Capítulo 14

Consecuencias de juguetear bajo las sábanas.

Regency Theater
Charlotte Street, Londres

—Terminarás casada con el duque —advirtió Jenny con más deseo que esperanza.

Jenny Collins y Loretta Hawes se estaban preparando para entrar en escena. Jenny pintaba las calzas de negro con betún para zapatos para que las partes gastadas no se vieran. Loretta estaba sentada rígidamente, haciendo los ejercicios faciales que le habían recomendado para que no le salieran arrugas. A sus diecinueve años todavía no tenía que preocuparse de ello, pero Loretta era de las que pensaban en el futuro.

—No tengo ningún deseo de casarme con un duque.

Lo asombroso de todo aquello, pensaba Jenny, era que Loretta probablemente pensaba así en realidad. A Jenny le encantaría casarse con un duque. Es decir, si su querido Will hubiera sido duque. Estiró la mano para tocar el ramillete de romero que había detrás del espejo. Will se lo había dado la última vez que había ido a su casa.

—¿Por qué no? —preguntó—. Si yo no estuviera enamorada de Will, no me lo pensaría dos veces antes de casarme con un duque. ¿Por qué habría de hacerlo? ¡Disfrutaría de todas las cosas que tienen los duques, Loretta!

—¿Qué cosas, por ejemplo?

—Por ejemplo… un criado, y un carruaje, y mantequilla, ¡mucha mantequilla!

—Jamás tomo mantequilla. Engorda.

Ni siquiera miró la cintura de Jenny, pero ésta captó la indirecta.

—No tienes por qué ser tan irónica —respondió bruscamente—. Hablas como si me bañara en mantequilla. Y no la he probado en meses.

Loretta la miró sorprendida y la joven suspiró. Loretta era diferente a todas las personas que Jenny había conocido en su vida. Hasta donde podía saber, su amiga no pensaba en otra cosa que no fuera convertirse en una gran actriz. Incluso cuando se imponía a los demás, era sólo porque se olvidaba de que no estaban al tanto de sus planes.

—¡No he querido decir eso! —exclamó Loretta arrepentida—. Sabes bien que no he vuelto a probar la mantequilla… no después de aquel infortunado episodio del año pasado.

Jenny era la única que sabía que el infortunado episodio era un bebé. Loretta había perdido su trabajo en Covent Garden —un papel pequeño, pero que tal vez podría haber conducido a algo más importante—, y ahora estaba allí, apareciendo en los intermedios en Hyde Park. Sólo Jenny sabía lo que había ocurrido.

—Nadie lo adivinará jamás —afirmó Jenny mirando a su amiga. Los rizos color pajizo de Loretta se balancearon sobre sus hombros con toda la energía de su pequeña figura. La falda giró alrededor de sus tobillos, tan delgados como visibles bajo su disfraz de lechera.

Loretta se estremeció.

—Jamás podré olvidar lo gorda que me puse. Fue realmente horrible.

—¿Pero por qué no quieres casarte con un duque? —insistió Jenny—. Eres preciosa. Apostaría a que el hombre se enamorará de ti en el acto. ¿Cómo se llama? Arphead, ¿no?

—Nunca he oído hablar de ninguna duquesa que haya sido una actriz famosa —objetó Loretta pensando que esa declaración sería explicación suficiente.

—No puedes ser actriz toda la vida. Algún día tendrás que casarte.

—Quizá —aceptó Loretta con una absoluta falta de interés en su voz—. Aunque me parece un estado muy desagradable y no quiero pensar en ello. ¿Crees que existe alguna posibilidad de que Bluett me permita intentar conseguir el papel de suplente en Reina Mab[5].

—Por supuesto que no —sentenció Jenny—. Loretta, lo sabes perfectamente, él nunca permitiría que una corista tratara de obtener un papel suplente.

—¡Bluett me rogará que lo haga después de que interprete a la señora Loveit! Será en el teatro del duque de Holbrook. Holbrook, Jenny, no Arphead. —Su tono no traslucía ambición, era, simplemente, calmado y práctico—. Pero tienes razón. Bluett le dará el papel a Bess, y ella destrozará el texto en el escenario.

—Todos dicen que ella le ha hecho un favor… —Jenny se rió tontamente. El director de escena, Bluett, no era un hombre al cual una mujer hiciera favores a menos que obtuviera alguna recompensa.

Loretta frunció la nariz.

—¡Qué desagradable!

A Loretta no le gustaba pensar demasiado en temas desagradables. Tal y como ella lo veía, pensar en asuntos desagradables era malgastar un tiempo valioso que podía emplearse en cuestiones importantes. La cuestión más importante de todas era su futuro como gran actriz y dominar los escenarios de Londres.

