Capítulo 22

Donde un seductor se pone al corriente de sus actividades.

Rafe suponía que habría muchos caballeros entre sus conocidos que podrían sentirse incómodos después de casi seducir a su pupila. Por otra parte, había otros caballeros que podrían de alguna manera reprocharse a sí mismos la idea de que casi habían seducido a una joven viuda. Incluso el réprobo más recalcitrante se sentiría incómodo presumiblemente si se encontrara a la mencionada pupila a la hora del desayuno.

Eso sólo demostraba que las personas tenían que ponerse bigotes postizos con más frecuencia. Lo cierto era que la noche anterior apenas había podido contenerse para no arrastrar a Imogen a su dormitorio y quitarle él mismo los restos de vino. Pero, sin bigote, podía comerse un huevo delante de ella con total impunidad. Y seguramente Gabe también podía, dado que habría disfrutado de un sueño inocente en su dormitorio.

—Su señoría —comentó Trevick—. ¿Puedo pedirle que se esté quieto? Me resulta un poco difícil arreglarle los puños.

—¿Crees que debería adquirir ropa nueva? —preguntó Rafe, observándose despreocupadamente en el espejo. Llevaba la camisa impecable, pero últimamente había notado que parecía que todas sus camisas se estaban deshilachando.

Los ojos de Trevick se iluminaron.

—Una excelente decisión, su señoría. ¡Excelente!

El pobre hombre casi tartamudeaba.

—Podrías pedir algunas camisas —sugirió Rafe, poniéndose de lado. Que lo condenaran si su abdomen no estaba reduciéndose. A ese ritmo pronto estaría tan delgado como Gabe.

—Usted me ordenó específicamente que no lo hiciera —le recordó Trevick sin mucho entusiasmo.

—¿Eso hice? —Continuó al cabo de un momento—. Estaría ebrio. —El silencio de Trevick fue confirmación suficiente—. Haz que venga alguien de Londres —le pidió mientras se anudaba la corbata—. Una de esas personas a las que acude Mayne. No puedo parecer un pordiosero cuando voy a presentar a mis pupilas en sociedad. —Su criado no dijo nada, pero Rafe sabía lo que estaba pensando—. No es que el año pasado me viera igual o peor —aceptó resignadamente.

—Sólo a veces —precisó Trevick de modo tranquilizador, ajustándole los hombros de la chaqueta—. ¿Irá a cabalgar después de desayunar, su señoría?

Rafe asintió con la cabeza.

—¿Sabes qué es lo asombroso de no beber, Trevick? —No esperó una respuesta. La maldición de un sirviente era tener que escuchar todas las trivialidades del amo—. El día se hace más largo. En realidad se hace interminable. Iré a cabalgar y después me reuniré con el administrador, aunque hace apenas cuatro días que he estado con él. Antes solía pasar un mes hasta que encontraba tiempo para verlo. —Trevick no dijo nada, pero Rafe observó su mirada en el espejo—. ¿Tal vez más de un mes? Está bien… Meses y meses, entonces. Aunque la casa no se ha venido abajo después de todo. —Miró a su alrededor. La habitación no estaba mucho mejor que las mangas deshilachadas de las camisas—. Quizá deberíamos enyesar un poco algunas partes…

—El señor Brinkley se alegrará mucho de saber que tiene usted planes para hacer algunos arreglos en la casa, su señoría.

Rafe permaneció en silencio mientas se anudaba la corbata con movimientos rápidos.

—Hablaré con Brinkley después de comer —repuso. Y se fue.

No cabía ninguna duda: Imogen le estaba sonriendo alegremente.

—¡Buenos días! —saludó—. Josie ha regresado, ¿no es maravilloso?

—¡Pequeña Josephine! —saludó Rafe, acercándose a ella para revolverle el pelo—. Se te ve… muy hermosa.

Sin decir una palabra, el rostro de Imogen sugirió que abandonara el tema, de modo que se sentó y dejó que el criado le llenara el plato.

