Capítulo 21
En Holbrook Court se da la bienvenida a un visitante inesperado.
Al día siguiente,
alrededor de mediodía
Imogen se incorporó en la cama.
—¡Josie! ¿Qué diablos estás haciendo aquí?
—He llegado hace una hora —replicó su hermana menor—. Estaba cansada de las Highlands. Es un lugar aburrido, lleno de nieve y de escoceses estúpidos.
Josie adoraba las Highlands.
—¿Annabel está bien? —preguntó Imogen—. ¿Y el bebé?
Josie se dejó caer y se sentó en un extremo de la cama.
—Annabel está redonda como un faro. Ewan se pasa la mayor parte del tiempo frotándole los hombros, la espalda y los dedos de los pies. ¡Y se pasa el día durmiendo! Me cansé.
Josie no parecía… Josie. Parecía desalentada.
—¿Qué te pasa? —quiso saber Imogen—. ¿Qué ha ocurrido?
Josie le lanzó una mirada de enfado.
—Absolutamente nada. ¿No puedo cansarme de ver a dos tórtolos acariciándose?
—Cuando me fui de Escocia, estabas decidida a regresar a Inglaterra solamente para la temporada.
—¿Pasar el invierno en las Highlands? ¿Qué haría yo en un castillo olvidado de la mano de Dios sin ninguna compañía que la de un par de tórtolos, algunos monjes viejos y…?
—Josie —dijo Imogen, interrumpiendo aquel discurso lleno de lamentos—. Supongo que Annabel te habrá dado una carta para mí, ¿no? ¿Me la das, por favor?
—No la estaba escondiendo —respondió Josie irritada. Cogió el bolso y sacó un sobre.
—Dice que no eras feliz —comentó Imogen un momento después, dejando la carta a un lado—. ¿Acaso ella ignora la razón? —Josie se mordió el labio—. Josie…
—¡No quería quedarme allí! —contestó bruscamente—. Dejé de disfrutar de su compañía.
—¿De qué compañía en particular?
Josie agitó la mano.
—De la de todos.
—Ven aquí —invitó Imogen, extendiendo el brazo. Josie se acercó, pero de mala gana.
—Hueles a vino —musitó con la voz un poco temblorosa.
—Y tú a lágrimas. ¿Qué ha ocurrido? ¿Algo terrible?
—No —respondió Josie lánguidamente—. Es una tontería. No debería preocuparme. Me lo digo una y otra vez: no debo preocuparme.
Imogen la abrazó.
—Cuéntamelo.
—Es demasiado humillante.
Josie trató de alejarse, pero se le había olvidado que Imogen tenía unos brazos muy fuertes por su costumbre de controlar caballos nerviosos.
—¿Adónde crees que vas? —preguntó Imogen. Cuando se dio cuenta de que Josie no daba señales de revelar nada, cambió de tema—: ¿Te cuento lo que me pasó anoche? —Hizo la pregunta con total tranquilidad, como si no tuviera a Josie atrapada entre los brazos.
Josie suspiró.
—Supongo que será una especie de lección de moral, como en la iglesia.
—No exactamente. Es más, decididamente no tiene nada que ver con la iglesia.
—Estoy saturada de moralidad. Los monjes que viven con Ewan se han encargado de ello.
—¿Te refieres al monje que me ganaba siempre a las cartas y que me dejó sin un penique a mi nombre? —preguntó Imogen, tratando de ponerla de buen humor—. Mmm… por eso yo acabé sobre ese barril de vino —contó un instante después—, y Cristobel saltó para ponerse justo a mi lado.
—¿A tu lado? —exclamó Josie fascinada.
—Exactamente. El barril no era muy grande… ¿Te acuerdas de la canción favorita de Peterkin?
—¿Te refieres al Peterkin que estaba a cargo de la limpieza de las cuadras cuando éramos pequeñas?
—Sí.
—¡Claro! —Josie se rió tontamente—. Si has cantado esa canción, Imogen, espero que tu disfraz haya sido excelente.