Difícilmente podía ignorar los acontecimientos que habían amenazado su porvenir de color de rosa. Ser atropellada por un carruaje el año anterior había sido uno de ellos. El director del teatro de Covent Garden se había mostrado muy poco comprensivo cuando llegó tarde y cojeando a la función. Y cuando la compasión y el consuelo del señor Spenser la condujeron a una noche agradable, con un resultado muy desagradable, el director la despidió con poco más que un gruñido y un movimiento de cabeza. Loretta cerró los ojos al recordarlo. Aquel tipo ya lo lamentaría más adelante, cuando ella se convirtiera en la estrella de Drury Lane. Por descontado, sería siempre amable y gentil.

Loretta era partidaria de ser siempre amable y gentil a menos que fuera absolutamente necesario no serlo. Había adquirido experiencia en la compañía itinerante de teatro de Covent Garden, y en un par de ocasiones había tenido que poner en su lugar a alguna actriz. Pero casi siempre tenía la graciosa habilidad de dar la espalda a las personas desagradables, así como a los hechos de igual calibre.

Si no hubiera adquirido esa habilidad, no habría sobrevivido a su infancia, dadas las inclinaciones de su padre. La infancia era una de las cosas en las que nunca pensaba. Desde hacía unos años se había inventado la figura de un padre cariñoso, que había sido tan indulgente como para dejar la propiedad a su única hija. No ganaba nada diciendo que era la hija de Jack Hawes.

De Hawes sólo se podían decir dos cosas buenas. La primera, que había aceptado su ahorcamiento con extraordinaria alegría, vestido con un traje nuevo de color verde manzana y su sombrero con un cordón plateado. Por supuesto, el traje era robado, pero para cuando el antiguo propietario se dio cuenta, sus prendas yacían enterradas desde hacía una semana. La segunda, que había dejado todas las ganancias procedentes de sus robos a su hija.

Quizá no fuera eso exactamente, pero como su hija era la única persona que conocía la existencia del fondo falso de la caja de pelucas de su padre, entró en la casa la mañana de su arresto y la cogió.

Podría suponerse que aquél era el pago por lo que había tenido que soportar en su infancia. Pero el solo hecho de pensar en su niñez la hacía sentir mal, así que decidió no volver a hacerlo nunca. La primera vez que su padre le había prestado atención tenía ocho años, y cuando se escapó de casa, a los catorce, había perfeccionado ya su arte de no pensar.

Para entonces ya sabía dónde estaba la caja de pelucas. Lo cierto es que esa caja ejemplificaba perfectamente lo que Loretta llamaba su filosofía de vida: cuando ocurrían cosas horribles —como el pequeño episodio del bebé el año anterior—, a menudo las consecuencias de aquellos desastres eran muy positivas.

Si no hubiera sido atropellada por el carruaje de alquiler del señor Spenser, éste no la habría acompañado a su casa. Y si no la hubiera acompañado a su casa, no habría decidido que le gustaría que la consolaran de manera íntima. Loretta no huía del entretenimiento de vez en cuando, pero sí se resintió de su error de cálculo respecto a su concepción. Sin embargo incluso ese desastre había dado como resultado algo bueno: tendría un papel en la producción de teatro de aficionados más grande del año.

Bluett, el director del Regency Theater, había levantado una ceja cuando le comunicó que necesitaba tiempo libre en su trabajo actual para poder ensayar en Holbrook Court. No sólo le dio permiso, sino que la noticia se extendió como la pólvora y pronto todas las muchachas le preguntaron con envidia cómo había conseguido el papel.

Dado que era imposible contar que aquello tenía que ver con su desagradable respiro de cinco meses que se había tomado en el campo y con el pequeño bulto gritón que con agradecimiento había dejado en manos del señor Spenser, hizo un relato encantador sobre el duque de Holbrook. Seguramente nadie se lo había creído, pero Loretta nunca había sentido la necesidad de preocuparse por lo que las personas creyeran o dejaran de creer.

—Sencillamente, no entiendo por qué no quieres ser duquesa —observó Jenny en tono soñador mientras cogía su romero y lo olía—. Me encantaría tener una doncella y que la gente me llamara su señoría. Llevaría inmensos diamantes en el cuello mañana, tarde y noche. Dormiría con ellos.

Loretta se rió.

—Sólo hay una cosa que yo adoraría: tres mil personas gritando mi nombre, todo un escenario lleno de flores y el señor Edmund Kean ansioso por compartir el escenario conmigo.

—¡Oh, tendrás todo eso…! —aseguró Jenny con una fe absoluta—. Eres, de lejos, la mejor actriz de todas nosotras, Loretta, y la única que memoriza papeles que ni siquiera le corresponden. ¿Crees que podrías interpretar el papel de reina Mab mañana?