Si lo pensaba bien, no estaba muy seguro de que le gustara el cariz de aventura de capa y espada de su escapada nocturna. Si él e Imogen mantuvieran un idilio normal, aunque ilícito —no porque él supiera mucho acerca de ellos, la verdad—, al salir de la habitación podría ponerla contra la pared y robarle uno de esos besos lentos y calientes que habían compartido la noche anterior.

Pero en aquellas circunstancias, los ojos de Imogen se deslizaron sobre él tan rápidamente como si fueran hermanos, mientras que los suyos permanecían fijos en ella. El vestido que llevaba le parecía casi una penitencia. De hecho, era un vestido que cualquier dama podía llevar en una mañana campestre, de un color azulado suave con pequeñas cintas aquí y allá. Rafe nunca había dedicado ni un solo minuto a examinar el vestuario de las mujeres. Pero no necesitaba tener la experiencia de un sastre para darse cuenta de que la piel le brillaba como la nata en la parte alta del corpiño. Y el corpiño era bajo, lo suficientemente bajo como para que un hombre pudiera inclinarse sobre ella para darle un beso y después, cuando estuviera distraída, deslizar la mano hacia abajo por el cuello y el hombro…

—¿Es verdad que ha dejado de beber? —preguntó Josie.

Rafe la miró asombrado.

—Así es.

—Tiene un curioso rubor en el rostro… —observó—. Tal vez sea porque se ha levantado temprano. Creo que no le había visto nunca en la sala del desayuno.

—Voy a salir a cabalgar —intervino abruptamente—. ¿Alguna de vosotras quiere acompañarme?

—Yo no —se apresuró a decir Josie.

—Estoy segura de que Rafe tiene algún caballo tranquilo para que puedas montar —sugirió Imogen.

—No.

Rafe se volvió hacia Imogen.

Posy necesita ejercicio, estoy seguro.

—Muy bien. —Apenas lo miró—. ¿Después del desayuno entonces?

¡Maldición! Si se hubiera encontrado con ella junto al muro del huerto sin el bigote… si ella supiera realmente quién la había besado la noche anterior, no se mostraría tan apática acerca de la idea de cabalgar con él. Pero lo peor estaba por venir. Un instante después entró Gabe. Francamente, a Rafe le sorprendió que Imogen no saltara del asiento para abrazarle. Su rostro cambió cuando le vio.

¿Acaso no sabía cómo manejar sus aventuras amorosas? Por el amor de Dios… Una mujer no puede mirar a un hombre como si quisiera comérselo vivo… al menos durante una reunión de amigos en una casa de campo. Imogen preguntó, en voz alta y clara, si Gabe quería salir a cabalgar. Bueno… ¡maldita sea si pensaba que iba a permitir que Gabe fuera a cabalgar con ellos! En primer lugar, era obvio que tenía que dar una lección a su pupila acerca de cómo llevar adelante un romance ilícito.

Lo único bueno era que Gabe parecía distraído respecto al tema. Realmente había sido un milagro que se las hubiera ingeniado para seducir a esa actriz de Londres, dado el nulo interés que parecía sentir por las mujeres. Con toda tranquilidad respondió que no, que debía entrevistar a niñeras una vez que desayunara y después de eso pensaba ayudar a la señorita Pythian-Adams a copiar los papeles para los actores.

—Puedo quedarme y ayudarle yo también —intervino Imogen rápidamente.

Pero la señorita Pythian-Adams, que acababa de sentarse junto a su madre, no estaba ni remotamente tan distraída como Gabe. Le bastó una mirada al color rosa salvaje de las mejillas de Imogen para que se pusiera más rígida que un roble. Quizá tenía reparos éticos acerca de las personas que mantenían amoríos en las reuniones de amigos en el campo. Si ése era el caso, tendría que limitarse a Londres y a Almack's.

—No voy a empezar a copiar los papeles hasta esta tarde —aclaró la señorita Pythian-Adams—. Mi madre tiene planes para pasar la mañana con lady Griselda, y las acompañaré a una visita a uno de sus vecinos, su señoría.

Bien… Por lo menos alguien recordaba que estaba vivo en el otro extremo de la mesa. Sentía que participaba en la conversación en la misma medida que cuando estaba borracho y se repantingaba en silencio en aquella misma silla.

