Capítulo 17

Un bigote y un viento del oeste.

Rafe no estaba durmiendo. Estar despierto en medio de la noche sin estar ebrio era una experiencia tan nueva para él que se había propuesto continuarla. Se sorprendió a sí mismo asomado en su ventana, como una criada ruborizándose al encontrarse con un mozo de cuadra. Soplaba un suave viento del oeste. Su vieja niñera solía decir que el viento nocturno del oeste hacía que los hombres se enamoraran.

El olor de la noche era diferente del olor del día. Las hojas volaban y giraban sobre sí mismas delicadamente hacia el patio, arrastradas por el viento. Caían al suelo en manchones oscuros que resaltaban en el gris claro de los adoquines. «Estos adoquines», pensó Rafe, «han estado aquí desde el año 1300. Mis antepasados pisaron estas mismas piedras».

A pesar de ser un pensamiento sumamente conmovedor, Rafe no podía sentir del todo la emoción adecuada. Sólo pudo pensar en su tío abuelo Woodward, que solía andar por ahí con zapatos rojos de tacón, el pelo empolvado y la cara cuidadosamente maquillada. Si hacía caso de los chismes de los criados que había oído cuando era pequeño, había sido un gran juerguista en su época, con el rey Jorge.

«¿Cómo habría podido andar con aquellos zapatos de tacón por esos adoquines?», pensó Rafe distraídamente.

En ese momento oyó un golpe en la puerta y se volvió.

—¡Gabe! —Y de inmediato agregó—: Te ofrecería algo para beber, pero el agua es tan aburrida… —Por alguna razón su hermano parecía tan abrumado como él después de un cuarto brandy—. ¿Mary está bien?

—Estaba llorando otra vez —respondió Gabe, dejándose caer en una silla—. Disculpa que te moleste, pero vi luz por debajo de la puerta.

—¿Llorar no es algo normal en los niños? —preguntó Rafe—. Entiendo que son irritantes, en el mejor de los casos, y pestilentes, en el peor.

—Eso tiene una ligera cualidad poética.

—Trataba de impresionarte —reconoció Rafe con sinceridad—. Tendría que haber leído más en su momento… Tú y yo podríamos hablar de filosofía…

—Preferiría hablar de mujeres —aseguró Gabe, mientras tamborileaba con los dedos sobre el sillón.

Rafe arqueó las cejas.

—Un tema sobre el que cual apenas sé poco más que sobre filosofía antigua. Sólo apenas un poco más, no lo olvides.

—Tengo una cita mañana por la noche.

A Rafe se le aceleró el corazón de tal manera que pensó que se le salía del pecho. Necesitó un instante para recuperar el control de su voz, y cuando habló, curiosamente en calma, parecía que no le pertenecía.

—Ah… mi pupila, supongo. Por mucho que deplore su comportamiento, estoy convencido de que la invitación provino de Imogen y no de ti.

—No, yo la invité —aseguró Gabe.

—Ah…

—Pero lo hice después de que ella me invitara a que la ayudara a buscar un libro en la biblioteca —añadió.

Rafe sintió un ataque de cólera.

—Imogen es una joven notablemente ligera. No sé por qué me sorprendo.

Gabe agitó una mano en el aire.

—No quiero verla mañana por la noche.

—Eso, por supuesto, es algo que los dos debéis decidir entre vosotros —recomendó Rafe rígidamente. Luego, sin poder evitarlo, añadió—: Debo decirte, Gabe, que Imogen ha enviudado recientemente. Está un tanto desesperada.

Gabe asintió con la cabeza.

—Parece que la han rechazado hace poco, y eso me sorprende.

—Lord Mayne —aclaró Rafe—. Se dio cuenta de que Imogen en realidad no deseaba el tipo de escándalo que estaba buscando.

La velada rabia que había en su voz hizo que a Gabe se le pusiera la piel de gallina. Su instinto no le engañaba. Tendría que jugar muy bien esa partida.

—Acordamos ir disfrazados a un concierto en Silchester mañana por la noche para que nadie nos reconozca. Ella cree que tú prefieres que tenga compañía.

—Exacto —confirmó Rafe sombríamente.

—Es viuda y está sola, ¿no?

Los ojos de Rafe eran de hielo.

