Capítulo 31

Donde varios personajes advierten del peligro de arruinar reputaciones.

Gillian salió del teatro y se fue a su habitación. Permaneció allí un momento con los puños apretados. Tenía el pecho comprimido y por alguna razón ni siquiera podía respirar. Salió del dormitorio y se dirigió al cuarto de los niños.

La nueva niñera de Mary estaba sentada cómodamente frente al fuego, y Mary estaba echada sobre una manta, pataleando y hablando sola.

La niñera se puso de pie e hizo una reverencia. Le crujieron un poco las rodillas.

—La señorita Pythian-Adams, ¿verdad? Soy la señora Blessams. Me acuerdo de su nombre, por supuesto, además suena exactamente como el de una heroína de una novela de Minerva Press. No creo que usted la haya leído, pero yo soy una gran aficionada a este tipo de novelas.

—Oh, sí, las he leído… —admitió Gillian, haciendo grandes esfuerzos para sonreír. Ella no era ninguna heroína. Porque una heroína…

Incluso en la más degradante de las situaciones, una heroína nunca se encuentra…

Se arrodilló junto a Mary. La niña hizo un ruidito, sonrió y trató de coger uno de los rizos de Gillian. Era un encanto.

—¡Mamammmmmma…! —canturreó Mary.

Gillian había visto antes esos grandes ojos de Mary, así como su fina y delicada barbilla.

La niña extendió la mano otra vez, pero el gesto con el que le miraba desapareció. Su pequeña cara se arrugó de rabia y dejó escapar un chillido.

Gillian miró a Mary, que pateaba con sus piernecitas pequeñas y gordas en señal de desagrado, y la señora Blessams abandonó su silla.

—Es muy dramática —explicó la señora Blessams—. Es buena como un ángel, pero si uno la contraría lo más mínimo, parece que la están matando. Vamos, querida. Tal vez ha estado mucho tiempo sobre la manta. Pero hay que tener cuidado, pues puede resfriarse. —La mujer habló dándose importancia y Gillian trató de mostrar otra vez la sonrisa adecuada. En ese caso, una sonrisa elogiosa. Después salió y cerró la puerta silenciosamente.

Gabe estaba apoyado en la pared, esperándola. Cuando Gillian pasó junto a él, la cogió del brazo. Entonces le miró. No tenía sentido fingir.

—No es asunto mío —replicó.

Gabe la miró.

—Mary es mía.

La joven no pudo detenerse.

—Es suya y… y de…

Es mía —insistió con fiereza.

Gillian asintió con la cabeza y retiró el brazo.

—Buenas tardes, señor Spenser.

Recorrió la mayor parte del corredor sintiendo en su espalda los ojos de Gabe, hasta que finalmente se dio la vuelta. Gabe la estaba mirando y había algo en sus ojos que ella, Gillian Pythian-Adams, nunca jamás había visto en los ojos de ningún hombre. De modo que se giró y se dirigió hacia él.

Aquello era desesperante.

—No se lo contaré a nadie —le aseguró, suavizando la voz—. Es una decisión extraña, pero respeto el hecho de que usted se haga cargo de la educación de Mary.

Gabe se movió tan rápidamente que ni siquiera le vio cuando la cogió por los hombros y la besó con fuerza y desesperación.

Era peor que Dorimant.

Debía hacerle saber claramente que ella, Gillian, no era el tipo de mujer a la que podía manejar un libertino.

Pero la corriente de euforia que le llenó el pecho no tenía nada que ver con el libertinaje.

—¿Tiene usted una aventura amorosa ilícita con lady Maitland? —preguntó, apartándose hacia atrás lo suficiente como para poder verle la cara.

Gabe la miró y su expresión de desconcierto y perplejidad hizo que la sonrisa de Gillian se hiciera más intensa.

«No, no existe tal romance», se dijo a sí misma.

—¿Y no mantiene en este momento ninguna relación con la madre de Mary?

—Tal vez no lo crea, pero tales cosas no forman parte de mi vida cotidiana. —El tono de su voz era de tal seriedad que a Gillian casi se le escapó una risita tonta—. Usted me considera como Dorimant, pero le aseguro que soy aburridamente prudente en mi vida. Aunque… —agregó vacilando— no lamento lo que pasó aquella noche con Loretta.

—Por supuesto que no… porque el resultado fue Mary.

Esta vez fue Gillian quien le atrajo hacia ella. Y fue su lengua la que tocó los labios de Gabe, con ese beso osadamente loco que él le había enseñado.

—Usted no debe… —replicó Gabe al cabo de unos minutos.

Gillian sintió que el corazón le reventaba en el pecho cuando escuchó el dolor de su voz. Era algo perverso, en realidad, pero debía reconocer que sentía deseos de gritar de placer simplemente porque… porque… el señor Gabriel Spenser estaba enamorado de ella.

—Sí debo… —repuso Gillian simplemente.

—No. Soy…

—Usted es ilegítimo. Y está criando a una niña nacida de una relación ilícita con una actriz. Usted es el Dorimant de la vida real —sentenció ella con severidad.

Gabe percibió algo en la voz de ella, o en sus ojos, en ese instante.

—No —exclamó repentinamente—. No lo permitiré.

—Yo no permitiré otra cosa.

Se miraron mutuamente un momento.

—Usted no sabe nada sobre mí —protestó Gabe finalmente con voz ronca—. Mi madre…

—Tengo muchos deseos de conocerla.

—Usted jamás conocerá a mi madre. Fue la amante del duque durante años. Y yo no soy un hijo ilegítimo en secreto, como será Mary. Todos conocen mi origen. Usted quedará arruinada con pensar… siquiera…

—Sí —aceptó Gillian sonriéndole—. Supongo que sí.