—El disfraz era excelente… por lo menos hasta que se mojó.
—¿Se mojó?
—¡En el vino…! —explicó Imogen.
—¿Qué?
Imogen se lo contó todo.
—¿Y luego el señor Spenser te trajo aquí? No… —añadió Josie—, él te iba a llevar a otro sitio…
—Espero que no —objetó Imogen—. Fue muy amable por su parte que se ofreciera a llevarme a ver a Cristobel en primer lugar.
Josie la miró, poco convencida.
—¿Has decidido que sea tu amante el hermano ilegítimo de Rafe? ¿Como Mayne?
—¡No…! —exclamó Imogen con dignidad—. Es una situación del todo diferente.
—¿Qué tiene de diferente? —quiso saber Josie mostrándose muy interesada.
Josie tenía unos ojos muy expresivos y unas cejas encantadoras. Como un rayo, Imogen supo qué le había ocurrido.
—Alguien dijo algo desagradable sobre tu figura, ¿no?
Josie estaba riéndose en aquel momento, pero cuando oyó las palabras de Imogen la alegría desapareció de sus ojos.
—¡No! —Pero lo dijo con demasiada rapidez.
—Iré a las Highlands y enviaré al culpable a un largo viaje en carruaje con Griselda.
Josie logró esbozar una sonrisa.
—Mi viaje de regreso ha sido estupendo. El estómago de la señorita Flecknoe es de hierro. Viajaba sentada enfrente de mí leyendo textos edificantes en voz alta durante horas sin ponerse jamás de color verde.
—Cuéntamelo —insistió Imogen.
—No quiero.
—Si no me lo cuentas, escribiré una carta a Tess y le diré que venga a visitarnos. Ya sabes que Tess te sacará la verdad en cinco minutos.
Tess, por su condición de hermana mayor y dado que prácticamente las había criado, no encontraba obstáculos a sus técnicas de interrogación.
—Eso me preocuparía si no supiera que Tess está viajando por el continente con su marido —señaló Josie. Pero luego cedió—. No fue tan malo. En realidad, fue casi un cumplido.
—¿Tanto te desagradó ese cumplido que has huido de Escocia?
—Sí —susurró Josie.
Imogen la abrazó.
—La humillación es una condición universal. Mi único consuelo es que seguramente nunca más volveré a hacer el papel de tonta como hice con Draven.
—Nunca tendré la oportunidad de hacer el papel de tonta con un hombre.
—Sí, la tendrás.
—Los hombres nunca me harán caso, así que no tendré que preocuparme de pasar vergüenza.
—¿Quién te dijo qué cosa? —preguntó Imogen—. Tal vez un viaje en carruaje con Griselda sea algo demasiado bueno para ese alguien.
—Nadie me dijo nada directamente —explicó Josie en tono de cansancio—. Fue la gente que vive cerca de Ewan. Los Crogan.
—¿Te refieres a los hombres que trataron de emplumar a Annabel? ¿Por qué, en nombre del cielo, habría que prestar atención a lo que esos tontos digan?
—Porque estaban diciendo lo que todos piensan —respondió Josie—. No fue mi intención escucharlos sin que ellos lo supieran.
—Tal vez ellos querían que oyeras esa conversación.
—No. Estaba escondida detrás de un roble. —Josie suspiró.
Imogen la besó en la frente.
Luego salió todo a borbotones.
—El mayor trató de lograr que su hermano se casara conmigo. Pero el otro no quería hacerlo porque dijo que yo era una gran cerdita escocesa. Y luego el mayor dijo que le gustaría olfatear ruidosamente entre mis faldas. Y el menor dijo que olfateara ruidosamente todo lo que quisiera, pero que cuando una joven es tan gorda como… como yo, se convierte en una auténtica cerda. Una… cerda.
