18

«Hemos de pensar en el futuro»

Ni un solo músculo se movió en la sonriente cara de Segismundo.

—¿De veras, princesa? ¿Y de qué secreto se trata?

Ella echó hacia atrás la cabeza, que llevaba cubierta con un velo plateado sujeto con alfileres adornados de esmeraldas, y soltó una carcajada al tiempo que daba una palmada y hacía entrechocar los anillos.

—¡Ojalá dispusiera de más tiempo para averiguar más cosas! —Entonces lo señaló con un dedo—. Aunque me temo que el secreto es más bien del difunto señor Giraldi que de vos. —Segismundo arqueó las cejas y ladeó la cabeza. Era la imagen de la perplejidad educada. Ella movió el dedo—. Mi médico me lo ha dicho todo. —Volvió a reír—. Tal vez la muerte del anciano se debiera a un esfuerzo excesivo. ¿No me iréis a decir, señor, que habían guardado tan bien el secreto que no sabíais que el paje, el paje enfermo del que nos hablasteis, era una muchacha?

Segismundo se encogió de hombros.

—No fui yo quien la atendió. Una anciana se ocupó de ella.

—Ya había oído decir que él estaba muerto, aunque supongo que no era más que un rumor que se había difundido para evitar que la gente se entrometiera en su vida. —De pronto adoptó una actitud de severidad—. ¿Por qué no la echaron de casa cuando el señor Giraldi hizo su última confesión?

—Estaba demasiado enferma como para moverse, princesa.

Ella volvió a dar una palmada.

—Os delatáis, señor. Sabíais que deberían haberla sacado de la casa en aquella ocasión. Sabíais que no era un paje.

Segismundo inclinó la cabeza y esbozó una sonrisa de complicidad.

—Es imposible engañar a vuestra alteza.

—Bueno, ahora ya no importa. —La princesa dejó caer una mano sobre un papel doblado que había a su lado sobre la mesa y alisó el borde con los dedos—. Ya lo han enterrado. Esperemos que su princesa lo haya perdonado. Todos los hombres buscan consuelo en este mundo. —Lo miró fijamente—. ¿Tiene el duque Ludovico intención de buscarse una princesa pronto?

—Alteza, sólo hace unas semanas que…

—Ya, ya… No estoy hablando de su vida privada, sino de política. Un príncipe tiene que poner su estado por encima de todo. Si no fuera así, en Nemora no estaríamos preparándonos para celebrar la anexión de Montenero. —Posó la mirada en el fuego y esbozó una sonrisa, dirigida más a sí misma que al hombre que tenía delante, cuyo silencio era sumamente interrogativo. La princesa golpeó distraídamente el papel y se volvió hacia él. ¿Creíais que la boda se aplazaría? El príncipe Livio nos ha asegurado hoy mismo que va a traer a su hija a Colleverde a pesar del accidente que ha sufrido su hijo. —Nada en la expresión de gravedad de Segismundo reveló que se hiciera cargo del eufemismo mediante el cual una decapitación había pasado a ser un simple despiste con la espada o de lo extraño que era el que el príncipe Livio estuviese hablando de traer a su hija cuando en aquel momento ignoraba su paradero y, lo que resultaba aún más insólito, que todavía hablara de ella como si fuese hija suya después de lo que había ocurrido. En aquel momento se oyó el enérgico golpeteo de la lluvia en las contraventanas—. Hace ya tiempo que deseamos intensamente que se produzca tal enlace. Tal vez no sepáis que la princesa Minerva estuvo prometida con el hijo mayor del duque, quien murió hace dos años. Como Nemora tenía un gran interés en el enlace, el duque Grifone propuso a Astorre, su segundo hijo. El príncipe Livio lo aceptó. —Se levantó, como si estando de aquel humor no pudiera soportar la inactividad, y, tras hacerle una señal a Segismundo de que se quedara sentado, empezó a pasear por la habitación acompañada por el susurro de sus faldas. Las campanas de la catedral sonaron sordamente entre los tejados—. Ahora que el hijo del príncipe Livio está muerto… —Se detuvo a mitad de la frase. Ahora que el príncipe Livio no tenía heredero varón, en el caso de que no tuviera más hijos con una segunda esposa, la señora Minerva sería la heredera. De este modo Astorre podría hacerse con Nemora y con el estado de su esposa, Montenero—. Naturalmente, la boda no va a celebrarse tal como estaba planeado. El príncipe Livio tiene que llevar luto por dos muertes.

