

—Lo lamento.

—No importa. Hace ya más de una década que nos dejó. Pero de vez en cuando pienso en él. Imagino que así será el resto de mi vida.

—Sí, señor Bush. Yo no perdí al mío tan joven, pero no hay día que no rece por su alma. Nos queda el consuelo de que Dios ya está cuidando de ellos y de que más pronto que tarde podremos volver a abrazarlos.

Volví a coger el taco, le di un bocado y me guardé mi opinión al respecto. Explicarle a aquel hombre hecho y derecho, con mucha seguridad católico practicante, que yo era un ateo consumado no era la mejor manera de estrechar lazos, y menos cuando ambos nos estábamos refiriendo a nuestros difuntos progenitores. Un tema espinoso, doloroso y muy delicado.

Cuando regresamos a la oficina el sheriff nos guio hasta otra sala, más pequeña, en la que ya nos esperaban el detective Oliver García, que más adelante supe que había nacido en Arizona pero que era hijo de inmigrantes mexicanos, y la investigadora Emily Young, una mujer de aspecto desaliñado pero que daba la impresión de ser una auténtica cerebrito. Martin nos presentó, soltó un breve discurso acerca de la importancia de nuestra labor y se despidió, alegando que tenía asuntos pendientes que también requerían su atención.

—Bienvenido al equipo, agente Bush. Estábamos deseando conocerle. Emily y yo hemos oído mucho acerca de usted, y todo es bueno —dijo García, una vez nos habíamos quedado solos los cuatro.

—Si es por la prensa no hagan demasiado caso. Quieren héroes, ya lo saben, y al FBI tampoco le va mal un poco de publicidad. Y, si es posible, preferiría que nos tratásemos de tú.

—Genial. Así todo será más cómodo. ¿Qué conoces del caso? —preguntó la investigadora, sin perder un segundo en peroratas estériles.

—Seré sincero. Tengo un fabuloso informe que me mandó el agente Aiden, pero sólo lo he hojeado un par de veces. Ayer por la tarde ya entramos un poco más a fondo, pero todo lo que me podáis contar será de gran utilidad —respondí, intentado por una vez en la vida arrancar una investigación siendo sincero.

—Entonces… ¿no habrás realizado aún ni tan siquiera un bosquejo del perfil del asesino? —inquirió García, mientras se frotaba las manos, como si las tuviera sudorosas fruto de la tensión.

—Tengo una idea muy vaga, pero prefiero escucharos primero.

Young ubicó sobre la mesa su iPad Pro de 12,9 pulgadas, de tal modo que el resto pudiéramos contemplar la pantalla.

—Hemos trabajado duro, codo con codo, con el agente Harris y con su personal, desde que apareció el segundo cuerpo. Pensamos que puede tratarse de alguien con poca formación, incapaz de mantener relaciones y empleos estables, que ya manifestó problemas en la adolescencia y que tiene entre 20 y 30 años. Casi seguro que reside en alguna casa modesta en los suburbios de Phoenix, quizá todavía con su madre. Sufrió maltrato físico y psicológico en la infancia y es posible que aunque los cuerpos no presentan agresiones de esa índole el móvil sea sexual. Quizá sea impotente, o no pueda mantener una erección e incluso no llegue al orgasmo. Puede ser que el placer lo obtenga a posteriori, cuando recrea en su habitación los crímenes gracias a los trofeos que se lleva consigo. No debe de ser muy alto, ni de complexión fuerte. Ataca por oportunidad y es muy probable que la violencia que ejerce sobre sus víctimas vaya en aumento.

Me quedé unos segundos reflexionando. Esa gente llevaba semanas y semanas aplicándose con denuedo para pillar a una alimaña horrenda, pero no me convencía, a primera vista, aquella idea que me sugerían. Debía ser cuidadoso a la hora de manifestar mi opinión.

—No sé, no es lo que yo había pensado.

—Tenemos otra línea de investigación abierta. Es secundaria, pero no la descartamos —apuntó García.

—¿De qué se trata?

—Traficantes de órganos. No podemos excluirla.

—Pero… sólo se llevan los ojos. Además lo hacen de un modo un tanto tosco, sin la precisión quirúrgica que requiere ese tipo de extracción —manifesté, recordando vagamente algunos aspectos del informe.

—Quizá mejoren la técnica con el paso de las semanas. Nunca se sabe.

—¿Cuál es la teoría que manejas?

—Hay dos casos muy similares, como ya habréis analizado.

—Sí, es casi imposible no pensar en ellos. Chikatilo, El carnicero de Rostov, y Albright, The Texas eyeball killer. Tenemos mucha información al respecto —dijo Emily, como si los tuviera grabados a fuego en la frente.

