Capítulo 30

No es necesario Shakespeare para que un hombre haga tonterías.

Rafe se despertó a la mañana siguiente, en su cama, con una clara sensación de vergüenza. Había pasado la mejor noche de su vida. ¿Por qué demonios la había dejado pasar sin pedirle a Imogen que se casara con él? Lo ignoraba.

Cuando se estiró y observó el techo… el yeso estaba empezando a desconcharse realmente, tendría que arreglar aquello antes de invitar a una dama a su habitación… supo por qué. Había huido asustado. Era un cobarde.

Imogen había sido muy desdeñosa a pesar de las risas cuando la besó en el prado. ¿Y si ella…? ¿Y si ella hubiera dicho: «Sí, me casaré con usted»? En realidad lo que estaría diciendo es: «Sí, me casaré con usted, Gabe».

¿Qué habría ocurrido si él hubiera dicho primero «soy Rafe» y ella se hubiera indignado tanto como tenía derecho a hacerlo?

Gruñó. Era un mal partido. Era un duque medio borracho que sólo estaba poniendo un poco de orden en sus asuntos otra vez. Gracias a Dios, y a su viejo amigo Felton, que había dicho a su agente en Londres que se ocupara de todo, el patrimonio de Holbrook había aumentado en los últimos años. Podía permitirse tener una esposa. Caramba, era un duque. Podía permitirse hasta quince esposas.

Pero nunca había sido bueno engañándose a sí mismo: un duque sobrio con mucho dinero y muchas tierras.

Peter había sido un verdadero noble, y si hubiera vivido, Imogen probablemente habría… Sólo que él, Rafe, nunca habría permitido que Peter mirara ni siquiera a Imogen. Habría matado a su propio hermano.

Saltó de la cama, desnudo, y caminó hacia la ventana. Sentía el recuerdo de la noche anterior en cada centímetro satisfecho de su cuerpo. Había que reconocerle a Imogen aquello.

Un duque rico podría parecer bueno en un cuento de hadas… pero Rafe sabía que Imogen le veía exactamente como era: un hombre que ya no bebía y que nunca volvería a hacerlo otra vez. Un hombre que había descuidado su propiedad durante años. Un hombre que no tenía ninguna otra pasión en la vida aparte de montar a caballo, mirar cerrajas y hacer el amor con su esposa.

Y eso último sería sólo verdad si lograba que Imogen se convirtiera en su esposa.

Quizá su propio deseo fuera suficiente para convencerla. Después de todo, según contaba ella misma, el tonto de Maitland no la había querido realmente, Gabe no la quería y, gracias a Dios, Mayne tampoco… porque Mayne no era un hombre del que una mujer se pudiera olvidar. No había nadie en la mente de Imogen, excepto él.

Se apoyó en la ventana, miró otra vez el suelo de adoquines y supo que, en realidad, sólo contaba con una cosa importante de valor que ofrecerle: la noche anterior. Pensar en aquello le alteraba la respiración. Miró cómo el cristal se empañaba y se volvió.

Rafe trató de no mirar a Imogen durante el desayuno. Estaba muy concentrada en una larga conversación con la señorita Pythian-Adams sobre una escena que habían ensayado la tarde anterior. Ella no le miró y, por supuesto, él se percató de ello. Miró un instante a Gabe, pero aparentemente se había tomado en serio la regañina del día anterior. Por su mirada, nadie hubiera podido adivinar que estaba pensando en la noche tan encantadora que habían pasado juntos.

De modo que Rafe comió huevos, tostadas y todo lo que Brinkley le puso delante, y trató de mantener la disciplina. No miraría a su pupila con ojos de ternero degollado.

La señorita Pythian-Adams estaba planeando un ensayo general para la tarde.

—La señorita Hawes llegó ayer —explicó.

—¿Dónde está? —preguntó Rafe, uniéndose tardíamente a la conversación.

La señorita Pythian-Adams miró a Gabe un momento y después a Rafe.

—Se reunirá con nosotros para el ensayo. Aparentemente, ha establecido una magnífica relación con la señora Redfern y ha decidido alojarse en las dependencias del servicio.

Rafe se quedó pasmado. Miró a Gabe de inmediato y vio que su hermano estaba tan sorprendido como él.

—¿Brinkley no le ha comentado nada acerca de que a la señorita Hawes le parecía que se sentiría más cómoda compartiendo la comida con los criados? —le preguntó la señorita Pythian-Adams a Gabriel.

—Por supuesto —afirmó Gabe—. Me aseguraré de que la señorita Hawes esté cómoda.

—Iré con usted —decidió la señorita Pythian-Adams saltando de su silla—. Estoy ansiosa por conocer a mi señora Loveit.