—Podría hacer cualquier papel de esa obra —afirmó Loretta sin vacilar.

—¡Júrame que te has aprendido todo el texto!

—No es difícil de memorizar… Además, ¿cómo se puede entender una obra de teatro realmente si no se aprende entera? ¿Cómo se podrían conocer si no su trama y sus antecedentes y…?

—¡Eres una tonta…! —sentenció Jenny—. ¡Una tonta! ¡Somos coristas! Salimos en los intermedios, cantamos una melodía y movemos los tacones. El único aplauso que oigo alguna vez es cuando se me sube el vestido un poco más arriba de lo que se supone que se debe subir.

—Algún día estaré en el escenario adecuado —aseguró Loretta—. Una nunca sabe cuándo eso puede ocurrir.

Jenny no pudo evitar sonreír. Loretta parecía una señorita rubia y delicada, pero en el fondo era la mujer más decidida y resuelta que Jenny había conocido nunca.

—No me cabe ninguna duda de que el público arrojará a tus pies miles y miles de rosas… Mientras, yo, probablemente, estaré esperando a que Will se vaya de las tierras de su padre y encuentre media hectárea para él.

—Yo te ayudaré —prometió decididamente Loretta.

Bluett asomó su cabeza de pelo hirsuto por la puerta, sin importarle lo más mínimo que las jóvenes estuvieran vestidas o completamente desnudas.

—¡Os toca! —ladró.

Loretta se arregló el carmín, Jenny acomodó su ramillete de romero detrás del espejo y salieron corriendo mientras los primeros alegres compases de una canción salían del foso de la orquesta. «Fui a una cervecería y ¿qué vi?». El intermedio había comenzado.

La reina Mab salió tambaleándose del escenario maldiciendo y exigiendo una jarra de cerveza. Estaba sudorosa y medio borracha, pero todavía se percibía un halo de realeza en sus vestimentas cuando pasó rápidamente con un revoloteo de encajes dorados. Loretta se aplastó contra la pared para dejarla pasar. A la reina le seguía su mágico consorte, John Swinnerton, que se detuvo y guiñó un ojo a la joven.

En ese momento era el actor más importante de Londres. Su pelo negro y su piel blanca le daban un aire tan romántico que las damas se desmayaban en cuanto le veían. Pero fuera del escenario no era nada romántico.

—Me he enterado de la función de Holbrook Court —le comentó—. ¿Conoces al duque?

Loretta le sonrió.

—No, todavía no le conozco. —Le gustaba Swinnerton, nunca la había mirado con lascivia. En realidad, nunca miraba con lascivia a ninguna mujer, y Loretta pensaba que ésa era su mejor cualidad.

—Ten cuidado con esos aristócratas —le recomendó—. A los actores nos han hecho mucho daño esos duques de la realeza. Se creen que juguetear bajo las sábanas con una actriz es privilegio real. —Bluett silbó a Loretta, pero Swinnerton le hizo un gesto para que guardara silencio—. La nobleza son gente extraña —añadió— y tienen la conmovedora tendencia a pensar que son eróticamente atractivos. Cosa que, invariablemente, es falsa.

Loretta le sonrió con agrado y corrió detrás de Jenny, que le estaba haciendo señas con la mano desde la entrada del escenario.

Un segundo después se cogieron de las manos y saltaron al escenario, moviendo sus rizos y mostrando apenas el tobillo. «Fui a una cervecería y ¿qué vi?», cantaron.

Desde fuera, aparentemente, Loretta era sólo ojos brillantes, rizos saltarines y hoyuelos en el rostro. Pero en su interior estaba pensando seriamente en la nobleza. Ningún duque querría casarse con ella. Eso lo sabía. Pero tal vez sí podría querer que se acostaran…

Sin embargo ella no se acostaría con ningún duque. El señor Spenser había sido bastante tentador, con su voz profunda y sus hermosos pómulos. Probablemente había sido la conmoción del accidente lo que provocó que cayera en sus brazos pensando que era incluso más apuesto que Swinnerton. Pero aquello había terminado fatal. Ella había perdido un papel y cinco meses en Londres. Y tenía que dar gracias a Dios por no haber terminado llena de estrías en el abdomen y que todos se hubieran enterado de la verdad. Swinnerton tenía razón: debía mantenerse alejada de los residentes de Holbrook Court. No tenía ninguna gana de encontrarse con un duque entre sus sábanas… Ni tampoco de caer de espaldas sobre otras sábanas para convertirse en una duquesa.


[5]Obra del poeta romántico inglés Percy Bysshe Shelley, impresa en edición privada en 1813. (N. de la E.)