—No está sola, me tiene a mí, y que nadie se equivoque, yo cuidaré de sus intereses. —Gabe abrió la boca, pero Rafe alzó la mano—. Tal vez yo no pueda impedir que proponga invitaciones poco aconsejables a cualquiera, pero… —se inclinó hacia delante— puedo asegurarme de que cualquiera que juguetee con ella obre en consecuencia. De modo que, hermano, asegúrate de lo que quieres antes de ir con Imogen mañana a Silchester.

Se produjo un momento de palpitante silencio en la habitación.

—No quiero nada —aseguró Gabe.

—¿Qué es lo que no quieres exactamente?

—No deseo casarme con lady Maitland.

—Entonces… —continuó Rafe, reclinándose en el sillón y hablando muy suavemente—, tendrás que reconsiderar la conveniencia de encontrarte con ella mañana por la noche.

—Tengo la impresión de que lady Maitland se sentirá decepcionada si retiro la invitación.

—Quizá su decepción la haga reconsiderar su actual deseo de convertirse en una mujer… ligera.

—Lady Maitland no es una mujer ligera —reaccionó Gabe. Y agregó—: Sé de lo que hablo.

—Supongo que estás insinuando que tu madre era conocida con esa etiqueta —observó Rafe—. Yo nunca he pensado tal cosa. El procurador de la familia me informó hace poco de la devoción que mi padre sentía por tu madre, tal como tú me contaste.

—Sólo estoy diciendo que lady Maitland me ha elegido a mí para intentar dejar de llorar por su marido.

—Y porque te desea… —comentó Rafe con una sonrisa débil y retorcida.

—Estoy seguro de que eres tan consciente como yo de la inconveniencia de actuar impulsado por esa emoción.

—Te aseguro que si yo sermoneara a Imogen sobre este tema, no cambiaría en nada su decisión de seducirte —replicó Rafe. Hasta él mismo pudo notar la dureza de su voz— ¡Maldición…!

—Sí —respondió su hermano mirándole divertido.

—No me mires así. No estoy tan destrozado.

—Sólo un poco afectado —sugirió Gabe después de pensarlo un momento.

—No, ni siquiera eso.

—¿Embargado por la timidez? —preguntó Gabe, descubriendo de pronto que estaba disfrutando de su papel de hermano menor. Rafe le miró furioso—. ¡Tendrás que ir en mi lugar!

—¿Qué?

—Mañana por la noche. Ponte un bigote, una capa, lo que quieras.

—¡No seas tonto!

—¿Preferirías que fuera humillada por mi rechazo? Porque no quiero rechazarla, pero…

—¿Pero qué? —reaccionó Rafe con ferocidad.

—Pero no estoy interesado en ella…

—¡Mentira! No existe hombre en la tierra al que no le pueda interesar Imogen.

—No deseo casarme con ella.

Los ojos de Rafe se ensombrecieron visiblemente.

—Entonces… —se detuvo.

Gabe se puso de pie.

—Lleva el carruaje a la puerta del huerto a las nueve en punto de la noche.

—No lo haré.

Gabe se detuvo en la puerta.

—Si no lo haces —dijo suavemente—, Imogen me esperará. Me imagino que se sentirá humillada si no aparezco. Supongo que tú puedes consolarla… —Rafe le miró fijamente, con los ojos entornados. Estaba pensando en todas esas historias sobre Caín y Abel, y en cuánto sentido tenían—. Ah —recordó Gabe, metiendo la mano en el bolsillo—. Olvidaba esto. —Un gran bigote negro voló por los aires y aterrizó en la cama de Rafe como una blanda piel de ratón—. Por si decides ahorrarle la humillación a tu pupila. A las nueve en la puerta del huerto. A propósito, la llevas a Silchester para ver a una cantante de Londres. Creo que su nombre es Cristobel.

—¿Cristobel? —repitió Rafe entornando los ojos—. ¿Estás seguro?

Gabe se encogió de hombros.

—Lo vi en un cartel clavado en un árbol. Seguro que es una mujer con la misma destreza que una gata en celo.

—¿Eres profesor de teología y has prometido llevar a mi pupila a ver a la tal Cristobel?

—Imogen no es un niña —replicó Gabe, abriendo la puerta—. Si pensaras en Imogen como una mujer, en lugar de creer que sólo piensa en juguetear, realmente podría sorprenderte.

La puerta se cerró silenciosamente detrás de él.