Capítulo 28

Donde se toman delicadas decisiones relacionadas con la clase social.

Loretta llegó por la noche a la puerta trasera de Holbrook Court, porque allí la dejó el conductor del carruaje de alquiler. Era una casa grande, más grande de lo que una casa tenía derecho a ser, y Loretta debía decir que no le gustaba el hecho de que no hubiera nada en sus extremos. Parecía desnuda sin otras casas a su alrededor.

Dejó el baúl en el suelo y caminó hacia la escalera. Incluso esa puerta de atrás era mucho más grande y más imponente que cualquiera que Jack Hawes y su hija hubieran visto nunca. Vaciló un instante cuando la puerta se abrió. Un criado permaneció allí inmóvil, vestido con un elaborado traje con alamares, tan señorial como el uniforme de capitán que había utilizado Blackbeard en aquella obra en la que había actuado el año anterior.

Pero recordó que era actriz, y lo único que una actriz necesita es un papel. Incluso la bella Patsy serviría. La bella Patsy era una doncella que se casaba con un criado en El ladrón cariñoso. Era una obra deplorablemente pasada de moda, pero le serviría aquel pequeño y útil papel. Sonrió al criado con los hoyuelos de la bella Patsy.

—Buenas noches. He venido para ver al duque de Holbrook.

El criado alzó las cejas con tal velocidad que le pareció un milagro que permanecieran en su rostro.

—¡Ah…! Así que usted desea ver al duque, ¿no? —preguntó—. ¿Y de dónde es usted?

Loretta ya no estaba preocupada.

—«No soy más que una doncella de Larding» —recitó, mostrándole los hoyuelos y deteniéndose sólo para seguir con el texto de Patsy—: «Si tiene la bondad de disculparme».

El criado frunció el ceño otra vez.

—Ah, se trata de eso… Sígame, señorita.

Loretta suspiró. Por supuesto, en aquella zona rural habría personas que no habían visto una obra de teatro en mucho tiempo, quizá incluso en meses. Pero dado que El ladrón cariñoso se había representado durante dieciocho semanas —Loretta la había viso catorce veces—, esperaba que el criado reconociera algunas de las palabras.

Un momento después se encontró ante un individuo robusto exactamente con el mismo aspecto que Harry Keysar cuando interpretó el papel de mayordomo del Palacio de Buckingham, y con seguridad eso era exactamente lo que este hombre era. El señor Brinkley, mayordomo de Holbrook Court.

Necesitó algún tiempo para poner las cosas en claro, ya que el criado había supuesto que Loretta había venido a sustituir a una de las doncellas, que aparentemente había sido despedida después de robar dos cucharas de plata, pero finalmente la mujer logró hacer entender que era una invitada del duque.

Entonces el señor Brinkley comentó que había escuchado algo acerca de una actriz que iba a llegar para ayudar en la obra de teatro y se fue a preguntar qué debía hacer con ella.

Cuando regresó, Loretta estaba sentada cómodamente en la mesa de la cocina con todo el personal a su alrededor.

—Y entonces los caballos olieron todas aquellas pieles de oveja —estaba diciendo—. Los cuatro caballos alzaron las cabezas y se largaron corriendo. El conductor cayó entre los caballos y el carruaje…

La cocinera, la señora Redfern, lanzó un gran suspiro y se persignó apresuradamente.

—Muerto, supongo.

—Muerto —confirmó Loretta, moviendo sus rizos—. El carruaje chocó contra una columna. Había dos pasajeros en el exterior y cinco en el interior.

—¿Todos muertos? —preguntó con un grito la señora Redfern.

—Usted no era una de ellos, ¿verdad, señorita? —gritó una de las doncellas.

—No, claro, si no no estaría aquí para contarlo —respondió Loretta—. Pero vi cómo sucedía. En el carruaje iba solamente una mujer: la señorita Pipps.

—¿Qué le pasó? —La empleada gritó con temeroso placer.

—Bien, cuando la sacaron del carruaje, se llevó la mano a la cabeza de esta manera. —Loretta se puso en pie de un salto y se pasó la mano por la frente—. Y cayó de rodillas. —Loretta se dejó caer, lentamente, destacando cómo le temblaba el cuerpo.

—Y entonces se murió, ¿no? —preguntó la señora Redfern. Incluso el señor Brinkley, que se había perdido la primera parte del relato, estaba escuchando el resto.

—Gritó llamando a su madre —explicó Loretta, mirando al techo—. «Mamá, llévame a tu pecho, mamá». —El temblor de su voz hizo que la señora Redfern se quedara con los ojos como platos.

