15
Liam y Sasha pasaron el fin de semana del Cuatro de julio en Southampton. Hizo sol y un calor abrasador todos los días. Cocinaron, salieron a cenar, se tumbaron en la playa, nadaron y la noche del Cuatro los invitaron a una tiesta. Se trataba de una barbacoa organizada por unos conocidos de Sasha; a ambos les pareció una idea divertida. Ella aceptó la invitación y a las seis de la tarde, en vaqueros, camiseta y sandalias, acudieron a la barbacoa. Sasha había comprado dos pañuelos rojos, blancos y azules que ambos llevaban anudados al cuello. Liam sonrió al mirarla en el momento de salir. Nunca había sido tan feliz.
«Y ahora parecemos gemelos», comentó. Era curioso. Liam era rubio y ella morena, él era alto y ella menuda y además empezaba a olvidar la diferencia de edad. Marcie y Xavier habían sido de gran ayuda al ofrecerle apoyo y aprobación. No había recibido noticias de Tatianna desde el horrible encuentro en Southampton de la semana anterior. Sasha seguía esperando que amainara el temporal.
En la fiesta había unas doscientas personas, largas mesas llenas de comida, una barbacoa gigante, un grupo de bailarinas de country y una carpa con distintos juegos. Todo el mundo lo pasaba en grande y ellos también.
Estaban sentados juntos en un tronco comiendo hamburguesas y perritos calientes cuando Sasha se dio cuenta de que Liam estaba algo bebido. No exageradamente, pero lo bastante para descontrolarse. A media cena dijo que tenía calor, se quitó la camisa y la echó a la hoguera mientras le dedicaba una sonrisa a Sasha. El chico incontrolable que llevaba dentro empezaba a emerger y, a medida que avanzaba la noche, fue empeorando. Mucho. Sasha intentó llevárselo a casa pero él insistió en quedarse porque lo estaba pasando bien. Para entonces estaba demasiado borracho para percatarse de que ella no se divertía en absoluto. Liam había empezado con un ponche de ron, se había pasado a la cerveza y luego al vino con la cena. Después alguien le propuso que probara un mojito y Sasha vio, horrorizada, cómo se bebía tres seguidos sin pararse ni a respirar. Liam estaba para el arrastre. Peor aún, Sasha estaba sobria. Nunca había estado tan sobria y su sobriedad se acentuaba por minutos, cosa que Liam tampoco notó. Estaba divirtiéndose demasiado.
Entonces regresaron las bailarinas, Liam se adentró en la pista de baile, agarró a una, la más joven y guapa, claro, y pasó a ejecutar con ella un baile muy sensual mientras la chica le seguía la corriente y le desabrochaba los pantalones. No fueron más allá, pero a Sasha le bastó. Veía las risas y las miradas de desaprobación a su alrededor. Al regresar junto a Sasha después del baile, Liam se subió la cremallera, le plantó un beso en los morros delante de todo el mundo y le agarró el culo con ambas manos, lo cual no dejaba muchas dudas sobre la naturaleza de su relación. Sasha lo había presentado como uno de sus artistas de Londres.
—¿Qué ocurre, nena? —le preguntó Liam arrastrando las palabras y con aspecto adormilado. Sasha estaba a punto de matarlo, lo único que quería era marcharse de allí. No se le había escapado que la chica con la que había bailado Liam aparentaba ser una adolescente; probablemente no tendría más de veinte años, es decir, era más joven que su hija.
—Quiero irme a casa, Liam —contestó en voz baja. No quería perder los nervios con él pero tampoco quería quedarse en la fiesta. Este estaba descontrolado y la situación empeoraba por minutos. Entonces Liam pidió un destornillador y cuando el camarero se lo trajo, Sasha se lo quitó.
—¿Qué haces? —preguntó Liam, intentando recuperar la copa. Pero el camarero intuyó lo que ocurría y desapareció con el cóctel en la bandeja.
—Ya has bebido bastante. Creo que es hora de marcharse.
—No me digas qué debo hacer —contestó Liam, tambaleándose delante de ella. A punto estuvo de desplomarse en los brazos de Sasha, luego intentó ponerse cariñoso. Ella lo detuvo con la mirada, pero no había modo de sacarlo de allí. Lo estaba pasando en grande—. No soy tu niño —le recordó, y la cogió por los hombros.