—¡Son unos borrachos repugnantes! —masculló Imogen, acariciando el pelo de Josie y deseando tener a los Crogan en la mira de un rifle de caza—. Creo que tienes razón en cuanto a que el mayor podría haber estado diciendo un cumplido… Me encantaría que los hombres no creyeran que olfatear ruidosamente es un cumplido, pero ellos piensan así.
—Hablaron de mí como si yo fuera repugnante, como si yo… estuviera enferma o algo por el estilo. Así es cómo hablaron del tema. El mayor dijo que por lo menos yo nunca le engañaría a mi marido porque… —Su voz se entrecortó otra vez.
—Tú podrías engañar a cualquier hombre… —replicó Imogen mientras apoyaba la barbilla en el suave pelo de Josie y le acariciaba la espalda—. Aunque espero que nunca lo hagas.
—Dijo que yo nunca engañaría a mi marido porque todo lo que éste debería hacer sería darme tocino para hacerme feliz. —Perdió su voz unos instantes.
—Eso fue muy cruel. Son personas horribles, horribles —afirmó Imogen con convicción.
—¡Y lo peor de todo fue que a la mañana siguiente el menor de los Crogan apareció y empezó a cortejarme! —contó Josie con un gemido—. Me trajo flores y me sonrió, como si no pensara que yo era una enorme cerda gorda. ¡Fue… fue horroroso!
Imogen entornó los ojos.
—Debiste habérselo contado a Annabel. Ewan le habría matado por esa insolencia.
—¿Qué sentido tendría? Ellos sabían que me estaba cortejando por mi dote. Annabel y Ewan pensaban que era gracioso que los Crogan tuvieran tantas esperanzas.
—¿Y tú qué hiciste? —Josie suspiró—. Te conozco —repuso Imogen—. Te conozco muy bien. No creo ni por un instante que simplemente permitieras que ese Crogan te cortejara sin decirle una sola palabra acerca de sus verdaderas intenciones.
—La primera vez que vino no hice nada. Estaba demasiado sorprendida por el hecho de que lo intentara después de las cosas que había dicho sobre mí. Pero él se comportó como si nunca hubiera dicho nada.
—Horrible…
—Unos días después me preguntó si deseaba asistir a una fiesta. Annabel le dijo que era imposible que yo asistiera a una fiesta porque no he sido formalmente presentada en sociedad. Así que apareció a la noche siguiente con una especie de instrumento musical.
—¡Oh, no…!
—Aparentemente cantó durante horas antes de que alguien le oyera. Se había puesto en un árbol enfrente de los aposentos de Annabel, en lugar de frente a los míos, y según duerme ahora resulta imposible que se despierte. —Imogen se estaba riendo con tantas ganas que tenía que sujetarse el estómago—. Cuando Ewan se fue a la cama, al principio no sabía muy bien qué era aquel ruido y después se dio cuenta de que era una versión áspera de «Vamos, muchacha, vamos».
—¿El que te estaba cortejando era el Crogan pequeño y regordete o el alto y delgado?
—El más bajo. El alto es el hermano mayor y está casado.
—¿Qué ocurrió después? —quiso saber Imogen, recuperando el aliento.
—Bueno, unos pocos días después de la serenata, trajo un poema que había escrito sobre mis ojos. Es breve.
—Guardaste una copia, ¿no? —preguntó Imogen, riéndose otra vez.
—Naturalmente —admitió Josie con dignidad—. Tal vez sea el único poema de amor que voy a recibir, así que lo copié en mi libreta. Y lo memoricé. Espera un minuto… —Adoptó una pose declamatoria.
Sus ojos brillan como diamantes,
uno diría que es la reina del país,
el pelo le cae sobre los hombros,
sostenido con una cinta de terciopelo negro.
—¿Y luego qué ocurrió? —preguntó Imogen al cabo de un momento.
—Eso fue todo.
—¿Cuándo te ataste el pelo con una cinta de terciopelo negro?
—Creo que eso —respondió Josie, pensativa— fue porque se debió de quedar sin espacio en la hoja.
—Es asombrosamente bueno.
—Sí. Ewan dijo que es una conocida canción que su abuela adora.
