Capítulo 2

Conversación escuchada a escondidas tal y como ocurrió unos tres meses antes.

Mayo de 1817
Holbrook Court, hogar del duque de Holbrook

Allí estaban su nariz y su mandíbula. Su figura no, pero sí definitivamente sus ojos. Incluso un hombre como Rafe, que había pasado más tiempo ante el espejo de la Feria de Bartholomew que ante el de su propio dormitorio, reconocía esos ojos: sombras profundas bajo cejas rectas. Eran los suyos.

Y los de su padre.

Era como si uno de aquellos espejos de ilusión hubiera cobrado vida y estuviera de pie ante él. En la Feria de Bartholomew, por ejemplo, por dos peniques, una persona podía ver a un hombre con dos cabezas, o a un pollo con tres patas. Por otros dos peniques, uno podía convertirse en uno de los espectáculos. La Sala de las Ilusiones contaba con un espejo que le dotaba a uno de una barriga con la curva de un budín de Navidad. A Rafe no le había gustado mucho el efecto. Incluso cuando se irguió y alcanzó una estatura más digna, característica del duque de Holbrook, le siguió sin gustar.

El conde de Mayne se había reído de la expresión irritada de Rafe. Él estaba examinando su pulida elegancia en un espejo que le reflejaba tan esbelto como una ninfa.

—Prueba éste —le había dicho—, te gustará más.

En secreto, Rafe lo había preferido. La imagen delgada en el otro espejo no lucía excesos en la cintura, aparecía firme y en forma, como si nunca hubiera sufrido la llegada de un amanecer con el estómago lleno y dolor de cabeza.

En aquel momento le pareció que aquella segunda imagen del espejo había cobrado vida y estaba de pie frente a él.

—¿Nació usted en 1781? —preguntó, tratando de recobrar su tranquilidad.

—Tengo treinta y seis años. Nací unos pocos días después que usted, según tengo entendido. —Apenas si hubo una ligerísima pausa, y añadió—: Su señoría.

—¿Puedo ofrecerle un whisky? —preguntó Rafe.

—No a esta hora.

Rafe caminó hasta el aparador y se sirvió una copa. El hecho de sostenerla en la mano hizo que le costara menos plantear su siguiente pregunta.

—Así que usted llegó al mundo… ¿unos pocos días antes o después que yo?

No se dio la vuelta, simplemente dejó la mirada fija en las ventanas con parteluz de la biblioteca. Había estado ante ellas en miles de ocasiones, pero en aquel momento los pequeños diamantes de brillantes vidrios isabelinos parecían enmarcar la gran extensión de césped de la parte delantera del edificio con una delicada perfección.

Detrás de él, el señor Spenser parecía divertido.

—Le he buscado por todas partes, su señoría, pero puedo asegurarle que no tengo ningún interés en su propiedad, incluso si tal cosa fuera posible.

Rafe se volvió.

—En ningún momento he supuesto que usted estuviera expresando ese deseo. Simplemente deseaba conocer nuestro orden cronológico de nacimiento para satisfacer mi curiosidad. —Una chispa sarcástica apareció en los ojos de su medio hermano, y el hecho de que él mismo recibiera habitualmente respuestas débiles con la misma expresión de incredulidad le supuso un flaco consuelo—. Mi nombre de pila es Rafe —repuso abruptamente—. No me gusta que me llamen su señoría. —Y después, como si los dos hechos se infirieran naturalmente el uno del otro, añadió—: Tenía un hermano llamado Peter, pero se murió hace unos años.

—Tenía la impresión de que su nombre de pila era Raphael —comentó el hombre. Se había sentado mientras Rafe estaba de espaldas, y lo había hecho con desenvoltura, sin dar muestras de incomodidad. Como si fueran iguales, y como si se presentara a un hermano nuevo o dos todos los días.

—Así es —confirmó Rafe—. ¿Y su nombre?

—Estamos pintados con el mismo pincel —respondió el señor Spenser con tono misterioso.

Rafe abrió los ojos con asombro, sin entender exactamente qué pretendía decir.

—¿Qué?