—Y entonces se murió —sentenció el criado.

—En realidad, continuó viva doce horas más —explicó Loretta, poniéndose vigorosamente de pie.

—El buen Señor decide estas cosas… —comentó la señora Redfern—. El momento de irse llega cuando es el momento de irse…

—Yo decidiré acerca de su momento si no continúa con sus tareas —le espetó el señor Brinkley a una doncella que parecía estar aterrorizada—. Ya sabe que lady Griselda querrá una taza de té recién hecho.

Se sentó a la mesa.

—Ahora, señorita, tenemos que decidir qué hacemos con usted. En los viejos tiempos, es decir, en tiempos de la duquesa, los actores se alojaban en la mansión, ya me entiende.

Loretta no le entendió, pero asintió con la cabeza de todos modos.

—Cualquiera puede darse cuenta de que usted es una gran actriz —intervino la señora Redfern. Se sentó al lado de Loretta—. Señor Brinkley, a ella no le corresponde estar en la mansión. La señorita Loretta, si usted me permite tomarme la libertad de sugerirlo, debe quedarse aquí con nosotros.

Loretta asintió con la cabeza.

—¿No le gustaría quedarse en la mansión? —preguntó el señor Brinkley, observándola tan atentamente que parecía uno de los policías que había husmeado en los planes de su padre.

—Si no me alojo en la mansión… ¿tendré que dormir en las cuadras? —quiso saber Loretta.

El señor Brinkley resopló.

—¡Por supuesto que no! Hay buenos cuartos en el ala oeste de la casa.

—Si usted me está preguntando si necesito una habitación grande y alguien que me sirva el té, la respuesta es no.

El señor Brinkley le sonrió radiante.

—Ahora bien, usted parece una buena joven… Debí haberme dado cuenta de que el profesor no nos traería a una de esas actrices como la tal señora Jordan. Al fin y al cabo, es profesor de teología.

—¿Quién es la señora Jordan? —quiso saber la señora Redfern.

—Ya lo sabe, señora Redfern, ¡claro que lo sabe! Es la actriz que ha tenido hijos con el duque de Clarence.

—Oh… ¡sí!

—¿Sabe? —continuó el señor Brinkley, volviéndose hacia Loretta—. No estaba seguro de si el duque de Holbrook estaría dispuesto a esta suerte de arreglo. Yo actúo como su guardián.

—Se ha visto obligado a ello… El duque ha estado ebrio durante los últimos años —explicó la señora Redfern.

—Eso es un chisme —replicó el señor Brinkley a la cocinera—. Su señoría no bebe ni una gota en este momento.

—No tengo ningún deseo de tener diez hijos con su duque ebrio —aclaró Loretta. Y lo decía en serio.

—Además, se ve claramente que usted no es de esa clase de muchachas —manifestó la señora Redfern—. Creo que usted estará más cómoda aquí con nosotros que comiendo en la mesa grande y teniéndose que preocupar por sus modales y esas cosas. Supongo que habrá algún joven enamorado que esté esperando su mano una vez que termine con este asunto del teatro.

—Se llama Will —informó Loretta, asintiendo con la cabeza—. Nos hemos regalado ramilletes de romero.

—Muy bien. Es agradable que se sigan conservando las viejas costumbres —aprobó la señora Redfern—. Caramba… El señor Redfern y yo intercambiamos ramilletes de romero no hace tantos años… quizá treinta.

Para Loretta eso era una eternidad.

—Hablaré con su señoría —declaró el señor Brinkley—. Estoy pensando que usted tiene razón, señora Redfern. La señorita Loretta estará bien con nosotros. La mantendremos intacta para su Will. Uno nunca sabe cuándo pasará por aquí lord Mayne…

—No crea que ese joven ha dicho alguna vez palabras descorteses a mis doncellas… —comentó la señora Redfern muy segura de sí misma. Sentía más simpatías por el apuesto conde que el señor Brinkley.

A Loretta no le preocupaba ni dónde dormiría ni quién era el lord Mayne.

—¿Podría ver el teatro? —preguntó.

—Mañana por la mañana le presentaré a la dama que está a cargo de la producción. Se trata de la señorita Pythian-Adams. Es una joven muy culta.

La señora Redfern se inclinó, de manera confidencial.

—Su doncella está convencida de que su señoría pedirá su mano antes de que termine este mes.

Sin saberlo, Loretta demostró que estaba fuera de todo reproche, dado que no mostró interés alguno en esta valiosa y fascinante información, sino que rogó que le contaran la historia del teatro.