—Así que se trata de una canción de amor prestada…
—Y de un pretendiente obligado. Eso me enfadó mucho. ¿Y si yo le hubiera creído? ¿Qué habría ocurrido si yo hubiera creído que ese poema era suyo y que sus sentimientos eran auténticos?
—Bien… ¿y qué le hiciste a ese hombre?
—Le drogué —explicó Josie. Había un tono de satisfacción en su voz y sus ojos brillaban como diamantes.
—¿Le drogaste? —preguntó Imogen perpleja.
—Con una de las medicinas para caballos de papá. En realidad, es una que yo misma inventé para tratar el cólico causado por comer manzanas verdes. Sé que no es muy bueno para los seres humanos, porque Peterkin se lo dio una vez a uno de los mozos de la cuadra al que le dolía el estómago, y el pobre hombre estuvo enfermo durante una semana.
—¡Oh, Josie! —exclamó Imogen, riéndose otra vez—. Eso es muy cruel…
—No tenía pensado hacerlo —se defendió Josie—, pero le pedí que se fuera y no me hizo caso. Así que al final le dije que sabía perfectamente que él pensaba que yo era una cerda.
—¿Y él qué hizo?
—Me miró fijamente un momento y después me contestó que no iba a tener otra oportunidad para casarme y que lo mejor era que fuéramos claros entre nosotros. Luego me dijo que podía hacerme muy feliz y que no tendría un candidato que fuera mejor que él. Se imagina que nadie quiere casarse conmigo, especialmente en Inglaterra.
—¡Qué estúpido! —replicó Imogen desapasionadamente.
—Dijo que en Inglaterra tendría limitaciones… —Josie estaba a punto de llorar otra vez, pero respiró profundamente—. No pensaba hacer con él algo tan cruel como darle esa medicina, pero me dijo que había observado mi manera de comer y que podía darse cuenta de que me gustaba más la comida que los hombres. Y entonces… decidí hacerlo.
—¡Muy bien hecho! ¡Se lo merecía!
—Pero eso no significa que lo que dijo no sea verdad… Me encanta la comida escocesa. Mientras he estado en Escocia no he parado de comer y la señorita Flecknoe se pasaba el día comentando que debía comenzar una dieta de vinagre, pero yo no le hacía caso, porque el cocinero de Ewan hace panecillos escoceses cada mañana. Todas las noches decidía que al día siguiente empezaría la dieta del vinagre y los pepinillos… Y todas las mañanas para desayunar había panecillos escoceses, arenques ahumados y jamón, y antes de darme cuenta, ya había comenzado a comer.
—¡No puedes hacer una dieta de vinagre y pepinillos! —exclamó Imogen—. ¿De dónde se ha sacado la señorita Flecknoe una idea tan ridícula?
—Dice que la hija de la duquesa de Surrey ha perdido casi veinte kilos con esa dieta. Y dice que yo no tengo voluntad y que, a menos que deje de comer, nunca me casaré.
Imogen le frotó la espalda un poco más y decidió que hablaría con Rafe sobre la señorita Flecknoe.
—Si sólo bebieras vinagre durante todo el día, querida, probablemente te morirías. Te consumirías.
Josie no pareció muy convencida.
—Tendría que pasar mucho tiempo antes de que yo me consumiera… Tal vez podría parar en algún momento entre ahora y la tumba.
—No, no es una buena idea. Además, se te estropearía el cutis. —Imogen se dio cuenta de que el asunto del cutis era un argumento mejor. Josie había pasado una época el año anterior en la que había tenido granitos en la cara, pero en aquel momento su piel era tan perfecta y suave como la nata irlandesa—. Toda la cara —añadió—. Te saldrían manchas rojizas.
—Quizá debería dejar de comer totalmente —sugirió Josie, resoplando un poco—. No puedo empezar la temporada mientras la gente me llama «cerdita escocesa» a mis espaldas. Eso es imposible. Prefiero ser una solterona como la señorita Flecknoe.