—¡No! —insistió Gabe.

Los hombres eran muy estúpidos. Siempre lo había creído y, por lo tanto, nunca había podido persuadirse de sentir ningún afecto por alguna de esas pobres criaturas. ¿Cómo era posible que se hubiera enamorado locamente de aquel hombre que estaba dando muestras de la misma terquedad ciega que el resto de los de su género?

Le acarició la mejilla con la mano. Era una mejilla angulosa, con una barba ligeramente áspera. Gabe era todo lo que ella alguna vez había deseado: un verdadero erudito, una persona con la que podía hablar durante horas, un hombre que le hacía sentir placer.

—Hasta donde yo sé, existe solamente un «no» para todo esto —le dijo con los dedos apoyados todavía en la mejilla.

—Yo puedo ver cientos de ellos —replicó Gabe con aspereza, obviamente determinado a mantener su posición, como aquel estúpido bulldog que tenía su padre.

—A usted no le gusta Shakespeare —objetó la joven—. Es un grave defecto.

—No juegue conmigo —gruñó.

—No estoy jugando con usted —le aseguró con la sonrisa más brillante que jamás había mostrado antes—. Le quiero para mí, Gabriel Spenser. Le estoy reclamando para mí. Me voy a casar con usted. Estoy…

Pero Gabe interrumpió aquella lista tan arrogante y trató de escapar, de manera que Gillian tuvo que besarle de nuevo. De pronto la joven se encontró apoyada en la pared con los dedos de él enredados en su pelo. Al cabo de un momento los ojos melancólicos de Gabe brillaron en una sonrisa y Gillian supo que ella era la única persona en el mundo que había contemplado aquella sonrisa tan especial.

—No me casaré con usted —replicó Gabe desmintiendo la sonrisa.

—Construiré una cabaña de madera en la puerta de su casa.

—Mi casa está en Cambridge —informó, y añadió—: Y mucha gente la verá. Gente que no conoce a Shakespeare tan bien como usted.

—La heroína de Shakespeare amenaza con cantar canciones de amor en medio de la noche. Eso arruinará su reputación de erudito. —Lo dijo con deleite.

—No tengo reputación.

—Usted tiene su propia reputación. —Lo dijo con suavidad, porque era obvio que necesitaba que alguien se lo dijera—. La de un erudito brillante y un hombre de honor. Un hombre que ama a su hija y haría cualquier cosa por ella, incluso en contra de sus propios principios, como presentarse ante un miembro distante de su familia, un duque que ignoraba su existencia.

—El héroe de Shakespeare no era tan tonto como yo como para presentarse donde tal vez no fuera bienvenido.

Gillian sintió que su sonrisa entibiaba a ambos desde dentro.

—Rafe lo recibió bien.

—Me he aprovechado de su hospitalidad cortejándola a usted.

—¿Me estaba cortejando? —quiso saber ella con cierta curiosidad—. Pensé que usted sólo se pasaba el tiempo besándome.

—En realidad no estaba cortejándola —se contradijo—. Nunca arruinaría su vida de esa manera.

La joven tenía el semblante triste.

—Supongo que debo volver a mi primer plan.

—¿Cuál es ese plan? —preguntó cautelosamente.

—Casarme con Rafe, por supuesto. Porque Imogen y yo lo planeamos con mucho cuidado. Ella mantendría una aventura con usted y yo me casaría con su hermano. —Gabe emitió un ruido en la garganta que sonó peligrosamente como un gruñido—. Si he entendido bien, usted piensa que debo casarme con un aristócrata apropiado, ¿no? ¿Por qué no Rafe? Después de todo —y su voz era tranquila—, si no puedo tenerle a usted, no creo que me importe demasiado. Rafe y yo nos divertiremos juntos… ¿cree usted que él ha leído a Shakespeare?

—En algún momento…

—¿Filósofos? Porque me interesa mucho leer el nuevo manuscrito de los Diálogos de Platón que la Bodleian Library acaba de adquirir.

—Estamos negociando la adquisición de un manuscrito del siglo XII de los Discursos de Epicteto.

—¿Usted cree que Rafe sabe eso? —El joven sacudió la cabeza—. Tal vez pueda aprender algo sobre caballos. ¿Sabe que me da miedo montar? —Él sacudió la cabeza otra vez—. Soy una pésima amazona, y no le gusto a los caballos. ¿Le parece que esto podría poner en peligro mi felicidad con Rafe cuando estemos casados?

—Podría aprender —sugirió, sintiéndose como un hombre que se ahoga cuando el agua le llega a la cabeza.

—Sí —aceptó Gillian. Se acercó hasta tocar el cuerpo de Gabe, y le miró a la cara, a su adorado rostro—. Aprenderé a besar a Rafe… tal como usted me enseñó.

Gabe pareció que estaba luchando para decir algo, o tal vez sólo fuera para sujetar su lengua.

Gillian no se permitió sonreír. En su lugar, deslizó sus manos por el musculoso pecho de Gabe.

—Aprenderé a disfrutar de las conversaciones sobre potros y cuadras… Olvidaré que alguna vez me interesaron Shakespeare y la filosofía… Aprenderé a besar a Rafe de la misma forma en que usted me besa a mí… —Esta última parte se deshizo en un susurro de placer porque las manos de Gabe estaban rodeándole la cintura.

—Usted será la muerte para mí —replicó. Pero su voz sonaba resignada y a Gillian se le aceleró el corazón.

—Sí —susurró la joven, y añadió mirándole a los ojos—: ¿No?

—Lo llaman la petit mort —observó Gabe, y acercó su boca a la de Gillian.