—Gabriel.

—Raphael y Gabriel —repitió Rafe—. ¡Maldición…! No tenía la menor idea.

De pronto, los rasgos de la cara de su hermano se convirtieron en una abierta sonrisa.

—¿El descubrimiento de que usted lleva el nombre de un arcángel le hace pronunciar maldiciones?

Fue en su sonrisa donde Rafe encontró la diferencia entre el rostro de su hermano y el suyo. La abierta sonrisa de Gabriel Spenser lucía una seriedad encantadora que nunca había formado parte de la personalidad de Rafe.

—¿En qué estaría pensando nuestro padre? —quiso saber Rafe. Con un rápido vistazo advirtió un cambio en los ojos de su hermano que le indicó que éste sabía perfectamente bien lo que el viejo duque había estado pensando—. Ahora usted me dirá que Holbrook le mecía sobre sus rodillas —comentó con resignación.

—Sólo hasta los ocho años, más o menos —explicó el señor Spenser, y añadió con un toque de algo parecido a la prudencia—: Su señoría.

—¡Maldición! —repitió Rafe—. Y no me llames su señoría. Nunca me he acostumbrado al título. —Hizo una pausa y continuó—: Mi hermano y yo veíamos a mi… a nuestro padre dos veces al año, sólo lo suficiente como para que el duque se informara acerca de la rapidez con que nos acercábamos a la mayoría de edad. Nunca le pareció que crecíamos con la suficiente rapidez.

Odiaba la compasión, excepto la de Peter. Le resultó extraño darse cuenta de que tampoco le molestaba verla en los ojos de este nuevo hermano.

—¿Te importa si te llamo Gabriel? —preguntó Rafe, dando un trago a su whisky.

—Gabe.

—¿Cuántos sois? —preguntó, y de pronto se dio cuenta de que el campo podía estar lleno de parientes—. ¿Tengo alguna hermana?

—Lamentablemente, todos los arcángeles eran varones.

—Siempre existen los evangelios apócrifos.

—Soy el único hijo de mi madre. Y los evangelios apócrifos son poco fiables. Tu padre nunca habría tolerado bautizar a uno de sus hijos con el nombre de Uriel, aunque aparezca en el Libro de Enoc.

—Es también tu padre —observó Rafe. Y añadió—: Pareces excepcionalmente bien versado en temas bíblicos.

—Soy un gran estudioso —explicó Gabe con una leve sonrisa—. De historia bíblica, particularmente del Antiguo Testamento.

A Rafe le daba vueltas la cabeza. Acababa de descubrir que llevaba el nombre de un arcángel y que su hermano era un erudito. ¿Un erudito bíblico? Y eso que Gabe parecía el mismo Belcebú.

—¡Maldito sea! —exclamó—. El viejo no te dio ese nombre con esa intención, ¿no?

—El nombre no te ha convertido a ti en sacerdote. No. Aunque tu padre pagó para que yo fuera a Cambridge. Todavía sigo allí, en el Emmanuel College.

—¿Es muy difícil superar esos exámenes? —quiso saber Rafe, dispuesto a compadecerse de su hermanastro. Él había estudiado en Oxford y no le había parecido demasiado difícil, pero todo el mundo sabía que Cambridge estaba lleno de hombres brillantes que se enorgullecían de enseñar realmente a sus estudiantes.

—A decir verdad, me las ingenié para aprobarlos —respondió su hermano con gravedad—. Soy profesor de teología.

Rafe lo miró asombrado. El pelo de Gabriel estaba un poco levantado en la parte de atrás de la cabeza, tal como sin duda estaba el de Rafe.

—En Oxford sólo hay veinticuatro profesores en toda la universidad.

—Supongo que no he sufrido las interferencias que el rango y la cuna hubieran podido entorpecer mi camino —comentó su hermano pensativamente—. Puedo darme cuenta de que esta casa, por ejemplo, habría sido una terrible distracción.

¿Una distracción? ¿El hogar de los Holbrook desde el año 1300… una distracción?

Rafe tenía una pregunta pendiente.