Imogen se rió al oír aquello.
—La señorita Flecknoe es como el vinagre que está intentando que te tomes. Nadie querría estar con ella.
—Tampoco conmigo.
—¡Eso no es cierto! Eres una joven preciosa. Tienes curvas, eres hermosa, y también divertida y encantadora.
—Desearía que eso fuera cierto —observó Josie—. Pero la verdad es que cada vez tengo más curvas… Y después de estar en Escocia, estas curvas, sencillamente, se han hecho inmensas. Tenía que irme de allí. Pero me resultaba imposible decirle a Annabel por qué me iba. No sé por qué no tengo fuerza de voluntad mientras todo el mundo parece que sí tiene… Ni siquiera el desagradable Crogan es tan gordo como yo.
—Escribiremos a Annabel y le contaremos algo. Estará preocupada.
—Lo dudo. Se pasa el tiempo echada y duerme constantemente, eso cuando no está comiendo. Pero ella está embarazada. Yo no tengo excusa…
—Annabel nunca ha sido delgada como esas mujeres que se ven en La Belle Assemblée. Y sin embargo siempre ha logrado que los hombres la deseen.
—Bueno… yo soy más regordeta que ella. Sus curvas están en lugares diferentes. ¡Y yo no tengo la menor idea de qué hacer para que alguien me desee! —se lamentó Josie.
—¿Has desayunado ya?
—No pienso volver a comer. Lo decidí anoche. —Imogen suspiró y puso los pies en el borde de la cama—. ¡Mmmm! —exclamó—. Realmente hueles a vino.
—Es lo que le ocurre a una si se cae en un barril de vino. Me bañé anoche, pero no quería acostarme con el pelo mojado. Espera un momento a que me lo lave y después bajaremos a desayunar. ¡El mundo siempre parece trágico con el estómago vacío! Podría asegurar que todos esos dramaturgos griegos escribían en medio de una hambruna de cien años.
—Sófocles estuvo en la guerra durante mucho tiempo —explicó Josie, mostrándose apenas un poco más alegre—. Seguro que tuvo que comer las mismas raciones que los soldados.
Imogen se estremeció.
—La señora Redfern tal vez no haga panecillos escoceses tan ricos como el cocinero de Ewan, pero comeremos algo más agradable que las raciones de los soldados.
—Dime, ¿cómo es el señor Spenser? —quiso saber Josie—. Annabel y yo estamos totalmente fascinadas con el tema y hemos hablado de él sin parar desde que recibimos tu carta en la que nos contabas lo de la obra de teatro. Tenemos que escribirle hoy mismo y contarle todos los detalles.
—Es un caballero.
—¿Tiene alguna marca que delate su origen? ¿Es jorobado tal vez?
—¡Josie! ¿Cómo puedes ser tan poco generosa especialmente después de lo que me acabas de contar?
—Supongo que tienes razón —aceptó Josie al cabo de un momento—. He sido injusta. Lo que ocurre es que le encuentro muy interesante, eso es todo. Nunca he conocido a nadie que sea ilegítimo, excepto Auld Michael, en el pueblo. ¿Te acuerdas de él?
—¿El anciano que solía sentarse junto al pozo y cobraba medio penique por sacar agua? ¿Ese que si uno se negaba escupía tabaco al pozo?
Josie asintió con la cabeza.
—Sólo cuento con este encantador ejemplo de ilegitimidad…
—Bueno… esperar que todo hombre nacido fuera del matrimonio sea como Auld Michael es como esperar que toda mujer sea tan delgada como la misma lady Jersey. —Imogen se puso la bata y se dirigió al baño.
La voz de Josie la detuvo.
—¿Puede ser que te esté empezando a gustar de verdad el hermano de Rafe, Imogen?
Se paró, con la mano en la puerta, y sin darse la vuelta contestó.
—Es una persona muy simpática…
Josie comenzó a hablar.
—Oh, pero… —Y se interrumpió.
Imogen entró en el baño y cerró la puerta.