—Pues no actúes como un crío —le aconsejó ella sin alzar la voz. Liam estaba comportándose como un joven rebelde o, cuando menos, como un borracho.
—No puedes controlarme —insistió él. Sasha asintió mientras la gente los observaba y luego apartaba la mirada. Sasha oyó que alguien comentaba la terrible resaca que le esperaba a Liam al día siguiente mientras su interlocutor se reía. Los conocía a ambos. Eran amigos de Arthur, lo cual no mejoraba las cosas.
—Liam, estoy cansada, quiero irme a casa —le rogó.
—Pues echa una cabezadita. Espérame en el coche. Yo tengo ganas de fiesta. Lo estoy pasando de maravilla. —Volvió a tambalearse y, ante el espanto de Sasha, se confundió entre el gentío.
Lo encontró a horcajadas sobre un caballo. El cuidador le suplicaba inútilmente que se marchara porque estaba asustando al animal. El caballo había dejado de avanzar mientras la gente de alrededor observaba la escena. Al final entre tres camareros y el anfitrión consiguieron alejar a Liam de allí. Se había dedicado a espolear al caballo al grito de «¡Yiiijaa!». Sasha quería matarlo.
El anfitrión la ayudó a meterlo en el coche. Liam se desmayó en el asiento de delante, de modo que Sasha tuvo que conducir hasta casa. Como no consiguió despertarlo, lo dejó durmiendo en el vehículo. A las siete de la mañana siguiente notó que se metía en la cama con ella. Cuando Sasha se despertó, sobre las nueve, Liam no estaba en este mundo. No bajó hasta mediodía, protegido con gafas de sol y quejándose de cómo brillaba el sol. Sasha no dijo nada y siguió sentada a la mesa de la cocina leyendo la prensa mientras él se servía la imprescindible taza de café. A los pocos minutos se sentó junto a ella y por fin Sasha le miró y le dio los buenos días. En tono gélido.
—Menudo fiestón el de anoche —comentó Liam tratando de aparentar naturalidad mientras ella no le quitaba ojo de encima —. Deduzco de la resaca de hoy que ayer se me fue la mano con el alcohol. —Se rio. Sasha no.
—Desde luego.
—¿Tanto? -preguntó con cautela. Apenas recordaba nada de la noche anterior. Sasha sí.
—Demasiado. —Y le relató sus proezas. Entre ellas menciono que le había cogido el trasero y fastidiado así su coartada entre amigos y conocidos—. Aunque mi preferido, por supuesto, es el incidente con el caballo. Estabas encantador asustando al caballo y a los niños y jugando a los vaqueros mientras gritabas «¡Yiiijaaa!». Creo que te oyó todo el mundo, de aquí hasta Chicago.
Ni Sasha ni Liam lo encontraron divertido. A él no le gustaba que le trataran como a un crío y menos que le reprendiera Sasha. Era adulto y podía comportarse como tal cuando quería, al menos eso aseguraba. Le dijo a Sasha que llevaba mucho tiempo comportándose como era debido y que necesitaba desahogarse.
—Te avisé, Sasha. No me controles. Mi familia ya lo intentó y no pienso permitir que ahora lo hagas tú. Todo el mundo necesita soltarse el pelo de vez en cuando. Y ¿qué? —Estaba a la defensiva y se sentía para el arrastre.
—Que me dejaste en ridículo. —Liam había empezado a forzar de nuevo la máquina a pesar de lo bien que había ido todo. Sasha deseaba quedarse con él y salir al mundo de su brazo, incluso le dejaría entrar en su mundo privado, pero no si se comportaba de aquel modo y reclamaba libertad absoluta por el mero hecho de ser artista. Si no quería que le recriminaran, tenía que aprender a controlarse—. No pienso salir por ahí contigo si te comportas así —le explicó con tristeza, preocupada sobre todo porque Liam no daba muestras de arrepentimiento.
—Pues no lo hagas —repuso él en tono beligerante—. Hablas como mi padre y no pienso aguantar esas tonterías. No puedes castigarme y dejarme en casa porque he bebido un poco en una fiesta.
—Te tomaste un montón de copas y dejaste bastante claro a todo el que se molestó en mirar que estamos liados.
—Estoy harto de mantenerlo en secreto.