—¿Mi padre tuvo otros hijos de los que tengas noticias? —Mantuvo los labios rígidos incluso cuando pronunció en voz alta aquella pregunta. Nunca había sentido demasiado cariño por su padre; es más, apenas si había conocido a aquel hombre. Pero siempre lo había considerado honorable, aunque distante; interesado en su reputación, aunque no en sus hijos.

Gabe lo miró tranquilamente. Sus negras cejas imitaban las de Rafe.

—Tu padre y mi madre estaban entregados el uno al otro. —Rafe se sentó, incapaz de imaginar a su padre dedicado a alguien—. No creo —añadió Gabe— que tengas que preocuparte por hermanos codiciosos saliendo de la nada.

—Ah —musitó Rafe—. Por supuesto… —Pero no se le ocurrió cómo continuar. Solamente un tonto hubiera descrito a su madre como una persona dedicada a su padre. Rara vez se veían. Si uno de los dos permanecía en la ciudad, con seguridad el otro podía ser hallado en el campo.

Se alzó un silencio entre ambos. «Somos tan parecidos como dos guisantes en una vaina», pensó Rafe. Gabe era de cuerpo grande, pero sin redondeces en la cintura. Aquél era su mismo pelo marrón rebelde, y aquéllos eran también sus grandes pies. La curva de los labios, el hoyuelo en la barbilla, la mandíbula cuadrada… todos los rasgos eran familiares. Incluso la manera en que Gabe tamborileaba con los dedos en el brazo del sillón era exactamente el tipo de movimientos inquietos que Rafe solía hacer cuando debía abordar un tema desagradable.

—Espero que no te parezca absurdo —advirtió Gabe—, pero mi madre sufrió mucho cuando se enteró de la muerte de tu hermano. Le consideraba un hombre encantador, muy parecido a tu padre.

Rafe le miró sorprendido.

—¿Conoció a Peter?

—Sí. Y yo también le conocí. Cuando el testamento de tu padre fue validado, había un legado para mi madre y para mí.

—¡Pero yo estaba presente cuando se leyó el testamento! —Rafe se sintió como si estuviera montado en un viejo caballo tratando de alcanzar a una manada de purasangres—. Seguramente me habría dado cuenta si se mencionó ese legado.

Gabe se encogió de hombros.

—Era una cláusula privada, según creo. Supongo que son bastante habituales. Calculo que el procurador informaría a tu hermano.

—También era tu hermano —corrigió Rafe—. Y Peter os buscó… —Por supuesto que Peter habría hecho aquello. Habría querido asegurarse de que la amante de su padre quedara bien protegida. Su hermano mayor… el hermano mayor de ambos había sido un perfecto caballero.

—Su señoría tomó el té con mi madre. Y a ella le encantó compartir ese momento con él.

Rafe apartó su bebida.

—¿Por qué has esperado tanto tiempo para darte a conocer? Peter falleció hace cuatro años.

Gabe le miró con curiosidad.

—Eres muy diferente a tu hermano.

—Parece que tengo dos hermanos… —replicó Rafe de forma un poco brusca.

Gabe hizo caso omiso.

—Supongo que tu hermano Peter jamás le habría pedido a un hermano ilegítimo que lo llamara por su nombre de pila, como tampoco se le habría ocurrido caminar sobre las aguas.

Rafe se encogió de hombros.

—Probablemente tú conoces más casos de lo segundo que yo.

Al cabo de un momento, Gabe respondió.

—No vi ninguna necesidad de informarte de mi existencia. Tu padre fue más que generoso con su legado.

—Si puedo ayudarte de alguna manera —sugirió Rafe—, no dudes en decírmelo. Eres mi hermano, a pesar de que insistes en seguir refiriéndote a él como mi padre.

—¿No deseas confirmar mi parentesco con tu procurador?

Rafe reconoció, con un nudo en el estómago, el gesto que apareció en la boca de Gabe. No era suyo, sino de su hermano Peter. Parecía que este nuevo hermano era una mezcla de ambos.