—La señorita Hawes se encuentra en el teatro —anunció Brinkley.

—En ese caso, yo también iré —se sumó Griselda, ajustándose el chal—. Debo admitir que siento mucha curiosidad por conocer a nuestra invitada.

Rafe arqueó una ceja. Aparentemente, toda la familia estaba desesperada por conocer a la joven actriz que tanto había estimulado la simpatía de Gabriel… Por supuesto, ahora que lo pensaba, también él tenía ganas de conocer a la madre de Mary.

Se puso de pie y vio que Imogen le estaba mirando. Sin pensarlo, le sonrió. A la joven le brillaban los ojos, obviamente estaba de acuerdo con él en que la precipitación de ir rápidamente al teatro era ridícula.

Imogen, por su parte, se encontraba en un estado que se parecía mucho a la pura alegría. Se había sentido así desde que se había despertado. Tenía una agradable sensación de tibieza en su cuerpo. La vida era… la vida era estupenda.

No se había sentido así desde hacía años. No… pensó… también le ocurrió lo mismo cuando conoció a Draven Maitland. En cuanto vio su dulce y petulante rostro y su lacio pelo rubio cayó en un pozo oscuro de ansia y deseo que apenas se había satisfecho cuando se casó con él. En realidad, no se había sentido satisfecha en absoluto.

Le gustaba decirse a sí misma que sí habrían sido felices si hubieran pasado más tiempo juntos. Pero estaba empezando a poner en tela de juicio esa idea tan optimista.

Se había despertado esa mañana sin sentir un deseo punzante por Draven, sin la angustia que había reemplazado al deseo cuando se casaron y sin el pesar que reemplazó a la angustia cuando él murió.

A decir verdad, tenía ganas de reírse. Todo el tiempo.

—Su madre adoraba el teatro, ¿verdad? —le preguntó a Rafe, sonriéndole.

—Creo que decir que «estaba obsesionada» no es tan sólo una expresión —respondió pensativo—. Mandó construir el teatro. Allí había un comedor, junto al salón de baile —estaban cruzando ese agradable y enorme espacio en ese momento—, pero lo amplió para convertirlo en un teatro poco después de casarse con mi padre. Desafortunadamente, él no mostró talento teatral alguno y cada vez sentía menos interés a medida que pasaron los años.

La puerta del teatro que daba al salón de baile estaba abierta. Imogen se detuvo un instante al llegar al umbral.

—Es precioso —comentó, asombrada.

—Lo mandó construir siguiendo el diseño del teatro de Blenheim —explicó Rafe. Las paredes estaban completamente cubiertas por coloridos murales, adornados con un friso de antiguas máscaras a lo largo del techo. La boca del escenario daba a las hileras de sillas, tapizadas con una tela de franjas de color rojo profundo.

En aquel momento, una muchacha joven radiante de entusiasmo apareció por el lado izquierdo del escenario. Se dirigió hacia ellos mientras saludaba alegremente. La señorita Hawes —porque seguramente se trataba de la señorita Hawes— hizo una bonita reverencia a Griselda, a la cual el señor Spenser acababa de presentar. Y en ese momento la señorita Pythian-Adams y ella intercambiaban saludos.

Rafe miraba con gran atención a la actriz.

—No es ninguna dama —le susurró a Imogen.

—No —respondió Imogen—. Es muy hermosa. —Era la muchacha más linda que Imogen había visto. Parecía la esencia de la feminidad, desde sus brillantes rizos hasta su pequeña cara triangular, sus ojos grandes y su delgada silueta. Iba vestida del color de las rosas al florecer, su vestido estaba perfectamente calculado para ser atractivo y que, al mismo tiempo, no pareciera vulgar.

—Sí —aceptó Rafe, pensativamente—, un atributo afortunado para una actriz.

La señorita Hawes sonreía de manera radiante a la señorita Pythian-Adams contándole maravillas acerca del papel de la señora Loveit. Aparentemente estaba ilustrando algo del personaje que iba a interpretar, porque de pronto adoptó una postura de hastío.

—¿No le parece? —exclamó abandonando a la señora Loveit como si se quitara una capa.

Imogen la miró asombrada. Era la persona más extraña que había visto. De repente, la señorita Hawes era una belleza un tanto agotadora, caprichosa, ansiosa, que estaba a punto de perder a su delicioso amante, y al momento siguiente aparecía ante ellos como una muchacha de rostro juvenil.

—¿Usted no está de acuerdo? —preguntó a la señorita Pythian-Adams, que parecía algo abrumada por la energía que transmitía la señorita Hawes.

—Por supuesto —respondió débilmente—. Tiene usted toda la razón. Me temo que tengo un ligero dolor de cabeza. ¿Reanudamos esta conversación cuando empecemos el ensayo después de comer?