Pero de pronto formó parte de la tertulia. La señorita Pythian-Adams se estaba inclinando hacia él con un brillo claramente acogedor en los ojos.

—¿Querría tal vez reunirse con nosotros para copiar los textos, su señoría? —preguntó—. Después de todo, usted va a interpretar a Dorimant. Si copiara su parte, por ejemplo, estoy segura de que le serviría de gran ayuda para memorizarla.

Era una joven encantadora. Miró de soslayo a Imogen, que estaba hablando con Gabe totalmente concentrada. Quizá tendría que haber pasado por la habitación de Gabe la noche anterior para contarle exactamente qué había ocurrido.

Pero un caballero no cuenta esas cosas… Especialmente si están involucrados una joven de buena familia, un barril de vino y unos besos…

—Me encantaría reunirme con usted todo el tiempo que me sea posible —afirmó con entusiasmo mirando a los ojos de la señorita Pythian-Adams. Eran unos ojos encantadores: serenos y dulces, carecían de la pasión agotadora de Imogen. Ésta les estaba mirando—. Podría necesitar algunos consejos. Ésta es mi primera experiencia en el arte de Tespis. No sé cómo se debe interpretar un papel.

No era Imogen la que prestaba atención a su palabrería, sino Gabe. Y estaba frunciendo el ceño.

—Me encantará aconsejarte al respecto —repuso Gabe secamente.

—A mí también —se apresuró a decir la señorita Pythian-Adams mostrando sus hoyuelos. Parecía existir una cierta tensión entre ella y Gabe. En todo caso, la joven ni siquiera le había mirado cuando intervino en la conversación.

—A mí me encantaría entrevistar a las niñeras con usted, señor Spenser —le propuso Imogen.

—No es necesario —replicó Gabe. Y añadió—: Aunque, por supuesto, le agradezco mucho su interés, lady Maitland. —Gabe no sólo tenía un tono de indiferencia, sino que también se mostraba totalmente indiferente.

Rafe, a su pesar, sintió una punzada cuando miró el rostro de Imogen. La joven extendió la mano casi sin mirar su taza de té y bebió un sorbo. ¡Ese bastardo de Gabe! ¿Acaso no le interesaba lo más mínimo lo que había hecho la noche anterior cuando llevaba bigote?

Eso fue exactamente lo que Rafe preguntó a su hermano unos minutos después, cuando empleó la sutil maniobra de cogerle del brazo y arrastrarlo de nuevo a la sala del desayuno, que en ese momento permanecía vacía.

—¿Qué diablos haces mostrándote tan imperturbable ante Imogen? —susurró—. O tienes una aventura con alguien o eres un botarate. No puedes actuar como si ella sólo fuera una dama que reúne dinero para la parroquia. Estás hiriendo sus sentimientos.

Gabe abrió la boca.

—¿Fuiste a Silchester?

—¿Qué quieres decir? ¡Me dijiste que fuera!

—Pensé que no lo harías… Supongo que te pondrías el bigote…

—Por supuesto —respondió Rafe enfadado—. Y ahora debes cumplir con tu papel. Ella cree que tú… —no quiso continuar.

—¿Qué hice? —quiso saber Gabe con cierta fascinación.

Rafe apenas pudo contenerse y no responderle a Gabe que aquello no era de su incumbencia.

—La besaste —admitió finalmente.

—¿Ah, sí…? —Gabe levantó una ceja—. ¿Y eso fue todo lo que hice?

—Sí —respondió Rafe con brusquedad—. Y has dejado a Imogen con una terrible sensación.

—¿Yo?

—Por supuesto… ¡tú!

—Aclararé las cosas con ella inmediatamente. Procuraré que se sienta mejor.

—Bien —farfulló Rafe.

—Obviamente, la tendré que besar.

—¿Cómo? —bramó Rafe.

Su hermano menor sonrió abiertamente.

—¿De qué otra manera puedo enmendar mi comportamiento?

—¡Vete al infierno! —exclamó Rafe y se retiró del corredor dándole un empujón.

Gabe se quedó en el pasillo, sonriendo con maldad ante el furioso ruido de las botas de Rafe retumbando en las escaleras de mármol.