—No es necesario. —Rafe miró a su hermano fijamente a los ojos—. Sólo lamento que Peter no creyera conveniente en su momento compartir conmigo la información de tu existencia.

Seguro que Peter jamás habría pensado en aquello. Su queridísimo hermano contemplaba el mundo como un laberinto de compartimentos separados, en los que los hermanos ilegítimos no compartían el mismo espacio que los legítimos.

Gabe se puso de pie y miró fijamente por la ventana. Sólo una cierta rigidez en sus hombros revelaba algo de tensión.

—Únicamente te voy a pedir un pequeño favor —comentó.

—Lo que quieras —respondió Rafe mientras se preguntaba cuántas libras, más o menos, podría reunir en uno o dos días sin tener que viajar a Londres.

—Necesito que produzcas una pieza teatral.

—¿Cómo?

—Una obra de teatro —repitió Gabe—. En el teatro de Holbrook Court. —Se dio la vuelta. Tenía el rictus tenso, parecía un animal preparado para atacar.

Pero Rafe no pudo evitar una amplia sonrisa. Qué requerimiento tan absurdo, no cabía nada más estúpido.

—Por el amor de Dios… No me digas que tú, todo un doctor en teología de Cambridge, tiene ambiciones de subir a las tablas…

Desde lo más profundo de su alma advirtió que estaba a punto de soltar una carcajada. A decir verdad, no se había sentido tan alegre desde…

—¡No! —reaccionó Gabe mostrándose molesto.

—¡Maldición…! —profirió Rafe—. Me estaba imaginando ya la escena… Te observaba, con un aspecto muy similar al mío, mientras coqueteabas con las damas…

—No tengo esa suerte.

—Hubiera elevado mi espíritu… —continuó Rafe pensativamente—. Imagínate, el hermano del duque de Holbrook como el favorito de las damas en Romeo y Julieta.

—Soy demasiado mayor para ese papel. Y se trataría del hermano ilegítimo… difícilmente puede ser un elogio para la familia.

—Me importa un bledo el asunto de tu estatus. Ésta es una cuestión que todavía tienes que aprender acerca de mí. Yo no soy como Peter. ¿Y Antonio y Cleopatra? Antonio tenía más de cuarenta años, ¿no?

—Soy demasiado joven para eso. Pero hay más: no tengo intención de interpretar papel alguno.

—Entonces, ¿por qué quieres que se represente una obra de teatro? —Rafe se acordó de pronto de su whisky abandonado y dio un sorbo.

—¿Cómo puedes tomar ese brebaje a las nueve de la mañana? —preguntó Gabe, arqueando otra vez las cejas.

—Es el whisky escocés más exquisito que existe, no un brebaje. Cuenta con un largo proceso de envejecimiento —explicó Rafe, mientras miraba con afecto su copa—. Procede de los alambiques de Ardbeg y todavía no se puede ni siquiera encontrar en Inglaterra. Tuve que enviar a un hombre especialmente a Aberdeen para conseguir un poco. Sabe a… —Hizo una pausa y saboreó con placer el dorado licor—. Sabe a miel quemada y besa la garganta como una prostituta.

La mirada de desaprobación que advirtió en los ojos de Gabe era la misma que la de Peter. Su hermano legítimo lucía exactamente la misma mirada cuando quería dar muestras de su ducal desagrado.

—No todos los días se le presenta a uno un nuevo hermano —añadió Rafe—. Tú puedes recordarme cada día cómo sería yo si fuera más delgado, más jovial y mejor persona. —Apuró el resto del whisky y dejó la copa con un tintineo. No tenía tan buen sabor con aquellos ojos mirándole fijamente.

—Necesito que patrocines una obra de teatro —explicó Gabe—. Una mezcla de actores profesionales y aficionados. Creo que además está muy de moda en estos tiempos.

—Yo…

—Tendrás que abrir el teatro —continuó Gabe—. Por lo que sé, no se ha vuelto a utilizar desde la interpretación de Hamlet en 1800. Salvo que hayas celebrado funciones privadas… —Rafe sacudió la cabeza—. Si no te interesa demasiado —propuso Gabe—, tal vez puedas convencer a algún aristócrata para que se ocupe del asunto… Creo que por esta zona hay algunos a los que les interesa el teatro de aficionados.

