Capítulo IV

 

 

 

 

Me buscaron alojamiento en The Westin Phoenix Downtown, un fabuloso hotel ubicado en el centro de la ciudad, en pleno campus de la Universidad Estatal de Arizona y a apenas una milla de la oficina del sheriff. Podía ir paseando cada mañana hasta las modernas instalaciones, pero me hallaba muy lejos de la sede del FBI en la ciudad y eso me provocaba cierta incomodidad. Aquel edificio apartado, construido en un lugar olvidado de la mano de dios, daba la impresión de ser el sitio ideal para reflexionar en las mejores condiciones.

Harris pasó a recogerme a primera hora de la mañana. Estaba animado y nuestra larga charla del día anterior le había convencido de que mi presencia aportaría un punto de vista distinto a la investigación.

—¿No está mal el tipi que te hemos alquilado?

Me costó pillar la broma, pero de inmediato recordé que en los alrededores había varias reservas de indios y que todavía mantenían cierta influencia en el estado.

—Es un hotel magnífico. Te garantizo que he estado alojado en sitios bastante peores. Lo malo es que no os tengo muy cerca.

—Casi todas las reuniones son en la oficina del sheriff. Hoy te llevaré yo en coche, pero se encuentra a sólo unas manzanas de aquí.

—Lo comprendo. Pero tú, y el resto de agentes especiales del FBI, sois mis colegas —manifesté, arriesgando, pues no tenía aún clara la relación de Aiden con los policías locales.

—¿Quieres que te busquemos otro sitio?

—No, está bien. Son manías mías, no me hagas caso.

—Sé por dónde vas. Aquí no es diferente a otros estados. Pero esta es una ciudad grande, con cientos de agentes de policía, de modo que tenemos de todo. Pero sí, hay muchos a los que les toca las narices que el FBI participe en el caso, aunque sea para echar una mano.

Lancé un resoplido, pues veía que aunque Harris era comedido había sintonía entre ambos.

—Y el sheriff, ¿qué tal?

—Jack es un tipo estupendo. Duro, curtido, pero sensato. Está como loco por conocerte. Y eso es lo que vamos a hacer ya mismo.

En menos de 5 minutos Harris aparcaba en la oficina del sheriff más extraordinaria que había visto en toda mi vida. Más tarde supe que era la tercera más grande de todos los Estados Unidos. Se trataba de un trapecio invertido acristalado, recubierto por una sensacional estructura de paneles de zinc perforados, que según me informaron servían para reducir notablemente el consumo de energía, en especial el uso del aire acondicionado en pleno verano. Tal y como había vaticinado el agente del FBI me quedé con la boca abierta un buen rato.

—¿Qué narices es esto?

—Ya te lo dije, Ethan. No encontrarás otra oficina del sheriff igual. Esta es la mejor.

—He estado en centrales de la policía estatal que no le llegan a la suela del zapato a este lugar.

—Tengo entendido que costó una millonada, pero que a largo plazo se amortizará con creces. De momento es un gusto para todos los que nos vemos obligados a trabajar aquí, y un motivo de orgullo para la ciudad.

El edificio era maravilloso, pero a fin de cuentas Maricopa era un condado con casi cuatro millones de habitantes y más de nueve mil millas cuadradas de extensión, es decir, una barbaridad; podían permitirse el lujo de tener las mejores instalaciones del mundo.

El interior no tenía nada que envidiar a la fachada. Por primera vez tuve la impresión de que Quántico se quedaba pequeño y que resultaba hasta un lugar austero en comparación con aquella oficina. El sheriff Jack Martin, un hombre ancho, no muy alto, de escaso cabello cano y mirada profunda, nos aguardaba en la entrada, impaciente. Harris hizo los honores y yo no oculté mi admiración.

—Señor Martin, estoy impresionado. Me habían avisado, pero no esperaba encontrarme con una construcción tan espectacular.

—Es un gran sitio para trabajar. La comunidad se merece lo mejor, y los servidores de la ley también. Además, todo lo que ve es reciclable y ecológico. En realidad esto se pagará solo en unos años. Al menos eso aseguraron los arquitectos —murmuró, guiñando un ojo.

Nos condujo hasta una sala de reuniones también fantástica. Una de las paredes estaba completamente acristalada y tenía vistas a un cuidado jardín y a un amplio parking. Presidía la estancia una mesa de reuniones rectangular con 12 sillas a su alrededor. Eran de aluminio galvanizado en un elegante color negro, y los respaldos de las sillas estaban microperforados. Yo seguía con la boca abierta. Al fondo había una pantalla enorme, de 80”, que incrementaba la luminosidad de las imágenes que lanzaba un proyector led de última generación.