Desde que estaban en Nueva. York la relación cada vez era menos secreta. Bernard lo sabía desde hacía tiempo. Marcie se había enterado. Xavier estaba al corriente. Y a saber quién más lo sospechaba. Siempre y cuando Liam se comportara correctamente Sasha, con el tiempo, estaba dispuesta a salir del armario pero no si actuaba de aquella forma.
—Compórtate como un adulto y no tendrá que ser un secreto.
—Si me quisieras no lo llevarías en secreto. —Hablaba como un niño dolido, que era como se sentía. Quería la aprobación de Sasha y que se sintiera orgullosa de él, no avergonzada.
—Y te quiero, pero no pienso convertirme en la comidilla de la ciudad. Ya me cuesta bastante asumir la diferencia de edad. Necesito tiempo para acostumbrarme. Y parece que tú necesitas tiempo para crecer.
—Por Dios, Sasha, nueve años no son nada. Déjalo ya. Soy adulto. Soy artista y un espíritu libre. No vas a domesticarme como a un oso de circo para impresionar a las amistades y tranquilizar a tu hija. Debes quererme como soy.
—¿Se trata de eso? ¿De Tatianna? Liam, Tatianna necesita tiempo para aceptarlo. Se ha llevado una gran impresión. Cree que he traicionado a su padre. Ella le adoraba. Ha recibido un golpe terrible. Y que tú te comportes como un salvaje en las fiestas no nos ayudará a convencer a nadie de que la relación es viable, a mí menos que a nadie.
Liam no abrió la boca, salió de la cocina dando un portazo. Sasha vio por las ventanas del comedor que paseaba por la playa. Los dos estaban alterados. La noche había sido horrible. Lo peor era que regresaban a Europa al día siguiente, ella a París y él a Londres. No tenían tiempo para tender puentes y reparar los desperfectos ocasionados por la discusión del último día de convivencia.
Liam siguió enfurruñado durante el trayecto de vuelta a la ciudad, por la noche. Y cuando Sasha se ofreció a preparar la cena, contestó que no tenía hambre. Aunque con todo lo que había bebido la noche anterior debía de ser cierto. De todos modos Sasha cocinó un poco de pasta y cuando se sentaron juntos a la mesa Liam empezó a relajarse.
—Lamento haberme portado como un capullo anoche. Ha sido una estupidez. No sé, no estoy acostumbrado a tanta responsabilidad y restricciones. No quiero tener que comportarme de determinado modo para conseguir que tú y los demás me deis el visto bueno. Solo quiero ser yo y que me quieras tal como soy. Joder, Sasha, a veces me apetece salir a tomar una cerveza con el portero. Parece un tío majo.
—Seguro que lo es. Siento que mi vida te parezca tan restrictiva.
Se la veía triste. Era lo que la preocupaba desde el principio, la fobia de Liam al «control». Cualquier expectativa o comportamiento civilizado le parecía un intento de control. Pero así era la vida de Sasha. Ella no podía hacer lo que le venía en gana. Y si Liam quería estar con ella, tampoco podía. Tal como Sasha temía, a Liam le estaba costando mucho adaptarse a vivir con ella. Quizá, al fin y al cabo, la relación no era posible.
—No sé qué decir, Liam. No quiero hacerte infeliz. Pero no puedo desmelenarme cada vez que te apetezca. —Por fortuna solo había ocurrido una vez, pero ¡menudo espectáculo! Para los dos. Liam había intentado demostrar algo. O quizá solo perder el control por todo lo alto.
—¿Qué ocurrirá a la vuelta? —preguntó él, inquieto. No quería perderla por culpa de la noche anterior. Pero tampoco quería que le dijera cómo debía comportarse. Quería su amor y aceptación incondicionales y se lo dijo. Pero a veces, entre adultos, resultaba difícil, en particular cuando el coste era tan elevado. Y para Sasha lo era. La relación planteaba un serio dilema a los dos. Para demostrarle su amor, Sasha tenía que arriesgarse. Si al final la relación no resultaba, la gente no dejaría de reírse de ella. Lo cual la tenía muy preocupada. Quería mantener la discreción hasta que todo se aclarara. Las restricciones de Sasha estaban volviendo loco a Liam y dañaban su ya maltrecha autoestima. Si seguían juntos, Liam quería garantías de que sería libre para ser tal como era. Ella solo le pedía que madurara. Precisamente lo único que Liam no quería hacer. Y bajo todo ello subyacía la preocupación de Sasha por la reacción de su hija. Nadie podía negar que Liam y Tatianna habían empezado con mal pie.