Chikatilo es considerado uno de los peores asesinos en serie de la historia, con más de 50 víctimas a sus espaldas. Mató sobre todo a adolescentes, tanto mujeres como hombres, y en la mayoría de las ocasiones les arrancó o mutiló los ojos. Fue ejecutado en 1994 de un tiro en la cabeza. Albright sólo era sospechoso de tres homicidios, siempre prostitutas a las que extirpaba los globos oculares, y por aquella época cumplía condena sólo por uno de ellos, el único en el que se había podido demostrar su culpabilidad.

—Ambos comenzaron con sus fechorías pasados los cuarenta años cumplidos. Creo que nuestro hombre tiene entre 30 y 40. Pero sus motivaciones son muy diferentes a la de esos dos asesinos.

—¿Qué te hace llegar a esa conclusión? —preguntó Aiden, quien con toda seguridad era el principal responsable del perfil que mostraba la pantalla del iPad.

—Es un asesino organizado. No coincido con vosotros en que sus víctimas sean fruto de una cuestión de oportunidad. Es más analítico, más concienzudo. Las observa durante días, puede que incluso semanas. Después actúa. Tiene habilidades sociales, no representa una amenaza a priori para los pequeños y no lo temen. Se marchan con él de manera voluntaria. Y aunque les arranque los ojos de una forma salvaje, no hay apenas otras muestras de agresión. No es un chalado que no sabe ni lo que se hace y que le importa poco que lo atrapen. No actúa por impulso. Todo es mucho más calculador, mucho más controlado y dirigido —argumenté, consciente de que me estaba precipitando en mis disquisiciones.

—¿Estás seguro, Ethan? —inquirió mi colega del FBI, quizá intentando que su labor no se derrumbase igual que un castillo de naipes en sólo unos segundos.

—No, no lo estoy. Tengo que visitar las escenas del crimen, tengo que conocer a los padres de las víctimas y el entorno en el que se movían, sobre todo la primera de ellas. Pero me habéis pedido mi opinión y es lo que os puedo ofrecer, de momento —contesté, lo más moderado que fui capaz, pues Harris era un buen tipo y deseaba mantener con él una estrecha colaboración.

—Para mí Chikatilo y Albright han sido dos referencias hasta la fecha —manifestó Young—. No sé si a partir de ahora debo descartar por completo esa vía…

—Por completo no. Pero insisto, los móviles son diferentes y el modus operandi también. Que la firma de los tres sea que extirpen los ojos a sus víctimas no significa, en absoluto, que sus perfiles sean siquiera parecidos. Nuestro hombre se lleva los zapatos, arranca los globos oculares de un modo brutal, mientras las víctimas siguen con vida, y después las asfixia usando un film plástico como el que tenemos cualquiera de nosotros en nuestras casas. Muchas, demasiadas diferencias.

—Pues el sheriff tenía previsto que tú y Aiden os acercaseis a Texas para charlar un rato con Albright —dijo García, dejando caer con desgana su bolígrafo sobre la mesa.

Charles Albright llevaba confinado desde finales de 1991 en la Unidad Psiquiátrica John Montford, ubicada a las afueras de Lubbock, a unas dos horas en avión de Phoenix. Era ya un anciano de más de ochenta años y yo sabía que siempre se había mostrado reacio a colaborar, de cualquier forma, con la justicia.

—No me agrada la idea —declaré, recordando mis visitas a asesinos convictos en el pasado. No habían sido platos de buen gusto. Aunque lo cierto es que tanto en mi segunda estancia en Kansas como en el caso de Nebraska aquellas entrevistas me habían servido, de un modo u otro, para atrapar a los culpables.

Harris me posó la mano en el hombro, como si fuera un viejo amigo que me conoce de toda la vida, que sabe por lo que he pasado y que comprende que lo que me va a decir, aunque sea la verdad, es posible que me duela o me contraríe. Pero mi colega del FBI no me conocía de nada y aunque intuía que era un agente excelente y una persona noble aquel gesto amable lo recibí casi como una agresión. Había progresado en mi búsqueda de una mejor integración en el entorno, dejando de lado mi necedad congénita y mi egoísmo sin límites, me esforzaba por no saltarme las reglas a mi antojo y luchaba con ahínco por superar los traumas que arrastraba, pero estaba todavía muy lejos de convertirme en una persona madura y con una ética intachable. Muy lejos.

—No se trata de que nos complazca o no la propuesta, Ethan. La pregunta es: ¿serviría de algo para dar fin a esta pesadilla?

 

 

 

 

Este un pequeño adelanto de la novela.

Puedes comprarla en Amazon

LINK>>> relinks.me/B01IWU2K52