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¿Intenciones violentas?
Su mirada era lo que más llamaba la atención; su rostro, cetrino y de mejillas hundidas, estaba dominado por unos ojos oscuros e inteligentes. Tenía las cejas gruesas, la boca burlona y el pelo canoso debajo de un sombrero rojo burdeos que le tapaba las orejas. La capa era de una fina tela roja y estaba forrada de piel a pesar del calor estival. Quitarse la capa de piel que indicaba la posición social sería tan descabellado como que un animal se desprendiera de la piel que lo caracterizaba. A su sombra había un muchacho en actitud servil que llevaba una caja de madera. Cuando la hubo dejado sobre el arcón al lado de la fuente, el hombre le dio permiso para que se fuera. Por todo ello, resultaba evidente que se trataba de un médico, y de los importantes. Benno se había puesto rápidamente de pie, dejando caer un pedazo de piel de pollo del que Biondello se encargó de dar cuenta.
—¿Señor Segismundo? Soy el maestro Valentino, médico de su excelencia el duque. Su excelencia me ha pedido que os pregunte por vuestra herida y, si puedo, prestaros ayuda en su tratamiento. —El médico olió el aire mientras se acercaba, convenciendo a Benno de que había adivinado de inmediato todos los ingredientes que contenía el emplasto. Segismundo se levantó haciendo caso omiso del gesto disuasorio que le había hecho y le dedicó una sonrisa.
—Expresadle mi agradecimiento a su excelencia y decidle que, como soldado, estoy acostumbrado a cuidar de las heridas que sufro. No puedo esperar que alguien con vuestros conocimientos venga a ofrecerme su ayuda en el campo…
—No obstante, como ahora se os ofrece libremente, señor Segismundo, haríais bien en serviros de ella. —El maestro Valentino señaló la manga de Segismundo e hizo un imperioso gesto hacia arriba—. ¿Creéis acaso que puedo regresar a la presencia de su excelencia sin saber en qué estado se encuentra vuestra herida y sin poder decirle qué he hecho para aliviaros el dolor? —Juntó las manos y su rostro adquirió un aire de severidad. Las mejillas, sin embargo, se ahondaron todavía más junto a sus labios.
Benno le quitó a Segismundo la camisa que acababa de ponerse y miró, no sin cierta tristeza, cómo el médico, a fin de ver los dos cortes, soltaba los nudos que con tanto esmero había hecho. El pico que tenía por nariz volvió a entrar en funcionamiento. El maestro Valentino olió las heridas y el emplasto y luego apoyó el dorso de la mano sobre la piel de Segismundo para reconocer la inflamación.
—Digno de alabanza. Doy por bueno vuestro emplasto. —El médico llamó a Benno con un gesto con su ensortijada mano—. Tú, ponle de nuevo las vendas, pero límpiate antes la grasa de las manos… Bien, veamos si tenéis fiebre. —Empujó a Segismundo sobre la cama y, sentándose a su lado, lo cogió de la muñeca. Al cabo de unos minutos, durante los cuales Segismundo respiró tranquilamente y Benno estuvo ocupado con las vendas, el maestro Valentino dio su opinión—. Excelente. Podríais estar dormido. —Devolvió a Segismundo su muñeca y se volvió hacia Benno con cara de impaciencia—. Pero ¿sabes lo que estás haciendo? No dejes que entre aire en la herida, ¿de acuerdo? —Posó la mirada en la cara de Benno y la expresión de burla volvió a aparecer en su rostro, tras lo cual se encogió levemente de hombros.
—¿Cómo está su excelencia la duquesa?
Los ojos negros se volvieron hacia Segismundo.
—Ha sufrido una experiencia terrible, señor Segismundo. No parece dispuesta a dar detalles al respecto, aunque puedo imaginarlos. Le he dado manzanilla para que se tranquilice y raíz de peonía para que se la cuelgue al cuello y no tenga pesadillas, ya que me temo que lo que ha sufrido pueda afectarle al sueño.
—¿Y si le dais verdolaga para que la ponga sobre la cama?
El médico fulminó a Segismundo con la mirada.
—Quizá, señor Segismundo. Os voy a prescribir algo para la inflamación. —Se levantó, abrió la caja que había sobre el arcón y rebuscó entre su contenido. Aunque tenía la misma curiosidad que su señor, Biondello carecía de su timidez, por lo que corrió por la cama para asomarse por encima de la tapa de la caja y averiguar qué miraba el médico—. Veamos. Agrimonia, tal vez. Y trigonella foenum graecum, para que se enfríe la sangre. Con tu permiso, perrillo. —Dio a Biondello un golpecito en el hocico y el chucho dio dos pasos hacia atrás. Extrajo unas gotas de unos frascos que luego volvió a guardar en la caja sujetándolos en los compartimientos correspondientes, murmuró algo entre dientes y alargó una copa a Segismundo—. Tomadla a la hora en que rige Mercurio y rezad dos avemarías, una antes y otra después.
Segismundo cogió la copa y la puso en el pequeño estante que había al lado de la cabecera de la cama. El maestro Valentino, que no parecía tener prisa en marcharse, se acercó a la ventana, cuyos postigos estaban abiertos para que entrara el fragante aire veraniego. Abajo se oía cantar a varias personas y el chapoteo de unos remos. Un pájaro cruzó rápidamente el cielo y el rumor de la ciudad se oyó en la lejanía. El palacio de Altamura había sido en el pasado un castillo fortificado y la habitación en que se encontraban estaba en la parte antigua, cuya base era bañada por el río que dividía la ciudad. El maestro Valentino se apoyó sobre el alféizar de piedra y aspiró hondo. Benno pensó que la nariz de un médico, adiestrada para detectar enfermedades y obligada a pasar la mayor parte del tiempo en compañía de gangrenas y orinales, tenía motivos más que suficientes para disfrutar de unas vacaciones. Sin embargo, se diría que la fragancia del aire le había traído a la memoria la imagen de alguien que ya no podría gozar de ella, pues dijo:
—¿Estabais presente cuando hallaron el cadáver de la señora Ariana…, de la princesa?