La señorita Hawes sonrió resplandeciente.

—Estoy disponible cuando usted me necesite.

—Por supuesto —murmuró la señorita PythianAdams.

—Mi madre —le contó Rafe a Imogen— siempre reforzaba a los actores aficionados con una buena dosis de actores profesionales. Ya puedes comprobar por qué lo hacía. Nosotros solos andaríamos a tientas y probablemente terminaríamos cayéndonos, pero la señorita Hawes, aunque sea joven, nos va a enderezar.

—Sí —reconoció Imogen—, aunque no estoy segura de que a la señorita Pythian-Adams le guste que la enderecen.

Gabe condujo a la señorita Hawes hacia ellos. Su reverencia era una mezcla perfectamente calculada de bienvenida y respeto.

Solamente a la señorita Pythian-Adams parecía no gustarle la señorita Hawes. Su tono de voz sonó algo agudo cuando se enteró de que la joven actriz sabía su parte completa. Y su voz sonó todavía más aguda cuando la señorita Hawes dijo que, a decir verdad, se sabía la obra entera de memoria y que estaba dispuesta a actuar como apuntadora, aunque —como ella misma dijo— no le cabía la menor duda de que todos los caballeros y las damas se sabían perfectamente sus papeles.

—¡Yo no! —replicó Griselda alegremente—. Tendrá usted que ayudarme, querida. —Naturalmente, se había dado cuenta de que la señorita Hawes estaba muy lejos de parecerse a la clase de actriz inmoral que había llevado al duque de Clarence a formar otra familia y a procrear cerca de una docena de hijos ilegítimos.

Rafe alejó a Imogen de la discusión acerca de dónde debía estar el apuntador cuando no estuviera en escena para mostrarle las pinturas que cubrían las paredes.

—A mi madre —contó— le gustaban mucho los murales. Tanto que tenía pintada una Diana cazadora en sus aposentos.

—¡Santo cielo! —exclamó Imogen mientras contemplaba una versión bastante realista de Hamlet en las almenas. Al menos, supuso que se trataba de Hamlet porque el hombre en cuestión estaba sosteniendo un cráneo brillante y una daga—. ¿Y se conserva todavía esa pintura?

—Mi padre la cubrió cuando ella falleció —explicó Rafe en tono divertido.

Imogen frunció el ceño.

—¿Por qué?

—La pintura mostraba a Acteón sorprendiendo a Diana mientras ésta se bañaba —continuó explicando Rafe—. Si te acuerdas, Diana convirtió de inmediato a Acteón en un ciervo, y sus propios perros de caza lo atacaron.

—Su padre…

—Aparentemente tuvo la sensación de que mi madre le estaba haciendo una advertencia encubierta.

—Sus padres debieron de haber sido bastante interesantes —observó Imogen.

Imogen siempre decía la verdad.

—Mi madre adoraba el teatro. Y mi padre, por lo que sé, adoraba a la madre de Gabriel.

Alzó la vista para mirarlo.

—Eso debió de ser difícil para su madre.

—Holbrook era siempre estricto y frío —señaló Rafe, recordándolo—. Creo que a él no le gustaba mi madre… ni nosotros. Quizá toleró a mi hermano Peter un poco más que a mí.

—¡Cuánto egoísmo! ¡Rechazar a sus propios hijos por proceder de un matrimonio que uno lamenta!

—Así es —confirmó Rafe lentamente—. Me temo que mi padre era un hombre bastante egoísta en todos los sentidos.

La condujo al siguiente panel. Un regordete Bottom miraba intrigado a su alrededor mientras Puck estaba retratado exactamente en el momento en que se colocaba la cabeza de burro sobre los hombros.

—¿Quiénes son? —quiso saber Imogen.

—¿Ha leído El sueño de una noche de verano? —preguntó Rafe.

—Supongo que sí… Oh, ése es el trabajador al que le dan una cabeza de burro.

—Es entonces cuando Bottom se atreve a cortejar a la reina de las hadas —explicó Rafe, sintiéndose algo extraño—. Usa la cabeza de burro. Tiene que ir disfrazado porque ella es demasiado hermosa. —Miró a Imogen. Tenía el pelo brillante, muy peinado, parecía como si él nunca se lo hubiera enredado entre los dedos mientras se lo llevaba hacia su pecho. Imogen le estaba mirando, divertida, con las cejas arqueadas.

Lentamente la alegría se desvaneció de su rostro y, al cabo de un momento, entornó los ojos y se reunió corriendo con el grupo.

Rafe permaneció allí un momento. Casi podía sentir el peso de la cabeza de burro sobre sus hombros.