—Pasaré todo julio trabajando en París —respondió Sasha a su pregunta acerca de qué ocurriría cuando volvieran a Europa—. Puedes venir a verme si quieres. A primeros de agosto me marcharé de vacaciones con mis hijos.
—¿Y después?
Sasha le miró sin entenderle.
—¿Qué pasará cuando te marches con tus hijos?
—Ya te lo he dicho. Vamos a Saint-Tropez, he alquilado un barco. Estaremos tres semanas. Después podemos ir a alguna parte, si quieres. En septiembre tengo que volver una semana a Nueva York. Si te apetece puedes acompañarme. Pero supongo que deberías prepararte para la exposición. —Parecía su madre y su marchante, Liam a veces la ponía en esa situación y la obligaba a comportarse así en lugar de como la mujer a la que amaba y que le quería.
—¿Y cuando estés con ellos? ¿También seré bienvenido? —quiso saber, a la vez dolido y beligerante. Habían hablado de que Liam pasara unos días con ellos en el barco, sobre todo porque Xavier también iba a estar, y Liam podía fingir que se trataba de una visita a un amigo, aunque ahora ya no tenía sentido. Esa era la idea antes de que Tatianna los encontrara desnudos y llegara el fin del mundo. Ahora sus dos hijos sabían quién era Liam y qué papel desempeñaba en la vida de su madre.
—Liam, después de lo ocurrido con Tatianna, no puedes esperar venir con nosotros. Tiene que pasar un tiempo para que las aguas vuelvan a su cauce. —Ni siquiera Sasha había hablado todavía con su hija. Tatianna seguía negándose a contestar al teléfono o a devolverle las llamadas. Al final. Sasha le había enviado una nota con la esperanza de hacer las paces. Aún no había recibido respuesta. Que Sasha supiera, la guerra seguía abierta. Y Xavier tampoco tenía noticia de lo contrario. Sasha había hablado varias veces con él. Su hijo todavía pensaba que Tatianna se calmaría. Opinaba que su hermana se estaba comportando como una cría tozuda y la había llamado niña malcriada. De modo que ahora también estaba enfadada con Xavier.
—Tal vez tendrías que plantarte y cantarle las cuarenta —propuso Liam, preocupado. Estaba furioso con la hija de Sasha. Esta lo entendía pero no quería arriesgarse a enquistar la pelea con su hija por él.
—Para explicarle cualquier cosa primero tengo que conseguir hablar con ella.
—¿Lo harás? ¿Estás dispuesta a plantarte por mí o vas a permitir que me desprecie mientras te humillas ante ella?
—Eso no es justo, Liam —contestó Sasha, sintiendo el aguijón de las lágrimas—. Es mi hija. No quiero perderla, ni siquiera por ti. Primero tengo que hacer las paces con ella. Y nosotros tenemos que ver cómo funciona lo nuestro. Si sale bien, ya me ocuparé de ella. Pero de momento no hay nada seguro. —Liam lo sabía, pero no quería admitirlo.
—¿Cuánto se supone que voy a estar a prueba? —preguntó. Se levantó y la miró desde arriba. Sasha alzó la vista.
—No estás a prueba. Ambos, juntos, intentamos averiguar si lo nuestro puede funcionar. Somos muy distintos. No somos una pareja corriente.
—Pues yo creía que si —repuso él, y salió de la cocina.
Liam empaquetó sus cosas en el cuarto de invitados mientras Sasha hacía las maletas. Se preguntaba si Liam dormiría con ella esa noche y descubrió aliviada que sí. No hicieron el amor, solo se abrazaron. Sasha se durmió, pero él estuvo despierto casi toda noche, mirando al techo con expresión dolorida. Le rompía el corazón que Sasha no se plantara por él ni le defendiera ante Tatianna. En abril le había prometido a Sasha que mantendría el romance en secreto al menos por una temporada. Pero entonces no sabía cuánto le iba a costar. Pasó la noche en vela meditando sobre lo ocurrido y sufriendo.