—Llegué un poco más tarde.
El maestro Valentino ahuyentó una abeja que estaba confundiendo su sombrero por una flor exótica.
—Un asunto feo, realmente feo. Aquí ha supuesto una conmoción para todo el mundo. De hecho, su excelencia aún no lo ha superado. —Dejó escapar un suspiro y, juntando nuevamente las manos, se volvió hacia ellos para mirarlos—. Las afecciones de la mente y el espíritu pueden ser más graves que las del cuerpo. —Tras unos segundos de silencio, agregó en tono despreocupado—: Supongo que no tendréis ni idea de quién ha podido hacer algo tan espantoso.
Segismundo evitó encogerse de hombros para no mover el brazo herido.
—Si lo supiera, el duque no tardaría en hacer justicia.
—Cuando se fue de aquí, la princesa estaba realmente emocionada. Era una muchacha voluble, señor Segismundo, con un temperamento de fuego. Tuve que prescribirle varios sedantes, aunque me temo que los tiró y tomó en su lugar los brebajes de la niñera de su excelencia. ¿Quién podía imaginar entonces lo que le tenía guardado el destino? Y, sin embargo, Tristano Valori se puso de luto el mismo día en que anunciaron la boda, como si supiera que el matrimonio acabaría por ser el motivo de su muerte.
—¿Habéis dicho Tristano Valori, señor? ¿Se trata de algún pariente del consejero del duque?
—Es su hijo. Tal vez hayáis oído hablar de los grandes servicios que el señor Bonifacio Valori ha prestado al duque. Gracias a él, el estado sobrevivió al levantamiento que se produjo a raíz de la muerte del padre del duque y que llevó a una turba a atacar el palacio. Pues bien, Tristano pensaba que los servicios de su padre se merecían una generosa recompensa y dijo que el duque debería entregarle la mano a su hija.
—El duque no estuvo de acuerdo…
—Ni siquiera su consejero lo estuvo. La alianza con Borgo era mucho más importante para él que satisfacer los deseos de su hijo. El joven había sido compañero de juegos de la princesa en su infancia, antes de que ella fuese enviada al convento para completar su educación, y decía que estaban comprometidos. Sin embargo, nunca oí a la señora Ariana hacer referencia alguna al respecto. Valori decía que su hijo no tardaría en olvidarse de su capricho. Todos hemos sido jóvenes… Fogosos en nuestros sentimientos y obstinados en nuestras acciones. —El médico miró a Segismundo como si quisiera invitarlo a recordar episodios de su pasado que corroboraran lo que acababa de decir. Como nada de esto ocurrió, prosiguió—: El amor lleva a los hombres más juiciosos a perder la cabeza. ¿Cómo podemos entonces juzgar a los jóvenes por ello? —Segismundo emitió un murmullo que el médico interpretó como una muestra de asentimiento—. Pese a ello, al duque no le hizo ninguna gracia y al señor Valori todavía menos que el joven Tristano se clavara un puñal en presencia de toda la corte.
Segismundo silbó suavemente y preguntó:
—¿Cuándo ocurrió eso?
—El día en que la señora Ariana se marchó. Supongo que lo hizo para demostrar que no podía vivir sin ella. Sin embargo, la herida, aunque le causó una gran hemorragia, sólo fue superficial. Afortunadamente me hallaba presente… Espero que si algún día sale al campo de batalla, el joven Valori sepa ya dónde se encuentra el corazón. Vos habéis corrido mucho más peligro que él. —El maestro Valentino inclinó la cabeza en dirección a Segismundo, cruzó la habitación para coger su caja de medicinas, la cerró y llamó a la puerta para que su ayudante entrara y se la llevara—. Le diré a su excelencia que sois un hombre de suerte, señor Segismundo. Espero que sea así por mucho tiempo. —El médico hizo una reverencia y salió de la habitación acompañado cortésmente hasta la puerta por Biondello.
Cuando se volvió tras cerrar la puerta, Benno vio que su señor estaba retirando el cubrecama y se acercó para quitarle las botas.
—¿Creéis que ese joven se puso de luto porque quería que le sucediera algo a la princesa? Lo lógico sería que prefiriese que le sucediera antes de la boda, pero bueno… ¿Pensáis que es posible que sea él quien pagó al asesino?
Segismundo se tumbó en la cama con gran cuidado a causa de la herida. Luego cerró los ojos y murmuró:
—Tratándose del hijo de Valori, dispondría del dinero para hacerlo, Benno.
Benno fue a cerrar los postigos de forma que sólo entrara luz por los cristales que había sobre ellos, la habitación quedara en penumbra y no se oyera a los pájaros que reñían fuera.
—De todos modos, ¿por qué querría matarla si tenía pensado suicidarse? ¿Pensaría que iban a reunirse en el otro mundo?
Segismundo no contestó. Benno se acercó de puntillas a la cama y decidió que el silencio no se debía a que su señor considerase la pregunta superflua sino a que se había dormido. Biondello, que era un perro que conocía el significado de la palabra siesta, se puso cómodo a sus pies.
Habría que esperar a otro momento para hacer cualquier conjetura acerca de las intenciones violentas de Tristano Valori.