—No he ido al teatro ni una sola vez en el último año —aseguró Rafe—. Creo que la última vez que fui fue hace tres o cuatro años.

Su hermano frunció el ceño.

—Entonces será mejor que busques a alguien…

Sus ojos se mostraban sumamente convincentes bajo aquellas cejas. Rafe tuvo la sensación de que su hermano esperaba que de inmediato saltara de su asiento y comenzara a repartir los textos de El rey Lear entre los actores.

—¿Por qué?

—Porque si tú no puedes hacerlo, necesitamos a alguien que lo haga.

—¿Por qué debería patrocinar una obra de teatro? ¿Y por qué aquí? Estaría encantado de dar apoyo a cualquier obra que eligieras en un teatro de Londres. Pero, ¿qué se ganaría si se hiciera aquí? —Gabe no respondió—. Estoy esperando una explicación —señaló Rafe, mientras se levantaba y se dirigía a servirse otro trago. Aquélla no iba a ser una jornada demasiado productiva, aunque bien merecía la pena tener algo que celebrar.

Su hermano apareció por detrás de su hombro.

—Una copa —sermoneó Gabe— puede ser atribuida al entusiasmo de descubrir a un hermano. Una segunda parece algo totalmente diferente.

Rafe dejó la licorera sin servirse un trago.

—Con qué rapidez uno olvida los placeres de vivir en familia… —sentenció—. Bien, ¿podrías explicarme todo este asunto de la obra de teatro?

Rafe se dio cuenta, por la rigidez de su mandíbula y la expresión de sus ojos, de lo desagradable que era para su hermano revelar la verdad, cualquiera que ésta fuera.

—Tengo una hija —confesó abruptamente.

—¿Qué? —exclamó Rafe.

—Fuera del matrimonio —aclaró—. De tal palo, tal astilla… parece. —El gesto de su boca no fue exactamente una sonrisa, sino más bien un mueca.

—Tengo una sobrina… —señaló Rafe, casi hablando consigo mismo y sabiendo que estaba sonriendo como un tonto—. ¿Es muy buena actriz?

—¡Por Dios, no! —bramó Gabe—. Sólo tiene dos meses de edad.

Rafe se estaba divirtiendo mucho. Se apoyó en el aparador y cruzó los brazos. Era exactamente la misma clase de placer que solía sentir en las poco frecuentes ocasiones en que Peter dejaba traslucir alguna emoción impropia de su rango.

—Y yo que pensaba que había conseguido un respetable erudito bíblico como hermano… Quizá deba controlar tus demonios.

—La madre de mi hija es actriz.

No era una dama… Rafe se puso serio y trató de expresar la cuestión delicadamente, pero habló con la misma delicadeza que un arma sin afilar.

—Dicen que el matrimonio es abrumador hasta la muerte… pero a veces es aceptable.

—Me ha rechazado. Varias veces.

—Qué raro… —comentó Rafe. Por experiencia sabía perfectamente que las mujeres solían utilizar el embarazo como fin para conseguir un buen matrimonio. Y esto valía tanto para las damas como para aquellas congéneres etiquetadas con la profesión de actrices, cantantes y otras ocupaciones menos recomendables.

—Loretta cree que un marido entorpecería su carrera como actriz —explicó Gabe. Tenía la boca completamente apretada.

—¿Te dejó calentar sus sábanas y se niega a aceptar un anillo? Debe de estar completamente loca.

—No está loca… sólo es joven.

—¿Cómo de joven?

Gabe apretó aún más los labios.

—Yo creía que tenía al menos veintitrés años… pero sólo tiene diecinueve.

Rafe se quedó boquiabierto.

—¿Qué diablos hiciste? ¿La secuestraste de la casa de su padre?

—No, en absoluto. Su padre era un burgués adinerado que le dejó toda su fortuna. La crío una tía, pero en cuanto Loretta cumplió los dieciocho años y se hizo cargo de la herencia, se instaló en su propia casa.