—El príncipe debe de estar profundamente afligido por el accidente.

La princesa volvió a su sitio, se sentó y cogió su copa; al ver que estaba vacía, volvió a llenarla.

—Está loco de dolor por la muerte de su esposa. No es la primera vez que sufre un ataque de esa clase. —Se tocó la boca con un pañuelo de lino bordado que había sobre la mesa y cogió el papel que estaba a su lado—. No era consciente de lo que hacía cuando salió corriendo de su lecho de muerte. Si el pobre muchacho no se hubiera cruzado en su camino en aquel fatal momento… Pero las vueltas que da el destino son muy extrañas, ¿no es cierto?

—Cierto, alteza. —Segismundo se preguntó si la princesa se habría enterado de las desafortunadas vueltas que también había dado el destino del señor Eugenio. Habría recibido la carta del príncipe recientemente, aunque los rumores son más veloces que las cartas de los príncipes incluso.

—Al príncipe ya le había advertido su astrólogo que la conjunción de Marte y Venus iba a ser mala y supondría una amenaza para el estado. Sin embargo, ha tenido mala suerte, pues ha acabado perdiendo a su hijo.

Segismundo admiró el aire de ignorancia que había acompañado aquella frase. La princesa levantó una mano enjoyada para tocarse el velo que adornaba las gruesas y oscuras trenzas que llevaba enrolladas por la cabeza, y añadió:

—Hemos de pensar en el futuro. El mundo lo compadecerá.

Segismundo profirió un murmullo que ella tomó por una señal de asentimiento. Sin embargo, la princesa parecía estar ansiosa por conocer su opinión acerca de la reacción que tendría el duque Ludovico cuando se enterara de la repentina muerte de su sobrino.

—El duque Ludovico ha anunciado que no puede asistir a la boda a causa de la reciente muerte de su duquesa. Como su hermana Oralia también ha muerto, el vínculo existente entre Rocca y Montenero no será el mismo. Seguro que el príncipe Livio lamenta que…

—Al parecer está creando un vínculo diferente, alteza —dijo Segismundo cuando la voz de la princesa empezó a apagarse. Ella puso cara de sorpresa y le miró fijamente por un momento. Entonces se echó a reír.

—¡Por descontado! La princesa de Nemora será…

Segismundo aspiró como si oliera algo, dos veces, ruidosamente. La princesa lo miró sorprendida. Ningún manual para cortesanos recomendaba aspirar de aquella manera como una forma de comunicación civilizada. De pronto, sin pedirle permiso, se levantó y alzó el brazo.

Por debajo de las puertas de la habitación del cardenal estaba saliendo una voluta de humo, que empezó a flotar pesadamente en el aire. Entonces la princesa oyó el chisporroteo casi imperceptible del fuego y empezó a gritar. Cuando hizo sonar la campana que se hallaba al lado de la mesa, Segismundo ya había llegado a las puertas. Estaban cerradas con llave. Sin dejar de gritar, la princesa echó a correr hacia las puertas en el momento en que su invitado las abría de una patada. Se detuvo en seco y, dejando de gritar, se quedó mirando sin poder creer lo que veía.

Su hermano la miraba desde el centro de la habitación. Estaba atado a una silla y tenía la cara medio tapada por una mordaza. Las llamas lo envolvían de pies a cabeza, escarlatas como su hábito.