—Voy a pedirle a mi jefe que me traslade aquí —dije, sonriente, mientras tomaba asiento por indicación del sheriff.

—Todo esto no servirá de nada si no atrapamos al animal que está torturando a esos chiquillos. Llevo semanas sin pegar ojo, señor Bush.

—Me voy a dejar el alma, sheriff.

—Cuento con ello. He querido mantener una reunión aquí con usted y con Harris antes de que conozca a los investigadores y detectives que hemos asignado al caso. La verdad es que hay casi 200 agentes implicados, pero usted tendrá sólo un detective y un investigador asignados como enlace. Y claro, a mí, para lo que necesite. No queremos volverle loco.

—Se lo agradezco. Me parece muy juicioso —repliqué, recordando que mi labor era sobre todo dar soporte a aquella oficina. Ya bastante había liderado otros casos, sin ser mi cometido, como para discutir que el sheriff me dejase las cosas claras desde el principio.

—No sé si está al tanto de todo, pero esta tarde ya le he reservado dos horas con el detective Oliver García y con la investigadora Emily Young para que se coordinen. Tiene las manos libres: sólo deseo que sea honesto, franco y leal. Nada más.

—Faltaría más —dije, recordando que en el pasado esas virtudes no habían formado parte de mi manera de proceder.

—No he trabajado nunca con alguien de Washington. Siempre nos ha bastado con Harris y su gente. Fue él el que me sugirió la idea, y no me arrepiento. Tenemos al alcalde y a la gobernadora todo el día llamando, por no hablar de la prensa. Pero señor Bush, todo eso me importa una mierda, se lo digo de verdad. No quiero que nadie más encuentre a un crío mutilado, asesinado peor que un animal. Necesitamos lo mejor de usted.

El sheriff me hablaba en un tono que me conmovió. A aquel hombre robusto y duro, que en su dilatada carrera habría visto de todo, se le apagaba la voz al referirse al caso que me había llevado hasta Arizona.

—Para eso he venido. Espero que entre todos detengamos a ese tipo lo antes posible.

El sheriff usó la pantalla para repasar los aspectos principales de la investigación. Las fotografías de las víctimas me seguían impactando, como si las viera por primera vez en cada ocasión.

—Tiene que ser alguien que resida aquí, en la ciudad. Todos los pequeños fueron raptados en parques de Phoenix —apuntó Harris.

—Y los cuerpos fueron hallados en el condado de Maricopa. Dos al este, en el Bosque Nacional de Tonto, y otros dos al suroeste, en el desierto de Sonora —murmuró Martin.

—Pues sí, todo apunta en esa dirección. Pero prefiero no precipitarme —dije, sabiendo que apenas me había forjado una opinión.

—Señor Bush, la prensa, como le he comentado, nos pisa los talones. En especial un reportero del The Arizona Republic, que es muy leído por aquí. Creemos que al haber tantos agentes involucrados las filtraciones son casi inevitables, pero hay aspectos que no han trascendido y que quizá tengan su importancia. Le ruego, no hace falta recordarlo, que los maneje con la máxima discreción.

—¿Qué cuestiones? —pregunté, intrigado.

—En un rato García y Young, de los pocos en esta oficina que manejan esa información reservada, le pondrán al corriente de todo. Pero por ejemplo sabemos que además de los ojos se lleva siempre los zapatos de los niños.

—Un trofeo —añadió Aiden, con pesadumbre.

—Eso pensamos —continuó el sheriff—. También hemos examinado el film plástico que usa para asfixiar a los pequeños y sabemos que es siempre el mismo. Han analizado su composición y sabemos que es fabricado por una empresa de aquí, de Arizona, que tiene su sede en Tucson. Están colaborando con nosotros. Creemos que es de una misma partida: es decir, que está utilizando el mismo rollo y que es posible que lo lleve en el coche o lo encontremos en el garaje de su casa y podamos relacionarlo con los crímenes.

—Es formidable. No han reparado en medios. Desde luego que toda esta información es de suma relevancia —dije, intentado insuflar algo de ánimo a Martin y a Harris, aunque tenía claro que estábamos muy lejos de atrapar al culpable.

El sheriff meneó la cabeza, como si yo no terminase de entender algo, o como si él mismo no hubiera sido capaz de explicarse.

—¿Reparar en medios? Como si dilapido todo el presupuesto de los próximos diez años. Señor Bush, ¡están asesinando niños en mi condado! Nada ni nadie van a pararnos hasta que encerremos  en prisión a esa mala bestia.