—¿En Cambridge?

—En Londres. Siente una pasión casi enfermiza por el teatro.

Parecía que su hermano había caído presa de una mujer de poca moral y además sin familia. No pudo evitar hacerle una pregunta delicada.

—¿Estás del todo seguro de que la niña es…?

—Es mía. Vive conmigo. —Gabe se dio la vuelta y miró a Rafe de frente—. Loretta no siente más deseos de ser madre que de ser esposa. Desafortunadamente, soy el responsable de que perdiera su trabajo en el Royal Theater de Covent Garden… Un papel principal en un buen teatro de aficionados podría dar como resultado un puesto permanente en alguno de los teatros de Londres.

—Y ahí es donde entro yo —acotó Rafe con una gran sonrisa.

Gabe no parecía divertirse.

—El hecho de que lleve el nombre de un arcángel no significa que no sea capaz de derribar a Rafael al suelo de un golpe si así lo deseara.

Rafe se rió con ganas. Nadie le había amenazado con abofetearlo desde que Peter había muerto. Y Peter tenía el mismo aspecto momentos antes de hacer el esfuerzo de arrojarlo al suelo con un golpe. No era probable que un hermano al que apenas acababa de conocer pudiera perder el control, pero la sola idea de pensarlo hizo que Rafe sonriera con ganas.

—Podemos tener el teatro en condiciones en un mes o dos.

Gabe apretó la mandíbula.

—Nunca me habría acercado a ti si esto no hubiera ocurrido —repuso con firmeza. Estaba de pie en medio de la habitación, con los ojos sombríos, el rostro hermoso como el del mismo arcángel y el cuerpo tenso por la furia.

Rafe no podía dejar de sonreír.

—Me parece recordar que el ama de llaves comentó que el escenario se había estropeado debido a la lluvia. Tal vez haya que cambiar el suelo.

—Lamento darte problemas. —Sus ojos se habían oscurecido por el desagrado. Quienquiera que hubiera sido la madre de Gabe, y debía de haber sido una mujer extraordinaria, dado que había inspirado la devoción del duque de Holbrook, había educado a su hijo como un caballero. Gabe tenía la expresión dolorida de cualquier caballero inglés atrapado en una situación insostenible.

—Tendrás que traer a la niña a esta casa —señaló Rafe—. Aunque no lo creas, hay un cuarto de niños sin estrenar. ¿Cómo se llama?

—¡No tengo ninguna intención de traerla!

Rafe se cruzó de brazos.

—La traerás. A menos que tú y mi sobrina estéis aquí, no ordenaré que comiencen a arreglar el teatro.

—Estamos en pleno periodo lectivo…

—No me digas que vas a hablar ahora como un estudiante… —se burló Rafe—. Oxford no debe de ser muy diferente a Cambridge… En todos los años que estuve allí, creo que sólo una vez vi a un profesor.

—¿Por qué quieres que vivamos aquí?

—Eres mi hermano —afirmó con una amplia sonrisa—. Mi hermano y su hija vivirán en Holbrook Court.

—Tu hermano ilegítimo con su hija ilegítima —aclaró Gabe sombríamente—. No viviré aquí. Tengo una casa perfectamente respetable en Cambridge.

—¿Tengo aspecto de que me importe tu casa respetable o mi reputación?

Gabe esbozó una leve sonrisa.

—No. Pero no me gustaría separar a mi hija de su nodriza, y la mujer tiene a sus hijos en Cambridge.

—¿Cómo se llama mi sobrina? Y no me digas… —Pero entrevió la verdad en los ojos de su hermano—. ¡No puede ser!

—No pude evitarlo —se justificó Gabe, y en aquel momento comenzó a reírse también.

—Pobre niña… —se lamentó Rafe—. Su padre está loco… Por suerte para ella, me tendrá a mí. —Gabe le miró—. Pobre niña… —repitió—. Así que se llama Mary, ¿no es así? —Y ante la afirmativa inclinación de cabeza de su hermano, agregó—: Celestial… Eso es sencillamente celestial.